Música inspiradora: Sonmi's Discovery - Cloud Atlas Soundtrack


Sangre en las manos


El ave que usó para transportarse por los aires se desintegró al instante cuando Sai dio un salto para pararse en el suelo. Dio dos pasos y el impulso de haber saltado desapareció. La tinta que había compuesto al ave de gran envergadura que había creado llegó a parar a un amago de incendio que envolvía a una tienda de recuerdos y el contacto provocó una nube de olor penetrante y un siseo furioso cuando la tinta apagó el fuego. Pero nada de eso a Sai le llamó precisamente la atención y buscó con la mirada a una cara conocida pero la Aldea ya se había vaciado de civiles que estarían resguardados en los bunker de emergencia bajo los monumentos de los líderes de la Villa.

Al dirigir su mirada hacia los rostros de piedra, entornó los ojos al contemplar el lugar donde estaría impresa las facciones de Kakashi pero que ahora lo ocultaba una nube de humo. La Aldea estaba cayéndose a pedazos y una sensación febril le hizo empuñar las manos con fuerza al tiempo que comenzaba a caminar y después, a trotar por las calles. No había un orden particular en su mente ni tampoco tenía pensado dirigirse a un lugar en específico. Sólo avanzaba, mirando si alguien necesitaba asistencia o si había algún enemigo aun merodeando por las calles pero todo eso no pareció pasar porque el ataque ya había cesado y las escaramuzas eran muy difíciles de localizar.

Sin saber cómo había trazado esa ruta llegó al Hospital y para su alivio lo vio completo y funcionando, desde afuera podía escuchar a la señorita Shizune gritar instrucciones, derivar pacientes de alta complejidad a los pabellones y despachando a los casos que no eran graves. La visión de las heridas de los demás lo hizo percatarse de las propias y se miró las manos manchadas en sangre, tierra, tinta negra y polvillo que no era otra cosa más que hormigón triturado. Las agujas del dolor le pincharon cada vez más fuerte, más insistente con cada segundo que pasaba mirándose las manos que antes eran las de un artista. Los guantes negros que siempre había usado estaban destrozados y se los quitó sin más preámbulos cuando se dijo que ya no servían de nada.

Más sangre cayó al suelo y lavó el resto de porquería que tenía encima, revelando los cortes profundos en la carne y la uña que se le había partido en dos y que le faltaba la mitad. Una sonrisa y una risa ahogada por sus labios apretados hicieron temblar su garganta cuando sus ojos se inundaron en lágrimas tímidas e incomprensibles. ¿Por qué lloraba si todo estaba mejorando? El ataque se había detenido y la Aldea resistiría como siempre haría.

—Sai —lo llamó una voz a su espalda y el aludido se tomó un tiempo para darse la vuelta, habiendo calmado el temblor de sus labios. Las lágrimas las tenían todos debido al hollín particulado, el polvo y el calor del fuego.

—Hola Sakura —le dijo de vuelta, sonriéndole como siempre hacía.

—¿Estás herido? ¿Necesitas curaciones? —Sakura ya le había visto las manos pero estaba teniendo la cautela de preguntar primero. Sai negó con la cabeza.

—Haré un recorrido más y volveré —respondió amablemente y se fue por el lado opuesto donde había llegado, negándose a escuchar los llamados de la médico para que volviera, que ya había hecho suficiente y que no tenía por qué seguir sufriendo con tales heridas.

Pero Sai no quería pensar en las heridas, el recuerdo de por qué se las había hecho era incluso peor que los puñales que sentía cada vez que su pulso apretaba sus venas. No, no debía pensar en sus manos y las dejó de mirar para concentrarse en el paisaje. ¿Había escuchado que habían dado instrucciones generales de parte del Hokage a través de…?

Si lo habían hecho no lo recordaba, estaba a las afueras de la Aldea ayudando a contener el ataque en la Muralla. Habría estado cerca de una hora peleando ahí, eso le habían dicho, y después se había adentrado en la Aldea para comprobar cómo estaba…, no, no debía pensar en eso. Si no pensaba en eso no lo hacía oficial, no era real. El edificio, quiéralo o no, lo había visto en ruinas y los escombros que le habían cortado las manos seguían humeando cuando él había llegado ahí. Había excavado hasta que sus manos le ardieron, hasta que perdió la mitad de su uña y que los escombros se le resbalaron de las manos por la sangre a borbotones que salía de ellas.

El Cuartel de Ibiki estaba en ruinas calientes porque pasó por ahí un incendio voraz que destruyó lo poco que había quedado de pie. No, no debía pensar en eso, debía seguir avanzando pero se detuvo no haciéndose caso. Se vio de rodillas, las manos manchadas con sangre de brillo oscuro haciendo charcos en sus palmas y apoyadas en el suelo, derrotadas. No le importaba la Muralla si el Cuartel de Inteligencia no seguía de pie y sus lágrimas tímidas lo visitaron de nuevo.

Sintió sensaciones nauseabundas, completamente extrañas para él y quiso vomitar aun cuando sabía que no lo haría. Le dolía la cabeza como si de pronto se hubiese vuelto muy pesada, hecha de plomo, y sus oídos se hicieron muy sensibles al sonido que tenía alrededor. Gritos, siseo del fuego, derrumbes menores, lloriqueos. Todo lo escuchaba a una escala superior y su propia respiración se fundió con sus pensamientos ahogados. La Muralla bajo asedio, el Cuartel de Ibiki en ruinas, la sangre en sus manos. Todo le pareció hermoso, incluso. Una belleza distinta pero lúgubre que lo hacía llorar pero también lo volvía feliz. Era feliz porque sentía su tristeza como real, una llaga abierta que inyectaba en su cuerpo una adrenalina curiosa y lo hacían querer gritar de rabia, tristeza, culpa y felicidad. Se sentía pleno porque perder a un compañero era triste y bello a la vez para alguien como él, alguien que no debería tener sentimientos de ninguna clase. Ni siquiera por otra persona.

Dejó de pensar cerrando los ojos al fin y de sus pestañas se coló una lágrima pequeña que le acarició la mejilla tiernamente. Se sentía como un beso o una caricia de su amante rubia.

—«A todas las unidades disponibles se las requiere en la Muralla… —le dijo la voz de Ino al interior de su cabeza y sus ojos se abrieron de par en par, negándose a creer que estaba imaginándola—…, se necesitan todas las unidades disponibles para realizar un contraataque… —siguió hablándole con su voz pausada, tranquila, pero con un dejo de histerismo. Estaba bien, completamente bien.

Apoyó las manos en sus rodillas para levantarse, totalmente fuera de sí, sin sentir el dolor de sus heridas y miró hacia la Torre más alta de la Aldea, ahí donde Kakashi estaría atascado para dar las órdenes y su novia estaría ahí, acompañándolo para ser su voz y sus ojos durante todo el proceso del ataque. En algún momento previo a la destrucción del Cuartel ella debía haber salido de ahí para cumplir con su rol de matriarca del Clan Yamanaka, salvándose del desplome del edificio. Y Sai sonrió vagamente sin dejar de lagrimear por un ojo, ya pudiendo respirar otra vez y dejó de ver la Torre para encaminarse de vuelta al Hospital, sonriendo tiernamente cada vez que la escuchaba dar una orden formal y sin pensar en él, pero para Sai cualquier cosa que ella le dijera era una prueba de que todo estaba bien.


Nota de la Autorísima: Pensé en Sai llegando a la Aldea destrozada y buscando a Ino, un poco goremente, como una escena de Australia donde el Arriador ve que Miss Boss estaba viva, contrario a lo que él pensaba. Es lejos lo más romántico que he escrito, i think, y me da un poco de vergüenza xD Espero no borrarla en un ataque de pánico jaja pero disfruté mucho describiendo el caos y las heridas asquerosas, sobre todo lo de la uña xD Además me inspiré en Cloud Atlas (hermosa película del paraíso) y las profecías de Zachary, precisamente la de las manos sangrientas y que no debía soltar la cuerda :P

Besos, este es el número 18, vamos que se puede llegar al 20 en dos días xD

Lady RP.