Summary: Tras la muerte de Voldemort, Los Malfoy vivieron un año de arresto domiciliario en espera de un juicio. Dos años de condena por parte de Draco Malfoy y dos años de exilio voluntario para unirse a sus padres en busca del olvido. Tiempo que pensaron suficiente para que la sociedad mágica les diera cierto indulto para volver a Londres Mágico, lamentablemente regresar a su tierra natal tenía un precio: debían ver a una terapeuta, quien decidiría que estaban listos para unirse a esa nueva sociedad sin ser un peligro. La sociedad mágica acababa de adoptar costumbres Muggles para resolver los problemas más intrincados todo ser humano: los de la mente y Hermione Granger era la encargada de llevarlo a cabo.
Bueno, sé que tengo mucho que actualizar y lo haré antes de lo que creen, es sólo que esta idea no dejaba de rondarme y tuve que ponerme a escribir de forma desesperada y este es el resultado:
Disclaimer: No soy rubia, ni mucho menos me llamo JK Rowling, mucho menos escribí Harry Potter, porque de ser así habría muuuchoooo Dramione y Fred nunca hubiera muerto! En realidad nadie más que Voldy!
Capítulo 1: Condenas
La casa estaba limpia, los pasillos silenciosos, sin embargo, nada podía alejar los demonios internos de los habitantes de ese lugar. Las atrocidades cometidas en ese terreno no podían ser borradas ni por los métodos más intrincados que se manejaran, el sufrimiento que aquellas paredes habían guardado en el interior de la fachada de aristocrática Mansión apenas podía ser contenido por su porte antiguo. La guerra había sido terrible y ese lugar había actuado de cuartel general del ser carismático que pretendía aniquilar a una gran parte de la población de Inglaterra. Mágica o no. Y los habitantes originales de tal morada acababan de ser obligados a pasar un tiempo indeterminado sin poder escapar de los fantasmas de los horrores que ellos mismos habían permitido que sucedieran en su hogar.
La familia Malfoy era una de las más antiguas y nobles de la sociedad mágica de Londres, por lo mismo, a nadie sorprendía que hubieran defendido los ideales de pureza de la sangre que uno de los hombres más carismáticos, pero peligrosos, hubiera fraguado para eliminar a aquellos que consideraba escoria. A pesar que ese mismo hombre no fuera todo lo que proclamaba sobre lo que los magos debían ser. Tampoco era sorprendente que esa misma familia decidiera desertar del bando de tal demente una vez que vieran que serían el lado derrotado, por todos era más que sabido que ellos sólo velaban por el beneficio propio y que esa era una de las muchas razones por las que habían conspirado contra aquellos que –a pesar de ser sus pares mágicos- ellos no consideraban dignos del honor de la magia.
La familia Malfoy se había convertido en parias de la sociedad y debían ser juzgados en consecuencia por sus crímenes de guerra. No por nada habían ayudado a Voldemort –el infame que se había alzado a aniquilar la paz que el pueblo mágico conocía-, no sólo eso, dos de los integrantes de la familia habían sido marcados por el mismísimo Voldemort; mejor conocido como El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado debido al terror que su nombre había provocado tiempo atrás en el mundo mágico, cuando había intentado apoderarse de éste en una Primera Gran Guerra Mágica; Lucius Malfoy y su hijo, Draco Malfoy, se habían convertido en acólitos de aquel ser y recibido la llamada Marca Tenebrosa, la que los identificaba como partidarios y soldados del mago oscuro. Todos los que recibían tal marca recibían el nombre de Mortífagos, seres mágicos que proclamaban la pureza de la sangre en contra de los magos y brujas nacidos de seres no mágicos o estos mismos, los cuales eran conocidos como Muggles.
La misión de los Mortifagos no era otra que aterrorizar a todo ser viviente considerado inferior por su Señor. Por suerte un salvador había surgido y Harry Potter –El niño que vivió- había derrotado por segunda vez y para siempre al mago oscuro. Llevando al mundo mágico a la salvación y a los Malfoy's a ese arresto domiciliario en espera de un juicio que no sucedería hasta un año después del inicio de su arresto.
Narcissa Malfoy, la esposa de Lucius Malfoy y madre de Draco, había salido impune de una condena. Ella no poseía la Marca Tenebrosa y, a pesar de haber estado de acuerdo con las proclamaciones del Lord Tenebroso –uno de los apodos de Voldemort-, había ayudado a Harry Potter en un momento decisivo de la última y determinante batalla de la Segunda Gran Guerra Mágica. Razones más que suficientes para dejarla en libertad, aunque con firma mensual en el Ministerio de Magia por todo un año. Al más estilo Muggle. Nada mejor para socavar la poca arrogancia que le quedaba a esa mujer.
Lucius Malfoy, reconocido Mortífago en ambas Guerras Mágicas, fue condenado a un exilio de cuatro años. Dejándolo –indirectamente- sin posibilidad de tener contacto alguno con su familia o con cualquier ser de Inglaterra, obligado a tener su varita sellada y con posibilidad de realizar los hechizos más inofensivos e inútiles para un mago tan poderoso y arrogante como el rubio Mortífago al que estaban condenando. El Ministerio ya tenía llenas las prisiones de Azkaban – la más famosa e infranqueable de sus prisiones- y existían criminales mucho más peligrosos que Lucius para enviar allí. La condena tuvo efectos inmediatos y el patriarca de los Malfoy fue enviado con dos Aurores que lo escoltaron a su nueva vida en un lugar aislado de Alemania, país del cual ni siquiera manejaba el idioma. El Ministerio pretendía aislarlo por completo de todo lo que conocía con aquel castigo. «La soledad» pensó Lucius «es peor que Azkaban», mientras seguía a los dos magos que lo conducirían a Alemania, con la imagen de Narcissa –su amada Narcissa- en la mente. Pasaría cierto tiempo antes que pudiera ver de nuevo su hermoso rostro, aquel que amaría hasta su muerte.
Draco Malfoy, el rubio hijo de la pareja, no corrió con la suerte de sus progenitores y él no pudo determinar en el momento de su juicio que tan mala era su situación. Y no la determinaría hasta que saliera del lugar al que iba a ser enviado, cuando pudiera revivir los horrores que había visto tanto en la guerra como en su castigo, cuando viviera todo lo que había perdido.
Draco aún era menor de edad cuando abrazó el camino destinado a él, aquel que lo había condenado a la Marca Tenebrosa, a las torturas de Voldemort y a la desagradable misión que le había impuesto. Matar al Mago más poderoso de todos los tiempos, el Director del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Albus Dumberdore o ver cómo su madre moría antes de hacerlo él. Para Draco fue una decisión fácil de realizar, aunque ejecutarla fue tan complicado y difícil que cuando tuvo a Dumbledore a punta de su varita, no fue capaz de asesinar al que hasta ese día había sido su Director de escuela. Sin embargo, alguien más terminó la misión de Draco y el muchacho tuvo que huir para no ser condenado por haber dejado entrar a los Mortífagos en el antiguo colegio.
No sólo ese hecho era remarcable en la carrera del menor de los Malfoy como Mortífago y habían tantos que eran condenatorios como atenuantes, llegando a extender el juicio del adulto joven que era Draco un tiempo record en los anales del Wizengamot – la entidad mágica encargada de los juicios a quienes violen las leyes-. Al final, sus pecados sumaron más que su redención y Draco Malfoy fue condenado a pasar dos años en la prisión de alta seguridad de Nurmengard a falta de sitio en Azkaban.
Draco nunca había escuchado hablar de tal lugar y no pasó día en esa prisión sin desear no haberla siquiera conocido. Claramente, el Ministerio y el Wizengamot querían enviar una advertencia a quienes se sintieran tentados a volver a desafiar su autoridad a través del joven Malfoy. Advertencia que todos los que leyeron el diario El Profeta el día después del juicio más famoso de todo Londres habían entendido. Fuerte y claramente.
Un año pasó para que la familia Malfoy fuera juzgada, año que pasaron enclaustrados en su enorme Mansión, llena de fantasmas invisibles de la guerra. Dos años pasó Draco Malfoy encerrado en una prisión desconocida y con horrores que los despertarían de noche hasta el final de su tiempo. Dos años más pasaron para que decidiera volver en compañía de su familia al completo a la tierra que los había condenado.
Narcissa había sido la que mejor librada había salido, sin embargo, el no tener a los hombres de su vida a su lado hizo estragos en ella. Por eso había decidido reunirse con su esposo en su exilio, argumentando a los magos y brujas del Wizengamot que en ninguna parte de la condena de Lucius decía que debía estar sin la presencia de su esposa una vez ella terminara con sus firmas mensuales. No hubo mago ni bruja que evitara que la señora Narcissa Malfoy –de soltera Black- averiguara el paradero de su esposo y tomara un traslador autorizado para reunirse con el amor de su vida. Condenándose a sí misma a un exilio al que no estaba destinada, pero que el Ministerio permitió en pos de librarse de una mujer de dudosa moralidad por unos cuantos años.
Lucius se había sorprendido mucho al verla en la puerta de la pequeña cabaña que él se negaba a llamar hogar y la cual había parecido más luminosa con la presencia de su mujer en ella. Después de todo, había esperanza para él y tener al amor de toda su vida a su lado hacía que la adversidad fuera color de rosas. Sólo les faltaba su hijo para completar un pequeño cuadro de felicidad y unidad familiar. El exilio no era tan malo junto a Narcissa.
El matrimonio Malfoy se sentía agradecido de tener la compañía del otro para alejar la soledad de la que habían sido presa, a pesar de la incomodidad de estar viviendo en las lejanías de un pueblo Muggle del que no entendían el idioma y apenas lograban manejar el dinero para comprar lo justo para alimentarse. No les importaba, todo era soportable en la compañía del otro. Sólo les faltaba Draco, del que no habían vuelto a tener noticias en todo ese tiempo, hasta que un día lluvioso él se apareció en la puerta de la casa al igual que había hecho Narcissa.
Sin embargo, el hijo del matrimonio lucía como un espectro de lo que había sido. Sucio y pálido, más hueso que carne y con los ojos más opacos y desprovisto de vida que la rubia mujer recordara, fue lo que ella encontró una vez abierta la puerta de la cabaña. El joven –varita en mano- sólo logró dar un paso en el interior de la casa antes de derrumbarse y caer al suelo, inconsciente.
El grito agudo y lleno de terror había alertado a Lucius, quien no había reconocido al joven vestido con la ropa toda rasgada que estaba en el suelo del lugar. Y siguió sin reconocer a su hijo esos dos años que pasó con él en su exilio. Lucius tenía lo que quería: a toda su familia reunida, sin embargo, el espectro que era Draco hacía que se sintiera incómodo en la presencia del que había sido un chico amoroso con él. Narcissa lloró, silenciosamente, cada noche que pasó en esa cabaña, lamentando el estado de su pequeño y sin saber qué hacer para ayudarlo.
Cinco años pasaron desde el final de la guerra, cuatro años habían pasado desde el comienzo del exilio de Lucius, llegando su condena al final. Ahora podrían regresar a Inglaterra a intentar poner orden en sus vidas. Secretamente, Narcissa creía que era un lugar conocido y seguro lo que necesitaba su hijo para lograr recuperarse y volver a ser, al menos, un poco como antes.
El día de volver había llegado, Lucius observó a su mujer, tan bella e impecable como siempre. La sombra de una sonrisa asomó a sus labios, a pesar de llorar cada día, sin quejarse, ella seguía entera y más fuerte que cualquiera de ellos. Entonces observó a su hijo, el joven llevaba el cabello rubio más largo de lo que había sido habitual en él, totalmente enmarañado y tapándole los ojos. Lucius no pudo evitar un escalofrío al recordar los ojos grises de su hijo y prefirió observar la ropa que había elegido para volver a casa.
Draco llevaba ropa Muggle, debido a que el muchacho –una vez libre- no se había detenido hasta averiguar dónde estaban sus padres y viajar a encontrarlos. Así lo demostraban los harapos que había conservado de su estadía en prisión y llevado el día en que se desplomó frente a su madre. Se había adaptado rápido al exilio y a las circunstancias en las que vivían, Lucius había creído que él se negaría a vestirse como un Muggle, pero Draco había dado cuenta de una practicidad que no sabía que tenía. El gran problema era que Draco no hablaba y se dedicaba a ser un ente que ocupaba espacio en esa cabaña. Preocupando a sus progenitores más de lo que alguna vez lo habían estado.
Lucius se consolaba pensando en que estaban a salvo y juntos, Narcissa se desahogaba en un mar de lágrimas sin poder detenerse. Ambos ignoraban la forma de llegar a su hijo y devolverle un poco de vida. Esperaban que la Mansión Malfoy fuera de ayuda.
Aunque, cuando pisaron el salón principal de la fría mansión –tras una aparición colectiva permitida por los Aurores que habían ido a informar del fin de la condena de Lucius- Draco Malfoy pegó un grito que asustó a sus progenitores más de lo que alguna vez lo hubiera hecho el mismísimo Voldemort.
Acto seguido, el joven había callado para observar todo a su alrededor y girar sobre sus talones, caminando en dirección a su antigua habitación. El hombre mayor había abrazado a su esposa, queriendo cobijarla y detener los temblores del cuerpo fatigado de la mujer.
Desde ese incidente había pasado una semana, en la cual Draco no había salido de su habitación y sus necesidades básicas eran atendidas por una elfina doméstica que se había quedado por lealtad a sus antiguos dueños todo ese tiempo en la mansión. Nadie más lograba entrar en la habitación del rubio y Narcissa estaba agradecida que la pequeña Bliss decidiera quedarse en vez de unirse a la Revolución de los elfos como había sabido que eso se llamaba. Al parecer una activista, hija de muggles, había estado luchando por la liberación de esos seres y en esos cinco años lo había conseguido. Rápidamente, Narcissa se puso al día con la actualidad de la sociedad mágica, decidiendo adoptar las medidas para cubrir las necesidades que ahora tenían los elfos domésticos que habían decidido seguir cumpliendo su labor bajo la luz de nuevas leyes que los protegían de abusos o así lo informaban los medios de comunicación de los magos.
Bliss obtuvo un sueldo básico, una pequeña habitación y ropa digna, además de alimento y el agradecimiento eterno de la señora de la casa por cuidar de su hijo.
Lucius sólo fue un observador de todos esos cambios, no sabiendo cómo ayudar a su familia. Hasta que un buen día apareció un miembro del Wizengamot exigiendo hablar con los tres miembros de la familia Malfoy. Draco bajó a regañadientes, vestido con una antigua bata y calzando unas pantuflas de andar por casa. El hombre del Wizengamot, de nombre Matt, observó al joven de aspecto desaliñado frente a él y apenas pudo creer que se tratara del mismo altivo chiquillo que había visto en Hogwarts en sus años de estudio. Matt se aclaró la garganta y procedió a explicar a los Malfoy's que debían someterse a unas evaluaciones psicológicas para que se les permitiera ser –nuevamente- parte de la sociedad mágica y que si se negaban entonces tendrían que ser desterrados permanentemente de Inglaterra. Matt había tenido que explicarles también qué era una evaluación psicológica y que se trataba de una nueva medida adoptada desde el mundo Muggle y que había dado buenos frutos. También mencionó que había una sola terapeuta en Londres Mágico y que la cita con ella ya estaba concertada, por lo cual no podían faltar o serían despachados del país en ese preciso momento. Narcissa palideció, pero Lucius pensó que aquello podría ser beneficioso para su hijo. Draco pareció ausente en todo momento, pero Matt no le prestó atención y tras informar a los rubios frente a él, procedió a entregarles un pergamino con el lugar y la hora con la cita de esta misteriosa terapeuta, de la cual no se había tomado la molestia de dar el nombre.
A la hora acordada, los tres magos se aparecieron en los alrededores conocidos de la ubicación a la que debían ir. No les costó encontrar el lugar asignado, tampoco debieron esperar mucho a que la secretaria de la terapeuta los atendiera. Era una chica de cabello rubio, menuda y de grandes ojos azules, quien les informó que pasaría de a uno a hablar con la doctora –como ella la había llamado- y que la sesión duraría una hora aproximadamente. Se sentaron en silencio hasta que la rubia volvió y llamó con voz melodiosa a Draco.
― Draco Malfoy, sígueme por aquí― La joven condujo a un silencioso rubio al umbral de la que parecía una amplia habitación. Bajo la mirada atenta de sus padres, Draco caminó como un zombi, deteniéndose ante la puerta abierta.
Narcissa y Lucius Malfoy observaron a su hijo, quien había pasado de estar ausente a tensar todo su cuerpo. Entonces algo inaudito sucedió. Oyeron a su hijo hablar después de dos años en absoluto silencio. La mandíbula de la mujer se desencajó y Lucius no pudo más que abrazarla con fuerza. Al parecer las cosas podrían mejorar.
― Granger― Dijo Draco, con una voz oxidada que fue lo suficientemente alta para que sus padres llegaran a escucharlo, se puso en tensión. Ella era la última persona que deseaba ver en el mundo entero, sin embargo, recordó la advertencia del mago que los había visitado ayer y sin deseos de alejarse de su Mansión, fue que entró con paso decidido a la consulta de esa mujer indeseable. Seguro de que una hora en silencio le crisparían los nervios a ella.
Porque nada del mundo lo haría hablar.
Sé que es un capítulo que parece apresurado o en el cual se da un gran salto de tiempo, bueno, de alguna forma u otra se sabrá lo sucedido esos años con más detalle.
Espero les gustara y espero saber que piensan de este nuevo fic, quisiera tener el apoyo de ustedes o al menos saber si ven errores o cosas corregibles o saber algo no sé.
En fin, nos leemos pronto ;)
Mi felicidad en un review:
R.E.V.I.E.W?
