Todos caminaban hacia un lugar. Un lugar que los convocaba; un lugar que los unía.

Algo irrelevante, solo una perdida más. Eso pensarían personas como Rivaille, gente incapaz de sentir compasión. Y sin embargo ahí caminaban personas que realmente sentían la perdida, como Armin, como Connie, como Sasha. Reiner, Bertholdt, Jean, Marco, Hanji, Petra, Christa, Ymir. Todas las personas que realmente quieren a Eren y realmente lograron apreciarlo.

—¡Mikasa!—grito Sasha, encontrándose a una hermosa pelinegra paralizada, con una cara calmada observando neutralmente la tumba. Sasha se aferro con fuerza donde la pelinegra, en un abrazo donde se podía apreciar la verdadera amistad. El verdadero dolor, por lo menos el que mostraba sentir la castaña. Mikasa parecía aun no reaccionar, o haberlo superado. Pero, ¿a caso alguien podía asegurar eso con facilidad? Mikasa perdió todo lo que más amaba, definitivamente ella no estaba bien.—Lo siento tanto.

—Tranquila, esta bien—respondió esta otra fríamente mientras se separaba lentamente de Sasha. Y como una tortura, ella recibió el abrazo de cada persona presente, las cuales, por cierto, eran demasiadas, y se volvía algo insoportable.

—E-Eren No merecía algo así—le dijo la chica granjera entre lagrimas. Mikasa solo asintió.

—No, no lo merecía.—dijo esta otra, sintiendo como sus palabras ya empezaban a afectarle en esta larga agonía. Y no era la única.


El reloj sonaba y sonaba, como si nunca fuera a detenerse. ¿Cuando iba a detenerse?

Cierta rubia solo lo observaba, sin contar el tiempo, sin pensarlo. Sin vivirlo. ¿Cuanto tiempo llevaba así?.

No, no le importaba saberlo. Después de todo, el tiempo solo era la cruel respuesta al resto de su vida.

¿Cuando iba a reaccionar? Llevaba casi tres semanas así. Cubrida por lo único que parecía ser un consuelo. Cuando realmente sólo era otro motivo para ocultarse de todos.

A Annie Leonhardt nunca le gusto que la gente la observara, puesto que se sentía indignamente juzgada con sus miradas pendientes en ella. Y estar encerrada en su casa era una forma de librarse de esas miradas.

O quizás ser simplemente una cobarde.

Aunque esa era otra razón.

—¿27 de Octubre, no?—murmuro, mientras miraba el calendario. Estaba en lo correcto. Observo la hora. Era tonto, observaba los movimientos del reloj mientras que ignoraba completamente la hora en la cual se encontraba.—7 P.M.—dijo, para luego sentarse en un cojín que había tirado. Bueno, una de las tantas cosas que había lanzado.

Después de todo, la furia es la única manera de calmar el dolor de una señorita, ¿no?

—Aún hay tiempo...—dijo, para luego levantarse y caminar a abrir su closet. Como sí ya lo supiera, estaba ahí perfectamente planchado y arreglado su vestido negro. Lo saco y dejo tirado en su cama, mientras se agachaba para buscar sus pequeñas y cortas botas negras. Las encontró y tiró al lado del vestido. Se acerco a su baño y se miro al espejo.

Se veía demasiado pálida, con un cabello rubio que llegaba casi a la cintura con puntas bastantes partidas y dañadas y unos ojos celestes sin brillo ni emoción alguna.

Y decían que era guapa...

Su cuerpo se encontraba demasiado frágil y delgado gracias a la falta de hambre -causada por su tristeza, y su furia al lanzar toda su comida al suelo y destrozarla, quedando sin alimentos de los cuales comer- y se veía quizás como esas chicas con problemas alimenticios. Le dio igual. Si quería, podía considerarse hermosa y sentirse así.

Eren decía que lo era...

Intento sacar ese pensamiento de su mente y rápidamente saco su pijama, pena entrar así ducha y darse un baño. Lavo su cabello y se limpió con jabón. Se seco con tranquilidad y luego se vistió. El vestido era lindo.

Sin mangas, de cuero y sin escote, le llegaba hasta las rodillas y era bastante clásico. Sus cortas botas negras sin ningún adorno le quedaban bien con el estilo clásico y trágico que parecía llevar la rubia. Dejo su ahora limpia y larga cabellera rubia suelta hacia la espalda. El único maquillaje que utilizo fue su labial rosado suave. Finalmente salió, sintiéndose extraña al volver al mundo humano. Al volver a respirar, a volver a sentir el dolor que sintió aquella vez.


Todos conversaban tristemente mientras cierta pelinegra se encontraba sentada en una de las tantas sillas que habían colocado, observando fijamente el piso. Movía los pies infatilmente de un lado a otro con un ritmo suave y tenía sus propios dedos entrelazados, hasta oír una voz.

—Mikasa.—le llamo Armin con calma sentándose al lado de ella. Esta lo miro con calma y embozó una minúscula sonrisa, la cual era falsa.

—¿Qué pasa, Armin?—le cuestiono esta con amabilidad y en un tono bastante bajo, sin siquiera mover mucho sus facciones. El rubio tragó con dificultad y luego suspiro.

—Se que parece como sí te encontrarás bien, y eso pareces demostrar al resto, y probablemente ellos te creen, pero yo no.—le dijo el rubio con severidad. Mikasa lo miro directamente a los ojos. Los tenía rojos e hinchados de tanto llorar. Si a Armin no le avergonzaba llorar, ¿por que a ella si?

No quiero ser tan débil...No quiero defraudarlo.

—Armin, estoy totalmente bien—dijo la pelinegra, embozando una sonrisa aún más grande. Una sonrisa de una persona feliz. O por lo menos una persona que fingía ser feliz.

—El no volverá Mikasa.

La pelinegra se quedo quieta ante esas palabras. Lo sabía, lo sabía muy bien y que se lo recordarán a cada momento volvía la situación más dolorosa de lo que era.

—Armin, lo se.—sentenció esta, molesta. Sintió como sus ojos se humedecían, pero lo contuvo lo mayor posible.—¿Quieres por favor, dejar de recordarme que mi hermano esta muerto?

Armin retrocedió un par de pasos instintivamente. Mikasa empezó a respirar de forma agitada, hasta por fin calmarse. Se acerco al rubio y sorpresivamente lo abrazo.

—Lo siento—susurro esta, abrazándolo con ternura. Armin acepto el abrazo con un poco de inseguridad. No sabía si la actitud de Mikasa mostraba fortaleza o no, simplemente reconocía que era la de una persona herida. Muy herida. Entonces se separó del abrazo, a observando como alguien bastante conocido entraba al cementerio.

No pudo evitar sentir como se sonrojaba lentamente.

—A-Annie—titubeó, viendo a la hermosa rubia acercarse con un ramo de rosas rojas en la mano. Se acerco a ella, mientras Mikasa solo lo seguía con cansancio. Cuando la rubia lo vio sonrió levemente, haciendo sonreír en una totalidad a Armin.—Annie, hola.

—Hola Armin—dijo esta, mientras observaba neutralmente las flores. Luego levantó la mirada, viendo a Mikasa al lado de el.—Hola

—Hola—respondió la otra secamente. Hubo un incomodo momento de silencio. Mikasa y Annie jamás fueron amigas, jamás pretendieron serlo. Simplemente lo único que logró que algunas veces se saludaran de una forma decente o notaran la presencia de la otra fue Eren. Y al parecer ahora el las unía, aunque sea estando muerto.

—Esto...Lo siento—dijo la Leonhardt. Mikasa asintió con frialdad.

—Yo también.—dijo, mirando el cielo.—Por todas partes. En la casa, en el trabajo, aquí...como si el no me soltará.

Armin decidió retirarse sigilosamente, puesto que se había percatado hace bastante tiempo atrás que era un extra en esa conversación.

—No he logrado dormir en semanas...no puedo entender la situación aun.—dijo la rubia, llevándose las manos a la cara para taparse. Mikasa asintió.

—Nadie puede.—dijo la pelinegra, cortante. Annie suspiro. Lidiar con Mikasa era imposible. Ni siquiera en un momento de vulnerabilidad podía actuar como un ser humano normal.—Pero claro, no lo comprenderías.

—Eren era mi mejor amigo—reclamo esta en un murmuro, sin siquiera mirar a la Ackerman directo a los ojos. La pelinegra asintió.

—Y mi hermano—sentenció, para luego suspirar. Annie iba a decir algo, pero Mikasa hablo antes.—No me refiero a eso. No digo que mi dolor sea más grande que el tuyo ni nada así, solo digo que tu no enfrentaste todo lo que yo enfrente. Tu no viviste la realidad de planear su funeral, elegir el traje que usaría , tu no vestiste su cadáver. Tu no comprobaste que su corazón no latía. Tu no recibiste todos esos abrazos recordándote una y otra vez que la persona que más amas esta muerta. Tu no viviste todo eso Annie.—le acuso con mucha molestia la pelinegra.

—Porque tenía miedo, Mikasa—admitió la rubia, dejando caer por fin esas lagrimas, sintiéndose libre del dolor que le condenaba encima, todo lo que la ahogaba. Todo lo que la volvía miserable.—¿Que querías que hiciera? La persona que más amo estaba muerta, no sabía que hacer. Sentí tanta impotencia, tanto destrozo que a la única mierda que atine fue a esconderme.

—¿Y crees que yo no desee hacer eso?—le cuestiono la pelinegra empezando a subir el tono de su voz.—¡Quise esconderme, gritar y gritar!, pero no, tenía que afrontar la realidad. Tenía que hacerlo por el.

—Lo se, lo se—le dice ella, secando sus lagrimas.—Lo siento, no quería que te sintieras así.

—No importa—dijo esta otra frívolamente.—Después de todo, Eren te querría aquí. Eras su mejor amiga...No me agrada eso, pero eras su mejor amiga. Debías estar aquí.

Annie suspiro y le entregó las rosas.

—Rojo, su color favorito—Mikasa sonrió tristemente.—Y el mío también.

Annie asintió.

—Ven—le dijo Mikasa, indicando una pequeña casa que había. Annie la siguió. Entraron. Era un lugar acogedor con un aura solitaria. Mikasa llevó las rosas a un florero, luego de un cajón saco algo. Era un paquete de cigarrillos.—¿Quieres?

—Por supuesto—acepto esta otra sin entender muy bien el porque. Le dio un cigarrillo y con un encendedor que tenía en el bolsillo lo prendió, al igual que el suyo. Se quedaron un rato así en silencio mientras fumaban. Era un momento pacifico con la persona menos esperada, pero daba igual. Por un momento había paz.

Hasta que esa paz fue corrompida.

La puerta se abrió bruscamente, apareciendo un señor de canosos cabellos y que probablemente debía tener más de 60 años.

—¿Mikasa Ackerman?—cuestiono el, mirando a la pelinegra. Mikasa asintió.—Necesito conversar con usted, es sobre Eren.

Mikasa miro a Annie un momento.

—Ella también debe oír. Después de todo, era la prometida de Eren—dijo, o más bien, mintió. Annie algo sorprendida asintió.

—Esta bien—dijo el, entrando y cerrando la puerta. Annie se levantó y apagó su cigarrillo al igual que Mikasa. El señor miro a los lados y se acerco con una adecuada distancia con el par de señoritas.—Eren a muerto por causas aun no registradas.—Mikasa y Annie se cruzaron las miradas, sorprendidas.

—¿Causas no registradas?—cuestiono Annie con dificultad puesto que temblaba levemente. No quería imaginar lo tanto que Eren habrá sufrido. Dolía pensarlo. Dolía vivirlo. Todo dolía tanto.

—Sí—asintió el.—El paciente Jaeger murió bajo causas aun no conocidas ni vistas.

—Entiendo...—dijo Mikasa.—Ahora por favor lárguese.

El señor volvió a asentir, abrió la puerta y salió.

—Mikasa—dijo Annie, notando lo pálida que se estaba colocando la pelinegra.—Mikasa, ¿estas bien?

La pelinegra guardó silencio por un momento. Finalmente luego tragó aire y hablo.

—¡MI HERMANO ESTA MUERTO!¡¿COMO SE SUPONE QUE ESTE BIEN?!

Y tras ese gran grito, Mikasa por fin pudo dejar correr esas lagrimas tan necesarias y dejar mostrar su dolor. Porque después de todo ella no estaba bien.