Disclaimer—Assassins creed no me pertenece, pertenece a Ubisoft, de ser así otro gallo hubiera cantado.
Advertencias— ninguna.
Estado—completo.
Parejas— Aladha (Atair/Adha)
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Flor del Desierto
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En el desierto no había flores.
Ni esas flores amarillas con manchas verdes y olor dulce que crecían en los cactus, ni esos pequeños nenúfares rosas de agua que solía haber en los oasis, ni siquiera rosas de Persia en los palmerales.
Y no es que a Altaïr le hubiera importado demasiado esta cuestión en particular nunca antes, pues pasaba por las rutas de los beduinos y de comercio con rapidez, cabalgando sin cesar de un objetivo a otro con la premura y simpleza de la que solo un perfecto y completo maestro Assassin podía hacer gala. Y aunque ahora se sorprendiera a si mismo encontrándolo ridículo e imposible, absurdo quizá, todo eso había cambiado. Ahí estaba él, el inmisericorde Águila de Masyaf, parado encima de su caballo observando con detenimiento e incredulidad algo que había en el suelo frente a ambos y medio enterrado entre la arena, brillando a la luz del sol como una revelación.
Había tenido una misión especialmente dura en Damasco en la que tuvo que matar a más de un objetivo en apenas unas horas, sin contar la ayuda a los estúpidos e inútiles informantes de la Hermandad; quienes en su opinión cada día se volvían mas incompetentes, para desgracia del maestro Al Mualim y suya, haciendo más duro su ya de por si complicado trabajo. Lo cumplió a la perfección, como siempre, y emprendió el camino a Masyaf.
En ese momento se encontraba a medio camino de la fortaleza, surcando la ruta que llevaba al desfiladero de las montañas donde se encontraba el único lugar que podía llamar hogar. Entonces lo vio, mejor dicho, la vio. No era muy grande, ni tampoco especialmente vistosa, pero Altaïr con su poca experiencia en esos asuntos que siempre le habían resultado desconocidos, tal y como le habían enseñado que debía ser, la encontró hermosa.
Bajó del caballo pasando su pierna derecha sobre la silla, apoyándose sobre el estribo, dándole unas palmaditas en el cuello a su cansada montura, de un marrón terroso claro, sin apartar su mirada de la pequeña pero extraña y hermosa flor que había llamado su atención por lo raro, no solo raro, rarísimo de su ubicación, ahí sola en medio de la arena, en medio de la nada.
Se trataba de una flor pequeña de seis pétalos blancos, grandes y entrelazados entre ellos, con una diminuta bolita naranja en el centro, de la que salían varios pequeños estambres blancos con un puntito de polen amarillo en la parte superior. Altaïr finalmente asintió para sí mismo con decisión, aun sin saber muy bien el por qué, y avanzó hasta llegar frente a la flor agachándose hasta quedar acuclillado, decidiendo si valía la pena arrancarla o no; mas con un repentino impulso extendió la mano y la cogió, sacándola de la arena y sosteniéndola entre sus dedos, observándola de cerca con detenimiento.
No se había equivocado al pensar que era bonita. Lo era. Era pequeña y sencilla, blanca y limpia, y tenía un aroma suave y fresco.
Cerró entonces los ojos, suspirando al entender ahora con claridad porque había sentido el impulso de recogerla; le había recordado a ella.
Suspiró, pensando que si de toda la fortaleza había un lugar donde encontraría tranquilidad serían los jardines, así que bajó las escaleras a paso rápido esperando que no hubiera nadie en el lugar, pues era media tarde y el sol casi había caído en el horizonte, por lo que las chicas seguramente se habían ido ya a sus quehaceres o a sus casas con sus familias; así que seguramente estaría tranquilo allí.
Tal y como esperaba el lugar se encontraba vacío, y complacido bajó los escalones de mármol, rodeando la fuente de agua y los abetos para sentarse en el muro de piedra en el que le gustaba reposar mientras perdía sus ojos dorados en la clara y cristalina agua del lago a los pies de la montaña, dirigiendo sus pasos allí, encontrándose de pronto con que no estaba realmente solo en el lugar.
Hubiera suspirado irritado al descubrirlo, pero no tuvo ocasión de hacerlo, ya que algo robó totalmente su atención, atrayendo sus ojos miel claro e hipnotizándolo como en un hechizo.
Mas no era ningún hechizo ni una brujería… era real, y estaba ahí frente a él.
Una joven doncella estaba arrodillada en el suelo trenzando su largo cabello oscuro con dedicación, sin notar la presencia de Altaïr hasta que estuvo a menos de dos pasos de distancia de ella. La muchacha entonces reparó en que no estaba sola y se sobresaltó, levantándose súbitamente, dejando la trenza a medio hacer. Finalmente tragó saliva al ver que el hombre frente a ella no parecía tener intenciones hostiles y desfrunció un poco el ceño desandando los pasos que había retrocedido.
—Hola —saludó la joven, sin dejar de mirarlo —la paz sea contigo.
Se notaba que aun estaba algo intimidada, sin embargo se mantuvo firme y amable esperando la respuesta de Altaïr, que se había quedado de piedra.
En su vida había visto una mujer como ella.
Era hermosa, de aspecto extrañamente exótico, con sus grandes ojos negros brillando a la luz del atardecer y su largo cabello a medio trenzar cayendo sobre su espalda hasta la cintura, donde un cinturón de perlas adornaba el vestido blanco anaranjado que llevaba. Su piel era dorada y bronceada, pero no tan oscura como podría esperarse para ser alguien de Tierra Santa. Sus mejillas se tiñeron de rojo pálido al ver que él la estaba examinando, y la joven apartó la mirada confundida, clavándola en los arboles a su lado haciendo que Altaïr finalmente saliera de su trance.
El águila movió la cabeza a ambos lados para despejarse, sintiéndose estúpidamente fascinado, frunciendo el ceño ante esa idea absurda.
—Y contigo —respondió finalmente Altaïr recordando el saludo de la joven—. Eres nueva por aquí —afirmó Altaïr sin titubeos—, no te había visto antes.
Ella asintió, confirmándolo.
—He llegado hoy —respondió suavemente, con su voz tranquila y melodiosa que parecía hipnotizarle—, el maestro Al Mualim hizo que me trajeran desde el sur, donde he vivido hasta ahora.
Altaïr simplemente asintió, ignorando que podía querer Al Mualim de la chica, sin saber que más tarde lamentaría el interés de su maestro en ella. Ahora solo sabía que se alegraba de que se hubiera fijado en ella porque de otro modo no habría llegado a conocerla.
Avanzó entonces sin decir palabra, así que ella lo hizo por él, rompiendo el silencio tranquilo que se había formado.
—Soy Adha —se presentó la joven con una sonrisa fugaz—. Eres el primero con quien hablo aquí, en realidad.
—Altaïr —respondió él sin añadir nada, sin saber si sentirse confuso por su agradecimiento o de otra manera.
Ella sonrió más ampliamente entonces, dejándole anonadado; y aunque no lo demostrara en ningún momento, su corazón latía acelerado y en rebeldía hacia las palabras de sobriedad de su maestro.
La muchacha tenía una sonrisa tan dulce y cálida… jamás nadie le había sonreído a él de esa manera, sincera e inocentemente sin esperar algo a cambio, que no fuera lujuriosa o socarronamente … nunca.
—Águila en vuelo —repitió ella sin perder su sonrisa, sacándolo de sus pensamientos de nuevo—. Tienes un hermoso nombre, Altaïr, ¿sabes? siempre me dijeron que cuando…
Sin embargo se interrumpió a si misma cuando ambos escucharon unos ruidos procedentes del castillo que se acercaban con rapidez, mostrando a varias de las mujeres que bajaban con paso rápido las escaleras en dirección hacia ellos irritando a Altaïr y sorprendiendo a Adha, a quien claramente habían ido a buscar con algún propósito de Al Mualim.
—¡Adha, ven aquí, debemos irnos! —exclamó una de las chicas, llamándola—. ¡El Gran Maestro desea verte ahora!
Entonces las muchachas se acercaron, y haciendo una reverencia a Altaïr, tomaron a Adha de la mano y empezaron a alejarse llevándosela con ellas; sin embargo ella se volvió hacia él, clavando sus ojos negros en los suyos dorados antes de perderse escaleras arriba; y Altaïr leyó sus labios, entendiendo claramente las palabras que ella murmuró para que las otras muchachas no la oyeran.
—Gracias —había dicho ella sin realmente saber que era él quien debía agradecérselo a ella.
Asintió, decidiendo que guardaría esa flor para ella.
Con la decisión tan clara en su mente y en su corazón Altaïr dio media vuelta y subió al caballo echando a cabalgar destino a Masyaf, ahora sin volverse a mirar el pasado, pues todo lo que le esperaba estaba hacia delante, en el horizonte, su futuro con ella y la vida que tendrían juntos.
Adha, su Adha.
La única que había robado su hasta entonces vacío corazón.
Cabalgó durante horas sin descanso, sin detenerse a comer o a dormir, deseando cruzar las puertas de piedra lo antes posible. Tan solo deseaba entrar en el castillo, cruzar las salas y bajar las escaleras, correr hacia ella y rodearla entre sus brazos mientras le abrazaba y susurraba su nombre tan suave y cálido como ella solo sabía hacerlo, derritiendo la soledad y brillando como un sol para él. Su sol, su rayo de esperanza de otra vida, de poder amarla para siempre y ser alguien mejor de lo que era ahora.
Rayaba el alba sobre el horizonte cuando Altaïr finalmente cruzó las puertas de Masyaf, cruzando las puertas con las primeras luces pálidas y brillantes asomando tímidamente en el horizonte. Y ni aún así detuvo sus pasos, corriendo colina arriba cabalgando sin cesar espoleando al agotado caballo por las calles de la ciudad, subiendo finalmente la tan conocida cuesta de la fortaleza; territorio de la Hermandad, entrando en su hogar.
Cruzó las puertas de madera sin molestarse en ir a ver al Maestro Al Mualim, ahora solo lo importaba una cosa, ella. Corrió escaleras abajo atravesando los jardines, hasta que la vio.
—Adha —dijo Altaïr sencillamente, abrazándola.
Ella rió entre sus brazos rodeando su cuello, apoyando y recostando su cabeza sobre el hombro del sirio, que no dejaba de sostenerla entre sus brazos como si la necesitara para respirar.
—Altaïr —dijo ella riendo suavemente—, has regresado pronto, no te esperaba hasta dentro de dos días. ¿Qué ha pasado?
Finalmente Altaïr se separó lo justo para que sus ojos se encontraran, negro y dorado, como el cielo nocturno y el sol cuando se encontraban al alba.
—No importa —desvió él, deseando dejar los asuntos de sangre y muerte para otro momento—, estoy aquí ahora, contigo.
Y sin más, la besó.
Unió sus labios suavemente al principio, a pesar de su desesperación, dejando que el beso lo dominara y se volviera salvaje sin darse cuenta de cómo, recorriendo sus labios cálidos y suaves con su lengua, danzando con ella en una lucha por dominar el beso que ella permitió que el ganara, dejándose dominar suspirando entre sus labios, mientras él devoraba su boca y recorría su espalda con las manos, aferrando su cintura para atraerla hacia él.
Entonces sin que ella se diera cuenta, él sacó la pequeña flor de su brazal agradeciendo a los dioses que no se hubiera estropeado con el largo viaje, y la puso entre sus cabellos, enredándola en la negra cascada que caía sobre los hombros de la joven contrastando su oscuro cabello con el pálido blanco de la florecilla, jugando en una perfecta armonía.
Ella observó la pequeña flor en su pelo sonriendo tiernamente al ver lo que el Assassin había hecho por ella, sorprendida por el gesto.
—¿Y esta flor? —dijo alegremente—, ¿dónde la has encontrado? no es habitual de estas tierras.
El asintió entendiendo que seguramente ella sabía de qué flor se trataba.
—Estaba en el desierto —respondió él, aun abrazándola—. Quería que la tuvieras.
Ella sonrió más ampliamente recostándose sobre él, que la meció entre sus brazos apoyando su cabeza sobre la de ella, cerrando los ojos y sintiéndose en paz con la vida después de mucho tiempo.
—¿Sabes, Altaïr? si algo agradezco a los dioses cada día —dijo Adha también con los ojos cerrados—, es que Al Mualim mandara traerme a este lugar, ya que eso me ha llevado a ti.
Altaïr se separó de ella un poco y alzó el mentón de la joven para mirarla a los ojos.
Quería decir te quiero, quería decir te amo, quería decirle cuanto la amaba y significaba para él. Pero las palabras no salían de sus labios, muriendo en su garganta como si quemaran, a pesar de que el que moría de amor por dentro era él, amándola más cada día, como al aire que respiraba.
Sin embargo no hicieron falta las palabras, ella lo sabía.
Su amor estaba ahí, no hacía falta que lo dijera en voz alta. Ella lo conocía bien, aunque no lo dijera en voz alta para no herir su orgullo.
—¿Entramos? —dijo finalmente Altaïr, separandose, tomando su mano y entrelazando sus dedos.
Ella sonrió, asintiendo.
—Entremos —respondió sin dejar de sonreír.
Y sin saber que les depararía el futuro entraron en la fortaleza, la flor y el águila, esperando vivir siempre como hasta ahora. La vida era perfecta en ese instante…
Y ellos lo sabían.
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A/N — One Shot corregido técnicamente y limpio de errores, ya le hacía mucha falta.
Lo cierto es que estoy orgullosa de este, pues fue literalmente el primer Altaïr/Adha de Fanfiction, por eso le tengo cariño especial, y ojala a aquellos que lo leáis ahora, os guste.
Os seré sincera. Adha es un personaje que ha llegado a gustarme mucho, puesto que es el tipo de personaje femenino que yo mas valoro y (salvando sus errores) creo con total certeza que si no hubiera muerto, Altaïr hubiera estado y se hubiera casado con ella, dado que Adha fue su primer amor (como Cristina para Ezio) aunque tras su trágica muerte se enamorara de María.
P.D — Tened en cuenta que esto es una precuela de AC1, eso quiere decir que Altaïr es aún arrogante y menos abierto, sin embargo se esfuerza en ser mejor por ella; pero no ha dado el "cambio" que provocó la traición de Al Mualim y los descubrimientos del Fragmento… aún. Es importante señalar esto.
¿Me dejáis vuestra opinión en un comentario? Me encantará leerlas.
