Capítulo 1: Brilla en mi oscuridad - (Shine into my darkness)
-¡Cierren las puertas de inmediato! ¡Es una orden! -Chilló Austria, furioso, paseándose por su inmensa habitación del palacio vienés de Hofburg [1]. -¡No quiero ver ni un alma por estos pasillos!
-Pero... Aún no podemos hacerlo, hay todavía una chica esperando. -Hizo uno de los criados a su servicio, asustado por la reacción de su amo. -Lleva más de dos horas aquí.
-¡Que se vaya! ¡Hacedla marchar! -Gritó aún más irritado. ¡Es una orden! -Y el subordinado de Roderich obedeció sin más. No podía replicarle de ninguna de las maneras. El aristócrata se dirigió, algo más relajado y calmado después de dar instrucciones a su piano. Aunque no lo pareciera, estaba realmente deprimido y hundido. Hacía más de veinte años que esperaba a su futura esposa, Hungría; la cual estaba luchando en la guerra contra Prusia, Francia y España. El vienés le prometió que, cuando volviera de combatir, se casarían y vivirían felizmente el resto de sus vidas en la capital austríaca y del imperio.
Pero pasaron los meses y los años y Hungría no volvía. Nadie; absolutamente nadie tenía noticia alguna de ella. Algunos decían que fue asesinada por Prusia; otros, que el mismo la raptó y aún sigue recluída en su casa; y finalmente, unos pocos que confiaban que seguía con vida, peleando por su amor, por mantener su imperio unido e indestructible para siempre, y que volvería en cuanto la guerra terminara.
Pero los dirigentes austríacos habían perdido la paciencia y se negaron a seguir esperando a Hungría. Querían anexionar otros territorios de Europa, para mantener el poder que ya tenían y aumentarlo, y por eso convocaron las principales naciones de Europa al palacio de Hofburg de Viena para que Austria escogiera con quien quería anexionarse. De momento, había sido un fracaso absoluto. De la habitación solo se oían los aullidos de rabia del germánico, y unos segundos después, la nación invitada salía corriendo despavorida de miedo. Austria no quería a nadie más que su prometida; y estaba convencido que volvería, aunque los años de desamor le habían provocado profundas heridas en su corazón que no serían nada fáciles de sanar. Él no podía admitirlo, pero estaba ansioso por enamorarse locamente de nuevo y volver a amar.
Mientras interpretaba el primer movimiento de la sonata de claro de luna de Beethoven, una de sus piezas tristes por excelencia, oyó el ruido de la puerta que se abría. Ahogó otro bramido cargado de ira.
Avanzó caminando con paso rápido y seguro una joven chica de pelo largo, ondulado y castaño oscuro hasta los hombros, sus ojos verdes que brillaban con la luz del sol que entraba por los enormes ventanales del palacio desprendían inquietud, nerviosismo e incluso audacia. Era alta y delgada, su piel ligeramente tostada, y las facciones de la chica le eran algo familiares al austríaco, aunque no sabía de qué le sonaba aquella cara redonda de mejillas rojas y ojos grandes, bien perfilados, brillantes y expresivos como dos lunas.
-¡Siento interrumpir de esa forma una preciosa obra maestra como esa que estaba interpretando, pero necesito hablar con el senhor Austria ahora mismo! -Fueron sus palabras. Su voz, al hablar, era grave pero melódica por el curioso acento que tenía, y era incluso agradable al oírla; eso le hizo pensar al austríaco que aquella chica era muy buena cantante. Al germánico, esa bella voz le sonó igual de bonita que una sinfonía; y esbozó una ligera sonrisa.
-No importa. -Hizo él secamente. Se fijó en la chica más detenidamente: detrás de sus brazos escondía un pequeño instrumento. Aquello, obviamente, gustó al aristócrata. -¿Qué clase de instrumento es ese? -Preguntó curioso. De repente, aparecieron dos guardas que agarraron la chica por los brazos. Ella ahogó un chillido agudo. Austria frunció el ceño y soltó:
-Déjenla ir.
-Pero... Usted ha ordenado antes que nadie entrara a su cuarto, señor Austria. -Hizo, asustado, uno de los vígias. El vienés mostró los dientes, enfurecido de nuevo.
-¡He dicho que la suelten ahora mismo! ¡Y desaparezcan de mi vista, zoquetes! -Una vez que la voz irada de Austria resonó de nuevo entre aquellas cuatro paredes, los criados marcharon corriendo, sin comprender nada.
-Prosigamos después de esta estúpida interrupción. -Roderich suspiró, agotado y se ajustó las gafas, para volver a preguntar: -Decía... ¿qué instrumento es ese...?
La joven sonrió, satisfecha, y sus mejillas tomaron un color más rojizo. -Uma guitarra portuguesa, típica de mi país. En Portugal interpretamos el fado, una música tradicional, con ella. [2] Los portugueses amamos la música y las artes. -Hizo con seguridad; ella era muy inteligente y sabía que aquellas palabras agradarían al noble vienés, melómano apasionado. Los ojos de Austria se entrecerraron, mirándola con curiosidad.
-¿Cuál es su nombre?
-Deolinda, senhor.
-Completo, por favor. -Apuntó Roderich.
-Deolinda Carriedo, senhor. -Contestó rápidamente y sin dudarlo, y luego añadió: -Soy Portugal.-Entonces Austria recordó de que le sonaban aquellas facciones y aquella composición familiar: eran las mismas que las de un antiguo amigo y aliado suyo: España. Ahora ya no lo era, de amigo suyo, justo lo contrario: Hungría luchaba contra sus tropas. Estaba claro que Deolinda era familiar directo de su enemigo. Eso no hizo gracia alguna al noble austríaco.
-¿Qué relación tiene con Antonio Fernández Carriedo?
-Soy su hermana pequeña, senhor. -Austria bufó y se giró, horrorizado. Por un segundo había llegado a imaginar que podía llegar a gustarle aquella chica, ¡qué tontería! Hermana de su enemigo y vestida con cuatro harapos, que demostraban la profunda crisis y pobreza de sus tierras... ¿De verdad podría ser Deolinda la esposa del gran imperio austríaco, por más que amara la música?
-Fuera de aquí. No me hagas perder más el tiempo contigo inútilmente. -Ordenó ariscamente. A diferencia de los otros países, Portugal no movió ni un dedo. -¿Que no me has oído? He dicho que marche de aquí ahora mismo.
-Lo oí perfectamente, pero me niego a hacerlo. -Le contestó despectivamente la nación atlántica; al escuchar aquello, Austria sacó los dientes, y estuvo a punto de acercarse a la joven para echarle cuatro gritos, pero no lo hizo porque estaba ya harto de chillar. Entonces, mientras caminaba con aires de superioridad por todo el cuarto, añadió:-Llevo mucho tiempo esperando ahí fuera para que ahora me haga usted fuera en cinco minutos. Me niego rotundamente a irme.
-¿Qué quiere exactamente, Portugal? ¿Por qué está usted aquí? -Preguntó entonces el austríaco, para sorpresa de la chica, que se pensaba que llamaría a sus criados para echarla. Sin embargo, su expresión era furiosa, y su ceño estaba fruncido. Se llevó una mano al entrecejo.
-No lo sé. Mis superiores me mandaron aquí. -La lusa se detuvo y sus ojos verdes como los prados del Tirol se juntaron con los violeta amatista de Austria, en unos segundos intensos en los cuales a ambos se le cortó la respiración por algún motivo desconocido.
-¿Sabe, no obstante, para qué pedimos a las naciones que vengan aquí, no?
-Sim. Está usted buscando pareja de nuevo. -Hizo ahora algo burlescamente la lusa. -Pensaba que tenía usted suficiente con Hungría, bien hermosa e inteligente que es ella... Mais não! usted como todos los hombres, con una no tenéis suficiente...
-¡¿Pero quién se ha creído que es para hablarme de esa forma tan indecente!?
-¿Y usted? Solamente es un intelectual aristócrata que dice saber qué es el amor cuando en realidad, jamás lo ha experimentado. -Con aquellas palabras, Austria se habría subido por las paredes, pero no lo hizo, solamente dejó ir unos cuantos gritos de ira más:
-¡Le pido por enésima vez que pare de faltarme el respeto! -Dicho esto, se giró y bufó, mientras intentaba relajarse maldiciendo en alemán.
-De acuerdo, senhor.
Después de unos pocos segundos de silencio incómodo, el germánico se giró, aún con una expresión molesta en su rostro, y volvió a introducir palabra:
-Y... ¿si dice saber usted tanto sobre el amor... was ist das für Ihnen? [3] -A pesar de que la pregunta estaba formulada en alemán, Portugal la comprendió, abrió los ojos, asombrada. Le extrañó que el hecho de que el aristócrata germánico le preguntara aquello, ya que aún estaba lleno de rabia por la solamente defensiva posición de superioridad en la que la lusitana se había autocolocado.
-Es la sensación de saber que sin una persona muy importante para su vida, usted no será nada más que un cuerpo sin alma ni sentimiento. -Algunas lágrimas se acumularon en los bordes de los ojos de Deolinda.
-¿Ha estado enamorada usted realmente alguna vez?
-En realidad no... Pero no tardaré demasiado en hacerlo... -Murmuró con tristeza. Su mirada tierna se encontró con la del austríaco. Había algo allí entre ellos que le sorprendía profundamente al vienés pero, a la vez, le gustaba, una sensación que jamás había experimentado. Restaba allí, plantado, aún contemplando la muchacha lusa como hechizado. Lo cautivaba tanto su cuerpo, como su mirada diáfana, como sus pensamientos, como su voz dulce... Todo. El vienés apartó la mirada de ella un instante, algo molesto; sintiendo que algo se formaba en su interior, le removía las entrañas y hacía que su corazón se acelerara inconscientemente. Se sonrojó de sentirlo tan directamente. Deolinda seguía mirándolo, mientras algunas lágrimas empezaron a saltar de sus ojos, fluyendo como ríos por sus pómulos ya empapados. Entonces, Roderich se liberó de las pesadas cadenas que su mente misma le habían colocado que le impedían moverse, y avanzó decididamente hacia ella, le levantó ligeramente el mentón para que le mirara directamente a los ojos y se acercó lentamente a sus labios. Ambos podían percebir el latido del corazón del otro. Fueron apenas cinco segundos que transcurrieron como horas. Una enorme corriente de electricidad fluyó incontrolablemente por el cuerpo de la lusa y se escampó por el del vienés también. Deolinda rompió el beso con delicadeza, mientras una enorme sonrisa se le formaba en los labios.
-Fräulein... Puede que me enamore de usted ahora mismo... -Admitió el aristócrata, con un hilo de voz, aún hechizado por aquello tan magnífico que acababa de suceder.
-Puede que yo también, senhor Austria... Y también puede que no olvide nunca jamás este beso que me ha regalado... -Y dicho eso, rompió a llorar desconsoladamente. "Tan dura y prepotente que parecía por fuera, tan blanda y tierna que es por dentro..." Pensó el vienés, mientras la rodeaba con los brazos con un fuerte abrazo. Y cuando sus miradas apasionadas y ardientes se mezclaban, y cuando sus labios estaban a punto de juntarse de nuevo en otro beso, un grito estridente procediente del exterior interrumpió su universo paralelo.
-¡Hungría volvió de la guerra! ¡Hungría está aquí con la victoria!
-¿U-Ungarn? [4]-Balbuceó el noble austríaco, sin poder creer todavía que aquello estuviera sucediendo realmente.
-¡Dejen paso a la gran nación húngara! -Se oyó resonar por los pasillos de Hofburg; la gente se apartaba al instante al ver la joven muchacha de pelo color tierra claro, largo y rizado, vestida con los trajes de guerra, completamente arañados y desgastados por todas bandas. Las puertas de la habitación de Austria se abrieron. Los brazos de Roderich dejaron de rodear los hombros de Deolinda y Elizaveta y Roderich se miraron el uno al otro durante largo rato.
-¡Roderich, mi amor! ¡Volví! ¡Estoy aquí por ti y para ti! -Gritó con un penetrante chillido agudo que heló los huesos del austríaco de la emoción de ver a su querida esposa después de tantos años.
-¡Elizaveta! -Deolinda se llevó ambos brazos a los ojos para ocultar sus silenciosos llantos. Algo le oprimía el pecho y la dejaba sin respiración. Intentó tomar aire de cualquier forma, pero le fue imposible. Se desplomó en el suelo de desconsuelo mientras contemplaba la desgarradora escena: su nuevo amor, del cual se había enamorado a primera vista apasionadamente, besándose con la que sería su esposa. Intentó soltar un chillido para desfogar toda la rabia que se hallaba dentro suyo, pero no pudo, y tampoco osó cortar con sus amarguras que a nadie importaban aquella escena tan importante para Austria y Hungría. Se levantó mientras todo el cuerpo le temblaba para desaparecer para siempre por la puerta de la inmensa sala del palacio.
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¡Buenas!
He aquí la primera parte de mi segundo PortAus, AusPort (...?) Siento una obsesión casi enfermiza por este desconocido pairing. De hecho, creo que me lo he inventado yo misma (nadie me comprende ;_;)
Apuntes:
1- Palacio de Hofburg: Palacio principal de Viena, situado en el centro de la ciudad. Residían en él los monarcas del imperio austríaco y del imperio austrohúngaro. Literalmente, significa 'palacio de la corte'.
2- Fado y guitarra portuguesa: El fado es la música más característica y conocida de Portugal. Destaca por ser un canto lleno de tristeza y amargura. La guitarra portuguesa es el instrumento más corriente de representar este tipo de música.
3- Traducción (alemán): ¿Qué es eso para usted?
4- Traducción (alemán): ¡¿Hungría!?
Otras traducciones evidentes del portugués: Senhor (Señor), uma (una).
Me gustaría añadir que los títulos de los capítulos no me los he inventado yo, los he copiado (?), bien, no del todo; en realidad son fragmentos de canciones que me gustan. Este en concreto es de una canción que presentó el país de Rusia (no el de Hetalia, el real) para Eurovision de este año, Shine, de las gemelas Tolmachevy. Si no conoceis la canción os la recomiendo, es realmente hermosa, casi tanto como Austria (?)
Gracias de verdad por darle una oportunidad. Espero que os haya gustado, intentaré colgar pronto el siguiente capítulo, y todos los otros AusPort que he escrito (unos 81.827.437, o algo así...)
¡Hasta pronto, nos leemos!
mozartfangirl
