EL FUEGO QUE CONSUME
I: Inflamable
"inflamable. adj. Que se enciende con facilidad y desprende inmediatamente llamas."
2013. TESTIMONIO ANÓNIMO.
Conocí a Grindelwald en Durmstrang, yo estaba en séptimo cuando él iba en sexto. Era exactamente el mismo tipo que luego apareció en todas las publicaciones del país, tenía la misma sonrisa que aparentaba anunciar que el mundo entero le pertenecía. ¡La misma cara! Lo recuerdo muy bien porque... bueno, dudo que alguien de aquellos días no lo recuerde; tenía sus modos para hacerse destacar.
A todos les caía bien, eso lo puedo asegurar. Hasta a los maestros que se quejaban de sus malas notas y su falta de atención en clases. Era ingenioso; muy ingenioso porque nadie se dio cuenta de sus dotes para la manipulación. Bueno, no hasta que pasó lo que pasó y lo expulsaron.
Aun así, nadie hubiera creído que se convertiría en lo que fue después. Hasta cierto punto todos pensábamos que sus experimentos no tenían nada de anormal, que eran cosa de niños. Y le seguíamos el juego. Incluso con el fatal incidente que lo dejó tan mal parado en el Instituto, yo nunca pensé que fuera una mala persona; tal vez había perdido un poco la prudencia, pero era sólo un chico al que le gustaba divertirse con la magia. Era igual a todos nosotros en ese sentido.
Febrero, 1899. GELLERT GRINDELWALD.
Es invierno así que el frío en los terrenos de Durmstrang es insoportable; por esa razón me veo obligado a quedarme en la sala común, tratando de entretenerme con algunos hechizos de principiantes. De mi varita saltan algunas chispas que dan vueltas en el aire como una hilera de hormigas doradas siguiéndose una a la otra; se acomodan a mi voluntad para formar el símbolo de las Reliquias.
¡Cómo me persiguen, me atormentan en mis sueños! Las Reliquias de la Muerte.
La Varita de Saúco es la representación del Poder Absoluto y es la más importante. De ser sostenida en la mano del mago adecuado, naciones podrían ser destruidas con un hechizo que con ella se produjera. La Piedra de la Resurrección es la capacidad para enmendar errores; no me preocupa mucho de momento porque no hay nadie en el mundo que valga tanto la pena como para ser regresado a la vida. La Capa de la Invisibilidad conlleva el poder de escapar en el momento adecuado; un objeto un tanto inútil cuando tienes dominados los encantamientos de Desilusionadores. Pero fuera de su valía por separado, tenerlas todas equivale a convertirse en el Amo de la Muerte. No es exactamente mi prioridad número uno, pero el título atrae. Gellert Grindelwald: Amo de la Muerte; no se puede negar la grandeza de una persona a la que se puede llamar así.
Hasta los que se dicen más sabios han descartado su existencia sin darle el mínimo de importancia. Idiotas. ¿Cómo es posible ser tan ciego? La mitología mágica está plagada de referencias a la realidad; hacer de menos el mito de las Reliquias sólo porque su fuente es una lectura infantil en nuestros días es una reverenda falta de buen juicio. Pero por mí mejor. No me interesa tener competencia en mi búsqueda.
Me entretiene pensar en lo que haré una vez que consiga las Reliquias. No es una fantasía, estoy seguro de que mi destino es encontrarlas y usarlas para terminar con esta era de nefasto aburrimiento. Y tal vez para mejorar el mundo. Todavía no llego a esa parte, pero estoy en eso. El hecho es que ese es mi destino; he sido dotado de habilidades extraordinarias para la magia y con la organización necesaria podría convertirme en el mago más renombrado del siglo o hasta del milenio. Con mi capacidad para ver cosas que otros tienen miedo de ver, podría cambiar el mundo para bien y para siempre.
Anhelo el día en que las paredes de este Instituto dejen de mantenerme cautivo. ¡Ser libre para recorrer el mundo! Mientras tanto estoy aquí, sentado en este ordinario sillón en medio de estos ordinarios imbéciles cuya única preocupación es impresionar a las ordinarias brujas que los observan desde el otro lado de la habitación. Estoy aburrido.
Con un golpe seco, cierro el libro que mantenía abierto en mi mano derecha. Las chispas doradas desaparecen y me guardo la varita en la túnica. Siento la atención girar hacia mí. Ni siquiera había notado que estaban conversando a mi alrededor; parecen sorprendidos de que no tenga comentarios al respecto.
Seguro era sobre los deberes o alguna cosa aún menos interesante. Miro la montaña de libros, pergaminos y plumas que se acumula sobre la mesa de centro. No soy capaz de reprimir una mueca ante la idea de tener que reportar mis ideas sobre la revolución de los duendes a un ordinario profesor que no entendería mis comentarios vanguardistas; dudo que haya alguien en el castillo entero que pueda entender tan siquiera uno de mis ensayos. Lo único que los maestros hacen es leer la primera frase, revisar que tenga el largo correcto y poner una nota considerando ambas cosas. A veces me felicitan; pero casi estoy seguro de que lo hacen sólo porque creen que necesito algún tipo de validación.
—Esa muchacha te está mirando, Gellert —escucho decir a Drescher.
Al parecer, el tema de su plática es aún menos interesante que los deberes. No me molesto en mirarlo o en mirarla a ella. Todas las brujas son iguales, de cualquier modo.
—Es atractiva —interviene Brandt; a él no hay forma de no verlo, está sentado frente a mí con el rostro ruborizado y la mirada clavada en la dirección de las chicas.
—Si así te parece, ¿por qué no vas y conversas con ella en lugar de aturdirme con tus comentarios? Avísenme cuando tengan temas de interés de los que hablar y tal vez considere regresar.
Dejo el libro sobre la mesa, junto a los otros, y me levanto de mi asiento. No hay forma de que soporte una charla más de este tipo; no el día de hoy, así que me dirijo a la salida de la sala. Escucho a los chicos detrás de mí discutir.
—¡Mira lo que has hecho! —es lo último de lo que me entero antes de salir por la puerta al pasillo. Camino sin rumbo establecido, dejando que mis pies me lleven.
A mis dieciséis años tengo cosas mucho más importantes en las que pensar que en romances de colegio. Hay un mundo de maravillas allá afuera que espera por ser descubierto y aunque ahora estoy confinado en este castillo, algún día no será así y tengo que estar listo para cuando mi momento llegue.
1997. ADRIAN VANCE, en una carta a RITA SKEETER.
Dumbledore y yo éramos buenos amigos en Hogwarts. Ambos estábamos en Gryffindor, en el mismo año. Siempre me ayudaba con mis deberes de Transformaciones porque yo era pésimo. Nunca lo vi de mal humor, nunca le gritó a nadie, era bastante tranquilo. Voy a sonar a disco rayado pero era lo que todo el mundo ha dicho: el estudiante perfecto.
Los que teníamos la suerte de ser cercanos a él más o menos comprendíamos que había problemas en su familia, pero sólo Doge sabía con exactitud sobre eso. De hecho, Doge era el único que podía mantener una conversación con su hermano; yo nunca intenté tomarme esa molestia. Francamente...
Es cierto que era reservado, siempre lo fue, desde que entró al colegio, así que no nos parecía extraño. Pero era un buen chico, nadie lo duda, nadie le va a decir lo contrario. Si está buscando a alguien que diga pestes de él, no creo que lo encuentre fácilmente. En Hogwarts nunca tuvo enemigos, si acaso personas a las que les era indiferente.
Marzo, 1899. ALBUS DUMBLEDORE.
Estoy en el bosque, en medio de la noche, tropiezo con algo y resulta que me tuerzo el tobillo. El dolor es cegador, pero tengo que concentrarme. ¿Qué hay a mi alrededor? Arbustos, ramas, seguramente animales curiosos. Claro que, en teoría, si este sujeto fuera yo, fácilmente podría hacerme un encantamiento para detener el sangrado y otro para que mi pierna flotara sin tocar el suelo, pero ese no es el punto.
No puedo evitar suspirar. Es difícil imaginar situaciones precarias cuando estoy tan cómodamente recargado en uno de los mullidos sillones de la sala de Gryffindor, con la calidez de la crepitante chimenea manteniendo mi cuerpo en estado de reposo. O bueno, así quiero justificarme, porque normalmente no tengo problemas con representar ideas hipotéticas en mi cabeza.
Siento como si algo me preocupara pero no estoy seguro de qué. He terminado todos los deberes, estoy perfectamente al corriente tanto en las clases como en mis sesiones de estudio para los ÉXTASIS, he respondido la última lechuza de mi madre y hasta donde yo sé, mi única tarea pendiente es precisamente lo que me ocupa ahora: el artículo para Transfiguración Hoy sobre el uso de la transformación como auxiliar en emergencias.
Y sin embargo, mi mente no desea colaborar; es la más extraña de las ocurrencias.
Bajo la mirada al pergamino casi vacío entre mis manos. Hay unas cuantas frases garabateadas en letra pequeñísima en la parte de arriba y, después de releerlas, las tacho con mi desgastada pluma negra. A mi lado, Elphias toma notas de un libro de Herbología, y frente a mí, mis compañeros de estudio están completamente perdidos en sus libros. Tal vez podría preguntarles su opinión sobre el tema en cuestión. No es que crea que me puedan ser de ayuda con el lado técnico, pero uno nunca puede despreciar un punto de vista nuevo, por más impreparado que este sea. Contemplo la idea por un segundo para luego desecharla. No creo que estos chicos necesiten de más pensamientos con los que atestar sus cabezas. Quizás le pregunte a Elphias, después, si se da la ocasión.
Antes de darme cuenta que se ha acercado, escucho la voz áspera de mi hermano dirigirse a mí.
—Oye, tú —me dice mientras se planta frente a mí. Levanto la cabeza para verlo; sé que hay un ligero desdén en mis ojos y no lo puedo evitar.
—Dime, Aberforth —insto con propiedad, no sé si para ejemplificarle la manera correcta de dirigirse a otra persona, o para molestarlo con lo que él llama mis modales arrogantes. La tranquilidad en mi voz lo saca de quicio, estoy seguro, pero no hay razón para que yo le hable de manera diferente.
El resultado es el esperado, me mira con molestia, al igual que como me habla.
—Necesito que le escribas a Madre por mí.
—¿Por qué no le escribes tú?
—Yo no tengo una lechuza, ¿recuerdas? —dice con transparente impaciencia.
—Puedes tomar una prestada de la lechucería.
—Sabía que intentar pedirte un favor era una mala idea. Olvídalo, eres insoportable.
No me sorprenden sus palabras. Se va hecho una furia y yo lo sigo con los ojos. Me cuesta entender su comportamiento pero al menos ahora puedo predecirlo. Regreso la mirada para descubrir que los muchachos me miran; al parecer habían estado de espectadores silenciosos durante un buen rato. Entiendo que esperan algún comentario.
—Si soy indulgente con él en esto, después no sabrá como hacer las cosas por sí mismo —justifico y sacudo los hombros. Los veo a todos asentir desde sus lugares; de repente, me parece un poco perturbador. Una sensación de disgusto se trepa por mi estómago. No tengo ganas de seguir aquí.
Me levanto de mi asiento con un montón de pergaminos y una pluma apretujados en mi mano izquierda.
—Tengo que ir a la biblioteca —les digo; tal y como imaginaba, hacen ademán de levantarse—. No se molesten, por favor. Este artículo todavía necesita ser pulido y creo que debo concentrarme completamente en él. Ahórrenme la vergüenza que sentiría de aburrirlos con mi falta de conversación.
Apenas camino un poco escucho la voz de Elphias llamarme. Me alcanza en mi camino hacia el agujero del retrato y una vez ahí, me doy la vuelta para verlo. Por encima de sus hombros puedo notar las cabezas que nos observan.
Él no los ve pero estoy seguro de que lo sabe también.
—Te veré frente al lago a las cinco, ¿está bien? —le digo con una sonrisa que se siente algo secreta; me devuelve el gesto inmediatamente, para luego regresar con los demás chicos.
Salgo de la sala común con camino a la biblioteca. Al doblar el primer pasillo, una tonadita se me queda en la cabeza y no puedo evitar tararearla por lo bajo. Me siento mucho más tranquilo, pero no quiero ahondar en la razón. No ahora, cuando puedo visualizar perfectamente a un mago desorientado, en medio del bosque, con un tobillo herido, sin ninguna otra defensa que su varita y un par de hechizos de transformación en la memoria.
¡Podría caminar dando saltitos! De hecho, lo hago. Si alguien piensa que es extraño, no será la primera vez que me pasa. Pero nadie se burlará, no de mí. No de Albus Dumbledore, el alumno modelo, el amigo ejemplar, la mente más brillante de su generación. Me río de los títulos que he oído a otros ponerme.
A veces me pregunto qué es lo que hacen otros magos de mi edad en sus tiempos libres. ¿Qué es lo que haces cuando no tienes ensayos que escribir para El Pionero de las Pociones? ¿Con quién te carteas si no conoces a magos de la talla de Bathilda Bagshot? ¿Qué llena tu vida de emoción si no experimentas con los límites de la magia escolar, si no buscas más allá de los deberes y las notas? Probablemente, lo que otros magos de mi edad hacen es ir detrás de brujas. Una risita sale de mi boca. Eso es algo que definitivamente no haré en este momento. Ni nunca.
Mayo, 1899. GELLERT GRINDELWALD. Terrenos de DURMSTRANG.
El sol está dando sus últimas horas de luz cuando alcanzo el lugar del encuentro. Ya hay un círculo irregular formado por unos diez muchachos que esperan mi llegada. Yo soy la atracción principal y me aseguro de llenar el papel. Camino hasta el centro con una sonrisa y hago una ligera reverencia, a manera de saludo. Veo la emoción en todos los rostros. Me pregunto cual será hoy. Cuál se atreverá a retar en un duelo al que es obviamente el mago más talentoso en todo el instituto. Comienzo a sentir la adrenalina de la batalla chispear en mi pecho. ¿Es lo mismo que sienten todos los que se quedan observando? ¿Los saca de su aburrimiento también?
Porque es la razón por la que todo empezó: estaba aburrido. La idea de un Club de Duelo 'clandestino' vino a mi salvación cuando leía sobre ello en un libro de la historia del Instituto Durmstrang. No me costó encontrar interesados y esparcir la palabra. Como sucede en cualquier tipo de 'Sociedad Secreta', todos quieren enterarse y participar, es la regla. Aunque siendo realistas, de secreto estas reuniones sólo tienen la denominación, porque dudo que alguien no sepa de ellas. Incluso los maestros bromean sobre el asunto y se hacen de la vista gorda ante la idea de que el reglamento prohibiera ese tipo de asociación; seguramente creen que es un buen ejercicio de nuestros conocimientos, que nos ayudará a fortalecer nuestro carácter. Para mí es más un experimento, una manera de conocer los límites prácticos de ciertas maldiciones o ciertos encantamientos que no puedo practicar en mí mismo. Y tan bien, por supuesto, me saca del aburrimiento.
Observo a cada uno de los chicos frente a mí, a la expectativa. Un muchacho que no conozco se adelanta para ponerse frente a mí y hacer una reverencia. Es muy joven, probablemente tenga unos catorce años. Usualmente los chicos que vienen aquí son de mi edad o mayores. Este tiene todavía el rostro de un niño y aunque es alto, es también algo enclenque.
En fin, él sabe a lo que se enfrenta. Y si no lo sabe, está a punto de enterarse.
—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? Es tu última oportunidad de salirte.
Tengo que mostrarme educado, dar el espectáculo que se espera de mí. La condescendencia me sale naturalmente. No se si es inconsciencia o exceso de confianza pero el chiquillo asiente.
—Como desees —digo al momento en que empuño mi varita.
Le cedo los primeros ataques y los esquivo fácilmente. Puedo leerlos en su gesticulación antes de que los pronuncie. Mi falta de ofensiva hace que el chiquillo baje la guardia por un instante y es ahí cuando asesto un golpe, sin pronunciar palabra alguna. Las chispas rojas pegan de lleno en su estómago. Normalmente me tomo tiempo antes de lanzar hechizos realmente poderosos pero hoy simplemente no tengo la paciencia.
Escucho a la audiencia vitorear enaltecida. Algunos por lo bajo elogian mis habilidades para los hechizos no verbales, otros simplemente murmuran alabanzas. Me sonrío. Esta es la cima, esto es lo más alto que puedes llenar en este maldito instituto. El chiquillo frente a mí finalmente ha comprendido que cometió un error al presentarse frente a mí; se tambalea con miedo desnudo en los ojos.
Pienso en las posibilidades del momento. Mi mente acaricia una idea que ha estado cultivando durante mucho tiempo, más del que cualquier idea ha aguantado sin haber sido llevada a la práctica. En este momento, no sería difícil hacerlo. Si soy ingenioso, nadie se dará cuenta. Tal vez sea la única oportunidad que se me presente y no puedo desperdiciarla. Pero... ¿Pero qué? Nada. Tengo que hacerlo, por el bien de la experiencia, de mis habilidades mágicas y de todo lo que estará en mi vida fuera del colegio. Simplemente tengo que hacerlo.
La audiencia está en espera, siento sus ojos en mí. Dejo mi posición de ataque y me mantengo de pie, con las manos descansando a los costados. Miro fijamente a mi contrincante y susurro mentalmente. "Imperio". Las palabras no salen de mi boca pero siento un escalofrío recorrerme sólo de pensarlas. Me pregunto si está funcionando, mientras miro el rostro temeroso del chiquillo que apenas puede mantenerse en pie.
—¿Qué dices? ¿Quiere que lo dejemos aquí?
Mostrar benevolencia en ese momento es más fácil de lo que me parecía. No hay pizca de maldad en mis palabras, a pesar de lo que sé que estoy a punto de hacer.
"Rétame", ordeno mentalmente. "Dime que puedes contra mí".
El chico se retuerce en su lugar pero hace exactamente como le digo.
"Escúpeme". No muestro la satisfacción de ver mis órdenes cumplidas, sino que mi rostro se contorsiona en desprecio. Se elevan exclamaciones de sorpresa en la audiencia.
—No hay razón para ser tan vulgares.
He creado la situación perfecta, un maravilloso espectáculo... Me siento invencible, capaz de tantas cosas impensables. "No te defiendas", le exijo antes de mandar olas de chispas contra su rostro, su brazo y rematar finalmente en su estómago. El chiquillo se dobla y llora de dolor, sangre sale de su boca al momento en que golpea el suelo con sus rodillas, pero no deja de mirarme fijamente con una mezcla de horror y desprecio.
—Acabo de recordar que tengo algo mejor que hacer que estar aquí. Un gusto acompañarlos, caballeros, que tengan buenas noches.
Sonrío con suficiencia ante mi hazaña.
"Si hablas, te mato. Sabes que puedo hacerlo." Eso es lo último que susurro a mi contrincante por medio de la maldición antes de retirarla, hacer una reverencia y dar la vuelta para regresar al castillo.
No lo digo en serio... No creo decirlo en serio, al menos, pero se siente tan bien ser capaz de decirlo; porque es cierto, su vida podría depender de mí, podría matarlo ahora mismo si quisiera. Hay un cosquilleo indescriptible reptando por mi cuerpo, una euforia que jamás había sentido: es el poder. El poder de tener la capacidad de decisión sobre alguien. Y, dios mío, se siente tan bien como nunca creí que algo pudiera sentirse.
Inhalo profundamente y, unos segundos después, la sensación ha desaparecido. La nada la ha reemplazado. Un impulso de volver en mis pasos, de recuperarla, se apodera de mi cuerpo. Pero cuando mi mirada solamente regresa para vislumbrar disimuladamente la escena, no es euforia lo que siento. Es algo que reconozco perfectamente porque las pocas veces que lo he sentido, me han dejado una huella impermeable. Es miedo.
No es pánico, ni arrepentimiento, ni horror, simplemente una gotita de miedo deslizándose por mi garganta, al ver al chico que yace en el suelo con los ojos desorbitados, confundido, como si su alma hubiera dejado su cuerpo para dejarlo ahí abandonado. Miedo porque lo que parecía una idea fantástica hace apenas minutos está comenzando a deslucirse rápidamente en mi cabeza al ver los rostros asustados de los espectadores de mis acciones.
Oh, no hay manera de que esto no tenga consecuencias. Trato de reprimir un pensamiento pero me es imposible. La lógica me encierra en su fría consciencia. Tal vez, en esta ocasión, me excedí.
Abril, 1899. ALBUS DUMBLEDORE. Dormitorio de Gryffindor, HOGWARTS.
A mis diecisiete años, el mundo me parece más grande de lo que me parecía a los diez. Paso las hojas de un atlas, observando las fotografías únicamente, y me pregunto si todo lo que he estado haciendo hasta ahora es realmente necesario. Si pasar todos los ÉXTASIS con honores es realmente un mérito, tomando en cuenta el mínimo de esfuerzo que seguramente me tomará. Cuando hay tantas cosas extraordinarias allá afuera, ¿cómo se compara algo tan ordinario como el colegio a todas ellas? De repente, ya no me siento tan grandioso. No, no puedo pensar así. El honor de mi familia depende de mí, de que yo lo saque del fango para colocarlo en la cima.
Elphias se retuerce a mi lado. Estamos apretujados en mi cama, en el dormitorio de varones. Es Sábado de Gloria, la mayoría de los otros están en sus casas y los dos que se quedaron están estudiando como locos (lo sé porque cuando los vimos en el desayuno, no podían hablar de otra cosa que no fueran los tres tipos de plantas que podían curar la fiebre de Ashwinder y sus características); así que Elphias y yo decidimos apropiarnos del dormitorio para planear los últimos detalles de nuestro Grand Tour, nuestro viaje por el mundo mágico.
Desde que lo sugerí al inicio del año escolar, hemos trabajado en rutas y puntos importantes, por lo que ahora ya sabemos a gran escala de dónde a dónde iremos y por qué medio. Sin embargo, nos ha quedado algo de tiempo libre estas vacaciones por lo que no nos pareció mala idea sentarnos a repasar el plan. 'Sentarnos' en sentido figurado. La cama es muy cómoda, aunque algo pequeña para contener a dos jóvenes de nuestra edad. Recostados sobre nuestros estómagos, con las cabezas metidas en los libros, tenemos que estar literalmente lado a lado, codo a codo. No me molesta, no me molesta para nada. Sólo me distrae un poco la tibia presión, especialmente cuando Elphias se mueve (lo que pasa todo el tiempo). Él está leyendo una guía turística mientras yo examino nuestro mapa y lo contrasto contra el atlas para asegurarme que he colocado todos los destinos en el lugar correcto.
Elphias vuelve a moverse, siento su cadera presionarse contra la mía para después separarse. Se girado para quedar boca arriba. Giro para verlo, tiene el ceño fruncido y está muy concentrado en su lectura. Lo observo: su cabello es mucho más corto y mucho más oscuro que el mío, pero igual de lacio; sobre su frente caen algunos mechones desordenados. Tiene una cara amable que encaja perfectamente con su personalidad. Sus ojos son oscuros también, algo pequeños. Su nariz es curveada, casi redonda, mientras que su boca...
—Según esto, habrá una gran cantidad de tormentas en Rumania durante octubre —dice sin mirarme y yo vuelvo a mi mapa—. ¿Crees que deberíamos mover el itinerario para escaparlas? Podríamos pasar Bulgaria a...
—No, Rumania tiene que ser en octubre o nos perderemos la Semana Oscura de Transilvania —le recuerdo, casualmente, como si hace apenas minutos no hubiera estado mirando con absoluta fascinación su cara, de todas las cosas...
—Me había olvidado de eso —escucho la sonrisa en su voz.
Según las fotografías del atlas, la vista es mejor al rodear el Punto #15 por el lado izquierdo que por el lado derecho. Me aseguro de anotarlo en el mapa. Una vez que termino, recuerdo algo sobre Rumania.
—Madame Jenks sugirió que en esa región tomemos el tren. Dice que la geografía es imperdible, que un viaje de 15 horas no debe asustarnos para nada, porque es una experiencia única. Además, cree que sería bueno que escriba la crónica de nuestro trayecto y que los trenes son buenos para organizar tus ideas. Según ella, mis anotaciones pueden ser de interés común.
—No tengo ningún problema con eso.
Volteo para mirarlo. Ha dejado su libro de lado y me está mirando también.
—Pero yo sí —le digo, aunque no estoy seguro de querer continuar—. No quiero aprovecharme ni de ti ni de tu familia. Tu padre ya ha arreglado los trasladores y ahora tiene que pagar por los trenes...
La comprensión se refleja en su rostro, me dirige una sonrisa cálida que me hace sentir ligero.
—Lo pagarás después, no te preocupes.
—Oh, claro que se los pagaré —aseguro con determinación.
—Para mi familia no es ningún problema, Albus. Además, saben lo importante que esto es para mí también. Ellos saben que yo... —se detiene dudoso, veo que se ha sonrojado y se muerde los labios— No se les olvida que fuiste la única persona que se atrevió a dirigirme la palabra mi primer día aquí. Comparado con eso, ¿qué son unos cuantos galeones entre amigos? Sé que si estuvieras en mi lugar harías lo mismo.
—Tenlo por seguro.
Volvemos a enfocarnos en nuestro trabajo. Pasa del mediodía cuando siento mis codos entumecerse por la posición. Me muevo un poco en mi lugar, tratando de deshacerme de la sensación, y noto que Elphias se está quedando dormido con el libro colgando de su mano al otro extremo de la cama. Me levanto y me estiro por encima de su torso para tomarlo antes de que caiga. Antes de que pueda darme cuenta, una mano me alcanza por la cintura y de la sorpresa, caigo sobre él. Casi en automático entierro la cara entre su cuello. Me siento enrojecer y también siento su piel subir de temperatura.
Intento levantarme cuando me doy cuenta de lo que he hecho, pero los brazos de Elphias me rodean y me lo impiden. De repente, me siento cansado, acalorado, desubicado... Me limito a acomodarme lo más cómodo posible para poder recostarme bien sobre él sin aplastarlo. La idea de acompañarlo en su siesta de esta manera no es para nada desdeñable. El sueño me seduce antes de lo que esperaba y el último pensamiento que tengo es que tal vez sería conveniente bajar las cortinas de la cama.
Junio, 1899. GELLERT GRINDELWALD. Residencia Grindelwald, VIENA
En mi habitación, escucho a mis padres discutir desde la sala. Salgo con mucho cuidado y me asomo por el barandal. Mi madre está sentada elegantemente mientras mi padre no para de dar vueltas frente a ella, como si quisiera marcar el tapete con sus pies. No tengo la necesidad de aguzar el oído para escuchar lo que dice, estoy seguro que las personas que pasan por la calle también lo escuchan.
—Le he escrito a todos los integrantes de la Barra de Educación y lo único que he recibido son excusas. El daño está hecho, el chico no puede ni intentar repetir el año porque su presencia pone en peligro la reputación del colegio... No puedo creer que nos estén haciendo esto. ¡A nosotros!
—Ya sabías que no lo dejarían, querido —dice mi madre con el mismo interés que si le hubieran dicho que había pisado a una hormiga durante su paseo matutino.
Me dirijo a las escaleras y bajo por cada peldaño con todo el silencio que me es posible.
—¿Pero qué vamos a hacer con él, ahora? ¿Pedirle clases particulares? La noticia seguro va a volar y ningún maestro respetable va a aceptar tratar con él.
Estoy al pie de las escaleras; me aclaro la garganta para atraer su atención y los dos voltean inmediatamente.
—Padre, si me permite hablar, creo que puedo ser de utilidad.
El rostro de mi padre enrojece y me mira con una rabia que nunca le había visto en la cara.
—¿Crees que vamos a hacer lo que tú quieras? ¿Después de que esto es tu culpa?
—No, señor. Sólo quiero ayudarle a resolver el problema que aqueja a nuestra familia —explico con calma, sé que la reverencia es la mejor actitud en estos casos; espero por alguna negativa y como no llega, continúo—. Estoy al corriente de que la sangre de los Grindelwald corre por una línea de magos destacados en diferentes materias. Por ejemplo, madre, su tía Bathilda está trabajando en un libro sobre la historia de la magia medieval, ¿verdad? Me preguntaba si no es la mejor de las opciones arreglar un Traslador para ir con ella a donde sea que esté y tomar clases de una de las mejores fuentes. Además, un viaje al extranjero sería formativo para mí.
"Sin olvidar que les quitaría la inconveniencia que mi presencia aquí les ocasionaría", pienso en decir pero me lo guardo. No vale la pena arriesgar esto.
Mis padres se miran uno al otro, al parecer tratando de llegar a un acuerdo silencioso. Por supuesto que es una buena idea y la única razón que tendrían para rechazarla es el hecho de que yo la estoy proponiendo.
—Le mandaré una lechuza a Bathilda en seguida —dice mi madre finalmente; me dirige una sonrisa vacía—. Estoy segura de que no le molestará. ¿Es tu inglés bueno, muchacho? Ella vive en Inglaterra. Oh, ¡te encantará ahí! Tantos lugares que visitar, tantas cosas que aprender...
—Mi inglés es pasable, madre.
Mi padre no parece convencido de que premiarme con un viaje sea la solución, pero estoy seguro que ha evaluado sus opciones y sabe que es la única que le queda.
Junio, 1899
ALBUS DUMBLEDORE
El Caldero Chorreante, LONDRES
Elphias me besa suavemente. De repente, sólo soy capaz de percibir la sensación de sus labios y el insistente latido de mi propio corazón. No sé si estoy respirando o si estoy de pie o si hace calor. Aunque después de que se separa de mí, soy completamente consciente de que sí, entra aire a mis pulmones, mis piernas todavía no me han fallado y la temperatura es definitivamente elevada.
Esto es nuevo. Esto nunca lo habíamos hecho. Trato de recordar como llegamos a este momento: hubo maletas, luego Polvos Flú, después el registro en la posada, el cuarto número ocho, la puerta cerrada, la repentina consciencia del espacio, las risas... Súbitamente, terminamos así, en medio de nuestra habitación, besándonos.
Una de las manos de Elphias recorre mi cabello; me hace sonreír.
—Nunca creí que podía sentirme así de feliz sin estar en Hogwarts —confiesa.
No sé qué decir. Nunca sé que decir en estos momentos. No importa cuantas veces pasen entre nosotros, las palabras se me pierden. Suena ridículo que yo, supuestamente brillante, pierda mi capacidad de hablar, pero lidiar con sentimientos no es exactamente mi fuerte. Ni con los míos, ni con los de los demás.
—Nos esperan muchas cosas. También estoy muy emocionado —digo finalmente, aunque sé que no es lo que quiere escuchar.
—No sólo es el viaje, Albus —insiste; se muerde los labios y baja la mirada.
Recargo mi cabeza en su hombro, esperando que sea suficiente.
—¿Por qué no nos recostamos? Estoy agotado de tanto empacar y planear y pensar... Tomémonos un descanso —sugiero.
Yacemos en una de las camas por un lapso de una hora, tal vez más. Elphias nunca deja de acariciar mi cabello y yo le devuelvo el gesto haciendo círculos con el dedo en uno de sus brazos. Hablamos por lo bajo del futuro, del pasado, de expectativas, de posibilidades... Siento que mi consciencia está comenzando a desvanecerse y en ese momento veo las cosas más claras que nunca.
Un sonido agudo me despierta de mi ensoñación. Levanto la cabeza y vislumbro una lechuza picoteando la ventana. Me levanto perezosamente para abrirle.
Una sensación de incomodidad se adueña de mi pecho. Le quito el mensaje que lleva en el pico, es una tarjeta de cartón con una sola línea.
Escucho a Elphias moverse entre las sábanas detrás de mí. Pierdo la respiración cuando leo el mensaje escrito en la rudimentaria caligrafía de mi hermano.
"MADRE ESTÁ MUERTA."
El formato de El fuego que consume ha cambiado de "viñetas revueltas" a "historia capitulada". Serán siete partes, algunas cortas, como esta, y otras de varios capítulos, como la siguiente. Habrá por lo menos una actualización al mes. Las viñetas volverán cuando puedan ser situadas en el orden cronológico.
Entre otras cosas, gracias por los reviews, los fav y las suscripciones. No estoy siendo modesta cuando digo que nunca pensé que alguien fuera a leer esto.
