Estaba tan desesperada por tener algo de ellos dos que...simplemente salió esta cosa rara.(?) Espero les guste y...oh, como siempre a mi, gustándome parejas no tan populares ;-;

Dedicado a la siempre genial, crystalwall.

PD: lo he subido también en Amor Yaoi, allí estoy bajo el mismo nombre; aunque subo todas mis historias aquí. He decidido convertirlo en long-fic.


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Dos largos años habían pasado luego de la última Guerra Santa, la cual se llevó con ella al alado caballero Seiya de Pegaso, dejándolo postrado en una silla de ruedas; mas aquello se había solucionado con la llegada de Artemisa, salvando la Tierra una vez más. Sin embargo, eso no era lo que en esos momentos aquejaba a la joven diosa, sino que su padre, Zeus, había convocado a una reunión urgente en el Olimpo para esa misma noche.

No estaría tan desesperada de no ser por el tono de voz que utilizó Hermes, el mensajero de los dioses, al comunicarle aquello. Uno que claramente decía que su padre estaba completamente enfadado. O peor aún, encaprichado con algo que tenía que ver con su preciada Tierra.

Le habían dicho que no se aceptaba llevar a ningún caballero, por lo que apenas llegó el momento, tomó su báculo y, apuntando a la luna, desapareció en un dorado destello, reapareciendo en la gran entrada del Olimpo. Al no estar del todo acostumbrada, se mareó un poco, escuchando las risas de algunas ninfas.

—Más respeto —rugió una potente voz femenina. Se trataba de Démeter, la diosa de la naturaleza.

—Démeter, es un gusto verte —saludó Athena, haciendo una pequeña reverencia y siendo correspondida de igual manera.

—Lo mismo digo, Athena —musitó con desdén luego de revenciar apenas—. Debemos ir al Palacio, Zeus no soporta la impuntualidad.

Sin decir nada más, se encaminó con suaves pasos hacia el lugar dicho, parecía flotar en el aire; mas Saori no siguió su ritmo, sino que fue adentrándose con lentitud, observando con admiración el hermoso paisaje verde. A lo lejos una cascada se dejaba ver y, hacia el norte, las grandes rejas donde se hallaban las prohibidas manzanas se alzaban con imponencia. Las casas de los dioses menores estaban perfectamente construidas y una que otra criatura mágica aparecía por allí.

Era todo como un cuento de hadas, tan divino y con un brillo único que solo una deidad podría darle. Era la primera vez que subía allí en esa reencarnación, y como humana que era en esos momentos, todo le parecía anormalmente hermoso.

—Solo te estábamos esperando a ti —habló Hera con calmada voz, se encontraba sentada a la derecha de su esposo. Perfectos asientos de oro y plata flotaban en el aire formando una U, mientras cristalinas escaleras iban apareciendo a la par que Athena, se dirigía a su asiento.

Todos los Dioses Olímpicos estaban presentes, al parecer era un tema realmente importante a tratar. Zeus, Hera, Poseidón, Deméter, Ares, Hermes, Hefesto, Afrodita, Apolo y Artemisa; quitando, claro, al dios del inframundo, ya que le había encerrado en una urna.

—¿Pueden intentar ir rápido? He dejado sola a mis sacerdotisas —comentó Artemisa, colocando sus delicadas manos sobre sus muslos con impaciencia.

—Iré directo al punto. Hades necesita ser liberado —habló Zeus con potente voz, sin dejar lugar a ninguna objeción.

Un ''Oh'' por parte de todos se dejó escuchar a la perfección. El dios de la guerra sonrió divertido al ver a la diosa de la tierra con una expresión de horror única, como si le hubieran dicho una verdadera blasfemia.

—¡Padre, eso no puede...! —se levantó Athena con urgencia.

—Si puede, he dicho. Sabes que la Tierra está cayendo sin la intervención del Inframundo, ¡Esas almas no pueden vagar por allí! —exclamó el poderoso, frunciendo el ceño.

—Concuerdo con ello. Están habiendo destrozos por ese mismo motivo, ¿O me dirás que los ''fantasmas'' de los que tanto hablan los humanos, son solo su imaginación? —Ares disfrutó apoyando lo contrario a Saori, y es que solo la quería ver caer.

—¡Nadie ha muerto por ello! —defendió la joven, apretando a Nike en su diestra.

—¡Sin peros! —rugió su padre— Es una fuerza mayor la que me pide esto.

En ese instante, fue Hera la que observó a su esposo con una ceja arqueada, como si se hubiera tomado el vino de Dionisio. ¿Cómo que una fuerza superior a él? ¡Por todos ellos si era el más poderoso!

—¿Se puede saber quién es el que te convenció a tal punto? —preguntó Afrodita con tranquilidad, a ella no le interesaba demasiado los temas ni hacía tanto escándalo por ello, pero eso sí le había llamado la atención.

Zeus pareció sudar frío, dudando seriamente en decirlo. Aunque, antes que todo, ¿Desde cuando esos dioses de pacotilla le hacían tantas preguntas? ¡Su palabra debía cumplirse y ya, sin ninguna objeción de por medio! Tal vez con el tiempo se ablandó y no lo notó, eso era un grave problema para su perfecta figura.

—Por mi no hay problema, Hades me cae bien —comentó Hefesto como si nada, bien sabía que su querida madre se opondría.

—Por mi tampoco, de hecho quiero ver a mi tío —rió Ares, más que divertido con la situación.

—Me mantengo al margen, pero me gustaría ver funcionar el Averno nuevamente —susurró Artemisa, ella conocía a la perfección la relación de su hermana con los humanos, y era más que verdad que la Tierra perecería con la ausencia del oscuro dios.

—No tengo ni voz ni voto —negó Hermes, estaba aburriéndose si era sincero.

—Quisiera que mi hermano fuera liberado —asintió Poseidón. Si bien su relación con Athena era medianamente buena, no iba a negarle la libertad a Hades.

—¡Me niego rotundamente! ¡Debería estar allí por el resto de la eternidad! —gritó Démeter, levantándose con violencia de su asiento. Ella no dejaría que semejante cosa saliera nuevamente, no después de lo que le hizo a su preciosa hija Perséfone.

—¡Concuerdo con Démeter! ¡Padre eso no puede ocurrir! —se notaba la desesperación que comenzaba a embargarle, ella defendería con sangre su punto de vista. ¡No lo liberaría!

Con prisas, bajó las escaleras hasta quedar en el centro del Palacio, acercándose a Zeus con la intención de rogarle de ser necesario; sin embargo, una nueva voz masculina la detuvo.

—¿Por qué no puede ocurrir, Athena? —preguntó, apareciendo justo a un lado del Dios Supremo. Lucía una brillante armadura morada con perfectos detalles dorados; mas eso no fue lo que sorprendió a todos, lo que sí lo hizo, fue el hecho de que era idéntica a la de Pegaso, específicamente la divina. Además de su enorme parecido con Seiya— Eres...muy diferente a Sasha —comentó sorprendido, desapareciendo de su lugar para reaparecer a solo centímetros de Athena, observando cada detalle de su rostro—. Si...incluso tu mirada...¿Insegura? —parpadeó con rapidez, se notaba la abismal diferencia con la diosa de 200 años atrás.

—Muchacho, compórtate. Recuerda que esto lo hago por ti —habló Zeus, llamando con su diestra al caballero, el cual asintió a regañadientes antes de volver a su lado.

—¿No lo vas a presentar? —preguntó Apolo con interés.

—Él es... —suspiró con cansancio— Tenma, ex caballero de Pegaso y actual esposo de Hades. Regente del Inframundo. En pocas palabras, está reclamando la ausencia de su marido y no puedo negársela.

Si antes dijeron ''Oh'', en esos momentos la mandíbula de todos estaba por el suelo. ¡¿Hades tenía consorte?! Y por sobre todo, ¡¿EX CABALLERO DE PEGASO?! ¡Zeus se robó el vino de Dionisio definitivamente! ¡Eso era una locura!

—Querido, ¿No crees que es una broma muy grande? —musitó Hera con nerviosismo, si antes el Averno era poderoso, con la presencia de aquel joven lo era aún más. Lo que le sorprendía gratamente, era que no hubiera intervenido en la Guerra Santa que se llevo a cabo dos años atrás; aunque su duda fue resuelta al instante.

—Lo siento mucho, Athena-sama —habló Tenma con verdadero sentimiento, negando un poco con una pequeña sonrisa—. La verdad de las cosas es...que Hades siempre ha tenido su verdadero cuerpo, solo que es demasiado receloso con él, por lo que decidió usar a alguien más para enfrentarla a usted. Como puede ver, tiene una vida conmigo allá abajo, y lo siento pero aunque soy inmortal, dos años sin él es mucho. ¿No cree? —dicho esto, hizo una leve reverencia. Si bien ella le hacía recordar a su antigua amiga Sasha, la diferencia entre ambas era tanta que no se permitía hablar con familiaridad.

—Yo...tú...Pegaso... —murmuró cosas incoherentes, sintiendo que el mundo le daba vueltas hasta que...

Un sonido seco se escuchó en la sala, Saori se había desmayado de la impresión.

El silencio inundó todo por unos minutos antes de que la estrepitosa risa de Ares se dejara escuchar con ganas, ¡Eso había sido épico! Solo necesitaba las palomitas de maíz y sería más feliz aún.

—Compórtate, Ares —habló Afrodita, haciendo enojar a Hefestos, el cual gruñó de manera audible.

—Esto...es imperdonable... ¡Tú no deberías existir! ¡Mi hija...! —exclamó Démeter, bajando las escaleras completamente indignada. Un aura verde amenazante la cubrió y se notaba que estaba a punto de atacar a Tenma, el cual abrió las alas de su armadura en pose defensiva; mas no fue necesario que hiciera nada, puesto que el anillo que llevaba en su dedo anular, brilló amenazador, deteniendo a la diosa de la naturaleza— ¿Cómo...?

—Aún cuando Hades no esté presente, si el chico en verdad le importa, no lo dejaría desprotegido —comentó Artemisa, levantándose con elegancia para bajar las escalinatas y dirigirse a la salida—. Con tu permiso, padre, debo ir a vigilar a mis sacerdotisas —terminó de decir, saliendo de allí.

Poseidón, el único que se preocupó por la desmayada Athena, bajó de igual manera para tomarla entre sus brazos, intentando darle aire con su diestra.

—Esto...ah si, mi hermana me pidió ayuda. Con permiso —sonrió Apolo con falsa cortesía, prácticamente desapareciéndose del lugar.

—Debo enviar otros mensajes. Con permiso —musitó Hermes, inclinando ligeramente la cabeza antes de copiar la acción del dios del sol y desaparecer de allí.

—¡Vamos si esto recién empieza! ¡Pose deja a esa cosa ahí! —gritó Ares, carcajeándose aún.

—Esto es ridículo —bufó Hefesto, haciendo una simple seña de desdén a la par que salía del Palacio.

—¿Puedes darme una explicación coherente? —demandó Hera, levantándose de su asiento con sus manos en su cintura.

—¡BASTA! —rugió Zeus con fuerza, estaban volviéndolo loco.

—¡ESA COSA ES UN PELIGRO! —gruñó Démeter, dando otro paso hacia el regente del Inframundo.

—¡DÍSELO A MI HERMANO! —el tono del Dios Supremo sonó desesperado, no soportaba a ninguno de esos dioses.

Levantando su mano hizo aparecer su poderoso rayo, recitando un antiguo cántico mientras una fuerte luz salía despedida del mismo, cayendo directo en la ubicación donde estaba la urna de Hades; ésta brillo y empezó a quebrarse en mil pedazos, haciendo que en la misma sala del Olimpo, empezara a materializarse la figura del Dios del Averno.

Tenma sonrió como un niño pequeño, ignorando a las pocas Deidades que quedaban en la sala mientras esperaba que su esposo terminara de aparecer, lanzándose a sus brazos apenas se hizo completamente visible.

—¡HADES! —gritó, aferrándose al cuello del Dios con fuerza; éste parpadeó varias veces con rapidez, intentando ubicarse. Claro, que a pesar de estar perdido, no dudó en rodear al caballero con sus fuertes brazos, el cual desapareció su armadura para sentirle mejor, y es que se la había puesto por precaución.

—...hey, pequeño —susurró, frunciendo el ceño con confusión. Lo último que recordaba era haber estado luchando contra Athena, atravesar el pecho de Pegaso y...

Encerrado en una maldita urna.

—Voy a matarla —siseó con odio, mas rápidamente desvió su atención, puesto que Tenma mordió su mejilla con molestia.

—No me hiciste caso y te separaste de mi dos años, otra vez no —se quejó, hundiendo su rostro en su pecho. En contra de todo pronóstico —a ojos de los pocos presentes—, el dios solo formó una mueca, apegándolo aún más a su cuerpo.

Ignorando a los demás, levantó el mentón del castaño, juntando sus labios con los suyos en un tierno beso, cargado del amor que poseía por él. Si bien Tenma estuvo negándose todo el tiempo a su estúpido plan, no logró convencerlo, e ahí los resultados.

—Lleva a mi hija a una de las habitaciones, luego tendremos una reunión —ordenó Zeus, haciéndole una seña a Poseidón, el cual solo se limitó a asentir antes de levantarse y retirarse de allí.

Afrodita y ya un más calmado Ares, se despidieron con una reverencia y, de igual manera, desaparecieron.

—Tú...te atreviste a engañar a mi hija —susurró Démeter con furia, mas fue detenida por una seña de Hera.

—Luego hablarás con ellos, querida. No te conviene enojarlos y lo sabes —murmuró la diosa del matrimonio con calma, tomando el brazo de la mujer con firmeza para salir de allí, llevándosela a rastras.

—Tu ex suegra da miedo —musitó Tenma contra los labios del dios, arrancándole una hermosa sonrisa.

—Lo sé, en esas épocas estaba mal —se burló de sí mismo, acariciando la cálida mejilla del ex pegaso— ...te extrañé... —e iba a besarle una vez más, de no ser porque Zeus carraspeó sonoramente, haciéndose notar.

—¿Ni un gracias? —preguntó haciéndose el indignado, ganándose un abrazo del castaño. Se llevaba muy bien con su cuñado, y es que él sabía de quién hacerse amigo.

Todo sea por ayudar a Hades.

—Muchas gracias, en verdad. Me sentía solito ahí abajo —dejó un cálido beso en la mejilla contraria, volviendo a los brazos del dios del inframundo que ya comenzaba a sentir celos.

—No te le pegues tanto, mi hermano se aprovecha de todo —se quejó, rodeándole la cintura posesivamente y haciendo que Zeus soltara una carcajada.

—Por supuesto que no —negó con diversión—. En estos momentos debo ir a ver a mi hija, seguramente estará sufriendo un ataque. Pueden volver al Inframundo ya, eso si, espero me vengan a visitar.

Si bien el castaño asintió varias veces con entusiasmo, Hades solo hizo una mueca, sosteniéndolo de mejor manera para prácticamente raptarlo hacia el Averno. A pesar de que apenas estaba en libertad, no quería saber nada de respirar aire libre, solo necesitaba tener a su esposo a su lado y estaría feliz...o lo más cercano a ello.

—Te prohíbo atacar la Tierra de nuevo —musitó Tenma, besando repetidas veces los labios de su dios. El Inframundo entero tembló ante la llegada del Rey, sintiéndose el cosmo de Hades hasta el último rincón del Tártaro.

—¿Y...qué...te hace...pensar que...haré caso...mh? —preguntó el pelinegro, correspondiendo cada pequeño beso. Habían aparecido en Giudecca y, en esos momentos, se encontraban en la habitación que ambos solían compartir.

—Porque me iré —amenazó infantilmente, sentándose en las piernas de Hades apenas éste se sentó en la cama, delicadamente cubierta por frazadas tan oscuras como la noche.

—No... no lo harás, menos ahora —murmuró, hundiendo su rostro en el cuello de su príncipe para aspirar su aroma, cerrando sus párpados.

Tenma se limitó a sonreír, acariciando uno de los largos mechones de cabello que el dios poseía. A pesar de la apariencia que había tenido en la Guerra Santa, en esos momentos era idéntico a cuando tenía el cuerpo de Alone. Sus orbes seguían siendo tan azules como el inmenso mar y su piel completamente pálida, simplemente sublime y perfecto.

—¿No te volverás a ir? —preguntó bajito, apoyando su mentón en la cabeza ajena mientras, de igual manera, cerraba sus ojos.

—...no...hiciste un buen trabajo con el Inframundo —sonrió apenas, soltando un débil suspiro—. Ahora si, me quedaré a tu lado por la eternidad...Tenma.

Prometió en un susurro, aunque ni siquiera los mismísimos dioses sabían lo que les tenía deparado el destino. Y tanto Hades como Tenma, desconocían lo que pasaría más adelante.