-¡Me lo tienes que prometer!- Recuerdo que lo dijo con tal decisión, que aunque tal vez este exagerando un poco, no pertenecía a la de un niño de apenas ocho años de edad.

-Está bien, lo prometo.- Al pronunciar esas palabras, su rostro angustiado tornó a uno más seguro, alegre y aliviado. Una leve sonrisa brotó mientras me dijo lo último que recuerdo con claridad de aquel día.

-Muy bien- siguió - ya no puedes romper esa promesa- Y señalándome con su dedo índice cubierto por un poco de arena continuó- bajo el código del mar y de todo pirata si rompes la promesa que te vuelvas sal y agua.- En ese momento me preocupaba demasiado la sentencia que significaba romper la promesa que ya no pude seguir disfrutando de jugar en la playa con mi mejor amigo. Al cabo de un rato me dio unas palabras de reconforte.

-Descuida, John. Sé que no me fallarás ¿Verdad?- Yo lo miré fijamente y con una sonrisa le respondí de manera positiva.

-Sí, Sherlock-

-Excelente, entonces si gustas podemos ir ya a casa…-

Cada vez que me acuerdo de ese pasaje siempre termino sonriendo hacia la nada, ya me lo han dicho varias personas, es solo que no puedo dejar de hacerlo, lo recuerdo con mucha alegría pero la tristeza de ese final es lo que termina matando lentamente ese jolgorio.

Aquella fue la vez en la cual le dije a Sherlock, mi mejor amigo de la infancia, un niño muy extraño, curioso, observador y muy detallista para algunas cosas, que me iría de la ciudad donde los dos nacimos, una ciudad cerca al mar en una región rica económicamente por la actividad pesquera. Mi padre me estaba llevando a la capital para que siguiera estudios ahí. Él había conseguido un trabajo realmente bueno y solo me estaba llevando a mí porque mi madre se negaba a salir del lugar (Años más tarde me enteraría que era porque se estaban divorciando y al ser mi madre una mujer muy enfermiza, la custodia la ganó mi progenitor)

Debido a que probablemente ya no volvería, Sherlock me hizo prometer que siempre tendríamos que escribirnos por carta, aunque sea una vez al año, dondequiera que nos encontremos y por estas razones me hizo prometerlo bajo el código del mar (algo que él se inventó en uno de nuestros juegos como piratas) y como los piratas que éramos o creíamos ser la promesa se hizo. ¡Y vaya que la cumplimos! O al menos hasta hace unos meses, que fue cuando recibí la última carta de él.


Después que me mudé con mi padre a la capital, fui casi automáticamente inscrito en la escuela, ya que eran finales de vacaciones de verano y las clases empezarían en dos semanas lo que dio tiempo para arreglar algunos trámites. Si bien me costó acostumbrarme al ritmo apresurado de la capital, para nada se me hizo difícil el integrarme socialmente. Escribía promedio semanalmente a Sherlock, a quién contaba con lujo de detalles sobre lo que me pasaba. Confiaba mucho en él a pesar de la distancia. Sherlock me respondía cada dos cartas que yo enviaba, siempre esperaba leer sobre él con ansias, me deseaba cosas muy buenas y que en vacaciones de verano me animara a regresar a la ciudad a visitar a mi madre y a él. Yo por supuesto le sugerí a mi padre la opción, el encantado aceptó. El ritmo de las cartas no bajó por ese año, si era cierto que los exámenes iban y venían según las fechas también significaban que pronto volvería a ver a Sherlock, y aunque tenía muy buenos compañeros de estudios, Sherlock era alguien especial para mí, o al menos lo consideraba así.

De esta manera pasaron los días, las semanas y los meses; Las notas finales del año fueron más que excelentes y mi Padre cumpliendo su promesa realizamos el viaje de 8 horas en su automóvil partiendo extremadamente temprano para llegar a la hora de almuerzo preparada por mi madre.

Ella se alegró bastante, verme después de casi un año, había crecido un poco eso me hacía sentir alguien importante ante sus ojos. Mi padre se negó a pasar a comer, dijo que tenía mucho que hacer, me ayudó a sacar mis maletas de la cajuela y después de un breve pero caluroso abrazo se despidió de mí y me dijo que me portara bien, que vendría por mí una semana antes que acabe el verano.

Mi madre había comprado un perro para que le haga un poco de compañía, un Golden Retriever llamado Harry. Mi madre parecía feliz, yo la hacía feliz. Después de que hablamos sobre cómo me iba y demás, almorzamos. Más tarde estaba ansioso por salir y visitar a Sherlock. Ansiaba verlo y demostrarle que había crecido, siempre me gustaba fastidiarlo con mi altura, hasta ese momento yo había sido siempre el más alto de los dos. Mi madre se sentó al costado del pórtico, Harry a sus pies, mientras que ella tejía le pedí permiso, ella aceptó.

Corrí hasta su casa que quedaba a unas cuantas cuadras de la mía. Apenas llegué toqué el timbre en el portón negro que protegía la gran casa. Estaba más cerca al mar y la brisa corría un poco más fuerte que donde se encontraba mi casa. Él abrió la puerta y se sorprendió de verme, él también había crecido.

Aquel verano pasó volando, pasaba las mañanas con mi madre, ella me enseñaba cosas útiles que me servirían en el futuro como cocinar, tejer, hornear entre otras manualidades, y en las tardes la pasaba con Sherlock corriendo por el lugar o jugando en la playa hasta antes que el sol se escondiera.

Casi ya en los últimos días Sherlock me invitó a pasar la noche en su casa, pero mi madre no me lo permitió. Se justificó en que debía pasar más tiempo con ella y que ya eran los últimos días, eso me molestó bastante. Lo suficiente como para responderle tajantemente, tal vez no lo debí hacer. Lo peor es que no contento con que me enviaran sin cena a dormir, y claro está, luego que mi madre se acercara a verificar si estaba correctamente arropado y cerrara la puerta de mi cuarto suavemente, me escapé por la ventana de mi cuarto, llevando en un pequeño bolso previamente preparado una manta, una linterna, una muda de ropa y unos cuantos dulces. Apenas pisé la calle, corrí con todo lo que pude hasta la casa de mi amigo, quien me estaba esperando.

-Pensé que no vendrías- lo dijo un poco triste

-Nunca me perdería esto- le respondí y su tristeza desapareció.

Claro que a la mañana siguiente después de llegar a casa tuve problemas con mi madre, pero todo fue olvidado y perdonado milagrosamente.

Así terminó ese verano, me despedí de todos en la ciudad que me importaban, en especial de mi madre como si fuera la última vez. Abracé a Harry también. Mi padre y yo hicimos el viaje de 8 horas hacia la capital, y en esos dos meses que había estado en la ciudad que tanto quería, la capital había cambiado totalmente.


Lo que restó del año fueron noticias, unas buenas y otras malas. El Internet me facilitó demasiado la vida, recuerdo que le dediqué una hoja completa en una de las cartas que le escribí a Sherlock, y a medida que avanzaban los meses, iba bajando la frecuencia de cartas que intercambiábamos, no sé qué pasaba. No tenía mucho tiempo ya que tenía nuevos amigos pero aun así trataba de seguir con el contacto.

Mi madre murió más tarde ese mismo año. Fue un diciembre muy triste. Nunca había sentido un dolor tan profundo como aquella pérdida hasta ese momento. Lloré dos días seguidos, y aunque actualmente es algo que no supero del todo, solo que he aprendido a vivir con ello, aprendí a vivir con el dolor de las pérdidas. Ese verano no fui a la ciudad, ni el siguiente. Nunca más quise volver a la ciudad, no podía hacerlo y Sherlock lo entendió.

El único contacto que me unía a la ciudad era él. Solo y únicamente él. Pero estaba tan dolido que ya no quería escribir. Fue tanto así que un día llegando a casa de la escuela vi su carta bajo el pórtico, y no me digne en recogerla solo pasé sobre ella. Mi padre fue quien se tomó la molestia de tomarla y situarla encima de mi mesa de noche. Y estuvo ahí por meses, hasta que desapareció y no me importó.

Cuando terminé la primaria, nos mudamos de casa. Mi padre consiguió un ascenso y esto le demandaba viajar a otro país. En ese punto era más común ver una computadora y casi todo el mundo usaba el Internet. Tomamos el avión, yo solo necesité dos maletas para meter toda mi vida hasta ese momento y viajar con lo necesario. Cuando llegamos, la casa era más grande, los alrededores llenos de jardines y un cielo muy celeste. Digno de todo suburbio las casas parecían las mismas. Una vez que comenzaron a llegar las cajas con las cosas de mi padre, él me enseño cual sería mi cuarto. Me sorprendí por lo espacioso que era y tenía un balcón con vista hacia el jardín interior.

Ya estaba acomodando mis objetos personales en el lugar, cuando de pronto cae un pequeño sobre, era la carta de Sherlock, sellada. Entonces tuve ganas de leerla, la abrí. Decía:

"John me sorprendes con tus no tan nuevos descubrimientos, como sabrás me encuentro muy bien de salud. Mis padres han estado pensando en enviarme a casa de mis abuelos. Ellos viven en otro país, un poco lejos de donde estas o donde yo me encuentro. Los he escuchado hablar que no es bueno que tenga tutores toda la vida, es por eso que estoy seguro que me iré. Lamento realmente lo de tu madre. Solo para que lo sepas, cada quince días voy a ponerle flores y le leo las cartas que me envías, la mantengo al tanto de lo que te pasa. Sé que no vendrás este verano tampoco. Pero te adjunto la dirección de la casa de mis abuelos para que me envíes las cartas allí, lo tienes que hacer. Envíame una carta con su dirección eso significará que has recibido esta carta."

Automáticamente después de leer la carta, dejé todo lo que estaba haciendo en ese momento y me puse a escribir, apunté la nueva dirección como destino. Escribí todo lo que había pasado lo puse con lujo de detalles, el dolor, los cambios, la mudanza, la escuela, terminar la primaria, nuevos lugares, todo lo que pude escribir en ese momento. Al terminar tuve un resultado de 5 hojas escritas completamente por las dos caras. Más tarde ese día mi padre me acompañó al correo y feliz envié la carta. Solo me quedó esperar.

Esperé cinco días, tres semanas y dos meses su respuesta. Llegó una carta aún más gruesa de la que yo le había enviado. Para ese entonces solo restaban semanas para mi cumpleaños número trece. Lo abrí con una curiosidad y necesidad terrible. Nunca olvidaré las primeras tres líneas de esa carta: "He pensado como escribirte esto, no me ha resultado fácil, este es el quinto intento, he fallado finalmente no he sabido empezar, pensé que me odiabas pero me alegra haberme equivocado…"

Cuando lo leí, me sentí. No sé. Enternecido por esas palabras escritas ahí. Su vida al igual que la mía, había tomado rumbos diferentes. Me contaba que se mudó con sus abuelos y el primer año fue a una escuela regular, pero sufrió una serie de eventos los cuales (No provocados por él) llevaron a pensar que sería un internado la mejor opción para él. Esta idea fue impulsada por su hermano mayor, Mycroft, el señorito perfección. Y que por esa razón la carta que la había recibido sus abuelos la mandaron directo a su internado. Ahí mismo leí por primera vez lo que era 'correo electrónico', más abajo me explicaba detalladamente en qué consistía, cómo y por qué. No tuve duda alguna, ya sabía que quería por cumpleaños. También escribió su horario libre, promedio a qué hora me respondería y para mi sorpresa era mayormente en la noche a partir de las 9.

En efecto, ese año tuvimos en la nueva casa un ordenador. Con el famoso y muy novedoso 'Windows 95'. Siempre había sido bueno para estas clases de artefactos tecnológicos y decidí ponerlo en marcha y redactar mi primera carta destinada a mi amigo. En total me demoré una semana en enviarle mi primer correo electrónico. Yo contentó avanzaba en papel lo que le enviaría la semana siguiente por las noches ya que como tenía la escuela me demandaba mucho tiempo y las tardes las tenía ocupadas. Él también los respondía a mi ritmo, la confianza volvía y el tiempo que no perdonaba también pasó velozmente.

Casi para finales del periodo escolar y a un pie de las vacaciones de verano le consulté a mi padre si Sherlock podría pasar las vacaciones conmigo. (Para ese entonces mi padre salía con una chica 7 años menor que él quien de vez en cuando lo ayudaba a cocinar.) No se negó, conocía sobre quien estaba hablando.

El día que fuimos a recogerlo del aeropuerto, yo me encontraba con mi padre y vi a Sherlock. Aunque me costó reconocerlo su mirada era inconfundible. Estaba mucho más alto que yo, delgado y sus cabellos un poco más largos. A pesar de todo se veía muy bien.

Sherlock se acercó y saludó a mi padre con un apretón de manos, luego estiró su mano y estrechó la mía. Mi padre llevó su equipaje al carro y mientras lo seguíamos yo lo abracé. Estaba emocionado por volverlo a ver después de tanto tiempo, duro dos segundos y después de eso no paré de hablar durante todo el viaje del aeropuerto hacia mi casa, no lo hice ni cuando le estaba mostrando la casa a Sherlock, ni mucho menos cuando mi padre nos avisó que saldría a comprar la cena, ni mucho menos cuando le mostré mi cuarto y dónde dormiría. No, solo me callé cuando estábamos sentados en el balcón y Sherlock me cogió con sus dos manos y me besó. Fue tan solo un instante que me agarró expresivamente e inmediatamente me soltó y miró hacia otro lado. Yo lo ignoré, una situación muy incómoda que tenía que evitar. Miré hacia otro lado y le pregunté si quería comer helado de chocolate, había bastante en la nevera. Es algo que preferí obviar ¿Ese pequeño incidente no podía cambiar nuestra amistad? ¿No?

Fuera de eso todo marchó de maravilla.

En las mañanas nos despertábamos temprano y lo llevaba a que conociera el centro de la ciudad llena de ruido y música. Siempre terminábamos caminando por algún parque antes de regresar a casa para el almuerzo. Él me contaba sobre cómo le iba, el internado, sus padres, sus abuelos, Mycroft y esas cosas. En un punto terminaba de decirme todo y había un silencio que me otorgaba para que yo comenzara a contar sobre mis asuntos. En esos momentos sentía como si el tiempo no hubiera pasado, me imaginaba también la playa, a mi madre. No le pregunté sobre la ciudad, no quería saber.

En una ocasión a pocos días de que se vaya, íbamos caminando por una plazuela cuando un compañero mío de la escuela nos interceptó, su nombre era Mike Stamford. Yo le presenté a Sherlock, él lo miró con asombro, tal vez por la diferencia de altura que este me llevaba. Mike siguió nuestra ruta y comencé a hablar asuntos del colegio que Sherlock no entendía. Luego de eso, Mike se disculpó ya que tenía que encontrarse con alguien o algo así y se fue.

Cuando ya estábamos en el paradero esperando el autobús que nos dejaría cerca a mi casa Sherlock habló

-Te llevas muy bien con él.- fue lo que me dijo - ¿Esta en tu grado?-

Era obvio que Sherlock ya sabía que estaba en mi grado, y que de alguna manera me llevaba bien con él, no había tenido ninguna pelea con él. Pero Sherlock esperaba que se lo confirmara, que lo dijera con mis propias palabras.

-Sí, está en mi grado- luego pensé un poco- Supongo que me llevo bien con él, pero nunca tanto como lo hago contigo.-

-Oh.-

De ahí, no dijimos nada hasta que el autobús llegó que fue a los dos segundos y hasta que llegamos a casa. La novia de mi padre había cocinado Spaghetti. Fue una cena agradable, lamentablemente mi padre no estuvo presente por el trabajo.

Ya en la noche, hablamos hasta quedarnos dormidos, mirando el techo de mi cuarto, discutiendo sobre el futuro, libros y ambos recordamos tontamente la promesa que hicimos de pequeños. Eso ahora se veía un poco lejos, pero lo bueno era que estaba ahí, en una cama gemela contigua a la mía que solo armábamos para las visitas. El tiempo parecía no haber pasado. Fue efímero como lo es cualquier situación de felicidad.

A los dos días Sherlock se fue.


Volví a mi vida rutinaria ya que otra vez el periodo escolar había comenzado, sentía que sería un largo y muy aburrido año hasta que el corto verano llegase. Pero definitivamente no fue así, ese año conocí a Mary Morstan, era nueva ese año y al principio intercambiamos solo unas cuantas miradas.

Unos días después que cumplí catorce recién intercambiamos palabra. Unas cuantas semanas más tarde me di cuenta que si existía la perfección y ella estaba muy cerca de ello. Sus cabellos dorados siempre muy bien peinados y sus ojos solo podían ser comparados con dos brillantes cuyos colores a veces cambiaba según su estado de ánimo. Era una criatura que se veía tan dócil y frágil pero que poseía un carácter fuerte y una actitud vigorosa. En mis correos electrónicos regulares, los cuales siempre escribía obvié hablar de Mary, ya que no lo creí importante o algo que le importará, del todo.

Me hacía reír y yo la hacía reír. Tuve momentos muy memorables con ella, me agradaba su compañía, no de la misma forma que me agradaba estar con Sherlock o con alguno de mis amigos. No, era de otra manera.

Cuando las vacaciones de verano volvieron, Sherlock no pudo viajar ya que tenía que realizar una visita a unos tíos raros del que no me habló mucho, creo que eran psicólogos o algo así.

Entonces pasé los días de verano con mis amigos de escuela y sobretodo con Mary, que a veces la dejaban salir cuando no tenía clases de música. Realmente pasé un verano sin igual, aunque a veces un poco nostálgico de que Sherlock no estuviera, ya que él se hubiera divertido con todos, tal vez.

Para ese año todos notábamos que nos sucedían cambios, yo orgullosamente había crecido más y mi voz se había engruesado, y aunque no era muy bueno entender cursos como arte o literatura, Mary estaba ahí para ayudarme. Raramente le mencionaba de Sherlock, pero las veces que lo hacía ella me decía que contaba con tal emoción las historias que pareciese que no fuera un amigo nada más, sino como un hermano mayor o algo por el estilo.

Nos volvimos novios oficiales para mediados del año, nadie nunca lo supo. Fue mejor así ya que duramos hasta el verano siguiente. No se lo dije a nadie, ni siquiera a Sherlock, nunca supe por qué. Ese verano Mary se tenía que mudar a otra ciudad y lo prefería mejor así. Nunca la llegué a besar lo máximo de contacto que tuve con ella fue agarrarla de la mano o tocarle el cabello. Siempre la consideré algo sacra. También por esos meses mi Padre se casó con su novia por lo que yo viajé a casa de mis abuelos paternos por un mes.

El siguiente verano fue más o menos igual, Sherlock viajó a ver a sus padres a la ciudad y yo seguía con mis políticas de no regresar jamás. Trató de persuadirme pero con una sobre humana fuerza me negué. Así pasaron los meses y comenzó con ese año mi búsqueda de universidad. Ya estaba decidido que estudiaría Medicina. Siempre mi amor por las ciencias y la humanidad me habían inclinado por la preferencia a esa carrera.

Casi a final de cursos recibí mi carta de ingreso. Así que tenía un verano más para disfrutar de mis últimas vacaciones libres. Y como no podía desaprovechar tamaña oportunidad le rogué a mi padre casi de rodillas que me dejara viajar y pasar el verano con Sherlock.

El después de consultarlo demasiado con mi nueva madrastra, aceptó.


Fue la primera vez que viajaba solo, el vuelo tuvo lugar a una escala realmente innecesaria.

Y cuando llegué, buscaba a Sherlock entre la multitud, pero un señor que decía ser un trabajador de la familia Holmes se dirigió ante mí y me consultó si era el joven John Watson. Yo obviamente le dije que sí, entonces el me guió hasta un bonito carro negro, muy bien cuidado y realizó un ademán para que pasara y tomara asiento dentro del automóvil.

Yo me senté y este amable señor puso mi maleta en la cajuela de equipaje.

Demoramos un total de 40 minutos del aeropuerto a la casa de los abuelos de Sherlock.

Era una casa enorme de tres pisos, muy discreta por fuera para no llamar la atención, pero cuando entrabas claramente se veía que no carecía de nada, tenía un hermoso y extenso jardín rodeado por árboles altos y frondosos. El auto se detuvo en frente de la entrada principal yo bajé pensando que hallaría a Sherlock ahí, pero ni una sola pista. Me recibió una señorita que también se veía amable, me guió hasta la habitación que ocuparía por los siguientes dos meses aproximadamente, situé mi equipaje dentro del lugar y al cerrar la puerta sin cerrojo caí encima de la cama casi dando la barbilla hacia el techo y dejé que los brazos de Morfeo me tomaran.

Más tarde desperté al sentir las yemas de los dedos de alguien tamboreando con algo de ritmo contra mi frente. Abrí los ojos y para mi sorpresa era él. Sherlock estaba irreconocible, había crecido drásticamente, las facciones que tenía de niño habían desaparecido, estaba tan delgado que las líneas en su rostro se acentuaron más, si bien sus cabellos habían mantenido la altura de la última vez que lo vi, la mirada en sus ojos reflejaba algo de misterio, se había vuelto un joven muy hermoso. Qué rayos. Simpático. Si. Se había vuelto un joven muy simpático.

-Tienes que bajar, John. Vamos a cenar con mis abuelos, quieren conocerte o al menos recordarte-

Me quedé atónito ante la profunda voz que había adquirido mi amigo, pubescente del ayer.

-¿Ah? Bueno, ya voy-