Vanitas había sido creado para ser parte de un plan de grandes dimensiones que ni siquiera él podía entender del todo bien en ese momento. En un principio, solo era consciente de sus extremidades; tenía manos, pues e incluso podía ver, escuchar, oler y sentir. Todo a su alrededor fue completamente nuevo, el descubrir lo que había más allá de lo que veía fue maravilloso, y por un momento no fue consciente del vacío de su interior.
Hasta que sintió su primer sentimiento ajeno fuerte.
Estaba al tanto de que había nacido cuando fue separado de otra persona. De Ventus. Un chico cuyo corazón no albergó oscuridad alguna después de que Vanitas fuera extraído de él.
Algunos de los planes de Maestro requerían que Ventus dejará salir la oscuridad de su corazón para que así, Xehanort pudiera realizar algo mucho mayor —en ese entonces, Vanitas no estaba al tanto de qué era lo que Xehanort quería de Ventus—, pero Ventus no cedió ante la oscuridad, y eso hizo que el Maestro Xehanort se molestara, por lo que tomó medias drásticas e hizo todo a su manera.
Separó la oscuridad del corazón de Ventus. Y esa oscuridad se trató de Vanitas.
Cualquiera diría que la conexión que tenían terminaba ahí, que lo único que los unía era el hecho de que eran luz y oscuridad, pero no fue así. Siguió habiendo una conexión entre ellos.
Siempre que Ventus sentía una emoción fuerte, Vanitas era capaz de sentirlo también. Ya fuera angustia, emoción o dolor, Vanitas siempre era tomado por sorpresa por aquellos sentimientos.
Y lo odiaba.
Era un recordatorio constante de que mientras Ventus estaba en algún lugar, en algún otro mundo, tranquilo e incluso divirtiéndose, él se encontraba estancado en aquella estúpida e incípida necrópolis, sufriendo por todo el daño que el Maestro Xehanort le hacía para que él desarrollara más fuerza y resistencia.
—Levántate —dijo el hombre casi sin inmutarse, con la espalda curva y una mano detrás de ella. Su llave-espada empuñada con la otra mano, pareciendo que en cualquier momento le daría el golpe de gracia, le era bastante intimidante.
Intentó hacer lo que le ordenaban, pero su cuerpo dolía y estaba cansado, muy cansado. Lo único que quería era tomar un respiro.
—Levántate —repitió Xehanort, y cuando vio que Vanitas no lo hacía, que estaba tardando más de lo que debería, le dio la espalda—. Eres igual de débil que él.
Vanitas sabía que se refería a Ventus. Y eso lo enfureció.
Siempre que le comparaban con aquél rubio ingenuo, idiota y testarudo, una gran ira se esparcía desde su interior al resto de su cuerpo, y eso solo significaba una cosa: nescientes.
En un segundo, un nescientes apareció al lado suyo, y él lo vio. Su cuerpo pequeño, delgado, rápido y de color azul, con aquellos ojos rojos, totalmente planos a su cabeza; le dio la impresión de que el nescientes le miraba, y también sintió que se estaba burlando de él.
Tomó con fuerza la empuñadura de su llave-espada y la utilizó como apoyo para ponerse de pie. Después, atravesó a la pequeña criatura con su arma y está desapareció, pero entonces un dolor lo atravesó a él.
Siempre que un nescientes era aniquilado, Vanitas era capaz de sentir el dolor de la criatura cada que ocurría aquello. El dolor le era un constante recordatorio de lo que era, que él jamás sería otra cosa más que una aberración.
Siempre que sentía dolor, sentía irritación y eso provocaba el nacimiento de más nescientes.
Era un ciclo de dolor sin fin. Jamás terminaría, porque él era así.
Una vez en pie de nuevo, se volvió a poner en guardia mientras el Maestro Xehanort volvía a posicionarse de la misma manera que antes para atacar de manera inesperada en cualquier momento.
Vanitas estaba muy cansado, pero no quería ser débil.
No quería ser como Ventus.
