Prólogo: El primer adiós

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"Mi decisión fue ir a buscarlo, más allá de toda la gente en el mundo". Ernest Hemingway

El frío de la mañana había encontrado un huequito por donde colarse dentro de mi habitación vacía. Entre las cajas selladas con cinta adhesiva, las bolsas negras etiquetadas con mi nombre; entre los cristales empañados por el vapor de la tetera en mi mesita de noche, las páginas de los libros… el eco del vacío.

Cuando abrí los ojos y miré mi despertador, aún eran las cuatro de la mañana y refunfuñé molesta; dormir era uno de mis placeres secretos y debería aprovecharlo incluso en el último día en esa casa. Intenté incorporarme pero aquella lanza puntiaguda y filosa en mi pecho punzó de nuevo por primera vez en el día, haciéndome soltar un quejido para nada extraño, más bien uno normal, de los conocidos… Estuve acostada en aquella posición un par de minutos, sosteniendo mi pecho con ambas manos, con los ojos cerrados, esperando el momento justo para que al fin el dolor se detuviera y pudiese ponerme de pie.

-Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve… –Abrí mis ojos empañados en lágrimas y respiré con cautela esperando la continuación del dolor que nunca llegó. Se había ido y me separé del colchón con pequeños pasitos. –Cincuenta.

Abrí las ventanas y me asomé al vacío, dejando que el aire congelara mi rostro, que tiñera mis mejillas de carmín debido al frío, que jugueteara con mis rizos, que helara mis labios… y se llevara mis pesadillas. Inspiré profundo, deleitándome con aquel minuto de aire fresco, el único en la ciudad, aquel que aparecía cuando todos dormían, el único hecho solo para mí y que ya no lo sería más después de que el camión llegara por nuestras cosas ese mismo día.

-Buenos días. –Susurré separando mis labios congelados. El viento de la madrugada besó y mejilla y se fue canturreando entre las farolas encendidas. Me senté en el marco de la ventana y admiré por última vez los alrededores.

Las calles, las casas, los hombres de la basura y el lechero en su carrito blanco. Las lucecitas de los vecinos destellando en la oscuridad, algunos padres saliendo a esa hora hacia sus trabajos o sacando la basura, seguramente listos para empezar un día común y corriente. Una pequeña llorando en busca de alimento y la luz encendida de inmediato con el fin de calmarla… como siempre. Papá siempre dijo que el mundo esperaba por nosotros, que esperaba en las sombras para ver qué podíamos ofrecerle… todos ellos claramente ya habían encontrado su propósito, pero yo no iba siquiera a preocuparme en encontrarlo… simplemente, no valía la pena.

Mi despertador sonó indicándome que ya eran las seis de la mañana, por lo que me incorporé de mi usual asiento matutino. Le saqué la lengua al aire un segundo y satisfecha regresé a la habitación para apagar el ruidito incómodo. Cubrí mi cuerpo con una bata, apagué la tetera y salí, cruzando el rellano lleno de cajas y maletas, las escaleras de madera cálida y los barandales tallados, bajé a la cocina y decidí preparar el desayuno antes de que mamá despertara, sin embargo ella estaba ahí, sentada frente a la chimenea del comedor.

-¿Qué haces despierta a esta hora? –Mi respuesta se retrasó demasiado y ella no hizo más que sonreírle a las brazas de madera. –Todos los días miras por esa ventana tuya. ¿No pensarás huir de mi, verdad?

-Es lo último que haría.

Se levantó de su asiento y caminó ondeando su cabello rubio hacia mí. Estampó un beso en mi mejilla y acarició mi hombro, rebanando el resto de fruta que yo tenía en el tazón.

-De todas formas, si huyes… yo no iría detrás de ti. –Dijo sonriendo al vacío. –Cocinas espantoso.

Reímos juntas mientras el sol se levantaba en el horizonte, bañando la casa vacía de luces doradas entre los cristales sin cortinas de todas las ventanas. Había sido una buena venta, la casa se había pagado casi que sola y el frasco de los ahorros se había hecho incluso más gordo. Dentro de poco Luna crecerá y mamá ocupará pagar sus estudios, pagar futuras deudas o darse sus pequeños gustos… deberían ingeniárselas solas cuando yo ya no esté y ese era el comienzo.

-Ha habido un cambio de planes, cariño. –Dijo despacito, temiendo que el aire explotara por cortarlo de pronto. –El camión de la compañía llegará hoy, con el hijo del señor Malfoy.

Sus palabras fueron suficientes para que la daga regresara a mi pecho, helada y ponzoñosa, apurando la angustia de la partida. Intenté calmarme, de todos modos nuestra mudanza era inminente. No volvería a ver al columpio del patio, no saludaría al viejito caballeroso de al lado, no seríamos las mismas… sin embargo, ella lo hacía por mí, porque su hija mayor se mantuviera viva, porque era su promesa… Mis ojos se llenaron de lágrimas que pronto limpié con el dorso de la mano y me acerqué a ella, abrazándola con cariño. Lloró bastante, lo suficiente para mojar mi camisón y humedecer mi hombro, sin embargo no me fui. No la dejé sola…

-No empieces.

-Es importante. –Dijo separándose de mí. –Cada vez que lo pienso me siento culpable.

-Mamá, suficiente, yo acepté. Ustedes deberán…

-No, escucha. –Acotó robándose las palabras de mi boca. –Ustedes son mis hijas, el único tesoro que tengo… no voy a dejar que una simple enfermedad te aleje de mi lado, ni siquiera un chico como él.

-Ambas sabemos que no es una enfermedad simple, mamá.

Ella cerró los ojos, juntó las manos sobre su pecho y respiró profundamente como yo nunca podría llegar a hacerlo jamás. Puso sus manos a tientas sobre mi rostro y las movió para que la mirase directamente a sus ojos azules como el cielo.

-Por esta vez, permíteme restarle importancia a eso, Hermione. Por esta vez, déjame creer que lo que tienes pasará con un traguito de jarabe.

-Esto… no pasará.

-Solo por esta vez, ¿sí? –Asentí y ella me abrazó, presionando mi cuerpo contra el suyo. –Lamento que sea tan pronto.

-No tienes porqué lamentarlo. –Dije con voz cansina. –Allá estaré mejor, hay aire puro y mis pulmones estarán como nuevos es un par de días. El compromiso, es un daño colateral. Solo eso.

-A veces pienso que tú eres la madre. –Se burló separándose de mí y llevándose un poco de fruta a la boca. Sonrió limpiándose el rostro y tomó el tazón de Luna –Iré a dejarle esto a tu hermana, come el tuyo y no dejes nada. –Desapareció por la puerta y la escuché gritar mientras subía las escaleras. –Recuerda tu medicina, castaña.

Arrugué el rostro y miré feo el bendito tarrito con las píldoras sonreírme con cinismo. Le enseñé un dedo que no debía enseñar y más tarde tragué dos de sus capsulitas. Las horas pasaron y entonces mamá se volvió loca, bajando las cajas del ático, acercando las bolsas de comida a la puerta principal, lanzando las escobas fuera, cerrando puertas y cubriendo los sofás con plástico. Yo, la hija mayor y enferma simplemente miraba desde fuera como toda mi vida lo había hecho. Lo que conocía empezaba a irse de casa y acumularse en el camión de la mudanza junto a un chico alto, rubio platinado que no paraba de dar órdenes.

-¿Vas a ignorarme? –Escuché decir de sus labios, palabras arrastrándose de ellos. Ajusté la mascarilla sobre mi rostro y fingí jugar con Crookshanks, dormido junto a mí. –Ha llegado el día, ¿cómo te sientes? –Plantó un beso en mi frente que intenté esquivar, sin embargo sus brazos sujetaron los míos, inmovilizándome. –Cada día hueles mejor que el anterior, ¿sabías? Tu olor es exquisito.

-Sí, aja. ¿Podrías apartarte? –Mi codo dio en sus costillas y el rubio frente a mí, de hermosos ojos grises (había que admitirlo), sonrió con sarcasmo.

Me levanté para tomar las cajas que traía Luna y sin separarme de ella, las acomodé en la parte trasera del camión. Él, molesto junto al recibidor, salió de la casa y se escondió en su lujoso coche cuando desistió de hablarme, entonces sentí que respiraba con tranquilidad, sin su mirada penetrando mi nuca cada vez que giraba. Cuando al fin coloqué a Crookshanks sobre mi regazo, sentada en la ventanilla de atrás del coche de Draco Malfoy, todo comenzó. Ahí, en los primeros metros después de entregar la llave de casa a los nuevos dueños, la fuga secreta de mamá por intentar sobrellevar la muerte reciente de su esposo, la carga de tener que mantener a una pequeña de diez años y a otra de diecinueve enferma y moribunda que no hacía más que quejarse de la vida, inició. Luna estaba feliz por conocer nuevos rumbos, se le notaba en su carita mientras apretaba su osito de felpa contra su pecho. ¿Y yo? Bueno…

Mi cerebro solo me suplicaba morir cuando llegáramos, tranquilamente en medio del bosque, un arroyo y aire limpio... pero al parecer mi corazón aún no se enteraba de la enfermedad… o tal vez si lo hacía, porque con cada latido que dio, con cada golpecito en mi pecho, apostó por encontrar el único motivo que me regresara a la vida y yo, silenciosamente… aposté junto con él, en contra del mundo.

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Hola lectores, ¿sorprendidos? Bueno yo sí, y bastante. Las cosas por estos lados no andan muy tranquilas que digamos, las clases se suspenden seguido y bueno he estado viendo películas tirada en mi sofá. Me encontré una hermosa, que no les diré cual es hasta que se acabe el fic, pero está basada centralmente en su trama, y conste que digo centralmente porque en sí todas mis ideas surgieron de ahí, yo solamente las modifiqué como una fan con tiempo libre.

A los seguidores de Me niego a perderte no desesperen, Hermy no matará a media estación, solo tengo que acomodar las cosas para que no suceda xD lamento retrasarme tanto. En cuanto a esta historia, no sé cuantos capítulos tendrá, pero como siempre, prometo acabarla. El prologo es algo cortito y sé que no dice mucho, pero les aseguro que esta historia es hermosamente tierna. Sin más, como siempre espero sus comentarios… se despide su fiel escritora

Hermy Dwritte