EL CORAZÓN DEL DIABLO
Soy un demonio. Bueno, medio demonio; o por lo menos lo era; así como fui humano, rey del infierno, un avatar y un demente demonio inmortal. En mi bajo perfil me conocían como Cole Turner pero alguna vez fui el gran Baltazar, miembro de las facciones más poderosas, famoso por mis grandes habilidades y mi intelecto para fraguar cualquier plan que tuviera que ver con destruir a cualquier criatura mágica que se interpusiera en los deseos de la triada o de la misma Fuente de todo mal.
Si eres un demonio (o pretendes serlo) seguro conociste mi leyenda, tal vez hasta has querido seguir mis pasos y no te culpo. ¿Qué demonio con ambiciones no disfrutaría del respeto y la fama dentro del inframundo? Aún recuerdo aquellos días. Los demonios de bajo nivel me rendían pleitesía, tenían suerte si pisaban las suelas de mis zapatos o si percibían la esencia de mi resplandor. Pero yo solo hacía mi trabajo. Era un placer para mí matar brujas, apuñalarlas y realizar rituales con sus órganos, veía la vida en sus ojos desvaneciéndose. Eran mías, todas ellas, pues su último recuerdo eran mis ojos oscuros y mi rostro carmesí; claro que esa era mi forma demoniaca, ya que en mi forma humana la verdad era un hombre bien parecido, aunque sea yo quien lo diga.
Ahora bien, por si no es de tu conocimiento, mi alma –mejor dicho una parte de ella- reside condenada en un plano astral, un purgatorio que se encuentra lejos del juicio del bien o del mal. Si has muerto abandonando los deseos de tu corazón, lo más probable es que termines aquí.
Por supuesto te preguntarás: si eras un demonio tan despiadado y poderoso, ¿cómo terminaste así? Si tuviera que señalar un culpable, diría que fue gracias a Paige Mathews, la cuarta hermana de la profecía del poder de las tres. Mejor conocidas como las hermanas Halliwell, las Hechiceras.
Conocer a Phoebe Halliwell fue mi salvación, a pesar de que entraba y salía del inframundo a mi gusto y conveniencia, hasta que la conocí supe que mi vida antes de ella era un infierno. Pero la llegada de su hermana Paige lo cambió casi todo. Solo mi amor por Phoebe permaneció intacto, fuerte. Por eso, en las siguientes líneas te contaré cómo 115 años de oscuridad, sadismo y maldad puros se ven opacados cuando los comparas contra 3 años con la mujer que amas y cómo ese amor, aun después de la muerte, te obliga a permanecer en un lugar como este. Es una historia larga, pero mi tiempo no es problema. Yo tengo una eternidad.
