Hola a todos, ¿cómo están? Espero que se encuentren bien y, bueno, he aquí mi nuevo proyecto que espero no sea tan largo como "Nuestra Historia Sigue", pero tampoco tan corto como "Paradoja". Así que, sin mucho preámbulo, les presento "Blind Love" que será un UA del Universo de Avatar pues, si bien se podría llamar "AU!Modern", también conserva cierta esencia del mundo original de Avatar. Así que, aquí se los dejo.

Escrito por: Zakuro Hatsune
Edición: AlexandraArcher (Les recomiendo su Fic, "Todo empezó en París", es excelente y tiene mi apoyo incondicional).

Blind Love

Primer tacto: Encuentro.

Frío. Eso era lo que ella sentía. Un frío muy agradable que le recorría todo el cuerpo haciendo estremecer cada fibra de su ser recordándole de manera más que vivida de dónde provenía, siempre se había sentido orgullosa de su sangre polar y haber dejado atrás la Tribu Agua del Sur para vivir en Ciudad República había sido más que difícil para ella, después de todo, el mundo de Korra Racz se limitaba prácticamente a la tundra polar y los bordes de la playa que dividían su lugar de origen con los sitios más cálidos del mundo. «Tengo que agradecerle a esa idiota la idea de mudarme en invierno, así cuando el calor llegue mi cuerpo se acostumbrara de poco a poco, solo espero no morir de calor...», pensaba una joven morena mientras caminaba por las vacías calles llenas de nieve. «Además, por estas épocas, mi bello y cariñoso tío querido Unalaq no muestra su deforme y fea nariz por estos lugares. Lo último que quiero es verlo a la cara, si por mí fuera, jamás hubiese dejado la Tribu, estaría feliz correteando con Naga. ¡Ah, pero no! ¡Al señor le ofendió que le dijera sus verdades a la cara y me mandó aquí! Según él, a "estudiar" en la mejor "escuela" de Ciudad República para ver si me compongo. ¡Mierda! ¡Cómo odio que ese viejo decrépito sea mi jodido tutor!», refunfuñaba la morena mientras seguía caminando y reflexionando sobre cómo había llegado allí.

Korra jamás fue una típica niña, desde pequeña demostró su peculiar temperamento y su casi nulo respeto por la autoridad. Sin embargo, todo eso empeoró cuando a la edad de *seis años sus padres fueron encontrados muertos en su propia casa, Korra fue la única quien se salvó gracias a su mal hábito de escaparse para ir a correr con Naga, su fiel perro-oso polar y única amiga que podía soportar el ajetreado modo de vivir de la morena. La tragedia en la casa de los Racz fue un gran golpe para la menor, pues su vida dio un giro de ciento ochenta grados en tan solo un parpadeo. De estar cenando y riendo con su padre, Tonraq Racz y su madre, Senna Racz; pasó a estar bajo la custodia potestad de su tío, Unalaq Racz, cuya relación con Korra era más que inexistente e, inclusive, se podría decir que había cierto rencor entre ambos pues, Tonraq -quien era el mayor de los hermanos- heredó por derecho de nacimiento la compañía de su familia, una pequeña distribuidora de motores que le vendía a agencias muy importantes, como a los Sato y D'Angelo, quienes eran los dos grandes titanes en la industria automotriz, provocando un rencor silencioso entre el Racz mayor y el Racz menor, rencor que se volcó en Korra pues, solo por ella, Unalaq no podía apoderarse por completo de la compañía a pesar de que él la manejaba a su antojo y las ganancias iban directo a su cuenta dejando a la pobre morena de ojos azules con una miseria que solo le daba para vivir de manera medio decente. Obviamente, todo aquello era desconocido para Korra y, si se entrase de ello, las cosas se hubiesen puesto aún más feas entre su tío y ella.

Aun recordaba cómo se habían dado las cosas y el motivo por el cual ahora estaba allí, caminando por la cera de Ciudad República en busca de alguna tienda para comprarle comida a su fiel oso-polar. Todo inició hace una semana, era de noche, pasado de las doce y acababa de llegar de una de las mejores fiestas jamás montadas por una de sus pocas verdaderas amiga con motivo de su último día en la tribu hasta el próximo verano en dicho lugar, ella era una de sus amiga más cercanas a pesar de que la susodicha vivía en Ciudad República. El alcohol, las chicas y los chicos sobraban, estaba por demás decir que Korra tuvo más que un solo pequeño roce con más de una joven atractiva y uno que otro con algún chico que le llamase la atención, pero nada serio y en ningún momento terminó en la cama con alguien pues, si su tío la encontraba con aquel típico olor de la pasión, la pelea que tendría sería nivel nuclear, ya había visto como reprendió a su primo mayor por aquello y le dio miedo, así que no quería ni imaginarse el regaño que le esperaría a ella, quien era la oveja negra. Así que uno que otro manoseo, una sonrisa, un beso y con eso era más que suficiente para ella, una que otra copita era el complemento perfecto. Decidió que era hora de marcharse un tiempo antes de que la fiesta terminase pues se había escapado de su hogar -como era ya costumbre- y no quería que su tío la reprendiera de nuevo, si lo hacía, ya habrían sido cinco veces en esa semana y hasta ella sabía que estaba jugando demasiado con su suerte. Suerte que se acabaría esa misma noche.

Llegó a su hogar a las cuatro de la mañana montada sobre Naga, era un hogar relativamente modesto en forma de cúpula, como eran las demás casas de clase media de la Tribu Agua del Sur, después de todo, era lo único que podía pagarse con la miseria que su tío le daba. Abrió la puerta y lo primero que notó es que ésta no tenía llave; de inmediato se puso a la defensiva por cualquier cosa y miró a su alrededor para examinar que no faltase nada, la Tribu Agua del Sur era un lugar muy tranquilo para vivir, pero como bien su padre le había enseñado: El mal se oculta mejor cuando el sol no está mirando. Así que, con cuidado, empezó a caminar por su sala que era, literal, un sofá con una televisión y una pequeña mesa de centro. Al ver que no había nadie allí, pasó a la cocina y, apenas ingresó a ese lugar, la luz que provenía de una barra luminosa se encendió dejando ver a un hombre moreno de cara alargada y de mirada afilada. Unalaq, su tío y, por la expresión nada contenta que tenía, la peor pesadilla para la morena quien se preparaba ya mentalmente para el regaño monumental que quería por todos los medios posibles evitar.

Lo que empezó como un sermón común y corriente terminó en una pelea más que sería cuando Unalaq le recriminó a Korra que él la estaba manteniendo con su propio dinero y que eso no era para nada fácil si cada vez que se iba de parranda gastaba más de lo que él derrochaba para cosas realmente útiles y que, a diferencia de ella, él era un hombre honrado de buenos principios que no se rebajaba a aquella vida de excesos. Obvio, aquello no le gustó para nada a la chica de ojos color zafiro pues, Unalaq podía sé todo, menos un hombre honesto y con una vida sin excesos. Siempre tenía a una joven, o, en ocasiones, hasta cuánto distintas en su cama todas las noches y su empresa era el sinónimo de corrupción interna. Unalaq ganaba más dinero por sus extorsiones y desvíos de fondos que por las ganancias reales de la empresa Racz. Así que, con el carácter que tenía Korra sumando a unos cuantos grados de alcohol extra, no dudó en decir todo aquello que sabía en la cara del hombre que, le gustara o no, la mantenía. Al final, la discusión terminó en que la morena se alejaría de ese lugar que solo alimentaba su mala actitud, se iría a Ciudad República y estudiaría en la Academia Wan, que era una de las mejores instituciones para niños ricos, pues, según Unalaq, ¿Qué peor castigo para su sobria había que obligarla a relacionarse con aquellas personas que odiaba? Y, de paso, quizá tomaba buenos hábitos en ese sitio.

— ¿Cómo se atreve el maldito a inscribirme en una escuela para princesos? Yo no crecí en una cuna de oro y plata. Me aventaste a la primera perrera que viste, así que no te quejes con mi actitud. — Refunfuñaba la morena.

La joven sureña seguía recordado aquel momento cuando, a lo lejos, logró divisar a una pandilla de delincuentes, lo cual era realmente extraño tomado en cuenta que la temperatura de la ciudad estaba por debajo de los cero grados y que ya empezaba a nevar. Agudizó la vista y pudo contar con facilidad a cuatro sujetos distintos: Uno tenía el pelo en forma de púas sobresalientes color verde y estaba rapado de los laterales de su cabeza, tenía un collar de púas abrazado su cuello y una chaqueta negra. El más grande llevaba una pañoleta amarrada en el pelo y tatuajes en todo los brazos que llevaba expuestos como si nada (hasta a ella le sorprendió aquello pues, la tez de ese sujeto era blanca lo que indicaba que era de la Nación del Fuego). Los últimos dos eran, al parecer, gemelos o clones, pues eran una copia casi exacta del otro: bajitos, con jeans apretados, calvos y con una mirada más que perversa. Quizá, y solo quizá, esos dos eran los genios de aquella peculiar parvada de buitres urbanos. Se acercó un poco más para ver quién era la víctima y, cuando la divisó, juró que no había visto chica más bella en su vida. Tenía el pelo largo ondulado de un negro tan oscuro como el mismo plumaje de un cuervo, tez tan pálida que era casi imposible diferenciar la epidermis de la chica de la nívea nieve que estaba cayendo, sus ojos eran cubiertos por unos lentes oscuros bastante extraños y sus labios, por Raava, sus labios rojos eran más que exquisitos a la vista y de manera inconsciente, Korra se preguntó si sabrían igual. Pero no tuvo mucho tiempo para meditarlo pues, al ver como uno de los asaltantes sacaba un cuchillo supo que debía ir a ayudar a aquella chica. No iba a permitir que nadie lastimara a esa belleza en su presencia.

Tan rápido como sus piernas le permitieron, corrió hasta donde ocurría el atraco. Su furia estaba más que justificada, a pesar de que en palabras de su tío ella era una criminal bandolera -y no estaba muy lejos de la verdad, pues había desarrollado un pequeño gusto por las peleas callejeras y el grafiti-, el sentido de justicia que sus padres le inculcaron desde que era muy pequeña le exigía que detuviese a esos mal nacidos que no tenían la suficiente fuerza como para trabajar y ganase la vida. Con cada zancada que daba, su furia incrementaba pues podía ver cómo uno de los cuatro bastardos que tenían acorralada a la bella chica se le acercaba de más, violando de forma más que evidente su espacio personal y eso no era buena señal. Sus conocimiento sobre ese tipo de gente le hacían suponer lo que venía a continuación, de seguro la chica no tenía ni para una hogaza de pan y ahora querían que les pagara con algo más "íntimo" y "placentero" para ellos. «Oh, no. No harán lo que creo que van a hacer a esa chica», pensó para sí misma la morena apresurando el paso y colocándose detrás de los chicos con los brazos cruzados al darse cuenta que los cuatro asaltantes estaban tan ocupados desnudado con la mirada a su pobre víctima que no se inmutaron por su presencia.

— ¿Saben qué es de mala educación acosar a una dama? — Soltó la morena con acidez logrando que dieciséis ojos fruncidos se posaran en ella.

— ¿Disculpa? — Habló el asaltante con copete verde. — ¿Quién eres tú, perra, como para interrumpirnos? ¿No ves que estamos hablando con la señorita?

— ¿Estos imbéciles te están molestado? — Preguntó la morena a la joven de cabello negro.

— Sí, pero... — La joven no pudo acabar de terminar su frase pues enseguida la voz de la sureña le interrumpió.

— ¿Ya escucharon, tarados? La señorita no quiere su compañía, así que, vayan moviendo sus granosos y apestosos traseros a un lugar más alejado. — Demandó la joven de ojos azules con brusquedad mientras movía las manos.

— ¿Ah, sí? Pues quizá primero debamos darte una lección, ¿O no, chicos? — Siseó el ladrón dándole la espalda a su víctima y ahora concentrándose de lleno en la sureña. — Ahora aprenderás a solo abrir esa boca para hacer felaciones, preciosa.

— Lo único que me sorprende es que sepas usar la palabra "felación" y la apliques en una oración de manera coherente. — Contestó de manera socarrona Korra. — Además de tu aliento, no sabía que se podía llevar olor a drenaje allí.

— ¡Ya verás, perra! ¡A ella, chicos! — Ladró el delincuente de verde.

Korra sonrió de inmediato, ¿Qué mejor forma de acostumbrarse a una ciudad que odiaban que golpeado a algunos ciudadanos de la misma? ¡Y lo mejor de todo, es que si la policía la detenía no iba a ser su culpa! ¡Quizá al fin Raava le sonría!

— Pues juguemos. — Fue lo único que dijo Korra antes de abalanzarse a la pelea inminente.

Ella era una buena luchadora, se había enfrentado con sujetos más grandes que ella y en mayor cantidad. Salió golpeada y magullada, a veces hasta con heridas que merecieron uno que otro punto de costura dado por la Doctora Katara, una joven mujer de aproximadamente treinta años que vivía junto a ella y quien llegó a cuidar de ella cuando Unalaq la dejaba sola en el apartamento donde ya es vivía. Katara y su esposo, Aang, eran lo más cercano que tenía a unos padres a pesar de que la diferencia en edades no era mucha, pasan más como hermanos mayores, pero el cariño que la morena les tenía era mayor. Aang, un maestro en las famosos cuarto tipos de artes marciales que existían (fuego, agua, tierra y aire) fue quien le enseñó a luchar, lastima que ella no lo hubiese aplicado como era debido y en vez de usarlas para cosas más competitivas, pues su destreza era tanta que podría fácilmente obtener un puesto en las olimpiadas mundiales, prefirió malgastarlas en la calle revolcándose a golpes con las pequeñas y muy escasas pandillas que habían en la Tribu Agua del Sur pues, a pesar de que allí eran la mayoría guerreros por naturaleza, todos dedicaban sus vidas y talentos a la protección pública y/o la milicia sureña. Y los pocos que no, bueno, terminaban como Korra, buscando riñas en los barrios más bajos y en callejones más oscuros y fríos, donde no pensarías que hubiese algo.

Sin embargo, ni todas las peleas callejeras en el sur la hubiesen preparado para el estilo de esos infelices y, con éste, se refería a que ahora sabía cómo se sentía el gas pimienta en sus ojos y nariz. Ni el más bajo de los criminales sureños haría tal cosa en un combate, a pesar de que podían llevar armas y demás cosas, jamás se permitía portar gas pimienta, era algo así como una ley no establecida que todos los bandoleros del sur sabía y acataban. Apenas el gas se filtró en las fosas nasales y lagrimales de Korra, ésta supo que estaba perdida pues, para empezar, no podía respirar y sus ojos estaba totalmente cegados. Le ardían, sentía como sus pulmones se quemaban y como su tráquea de contraía de poco a poco, algo no iba bien con esa cosa que le habían arrojado, pero no pudo pensarlo mucho porque, además de las complicaciones internas de su organismo, tenía otros problemas que eran más tangibles. A duras penas logró percibir como un par de manos se colaban por debajo de su brazos, los sujetaban y la alzaban para que, posteriormente, su estómago fuese víctima de varios puñetazos y rodillazos que, si bien podía resistir, su cuerpo aún seguía muy confundido luchando para lograr abrir sus vías respiratorias y que sus ojos dejaran de lagrimar y lograr que se abriesen; pero eso llevaba tiempo y Korra lo sabía. De sentir los golpes en su vientre pasaron a su rostro y nariz, por un segundo pensó que se la habían roto, pero el dolor no era igual a la última vez que su tabique se rompió, así que se alivió de que por lo menos nariz estuviese a salvo.

La morena seguía aguantas fieramente los golpes de todos cuando, de repente, pudo captar como los brazos que la sujetaban ya no estaban allí y cayó de bruces al suelo sujetándose el vientre que de seguro estaba tan morado que resaltaría hasta en su morena piel. Como pudo, alzó su ensangrentado rostro y su único ojo que logró abrirse lo hizo tanto como pudo al ver la escena que se desarrollaba frente a ella; La chica que, según ella, iba a rescatar de esos asaltantes les estaba dando una paliza que, por Raava, hasta a ella le daría pavor. Sus golpes eran precisos, su velocidad inigualable y, lo que más le sorprendió, fue ver cómo aquella chica de cabello negro parecía predecir los golpes de sus atacantes porque, en todo lo que ella pudo ver, ningún puño ni patada logró hacer contacto con aquella chica. Su estilo de pelea era algo nuevo que Korra jamás había visto antes, parecía una especie de técnica avanzada del arte del aire-control, pero la joven daba golpes tan potentes como la tierra-control y sus movimientos eran similares a una extraña combinación del fuego y agua-control. Toda aquella danza podía resumirse en una sola palabra que no le hacía justicia a lo que la sureña estaba viendo impresionada: Maravilloso. Sí, era simplemente maravilloso ver a esa joven realizar esa danza mortal que, aplicándola bien, podía ser hasta letal si ella se lo propusiese. Korra tragó saliva por un momento pensado en la suerte que tuvo de no ser esos asaltantes porque, si bien vivirían, estaba segura que sus manos y cierta parte reproductora de ellos quedarían inservibles de por vida.

Lo último que logró ver Korra antes de que La Paz reinara a su alrededor fue a los cuatro tipejos corriendo de una manera más que torpe mientras sangraban y se quejaban. Normalmente ella se burlaría de aquel acto, pero después de ver la tremenda paliza que esa joven les dio, pues, era mejor no hablar. Korra al fin relajó todos su cuerpo y se permitió sentir el dolor haciéndola gemir por unos cuantos segundos revelando que aún seguía allí. Vio como la joven de cabello negro y labios rojos parecía llamar a algo o a alguien, su sorpresa fue enorme al ver cómo un lobo-murciélago acudía a su llamado; Korra jama había visto uno de esos animales, sabía que algunos estaban entrenados, pero eran muy pocos porque, al igual que su perro-oso polar, eso seres elegían a su dueño y no al revés, y, a diferencia de los perro-osos polares, los murciélagos-lobo eran aún más quisquillosos y, si no se trataban con el debido respeto, muy peligros. La morena estaba tan metida en sus pensamientos que no notó cuando aquella chica se acercó a ella guiada por su fiel animal quien llevaba un extraño arnés amarillo que contrastaba con su pelaje negro y ojos rojos.

— Oye, ¿Estás bien? — Escuchó la voz de aquella chica y Korra juró que era la melodía de un ángel.

— Eh... Sí... Solo tengo un ojo morado, mis pulmones queman, mi otro ojo está irritado y quizá tenga fracturada unas costillas. Pero de allí, todo perfecto. — Trató de bromear Korra mientras se paraba con la ayuda de la joven.

— Oh, por Raava. Lo siento mucho. — Se disculpó la pelinegra con tono apenado.

— No digas eso, los que deberían sentirlo mucho son esos bastardos que estoy segura aprendieron la lección. — Le sonrió la morena. — Por cierto, buenos movimientos. ¿Qué tipo de arte marcial es? ¿Tierra, agua, aire o fuego-control?

— Si te soy sincera... No tengo ni la más mínima idea, mi maestra fue quien me instruyó y jamás hizo mención de algún nombre en específico. — Explicó la chica pasando el brazo de la sureña por su hombro.

— Ya veo. Por cierto, me llamo Korra, Korra Racz. — Se presentó finalmente la morena.

— Asami, Asami D'Angelo S. — Contestó la chica sonriendo.

— ¿S? — Interrogó la joven de ojos azules alzando una ceja.

— Larga historia. — Evadió la joven llamada Asami. — ¿Quieres que te lleve a un hospital?

— ¡No! — Negó rotundamente Racz, si su tío se enteraba que de nuevo se había metido en una pelea, solo Raava sabrá que le esperaba. — Creo que puedo caminar hasta mi departamento, mi compañera sabe algo de primeros auxilios y, bueno, será mucho mejor que vaya allí.

— ¿Dónde queda tu departamento? — Se interesó Asami.

— Eh... En el barrio Metal... — Susurró Korra sabiendo que ese lugar estaba del otro lado de la ciudad.

— ¿¡Qué!? — Gritó la joven de tez nívea al escuchar aquello.

— Eh... No está tan lejos. — Trató de persuadirla la sureña. — Créeme, he estado en peores condiciones y he caminando más que eso.

— Pero, por lo que dices, estás muy lastimada. — Reprochó Asami. — Mira, mi departamento no está muy lejos de aquí. De hecho, está a una cuadra. Si lo deseas, puedo llevarte allí, darte material de curación y, cuando te sientas mejor, llamo a un taxi para que puedas irte.

— ¿Aceptar la invitación de una señorita totalmente extraña pero muy linda a su departamento? Sí, me parece perfecto. — Accedió Korra sin pensarlo mucho que digamos.

— Sabes, cuando lo dices así se oye muy mal... — Musitó Asami entre risas. — Y no somos extrañas ya, nos presentamos hace poco.

— Claro, si tú lo dices, D'Angelo. — Sonrió la morena.

— Eres muy simpática. — Comentó D'Angelo entre pequeñas risas. — Y llámame Asami, por favor.

— Vale, como digas. Aunque no solo me dicen eso, también me han dicen que soy muy atractiva, fuerte y una fiera. — Presumió la sureña encaminándose al departamento de Asami.

— Ya veremos eso después, lo importante ahora es tratar tus heridas. — Respondió la pelinegra con una leve sonrisa que Korra deseó poder ver siempre.

Ambas chicas caminar una cuadra al norte, el frío empezaba a hacerse más potente y la pequeña nevada que antes era un espectáculo que haría de cualquier momento un cuento de hadas empezaba a arreciar amenazando con convertirse en una granizada que de seguro acabaría con más de un Satomovil destruido y varias ventanas rotas. Korra sonrió ante aquello, recordaba la primera vez que vio aquel fenómeno natural, estaba en la casa de Katara y Aang, tenía a lo mucho cinco o seis años y, cuando escuchó el primer impacto de la nieve solidificada contra la casa de sus mayores, no dudó ni un segundo en esconderse debajo de la falda de la mayor con lágrimas en los ojos y temblando tanto como cuando Naga salía de bañarse. Aquella risa hizo que cierta joven de cabello negro también riese, por alguna extraña razón, la sonrisa de la joven que tenía a su lado de provocaba una felicidad que jamás había sentido antes, quizá fue la afinidad que ambas tuvieron al conocerse, no lo sabía, pero lo que sí tenía claro es que ese era el inicio de una maravillosa amistad. Asami no era de muchos amigos, pero los pocos que tenía los apreciaba mucho y algo que su interior le decía que esa chica sería uno de sus seres más queridos en todo el mundo.

Después de un rato, Korra y su nueva acompañante llegaron a unos modestos apartamentos en el barrio de Fuego que estaban perfectamente distribuidos a lo largo y ancho de un gran edificio de concreto de cinco pisos color verde moho. A pesar de que su nueva amiga tenía la belleza de una joven de alto estirpe, era de clase media-alta como ella. Asami la guió hasta la entrada del edificio donde empezaron a subir las escaleras con una lentitud algo extraña, como si su amiga tuviese cierto miedo a dar un paso en falso, pero no le prestó mucha atención que digamos pues el dolor que empezaba a minarle todo el cuerpo estaba ocupando la mayor parte de sus pensamientos y de su fuerza de voluntad para no empezar a chillar o gemir. Por lo menos, ahora su tráquea se había estabilizado un poco y sus pulmones volvía a estar en su estado normal sin sentir llamas en ellos ni nada por el estilo. Una preocupación menos para ella, ahora solo faltaba asegurarse de que la broma de sus costillas fuese solo eso, una broma y que realmente no tuviese nada fracturado, la paliza que recibió no había sido la gran cosa, pero sí que su cuerpo lo resintió bastante mal.

Subieron hasta el segundo piso y caminaron por el estrecho pasillo de fino concreto color gris con pequeños surcos que marcaban el inicio de un ladrillo y el final de otro, a su derecha había un pequeño balcón color verde al igual que el edificio que permitía ver parte de la ciudad. Sin detenerse, llegaron hasta una puerta café de madera que tenían grabado en una placa de metal dorada con itálica de maquina de escribir el número "501". La joven de cabello verde metió su mano dentro de su gabardina roja y, de ésta, sacó una tarjeta color blanco con una línea roja, la pasó por la llave electrónica que tenía su puerta y, de inmediato, ésta se abrió por completo dejando ver su humilde morada que, a ojos de la morena herida, era bastante reconfortante. No era pequeña, pues por lo que podía notar era más grande que el feo departamento de la amiga con la que ella se iba a quedar en su estadía en Ciudad República, pero tampoco tenía unas dimensiones abismales que le hicieran parecer ostentoso o un penthouse digno de alguna celebridad o músico famoso; aunque, si Korra lo pensaba bien, esa chica que ahora le estaba abriendo las puertas de su casa podría ser fácilmente una modelo o actriz, y, si lo fuese, ella de seguro compraría todo su material sin importar lo absurdo que fuese.

El departamento de Asami consistía en una pequeña sala sin televisor, solo un mueble blanco que contrastaba perfectamente con la alfombra roja que cubría todo el lugar y las paredes negras. Había una pequeña mesita donde Korra logró ver un extraño cubo de rubik color dorado totalmente armado y unas cuantas hojas regadas, en las paredes se podían apreciar algunos estantes llenos de libros con extraños grabados y cuadros, el que más le llamó la atención a la morena fueron una secuencia de imágenes que, juntas, formaban claramente a los cuatros integrantes de "The Beatles", la famosísima banda de rock and roll londinense. La morena no tenía nada contra ellos, pero prefería la música un poco más pesada, aunque debía de admitir que su canción "Revolution" le ponía un tanto nerviosa. Atrás de la sala, se podía ver un pequeño comedor/cocina pues la mesa donde se consumían los alimentos estaba rodeada de los típicos electrodomésticos que se solían usar para cocina y las mesetas donde se preparaban los alimentos. Al fondo, la sureña vio un gran ventanal que daba en dirección a la parte alta de la Ciudad, jamás había estado allí, pero según lo que contaban sus primos era más que maravillosa y, aunque odiase admitirlo, Desna y Eska tenía razón, los edificios y viviendas de la parte alta eran bellísimos, aunque no tanto como su acompañante. Del lado derecho del ventanal y, algo escondida, había una puerta que de seguro daba con la habitación personal de la joven de cabello negro. Era un lindo departamento sin duda alguna, o por lo menos, mejor que el cajón donde ella y su amiga vivirían.

— Bueno, ya llegamos. Déjame llevarte hasta la cocina. Mang, la silla uno, por favor. — Pidió amablemente Asami a su fiel mascota.

El lobo-murciélago alzó las orejas y movió su cola antes de correr hacia la mesa y jalar el asiento que estaba en la cabeza más cerca de las chicas. La joven de cabello negro ayudó a la sureña a llegar hasta allí y la sentó con cuidado escuchando uno que otro quejido por parte de su inesperada visitante.

— Mang, el botiquín, por favor. — Ordenó Asami a su fiel amigo, orden que acató de inmediato y con gusto sorprendido a Korra.

— Wow, lo tienes bien entrenado. Dicen que domesticar y amansar a un lobo-murciélago es complicado. — Comentó la morena al ver como el animal entraba por la puerta que ella dedujo era la habitación de su nueva amiga con ayuda de una cuerda que colgaba del picaporte en forma de L.

— Se podría decir eso, aunque mi amigo peludo es algo... distinto a los demás. Mang accedió a su entrenamiento por mi, quería ayudarme y que la vida no me fuese tan pasada. — Soltó la joven de cabello negro.

— Como sea. Tienes un bonito lugar aquí junto con una gran vista. — Trató de halagar Korra, pero solo consiguió que Asami le sonriera de forma melancólica.

— Sí, me lo han dicho. — Musitó la joven al momento que Mang volvía con el botiquín en el hocico.

El animal miró por unos segundos a su dueña y se le arrimó en la pierna estrujando su costado contra ésta, anunciando que había llegado con lo solicitado previamente y que esperaba recibir su cuota de mimos a cambio de una tarea bien hecha.

— Oh, ¿Lo trajiste? — Preguntó Asami agachándose y extendiendo las manos para que Mang colocase el objeto en ellas. — Eres un excelente muchacho. Cuando vayamos de compras, traeremos una caja de golosinas solo para ti, pero, por ahora, aquí tienes.

La joven volvió a meter su mano dentro de la bolsa derecha de su gabardina y, de ésta, sacó una galleta en forma de hueso que Mang devoró apenas pudo con gran ahínco y felicidad.

— Bueno, supongo que es hora de comenzar a curarte. — Expuso la joven de cabello negro mientras colocaba el estuche metálico con una cruz roja en la mesa y lo abría.

— No es necesario, puedo curar mis heridas yo sola. — Trató de excusarse algo avergonzada Korra, pero fue inútil.

— Por favor, permíteme hacer esto, es mi culpa que hayas acabado así... Si tan solo hubiese actuando antes... pero tenía que hacer el suficiente ruido para poder captar sus movimientos. — Explicó Asami empezando a sacara todo el contenido mientras palpaba cada frasco y gasa, cosa que se le hizo extraño a Korra.

La morena miró con más detenimiento a su anfitriona, ahora que lo pensaba, Asami no se había quitado sus lentes oscuros para nada desde que llegaron a su departamento donde la iluminación era la suficiente como para que pudiesen ver con claridad; después le presentó un poco más de atención a sus movimientos, jamás fijó su vista en los objetos que palpaba, sino que se mantenía un rato sintiéndolos antes de acomodarlos en la mesa en orden y, por último, miró a Mang quien yacía acostado en el piso con su arnés amarillo. ¿Sería qué...? No, era imposible, la había visto pelear, caminar como una persona normal, hasta subió escaleras. De seguro se estaba haciendo ideas equivocadas.

— Bueno, ya tengo todo listo. — Comunicó Asami feliz. — ¿Podrías decirme dónde te golpearon exactamente?

— Eh... Pues... Mayormente en la cara y en el estomago. No me rompieron la nariz, lo cual agradezco porque ya me pasó una vez y ahora tengo este hermoso perfil y no quiero que me lo arruinen. Pero quizá me hayan roto las costillas, no escuché ni sentí nada quebrándose, pero la duda sigue allí. — Trató de bromear la sureña sacándole una risita a su acompañante.

— En ese caso, habría que palpar. Pero será después de que cure tu rostro. Por favor, cierra los ojos. — Comentó como si nada la joven D'Angelo extendiendo sus manos para comenzar a palpar el rostro completo de Korra.

El tacto de esas manos contra su rostro se sentía extrañamente bien, las yemas de su seudo enfermera eran demasiado suaves para su tacto a pesar de que podía notar que las usaba demasiado. El aroma a vainilla que desprendían era magnífico, siempre le llamó la atención aquel peculiar aroma, sobretodo porque donde ella provenía era muy extraño aquel dulzón olor. Sin poder evitarlo, entreabrió sus ojos y pudo ver cómo Asami parecía estar captado cada parte de ella, cada herida abierta, cada pómulo ensangrentado con tan solo sus manos y, en ese instante, notó algo extraño. Una pequeña cicatriz que logró ver por escasos segundos cuando su nueva amiga alzó el rostro por mera inercia cerca de su ojo derecho. La duda que antes tenía se volvió a presentar en su mente, ¿Debía preguntar? ¿Sería incomodo? No lo sabía, pero la incertidumbre la estaba matando tanto como el dolor que tenía en el abdomen.

— Eh... Hmn... ¿D'Angelo? — Se animó a preguntar la morena.

— Korra, te pedí que me llamaras solo Asami. — Le recordó con dulzura la pelinegra terminado de palpar el rostro de su compañera y empezando a tratar las heridas.

— ¡Oh, claro! — Se reprendió mentalmente la sureña. — Hmn... Asami... Eh... ¿Por qué no te quitas los lentes?

Por un instante, la D'Angelo dejó de poner el tratamiento adecuado a las lastimadas de la Racz, pero no tardó mucho en volver a su labor dejando claro que aquella pregunta le había calado de cierta manera.

— ¡Si no me quieres contestar, no hay problema! — Comentó de inmediato Korra al ver la reacción de la chica que tenía enfrente. — ¡Ya es suficiente conque me permitas estar aquí y me cures!

— No te preocupes... Creo que tarde o temprano llegaríamos a este punto. — Susurró Asami apenas lo suficientemente fuerte como para que Korra lo escuchase. — Siempre pasa.

— ¿Ah? — Fue lo único que pudo atinar a decir la morena ante el extraño comentario.

— Quizá ya te habrás dado cuenta... En vez de abrí el botiquín y sacar las cosa directamente las fui tocando una por una y separando... Sentí tu rostro en vez de curar las heridas directamente y, también, está el factor de que Mang fue quien trajo el botiquín y quien jaló la silla. — Enumeró la muchacha sin dejar de tratar las heridas de Korra. — Yo... Yo soy... ciega.

— Ah, bueno, pensé que... — Habló la sureña hasta que pudo procesar lo que le había dicho su nueva amiga. — Espera, ¿Qué?

— Soy ciega, Korra. — Afirmó Asami está vez más segura.

— Pero, pero, pero, ¡Te vi dándole una paliza a esos bandidos! ¡Caminar por las calles sin algún bastón! ¡Subir escaleras y demás cosas! — Casi gritó la morena ganándose una pequeña reprimenda por parte de la pelinegra pues, si hacía eso, no podía seguir tratando las heridas de su cara.

— Mi maestra me enseñó a temprana edad que mi ceguera no era limitante ni una excusa para depender de otros, de ella aprendí a valerme por mí misma sin la ayuda de nadie. — En ese momento, se escuchó un pequeño gruñido proveniente de Mang quien alzó la cara y orejas ante tal comentario. — Claro está, Mang me ayuda bastante y lo agradezco.

Un silencio algo incómodo se extendió por todo el lugar, el único ruido que se podía percibir era el de pequeño gruñidos provenientes del lobo-murciélago que jugueteaba con sus patatas. Korra estaba más que apenada, no quería darle una mala impresión a la chica que tenía frente a ella y, ahora, todo era más que incomodo y de seguro había quedado como una insensible o idiota.

— Así que... Korra, ¿Eres de la ciudad? — Se escuchó la voz de Asami romper el silencio como si de cristal se tratase.

— Soy de la Tribu Agua del Sur, mi tío me hizo mudarme aquí para estudiar en una escuela de niños mimados... ¿Cómo se llamaba...? ¡Ah, sí! Academia Wan. — Contó la morena sintiendo como una bendita era puesta en su mejilla.

— Listo, ya está. — Anunció triunfal la joven ciega. — ¿La Academia Wan? Yo estudio allí.

— ¡¿En serio?! — Preguntó ilusionada la sureña.

— Sí, voy a entrar a mi último año; el próximo ingresaré a la Universidad Wan Shing Ton. — Dijo la pelinegra mientras guardaba todo y le entregaba el botiquín a Mang. — Por favor, déjalo en su lugar y no te comas la pasta de dientes que ya olí que te diste un buen banquete.

— ¿Se come la pasta de dientes? — Preguntó Korra arqueado una ceja. — Y yo pensaba que Naga era extraña al comerme el papel del baño olor a fresa.

— Mang es algo... peculiar. — Sonrió algo nerviosa Asami, su linda mascota era todo menos el típico lobo-murciélago. — ¿Tienes una mascota también?

— Yo diría que Naga es más como mi mejor amiga. — Explicó Korra mientras palpaba su abdomen. — Es una perro-oso polar. La traje conmigo cuando me mudé, ahorita debe estar en el departamento con mi amiga.

— Jamás he conocido a un perro-oso polar. — Reflexionó Asami sentándose en el sillón blanco e invitando a Korra a tomar asiento. — ¿Cómo son?

— Grandes, lanudos, blancos y te dejan llena de baba si les caes bien. — Bromeó la morena sacándole una sonrisa a la D'Angelo.

— Wow, me lo he imaginando tal cual. — Respondió sarcásticamente entre carcajadas la joven ciega.

— ¿Qué? Pues si así es Naga. Es mi muchacha peluda. — Sonrió la sureña.

— Ya, te creo.

Sin darse cuenta, Korra y Asami se pasaron toda la tarde divagando en su conversación. A pesar de que ambas podían tener gustos muy distintos como en el caso de las comidas, pues la sureña prefería los alimentos sin el más mínimo picante mientras que su amiga no podía comer nada bien sin que tuviese al menos cierto grado de picor, también compartían ciertos gustos musicales. Aunque no lo pareciese, Asami adoraba la música al igual que Korra. La joven de cabello negro se deleitaba escuchando metal sinfónico, mientras que la joven de tez morena se inclinaba más por las cosas un tanto más pesadas, como el metalcore. Sin embargo, ambas se unían por su interés en el rock alternativo y casi toda la música retro que ambas llegaron a escuchar de pequeñas y que ahora formaba parte importante de sus gustos musicales. Pero, lo que más disfrutaron ambas chicas, fue hablar de los gustos que no compartían la una con la otra. Como por ejemplo, el deleite que tenía Asami por leer libros de ciencia ficción, de lugares tan lejanos donde la tecnología era tan avanzada que los problemas que ahora tenían eran solucionados con un simple click u orden mental; además de que era una fan de la gran franquicia de Star Wars. Mientras que, por el contrario, Korra prefería leer cómics y novelas gráficas que no solo le llamaran la atención, sino que el estilo de dibujo fuese lo suficientemente bueno como para que la captara desde un inicio.

La charla entre ambas podría haberse extendido hasta casi altas horas de la noche de no ser porque, justamente, cuando Korra le estaba narrando a Asami la parte más épica de la última historia que había leído y ésta le prestaba toda la atención posible pues, después de todo, la historia que le estaba contando su amiga era bastante interesante y llamativa como ella lo describía, su celular sonó con el tono de "Girlfriend" de Avril Lavinge sacando una carcajada a la ciega por la oportuna interrupción y un rubor nivel Raava por parte de la sureña. Aquel tono no lo había puesto ella sino su amiga para que identificara cuando le llamaba y, ahora, recordaba porque odiaba esa canción en particular. No es que Korra tuviese algo con la que alguna vez fue llamada "la princesa del pop", pero esa canción no iba nada con ella y la constante risa de su compañera de sillón se lo recordaba, además de que no era la primera vez que esa peculiar melodía se interponía en un intento de fraternizar con alguien, aún recordaba cuando intentó ligar con una chica a la que le gustaba el satanic metal y quien, al escuchar dicha canción, solo se rió de ella, la llamó noob y se fue sin más.

Korra se disculpó de Asami y contestó la llamada, después de diez minutos de gritos e insultos para su persona de esa manera en la cual solo una **amiga de tiempo se podía referir a otra, ***al fin la interlocutora le dijo que ya era lo suficiente tarde y que esperaba que llegase al departamento en menos de diez minutos o de lo contrario, que esperaba que su resistencia al frío fuese tan buena como se contaba porque no iba a parase ya una vez que estuviese durmiendo para abrirle la puerta y que le importaba la mitad de un comino que hiciera todo el ruido que pudiese, porque no se iba a parar. Al oír lo último, Korra sintió un escalofrío recorrer toda su columna vertebral de inicio a fin; si bien conocía a su amiga, era capaz de eso y más, con tan solo decir que una vez le dejó plantada porque se había dormido y, cuando se encontraron de nuevo, le dio tremenda paliza que juró jamás volver a hacerle eso. Su amiga era de un temperamento bastante firme, como si de un militar se tratase, pero también era la persona más parrandera que llegó a conocer siendo la anfitriona de las mejores fiestas que alguna vez haya asistido. Si la ocasión se daba y ella realizaba una de sus míticas parrandas, invitaría a Asami como su pareja y la haría disfrutar como jamás había hecho en su vida.

Una vez que acatara las órdenes de su amiga, se disculpó con Asami y le comentó que era mejor que empezara a encaminarse hasta su departamento si no quería terminar siendo una paleta. Una cosa es que su resistencia al frío fuese asombrosa, y otra muy diferente a pasar todo una noche afuera con una granizada amenazante y, pues, digamos que ya estaba lo suficientemente golpeada como para querer más moretones a su colección. Después de escuchar pacientemente la explicación de la morena, Asami concordó con ella pues, a pesar de que no era de tener muchas amigas por su condición ya que detestaba que sintiesen lastima por ella y eso, desgraciadamente, era lo que la mayoría sentía por ella y prefería cortar con esas relaciones; sí tenía una persona lo suficientemente cercana para ella que le trataba casi igual, solo que a diferencia de la amiga de Korra que, por lo que ella le contó, tenía sólo uno cuantos años mas que ella, la persona a la que se refería Asami era una mujer adulta con un carácter más que temible digna de su puesto como jefa de policía, una vez la dejó afuera con el frío por no haber llegado a tiempo a sus clases con la madre de la susodicha mujer y, aunque ahora la D'Angelo lo recordase con gracia, en ese entonces a parte de frío se moría de miedo pues no sabía aún cómo manejar su ceguera y no tenía a Mang para cuidarle las espaldas.

— Bueno, supongo que ya es hora que te marches. ¿Quieres que te llame a un taxi? — Le ofreció Asami a la sureña.

— No, caminaré, no creo que me pase nada y, si pasa, ya sé que los bastardos de por aquí juegan bastante sucio. — Rió la morena. — Pero antes de que me vaya... ¿Tienes celular...? ¿O alguna forma de seguir en contacto?

— Claro, espera. — Pidió la pelinegra mientras buscaba en el bolsillo de su pantalón y sacaba un teléfono de última punta. — Morrigan, registrar teléfono.

— Claro, señorita Asami. — Una voz robótica salió del aparato dejando impresionada a la ojiazul.

— Listo, ingresa tu número. — Extendió el teléfono la invidente a su amiga quien supo dónde estaba por los pequeños y ruidosos movimientos de sus pies.

— Ah... Sí. — Tomó Korra el aparato entre sus manos y empezó a llenar los datos de registro. — Listo, me puse: "La súper sensual Korra Racz".

— ¿En serio? — Se echó a reír la D'Angelo ante tal nombre.

— Nah, broma. Me puse solo Korra. — Respondió la sureña.

— De acuerdo. Morrigan, llamar a Korra. — Ordenó Asami.

— Llamando a Korra, señorita Asami. — Informó la voz robótica.

El teléfono desprendió de la su bocina aquel tipo sonido que hacen cuando se realiza una llamada, al tercer timbre el celular de la morena empezó a vibrar y la canción de "Welcome to the Jungle" de Guns and Roses empezó a sonar, al menos esta vez el timbre sí iba más con la personalidad de la sureña. Tomó su móvil y apretó donde le marcaba para poder contestar la llamada de la persona que tenía enfrente.

— ¿Hola? — Saludó la joven haciendo como si realmente Asami no estuviese de frente.

— No tenías que haber contestado. — Rió D'Angelo.

— ¡Asami! ¡Cuánto tiempo! ¡Han pasado siglos desde que te vi! — Bromeó Korra sacándole más carcajadas a su compañera.

— ¿Siempre eres así? — Preguntó la pelinegra sonriente.

— Solo cuando estoy frente a una persona que me agrada. — Contestó con franqueza la morena guardando el teléfono de Asami en su propio móvil. — Bueno, mañana te mando un... eh... ¿Mensaje? ¿Llamada?

— Tranquila, Morrigan me lee todos mis mensajes y los contesta al igual que las llamadas. No te preocupes tanto por eso, como te habrás dado cuenta, soy perfectamente capaz de hacer casi todo lo que una persona normal hace. — Explicó la chica de tez blanca. — Menos caer en las típicas bromas de "mira allí" porque dudo mucho que logre captar el chiste.

— Veo que tú también tienes tu lado divertido. — Rió esta vez Korra ante la obvia broma de Asami.

— Solo sale con las personas que me agradan. — Respondió la ciega logrando sacar una enorme sonrisa a la sureña.

— ¿Quién lo diría? Solo unas cuantas horas conmigo y ya vas aprendiendo. Me agradas bastante, Asami. — Confesó la ojiazul. — Bueno, me tengo que ir ya a menos que quiera dormir afuera con Naga y, a pesar de que quiero mucho a esa muchacha, prefiero mi cama.

La joven morena vio por última vez a su nueva amiga quien asintió con la cabeza en forma de entendiendo y giró sobre sus talones para detenerte unos momentos en el umbral de la puerta, viró el rostro y, a pesar de que sabía que la chica que estaba atrás de ella no la veía, le dedicó una cálida sonrisa.

— Nos mantenemos en contacto, Asami. — Prometió la sureña.

— Estaré esperando tu mensaje. — Respondió la republicana ante tales palabras.

— Nos vemos. — Y, con esas últimas palabras, la morena salió del departamento de la joven de cabello negro.

El camino de regreso al departamento de su amiga fue bastante rápido, no percibió el pasar del tiempo pues sus pensamientos giraban al rededor de cierta joven de cabello negro y labios tan rojos como la sangre que le subía al rostro cada vez que la escuchaba reír. Asami realmente era una persona llena de sorpresas. Para empezar y, lo más evidente, era el hecho de que estaba ciega, no le contó si había nacido así o fue adquirida, pero eso era algo que no se atrevía a pregúntale pues, si era lo segundo, de seguro le hacía recordar cosas muy dolorosas y el tema "¿Cómo quedaste ciega?" no era el mejor para cuando conoces a una persona así. Después estaba el factor de que, a pesar de no poder ver, Asami realiza todas las tareas que cualquier persona normal haría, claro está, con ayuda de Mang pues tampoco podía hacerse pasar por una persona vidente aunque sí que sabía ocultar el hecho de que vivía en la penumbra. Y, por último y el que más le impresionó a la sureña, fue el verla pelear. Sus movimientos seguían grabados en su mente, esa elegancia, elasticidad, fuerza y destreza se habían tallado como piedra en su memoria. Si se daba la ocasión, quería tener un enfrentamiento uno a uno con ella para ver hasta dónde llegan sus habilidades pues Korra era una de las mejores luchadoras -callejeras- en su nativa Tribu Agua del Sur -a pesar de que le hubiesen dado ese día una paliza, pero no había sido por ella sino por el golpe bajo que le dieron al rociarle gas pimienta en la cara-.

Sin notarlo, ya había llegado al departamento que sería su hogar desde ese día. Al igual que la pequeña residencia de Asami, ella viviría en un edificio de cuatro plantas hecho de metal sólido, no por nada vivía en el barro Metal que era uno de los más importantes al igual que los barrios fuego, agua, tierra, aire y, donde vivían los más ricos, la zona Avatar. Si mal lo recordaba, sus primos Eska y Desna tenían una casa allí, pero primero se moría su tío Unalaq antes de permitirle a ella, una delincuente de barrio bajo, colarse en ese lugar. Claro estaba, a Korra no le hacía mucha ilusión tener que vivir con sus primos, ella conoció a gente muy extraña en su vida, pero no tanto como esos dos... Simplemente, eran demasiado extraños, siempre que estaba con ellos una mala sensación le entraba por los pies y la recorría hasta la cabeza. Y esas risas, esas risas sin gracia, secas, huecas la perseguían hasta en sus pesadillas. «Si eso dos entraran a un circo de fenómenos habría dos posibilidad: Que fuesen la sensación y ganaran mucho dinero o que asustaran tanto a los espectadores que los correrían apenas den la primera función. Yo apostaría a lo segundo, esos dos dan miedo... No entiendo cómo somos parientes.», reflexionaba Korra mientras subía las escaleras del edificio sintiendo la baja temperatura de la barra lateral contra su mano.

Siguió subiendo por la escalera hasta que llegó al cuarto piso dónde tomó dirección al pasillo, fue examinado cada una de las entradas hasta que se topó con una puerta metálica con una placa que rezaba con itálica gótica "*082". Sin más, metió su mano dentro de sus pantalones y empezó a buscar la llave. Al no sentirlas en la primera bolsa en la que sumergió sus falanges, decidió indagar en la de su pierna derecha y, al solo percibir su celular el pánico empezó a apoderarse de de ella. «Mierda, no puedo perderlas, ¡Esa mujer me va a asesinar si pierdo las llaves!», pensaba la morena buscando ahora en sus bolsas traseras, pero de nueva cuenta, no había nada. Ya con miedo, decidió examinar ambas bolsas de su chaqueta y, al percibir el frío metal contra su mano, la sensación de alivio brotó desde su pecho y salió por su boca en un suspiro más que relajado. Allí estaban las condenadas llaves, ya su pescuezo estaba de nuevo a salvo. «Creo que me compraré un collar y me las pondré allí, prefiero ir cargando con ellas en mi cuello y que esto no me vuelva a pasar», se prometió a si misma la sureña mientras introducía la llave en la manija permitiendo que, así, la puerta se abriera. Ahora que lo pensaba, ¿Por qué su amiga le había amenazado con dejarla a afue...? «Ah, de seguro ya se había imaginado que perdí las llaves... Aunque, siendo sinceras, no la culpo del todo...», suspiró cansada Korra entrando al que sería su nuevo hogar por un buen rato, y con eso se refería a que viviría allí hasta que se gradúase de la Universidad en una carrera decente. «Claro, como si yo realmente fuese material universitario», se mofó la ojiazul ante ese último pensamiento que cruzó por su mente.

Apenas entró en el departamento, sintió como una gran masa se analizaba sobre ella seguida de cerca por una lengua rasposa que le recorrió prácticamente toda la cara. No tenía necesidad de adivinar quien era la que le daba tan calurosa bienvenida, Naga siempre la recibía de la misma forma y eso le encantaba. Su perro-oso polar era su mejor amiga en todo el mundo, cuando sus padres murieron Naga era lo único que le quedaba, solo con ella pudo llorar la muerte de Tonraq y Senna, solo ella la abrazaba cuando tenía esas horribles pesadillas de lo que hubiese pasado si una pequeña Korra no se hubiese fugado con ella. Le debía mucho a Naga, sobre todo, que ella estuviese viva era gracias a ese animal enorme que no dejaba de lamerla. El día en que sus padres fueron brutalmente asesinados, ella había pedido permiso de ir a jugar con Naga, pero obviamente no se lo dieron por ser demasiado tarde, sin embargo, ella encontró la forma de escaparse e ir con Naga a la pequeña montaña que estaba cerca de su hogar. Después de que jugaron, ambas regresaron para encontrar aquella escena que la seguiría por el resto de su vida, pero eso ya era historia pasada y ahora lo único que le interesaba era poderse quitar a su amiga de encima para que se pudiese dar una ducha. La baba de perro-oso polar dejaba todo muy pegajoso y con un olor que era mejor no describir.

— ¡Ya, Naga, déjame pararme! — Rió la morena tratando de empujar con suavidad a su amiga.

El gran animal dejó de lamer a su dueña y se hizo a un lado como ella había pedido no sin antes denotar su indignación ante ello con un pequeño alarido que llegó hasta los oídos de la morena que al fin podía pararse sobre sus dos piernas.

— Vamos, no te pongas así. — Le pidió Korra a Naga. — Ahora que reacciono, ¿Quién te metió? Deberías estar afuera.

— Yo la metí. — Se escuchó resonar una voz dura y firme. — Anunciaron que más tarde habría una granizada y preferiría mil veces dejarte a ti afuera que a Naga.

— Ja, ja, ja. Me encanta tu sentido del humor, Kuvira. — Comentó sarcástica la morena mirando a su amiga quien tenía una taza de café en la mano.

Kuvira Zutsh y ella se conocían desde hacía bastantes años, ambas tuvieron un primer encuentro no muy bueno que terminó en una pelea que, posteriormente, culminó en una amistad inquebrantable. Kuvira era una mujer hermosa, si Korra no la viese como casi una hermana y no la conociera tanto como ahora lo hacía, de seguro no dudaría ni un instante en tener algo con ella aunque la rechazara, pues su amiga tenía algo con buscarse a mujeres más grandes que ella. Kuvira tenía un tono de tez muy bien bronceada que la distinguía como ciudadana originaria del Reino Tierra, sus ojos eran verdes aceitunados y tenía un coqueto lunar en debajo del ojo que le hacía ver endemoniadamente sexy, según varios y varias ex-novios que Korra había tenido el desagrado de conocer. Su cabello era totalmente negro, no tanto como el de Asami, pero si tenía su encanto.

— Es tarde, ¿Dónde estuviste todas estas horas? — Preguntó de manera severa Kuvira mientras se sentaba en su sofá individual verde.

— Con alguien. — Fue lo único que respondió Korra dirigiéndose hacia su cuarto para ducharse y cambiarse la ropa.

— Oh, ¿Solo has estado dos días aquí y ya tienes conquista nueva? — Dijo la muchacha de ojos verdes lo suficientemente alto para que su amiga la escuchase.

— No es una conquista, Kuvira. — Le recriminó Korra y eso era verdad, Asami no era sólo una "conquista" más. — Ella es... diferente.

— Oh, ¿Y se puede saber cómo es ésta chica misteriosa? — Se interesó la mayor mientras sorbía un poco de su café y miraba de reojo a su amiga quien ocupaba asiento en su sillón amplio.

— Ella es... Preciosa, Kuvira. — Inició a narrar Korra con un brillo que su amiga jamás había visto antes en los ojos de la morena. — Tiene unos labios que... Una piel tan... Su carácter es como... Y su forma de moverse es... Wow.

— No. Claro. Me lo dejaste más translúcido que el vidrio. — Se mofó la mayor.

— ¡Es que debes conocerla! ¡Es sorprendente, Kuvira! — Exclamó Korra con una vives que dejaría a cualquiera impactado.

— Algún día, pero por ahora, debes irte a dormir. — Demandó la ojiverde terminado su café.

— Pero, apenas van a dar las nueve. — Reprochó la morena.

— Y mañana debes de ir a la seis de la mañana a la Academia Wan a confirmar tu trabajado e inscripción. — Le recordó Kuvira.

— ¿No lo puedes hacer tú? Trabajas allí a tiempo parcial... — Le preguntó Korra con suplica, ella era todo menos una persona que se levantase temprano por las mañanas.

— Déjame pensarlo... — Meditó unos segundos la ojiverde. — No.

— ¡Por favor! — Suplicó la sureña. — ¡Odio levantarme temprano!

— ¿Y? Lárgate a dormir antes de que te haga dormir afuera. — Amenazó Kuvira con mirada afilada.

— No serías capaz... — Susurró la morena en un puchero.

— ¿Me retas? — Inquirió la mayor alzando el rostro.

— ¡Por eso digo que mejor me voy a dormir! — Soltó de inmediato Korra antes de echarse a correr a su cuarto. — ¡Buenas noches, lunarcito!

— ¡Korra! — Vociferó Kuvira al escuchar ese apodo que tanto odiaba.

La morena logró librarse de la furia de su amiga al encerrarse en su habitación, un lugar relativamente pequeño pero con el suficiente espacio para una cama individual y un closet en el cual ya tenía toda su ropa. Miró a un lado de su lecho y vio la enorme figura de Naga durmiendo plácidamente, sonrío y, sin más, decidió imitar a su pelusa amiga. Caminó hacia la cama y se echó cuan larga era mirando al techo, su mente viajó hasta esa tarde donde compartió tiempo con Asami, ahora que lo pensaba no se había puesto en contacto con su nueva amiga. Tomó su celular de su bolsillo y lo encendió, con calma, buscó el contacto de su amiga y decidió mandarle un pequeño mensaje deseándole buenas noches y agradeciendo esos detalles para con ella. Una vez redactado, dejó el teléfono de un lado, puso su cabeza sobre sus brazos y se dejó arrastrar en ese mar de imágenes que tenía como protagonista a cierta joven ciega que la había cautivado. Asami era simplemente asombrosa, lo había dicho y no se cansaba de repetirlo. Con cada hora que pasaba, se hacía más y más preguntas respecto a ella, quería llegar a conocerla mejor, saber que otras cosas compartían y cuantas otras muchas diferían. Sin darse cuenta, fue cayendo en la telaraña del sueño hasta quedar profundamente dormida y su último pensamiento se lo dedicó a cierta joven de cabello negro y labios rojos que de seguro le quitaría el sueño a futuro.

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Asami había salido de la ducha, después de que su nueva amiga se fuese decidió que era momento de tomar un pequeño aperitivo que era básicamente meter al horno microondas la cena que había sobrado del día anterior y, posteriormente, darse un baño para que pudiera irse a dormir lo más limpia posible. Esa tarde había sido maravillosa para la joven invidente, usualmente cuando alguien se enteraba de su incapacidad para ver la trataban como si fuera una inútil que no podía ni dar un solo paso por sí misma y ella odiaba eso, así que conocer a Korra fue realmente maravilloso porque, a pesar de saber su problema, no dejó de tratarla como lo que era: una persona. Una persona que solamente era incapaz de percibir el mundo con sus ojos, pero sí que podía hacerlo mediante su oído que (gracias al entrenamiento de su maestra) estaba tan finamente desarrollado que podía escuchar a la perfección la respiración tranquila de Mang al igual que su corazón; mediante su tacto con el cual podía hacerse una idea de la forma de los objetos que tocaba y, claro estaba, su nariz. A veces odiaba tener un olfato muy sensible pues cuando estaba cerca de los baños públicos era como una tortura para ella.

Ya estaba en su habitación, un lugar espacioso donde entraba su cama, un estante de libros especiales para ella, su escritorio y la camita de Mang que estaba colocada junto a la de ella. Sin perder mucho tiempo, le ordenó a su fiel lobo-vampiro que se acostara mientras ella se subía a su cama, por ser temporada invernal sus cobijas eran más gruesas blandas semejando al pelaje lanudo de un borrego-alpaca. Estaba acomodándose cuando escuchó su teléfono sonar, era extraño que alguien quisiera contactarse con ella a esas horas de la noche. Sintió como su móvil era colocado en su regazo con suavidad, Mang se lo había traído. Asami le sonrió al animal antes de acariciar su cabecita, tomó el celular y, como era costumbre, le pidió a su asistente virtual, Morrigan, que leyera el mensaje. Morrigan era una de las inversiones de las cuales más se enorgullecía Asami pues, a pesar de que no lo pareciese, era una chica bastante inteligente. Ella había desarrollado a Morrigan bastante tiempo atrás como un proyecto personal, pues odiaba no poder usar un teléfono como era debido, así que puso manos a la obra, en unos cuantos meses había terminado la primera parte de su asistente y, en dos años, Morrigan (como le había puesto Asami a su proyecto) era totalmente funcional y operable para cualquier teléfono mientras ella tuviese el código fuente.

Asami quedó bastante impresionada cuando Morrigan le informó que tenía un mensaje de nada más y nada menos que de Korra. Cuando la pelinegra le pidió leer dicho mensaje a su asistente móvil, una sonrisa se dibujó en su rostro cuando escuchó lo que tenía dicho texto. La sureña le deseaba buenas noches y que tuviese dulces sueños. Aquello solo logró que el cariño que Korra se había ganado esa tarde incrementara exponencialmente, ya que Asami no creía ciertamente que su nueva amiga cumpliese aquella promesa de seguir en contacto con ella. La joven ciega le pidió a Morrigan que le dijera la hora y, al darse cuenta que ya era bastante tarde, decidió ordenarle a su asistente virtual que programas un mensaje de texto para mandárselo a la morena a las nueve de la mañana. El mensaje decía:

"Gracias por desearme buenas noches... Espero que hoy tengas un excelente día y tener la oportunidad de volver a hablar contigo.

Atentamente: Asami D'Angelo S."

NOTAS DE LA AUTORA:

Primer*: Esto me recordó a horrores los inicios de Huntress o Cazadora (cómic recomendando, por cierto)

Segundo**: ¿O no es así, Meiko, Haku...?

Tercer***: Esto me hace pensar severamente en cómo será mi vida cuando me mude con Haku y Meiko... Qué Raava me proteja.

Cuarto****: Dato curioso, esa es la fecha de mi cumpleaños y lo puse peque... Me gustan los números que me tocó. lol.

FUMADAS DE LA AUTORA:

Y, bueno, eso es todo por ahora… Espero que les haya gustado el primer capítulo y que se animen a seguirme en este nuevo "gran" proyecto que, espero yo, disfrute tanto escribiendo como mis demás historias.

Ah, también quisiera dar a conocer una cosa:
Eh… Como ya saben, estoy estudiando la Universidad y…. Bueno, si creen que mi trabajo lo merece, sería de gran ayuda que pudiesen donar algo, lo que sea, vía o, si lo prefieren, apoyarme mediante pues, todo lo recaudado, será para mi inscripción de mi matrícula Universitaria… ¡Si lo hace, tengan por seguro que me están ayudando a terminar mis estudios como animadora! Cuando tenga la oportunidad, subiré alguna muestra de mi trabajo en esta rama.

Bueno, eso sería todo… Gracias por leer y, si se animan a donar algo, les pido que se pongan en contacto conmigo vía PM aquí mismo en FanFictio, por Facebook (Zakuro Hatsune), Tumblr (zakurohatsune) o Twitter L_HZakuro (Zakuro Hatsune Sato), para poder proporcionarles el link de mi o el correo por el cual pueden hacer su donación.

Sin más, me despido hasta la próxima actualización.

Zakuro Hatsune.