Mi pequeña flor
Jek-Scarlet
— Eres demasiado bonita para llorar.
Le había dicho cuando la encontré llorando en el parque, para proceder a invitarla a mi casa, a reguardare de la lluvia que comenzaba a caer.
— Gracias, Dai —pronuncio como un susurro. No pude hacer más que sonreírle.
— No hay de que, mi pequeña flor.
Por un momento, sus ojos volvieron a brillar como hace tiempo ya no lo hacían. Como siempre lo hacían cuando yo le decía ese esas palabras; 'mi pequeña flor'. Yo era el único con el derecho de llamarle así.
— Momoko, ¿Qué hacías allí? —me aventure a preguntar.
Ella arrugo la nariz de una forma encantadora, mientras fruncía los labios acompañando el gesto. No hacía falta que hablase, ambos sabíamos ya la respuesta.
— Te salió rana ese príncipe —me reí más cuando hizo una mueca de enfado, para luego reír conmigo.
Luego de eso seguimos caminando en silencio, no era incomodo, era un silencio agradable. Cuando llegamos a casa, ambos estábamos empapados, pero parecía que la lluvia que nos había caído, se había llevado algo que antes estaba en el aire, y ahora no.
— Ya sabes, mi casa es tu casa, puedes tomar lo que quieras —dije —. Creo que tengo algo de ropa que puede quedarte.
— Dai, ¿Tú me amarías?, ¿Me amarías como yo lo hago?
— Ya lo hago; ya te amo —no tuve el valor de voltear al pronunciar esa palabras—Y no me gusta verte sufrir. Haría lo que fuese para no verte así, para verte sonreír.
Cuando gire, tus manos frías se engancharon a mi cuello y cuerpo. Sorpresa. Tus labios no se separaron de los míos, la sorpresa desapareció y el placer emergió.
Sus movimientos lésbicos comenzaron a provocarme.
— Kaoru me matara si te llegase a hacer algo —hable presionándola más contra mi cuerpo.
— Ella no lo sabrá, pero estoy segura que no haría nada si llegase a enterarse.
Arquea la espalda y jadea en mi oído. Sonriendo ante la tortura.
— Vamos Dai, yo sé que tú quieres —susurra besando mi cuello.
Joder, que bonita que es.
Mis manos recorren sus piernas, hasta sus muslos. Me gusta la forma en que sus piernas quedan a la perfección en mi cintura.
Ella es perfecta, con su cuerpo de ninfa y sonrisa de musa. Con sus pestañas que hacen sombras prohibidas en sus mejillas.
Me mata, me da placer.
Todo se ha vuelto palpitación y deseo, al momento que contonea las caderas pidiéndome.
— Me estas matando.
¿Está tú cuerpo hecho para el mío?
Sonríe perversa mientas me besa el cuello.
— Dame placer amor, que tengo sed de ti —y es ahí donde noto que la Momoko tímida y dulce se ha quedado bajo la lluvia; en ese banco en el parque.
— ¿Quién eres tú?
— Solo ámame Dai —hace calor, mucho calor —. Hazme olvidar.
Y las lágrimas bajan por sus mejillas. La beso y solo puedo hacerle una promesa silenciosa.
Promesas que seguiré cumpliendo aún después de despertar en la mañana y ver que no estará. Aún después de estarme añorando su aroma, su blanca piel, los besos y abrazos.
La aunque tenga el fantasma de su cuerpo ente mis brazos, aunque al recordar sus labios sienta el sabor de las lágrimas saladas.
— Te amare, mi pequeña flor. Te amare como siempre lo hice y seguiré haciendo.
