¿Nunca te has puesto a pensar que a veces lo colores definen la manera en cómo te sientes? Porque yo sí, siempre que me siento de alguna manera, me gusta pensar en el tipo de color que sería.

Lo sé, suena patético y un poco infantil, pero así soy yo.

Y hoy me siento gris, ¿la razón? Son demasiadas que no sé por cual puedo empezar.

Pero aquí estoy, sentada en una de las mesas de afuera de la cafetería más visitada de Lane Park. Cruzo mis piernas y me concentro en el movimiento de mis zapatillas negras de Jimmy Choo. Le doy una última calada a mi cigarrillo y lo dejo en el cenicero. Exhalo el humo y miro a los transeúntes caminar despreocupados de la vida.

Porque así es, todos, incluso yo misma, vamos por la vida sin prestar mucha atención. De pronto ocurre una crisis, y nos cuestionamos todo lo que nos rodea, y en ese momento dejamos de pisar terreno firme. Creo que es en esos momentos que la memoria se convierte en una poderosa fuerza de nuestras vidas. Comienzas a explorar el pasado, e invariablemente te encuentras con una nueva lectura de ese pasado, lo entiendes de otra forma, y por ello eres capaz de enfrentarte al presente de una nueva manera.

Estiro mi mano y tomo mi pitillera plateada. Mi padre odia la forma en la que fumo, ¿pero qué podía hacer? ¿Dejarlo? Ya lo había intentado, y así como el marido que te pide perdón nuevamente por una infidelidad; yo caía en sus redes y volvía. Una vez más encendí un cigarrillo y disfruté de la nicotina recorrer mi cuerpo.

-Disculpe, señorita, ¿se le ofrece algo más?- se me acercó el camarero, y antes de que pudiera responderle, una tercera voz contestó

-Un gintonic para ella y un whisky en las rocas para mí- el entrometido desabotonó su saco y tomó asiento frente a mí; después me miró. Rodé los ojos escondidos detrás de mis gafas oscuras.

-No recuerdo haberte invitado- contesté expulsando el humo del cigarrillo.

-¿Lloraste verdad?-

-No, tú sabes que no lo hago-

-¡Oh, sí! Sabes, mi sueño es entrar en tu corazón para poder patinar sobre hielo-

-No seas estúpido- apagué mi segundo cigarro y le di un trago a mi bebida que había llegado segundos antes.

-¿Entonces por qué traes esas gafas?-

-Hace mucho sol y me gustan- contesté alzando los hombros y recargando mi cuerpo en la silla. Estaba nerviosa y comencé a tocarme el cabello.

-Candy…-

-No, Neal. No quiero hablar de ello- intenté tomar mi pitillera pero él fue más rápido y me la arrebató, la guardó en su saco. Frustrada me terminé mi trago y llamé al camarero, dos más.

-Pues deberías. No te entiendo Candy, ¿cómo puedes estar como si nada hubiera pasado?-

-Es que no ha pasado nada-

-¿Nada? Cómo puedes llamarle nada al hecho de que tu hermana te arrebatara a tu novio-

-Él no es mi novio… ya no - parpadee intentando que las lágrimas no aparecieran.

-Preciosa…-

-Neal, te estás convirtiendo en un dolor en el culo- tomé mi bolso, dejé unos billetes en la mesa y me fui de ahí. Como era de esperarse mi amigo fue corriendo detrás de mí. Apuré mi paso para llegar hasta mi coche, a mis espaldas podía oír a Neal gritar mi nombre.

Llegué a la puerta de mi carro y me metí, puse seguro y arranqué en cuanto pude. Por el retrovisor lo vi llevarse las manos al cabello en señal de desespero. En segundos mi celular sonaba, pero lo ignoré.

Tomé las calles principales hasta poder integrarme a la estatal, necesitaba salir de ahí y conocía un lugar al que podía ir. Una hora después llegaba a las cabañas de Pony, ese lugar traía a mi memoria recuerdos bellos que ahora me parecían amargos. Estacioné el coche y bajé.

Cuando entré, la anciana dueña del lugar me miró sonriente, pero en cuanto notó que me quitaba las gafas y no escondía las lágrimas, se me acercó.

-Pequeña, ¿qué ha pasado?-

-Lo he perdido, Pony- me abrazó y mi dolor se acrecentó.

-¿Por qué lo dices, Candy? Dios mío, no me espantes, niña-

-Lo he perdido para siempre-

-Pero ¿por qué dices eso?-

No le contesté, no pude, mi garganta estaba completamente cerrada, y además, aunque pudiera hablar, no podría decirlo en voz alta.

Pasaron unos minutos para que pudiera calmarme, seguíamos en el vestíbulo, ella abrazándome y consolándome; todo lo que mi madre nunca haría por mí y sí por mi hermana.

-¿Puedo quedarme esta noche aquí?-

-Claro que sí mi niña-

No dijimos más, me dio las llaves de una de las nuevas cabañas y me indicó por dónde ir. Como un zombi llegué y entré. El olor a madera y a nuevo me conmovió. Sentí como las lágrimas caían, no las detuve, lloraría lo que tendría que llorar y saldría adelante. Caminé y abrí una de las puertas corredizas, el ruido de la cascada me tranquilizó un poco, solo un poco. Caí en el suelo y lloré amargamente.

Dolía, dolía y sentía que no podía respirar. Nunca había sentido tanto dolor, ¿podría soportarlo? Me sentía morir. No sé por cuanto tiempo estuve así, tuve que ponerme de pie cuando mi cuerpo comenzó a darme molestias. Me dirigí al baño, debo de agregar que era muy bonito, rustico pero bonito, me miré en el espejo y me sentí miserable. Esta no era yo.

Mi maquillaje estaba corrido, parecía un mapache, mis ojos estaban rojos y los tenía hinchados. Santo cielo, y solo había pasado un día, no quería ni imaginarme en cómo me pondría conforme pasaran los días .

¿Algún día dejaría de llorar? Por lo visto no. No sabía de dónde salían tantas lágrimas, ojalá tuviera un botón para apagarlas. Con furia las quité, apoyé las manos en el lavabo y acerqué mi rostro. Me miré mejor, las pecas se podían ver con mayor claridad; las odiaba, mi cabello estaba hecho una maraña de greñas, tuve ganas de cortarlo, destrozarlo; mi cabello era una de las cosas que tanto le gustaba de mí, pero ya no más, en cuanto pudiera cambiaría mi look.

Me desvestí y luego entré a la ducha, el agua caliente me ayudaría a mitigar mi dolor, o no, me di cuenta que era fácil que el agua borra las lágrimas, mas no mi pesar. Salí de ahí envuelta en una toalla, no me importaba dormir desnuda, además, qué más daba, estaba sola.

De todas las cosas del mundo que podía esperar que pasaran, esta era una de las que menos e improbable me imaginaría ocurrieran.

Pero ahí estaba él, ahí estaba Terry en medio de la habitación. En todos los años que llevaba de conocerle, siempre lo había visto triunfante, gallardo, apuesto, sobre todo apuesto, pero nunca así; derrotado y con el corazón igual que el mío; destrozado.

-Candy- su ropa estaba arrugada, la barba comenzaba a asomarse, pero sus ojos, lo que más me dolió fue ver sus ojos; tristes y rotos, como los míos, mostraban todo el dolor que sentía.

-¿Qué haces aquí?- agarré fuertemente la toalla que envolvía mi desnudes y retrocedí.

-Necesitamos hablar, amor-

-No, no me llames amor-

-¿Por qué no?- se acercó hacia mí, pero yo volví a retroceder, intenté controlar a mis lágrimas, pero ellas me ignoraron

-No soy tu amor- mi voz tembló y me maldecí.

-Claro que sí, siempre lo has sido y lo serás-

-No, no, no, no. Tú y yo ya no somos nada-

-Candy- la voz de él se quebró y sentí en lo más hondo de mi ser su dolor

-Por favor Terry, no hagas las cosas más difíciles-

-Candy, yo te amo, te amo como no tienes idea. No puedes dejarme-

-¿Es que no lo entiendes? No tenemos otra opción-

-Claro que sí, juntos podemos salir de esta mi amor-

-¿Salir de ésta? ¿Cómo? ¿Vivir los tres?-

-¿Por qué tenemos que ser nosotros los que sacrifiquemos nuestro amor?-

-¡PORQUE ELLA SE ESTÁ MURIENDO POR MI CULPA!- estallé como si de una bomba atómica se tratara, vi pasar la confusión por aquellos bellos ojos azules que tanto me gustaba mirar cuando terminábamos de hacer el amor, cerré los ojos y me senté en la cama. De pronto me sentía muy cansada. Más lágrimas caían por mi rostro.

-¿Qué? ¡No! Esas son cosas que nosotros no decidimos- se inclinó frente a mí y recargó su frente en la mía. Abrí mis ojos y acaricie su cara, lo miré con todo el dolor del mundo, me estaba partiendo el alma. Yo lo miraba y puedo jurar que no me quedaban ganas de mirar a nadie más. En ese preciso instante comprendí que los ojos, siempre, siempre le pertenecen a la persona que los hace brillar, y mis ojos siempre le pertenecerían a él, estuviera con quien estuviera, a pesar de que ahora ya no brillaran.

-Candy, yo de amarte no me arrepiento, todo lo que hemos vivido ha sido sincero. Debes de saber que mi corazón siempre te pertenecerá.

-Terry- me incliné y lo besé. Muy en el fondo sabía que este beso y todo lo demás sería una despedida, no volvería a probar esos labios jamás, no podría sentir todo el amor una vez más, no, esta sería la última vez que nuestros cuerpos se tocaran y sería la última vez que su olor se impregnara en mi cuerpo.

Nos besamos, fueron besos tristes, él lo sabía tan bien como yo, esta sería la última vez. Y así lo hicimos, hicimos el amor por última vez, lo besé con todo el amor que podía darle, envolví mis brazos en su cuerpo y lloré por dentro, lo extrañaría tanto, extrañaría su compañía, sus pláticas, los chistes que teníamos, lo extrañaría a él.

Dios, pensar en ello me rompía de nuevo el corazón, su sabor se fundía con las lágrima de él y mías, qué doloroso es despedirse de la persona que amas para dársela a alguien más.

Me entregué una última vez, le di mi cuerpo, mi alma y mi amor. Le di todo lo que pude.

Hicimos el amor como nunca, siempre explotando nuestros sentidos. Lo sentí en mi, lo miré cuando llegué al orgasmo, pronuncié su nombre mil veces, lo besé otras mil más. Lo hicimos hasta caer rendidos y abrazados.

Me giré para verlo, acaricié su rostro y lo besé. Él dormía, y no tenía ni idea de que lo dejaría ahí. En cuanto mi cuerpo abandonó la cama, sentí que todo en la habitación se volvía blanco y negro, caminé sintiendo desintegrar mi cuerpo. Recogí mi ropa que estaba en el baño y salí de ahí.

RY C

Eran las cuatro de la mañana cuando ingresé al vestíbulo. Pony se hallaba detrás del mostrador, me miró y sonrió.

-No tenías derecho a decirle dónde estaba, Pony-

-Claro que sí, sobre todo cuando sé que ustedes se aman-

-Pues no has hecho otra cosa que sólo empeorarlo. Vine aquí para no pensar en él-

-Querida, seré vieja pero no estúpida, tú más que nadie sabe que este sería el primer al que vendría Terry-

Debía de aceptarlo, si conocía este lugar era gracias a él, siempre veníamos. Mi inconsciente me traicionaba, aunque al venir aquí siempre fue con la esperanza de que él me encontrara. No le contesté a Pony, abandoné el lugar y no volví la mirada.

Ya no tenía caso hacerlo.

A partir de ahora, él le pertenecería a mi hermana Cynthia.