Dunklen Winter por Angie Friki Black

Disclaimer: El universo de Book Thief no me pertenece sino a Markus Zusak.

Este fic está basado en un WI?: ¿Qué pasaría si Rudy hubiera sobrevivido?

Para: Cheshire Friki Jackson

Dedicatoria: Chesy, vale, no soy muy buena con estas cosas. Así que sólo te diré que eres una chica estupenda; me haces reír, me haces llorar, o bueno, en realidad no me haces llorar, pero tú entiendes. A pesar de que seas hija del tío Poseidón te quiero mucho. ¡Disfruta la lectura! y en verdad disculpa la demora.


Los copos de nieves blancos y escarchados, caían con extremada delicadeza y elegancia. El frío cortante que hacia aquella mañana en Alemania, tenía a todas las familias abrigadas tratando de mantenerse en calor. Cualquier persona que tuviera un sano juicio, estaría en estos momentos bajo muchas frazadas y tomando algún líquido caliente tratando de pelear contra el frío de afuera.

Pero Liesel Meminger no era una persona que le molestara mucho el clima helado. Es más, cualquiera que la mirara en esos precisos momentos, diría que de hecho, disfrutaba sentir el viento helado en sus sonrosadas mejillas.

La mujer de ahora treinta años, caminaba a paso lento, pero seguro. Sabía muy bien a dónde dirigirse, y ese mismo hecho hacia que se preguntara si era correcto lo que estaba a punto de hacer.

Su mente divagó en los últimos años de su vida.

Después de la guerra en la que quedó completamente destrozada al enterarse de qué sus padres y amigos habían muerto, Liesel había sido adoptada por la esposa del alcalde. No podía quejarse de su adolescencia: rodeada de libros, tuvo buenos maestros, aprendió muchas cosas. Sí, tuvo una buena adolescencia. Pero siempre sentía que faltaba algo, ya no se sentía llena al leer libros; no, Liesel sabía que quería más. Por lo que dando las gracias al alcalde y a su esposa, partió hacia un nuevo comienzo.

El camino de sus sueños estuvo lleno de obstáculos, no le fue fácil conseguir trabajo en un país extranjero, que era a donde había ido. Pero con su terquedad y optimismo, pudo conseguir algo decente, trabajando como empleada en una cafetería. Aún así, sabía que le faltaba algo.

Luego de trabajar allí algunos meses más, Liesel por fin había conseguido reunir el dinero suficiente para publicar el pequeño libro que había escrito de pequeña (por supuesto que con algunas modificaciones). Se arriesgó a entregarlo a una editorial no muy conocida, ya que algo dentro de ella la incitaba a que eso era lo correcto.

Y lo fue.

Tuvo que detenerse un instante dado que casi se tropieza con una piedra. Esperó pacientemente hasta que los pocos autos que pasaban la dejaron cruzar la calle. Al otro lado, sentado en la acera con raspaduras en las rodillas, una pequeña niña sollozaba. A Liesel se le revolcó el corazón, se acercó a ella y sacándose del abrigo un lindo pañuelo de seda trató de limpiarle la herida a la pequeña. Le sonrió de forma sincera y le dijo que todo estaría bien.

—Ahora será mejor que vuelvas a casa —le aconsejó—. Puedes pescar un resfriado y seguramente tu madre te regañará.

La niña asintió asustada ante la repentina imagen de su madre enojada y salió corriendo en dirección opuesta a Liesel. Mientras ésta soltaba risas por lo bajo recordando a su madre de acogida, Rosa Hubermann, y en que ella debía de haber tenido la misma mirada asustada el día en que rompió uno de sus vestidos. Se sorprendió a si misma pensando en esos hechos del pasado, los que había pensado ya se encontraban guardados muy en el fondo.

Guardados sí, olvidados nunca. Jamás podría olvidar la mejor época de su vida, de eso estaba segura.

Siguió su camino recorriendo con sus ojos aquellos edificios reconstruidas al terminar la guerra. Se notaba que los dueños habían tratado de que quedaran iguales, pero Liesel pensaba que ellos mismos sabían muy bien que aquello jamás pasaría.

Empezó a mirar con nerviosismo la tienda delante. Miles de preguntas abordaron su mente. ¿Qué le diría después de tantos años? ¿Él la reconocería al llegar? ¿En verdad estaba bien lo que iba a hacer?

Sacudió su cabeza. Por supuesto que estaba bien. Había pasado mucho tiempo hablándolo y discutiéndolo con Max; mientras luchaba con sus demonios internos tratando de saber cómo reaccionaría ante él.

La campanilla que anunciaba la entrada de un cliente despertó a Liesel de su monólogo interno. Estaba allí, realmente estaba allí. Se había permitido soñar con ese momento en los últimos dos años, tres… ya no recordaba cuantos al estar ahí, todos sus pensamientos se habían esfumado.

— ¡Buenas tardes señorita! ¿En qué puedo servirle? —ofreció amablemente un muchacho unos años mayor que ella.

Liesel se permitió admirarlo por algunos instantes. Un chico alto, fuerte y musculoso, de ojos tan azules como el cielo, y sonrisa tan ancha que ella no pudo evitar devolverle ese gesto.

—Bueno, estoy buscando a Rudy Steiner. ¿Sabe dónde se encuentra él?

Hubo un momento de silencio entre ambos.

— ¿Quién lo busca? —preguntó él.

Ella aspiró, apretando sus puños.

—Liesel, Liesel Meminger.

Él contuvo el aliento abriendo sus ojos de par en par. Sus labios temblaban.

— ¿Liesel? ¿De verdad eres tú, Liesel?

Ella lo miró más detenidamente. No se había detenido a ver mejor el cabello color limón de aquel chico.

—Rudy… ¡Rudy, no puedo creer que al fin te encuentro!

Al pasar el asombro principal ambos se unieron en un cálido abrazo lleno de melancolía, nostalgia, tristeza y alegría. Se separaron al cabo de algunos minutos, demasiadas emociones juntas era algo turbado.

—Pero, ¿qué haces aquí? Digo, pensé que te habías mudado.

La condujo hacia un pequeño taburete dentro de la tienda.

—Lo hice. Pero, quise volver aquí. Bueno, tenía que volver aquí.

Rudy sonrió. Y Liesel pensó que era la sonrisa más brillante que le había visto.

Su rostro se veía un poco cansado, y aún tenía la cicatriz debajo de su ojos izquierdo que era la prueba viviente de haber estado en la guerra. Liesel se mordió el labio inferior, empezaba a sentir de nuevo aquella sensación de opresión en su pecho cada vez que recordaba a la antigua Alemania, y lo que la guerra le había quitado.

—Parece que estos años te han sentado muy bien, Liesel —ella se ruborizó, estaba acostumbrada a recibir halagos, pero no de él—. ¿Cómo te va?

—Estupendo, me va estupendo. He publicado mi primer libro, y estoy intentando publicar otro.

Más minutos de silencio. Ninguno tenía mucho que decir.

—Se oye genial. Liesel…

— ¡Papi!

Dos pequeños niños salieron de la puerta detrás del aparador. Una niña y un niño, ambos con cabello rubio y ojos azules; se le acercaron a Rudy saltando encima de él mientras lo abrazan.

— ¡Verónica, Jasón! —Rudy se levantó elevando en el aire a ambos niños—. ¿Cómo les fue en el parque?

— ¡Genial! fue muy divertido. Vimos patos, y montones de aves que volaban encima de nosotros y…

—Y mejor se van a lavar que están llenos de tierra —anunció una bella mujer rubia con una encantadora sonrisa entrando en la habitación, cruzándose de brazos con el ceño fruncido.

Ambos niños zapatearon y replicaron, pero al final obedecieron perdiéndose por una puerta.

—Esos niños me dan mucho dolor de cabeza —la recién llegada se acercó a Rudy depositando un pequeño beso en sus labios —. Al igual que tú.

—Tal vez, pero a los tres nos amas.

Liesel empezaba a sentirse fuera de lugar, no pudo evitar sentir un leve cosquilleo en sus mejillas. Tosió un poco para hacerse notar.

— ¡Oh, Liesel! Sí, cierto. Casi había olvidado que estabas aquí.

Rudy pasó un brazo por la cintura de la mujer.

—Ella es Lisbeth. Mi esposa.

Liesel tuvo que sostenerse de una silla. A pesar de que eso, era bastante evidente. La mujer le dedicó una sonrisa juguetona mientras estiraba su mano.

—Un placer, Liesel —ella extendió también su mano estrechándola—. Rudy me ha hablado mucho de ti.

—El placer es mío.

La tensión en el aire era palpable. Y Lizbeth era alguien perceptiva.

—Creo que voy a ver si esos dos traviesos se han lavado. De nuevo, fue un placer Liesel.

Los copos seguían cayendo allá fuera, formando rayuelas heladas.

—Es encantadora.

—Lo sé.

Más minutos de silencio, mientras afuera se oía el susurro del viento frío chocando contra la ventana.

—Liesel, no quiero sonar grosero, pero…

—No, está bien. Lo entiendo, yo también debo irme. Pero antes —se levantó buscando algo entre su abrigo—, ten.

Rudy tomó entre sus manos aquel libro negro extrañado.

— ¿Qué es?

—Por mucho tiempo me sentí vacía, Rudy. Ahora creo saber el por qué. Quise enterrar mi pasado pero la verdad es que éste me perseguía, y en verdad creo que jamás podré escapar de él. Pero si me va a perseguir, creo que al menos quiero que tú tengas el comienzo de todo esto, el único recuerdo que tengo antes de venir a Alemania.

—Liesel, si significa tanto para ti, no creo que debas dármelo…

—No, quiero que te lo quedes. Sé qué contigo estará en un buen lugar —bajó su mirada con un atisbo de tristeza—. Debo irme, Rudy, me gustó volver a verte.

Se dirigió hacia la salida admirando la nieve que caía, preguntándose si se podía ser más libre que ella.

—A mí también me gustó verte de nuevo. Si alguna vez regresas, podría hablar con Lizbeth por si no tienes dónde quedarte.

Liesel negó mientras reía de forma vacía.

— ¿Sabes Rudy? El día en que me pediste que te besara pensé que eras el idiota más grande del mundo —se pusó su sombrero mientras caminaba fuera de la tienda—. Ahora, creo que la idiota fui yo.

Ella no giró su cabeza hacia atrás, hizo lo que venía a hacer y ya estaba hecho. Sostuvo con fuerza su pequeña maleta.

—Hasta nunca Rudy.

La nieve siguió cayendo en aquella tarde solitaria.

—Hasta nunca, ladrona de libros.