El aprendiz de mago.
Capítulo 1.
Primer precepto: Todos los varones nacidos con el don de la magia deberán ser instruidos según los principios de este sagrado arte. Este poder deberá ser utilizado de manera responsable, según las leyes de la Orden Mágica.
Segundo precepto: Todas las mujeres nacidas con el don de la magia deberán pasar por un período de transición, durante el cual la Orden Mágica las instruirá de una manera distinta a los varones, para que aprendan a controlar su poder y encaminar su uso a la veneración de los Valar. Una vez concluido este período, pasarán a llamarse ¨Iluminadas¨. Toda mujer que no atraviese la transición será reconocida como ¨bruja¨.
Tercer precepto: Cualquier individuo que use la magia con fines inadecuados, o cualquier mujer no ¨ Ilustrada¨, perderá todos los derechos a usar sus poderes. La actividad mágica de estas personas será considerada ilegal, y por tanto deberán vivir como el resto de personas carentes de este don.
Beille bajaba tranquilamente por las calles de Minas Tirith, mientras silbaba una alegre melodía. Era un soleado día de primavera, y los niños corrían y reían despreocupadamente mientras jugaban. El hombre los miraba, sonriente. Ya habían pasado diez años desde la guerra del anillo, y, por primera vez en la historia de la Tierra Media, todos sentían que la paz imperaba en el mundo. Sauron había caído, y con él, Mordor. Apenas quedaban orcos ni trasgos, tan pocos que no podían ser considerados una verdadera amenaza. Además, los distintos reinos de la Tierra se habían visto obligados a aliarse entre sí, por lo que ahora sus relaciones eran mucho más cordiales que antaño.
Beille era un hombre de 36 años, apuesto y fuerte. Era alto, con el largo y rebelde pelo castaño y la mirada seria. Nació en Rohan, y luchó en las batallas del Abismo de Helm y de los campos de Pelennor. Claro que, había contado con cierta ventaja.
Ya de niño, se descubrió que él no era una persona común. Al principio, sólo se trataba de cosas sin importancia, las cuales Beille no podía controlar; como el hecho de que cuando estornudase, los juguetes aparecieran en otro sitio distinto. Pero, a medida que iba creciendo, se dio cuenta de que podía mover los objetos a voluntad propia. También podía hacer que los brotes de las plantas creciesen más rápido, doblar cucharas, o incluso reparar ciertos utensilios. Rohan era un reino atrasado, por lo que no había nadie allí que pudiese confirmar lo que le ocurría. Sin embargo, su padre era de Gondor, por lo que lo llevó a que lo observase un mago de gran fama, representante de la Orden Mágica en el reino. Allí, fue sometido a varias pruebas, y se confirmó que era un niño al que los Valar le habían otorgado el mayor don de todos: el don de la magia.
A partir de entonces, Beille residió en Minas Tirith, donde el mago, llamado Tullant, lo instruyó en los principios de la magia. Aprendió a realizar encantamientos, preparar pócimas, defenderse usando su poder correctamente. La guerra interrumpió temporalmente su instrucción, pero la retomó rápidamente cuando ésta hubo acabado. Tullant coincidía en que era un hombre con un gran potencial, y en que su poder debía de ser aprovechado al máximo.
Cuando hubo llegado al primer nivel de la ciudad blanca, llamó a la puerta de una enorme casa. En realidad ni siquiera era una casa en sí, sino una especie de biblioteca en la que su sabio mentor se había instalado. Esperó pacientemente a que el hombre, ya mayor, le abriese. Tullant era un mago de constitución rechoncha, que lucía una cuidada barba. Siempre vestía túnicas de colores llamativos, y rara vez se lo veía sin un libro entre los brazos. Beille pensaba que era el arquetipo perfecto de mago.
-Vaya, al fin. Pensaba que vendrías tarde.
-¿Han llegado ya?
-No, aun no. Por suerte para ti, se han debido de retrasar por algún motivo. Venga, pasa.
Beille entró en el edifico, accedió al salón de la derecha y se sentó en el cómodo sofá. Después de tantos años, sentía que ese era como un segundo hogar para él.
-¿Estás nervioso? - le preguntó Tullant.
-No, lo cierto es que no. ¿Debería?
-Los nervios no traen nada bueno. ¿Estás seguro de ti mismo?
-Sí, bastante. Llevo preparándome bastante tiempo para esto.
-¿Quieres que te traiga algo por si acaso? ¿Alguna infusión?
-Una tila estaría bien, gracias – aunque, en verdad, Beille temía que si se relajaba más acabaría durmiéndose.
-Esa es la actitud, chico. Lo que te he estado enseñando todos estos años – le dijo el mago, cuando hubo vuelto con una taza humeante. - Vales mucho. No te preocupes, te darán el visto bueno. Tan sólo preocúpate por no hacerte demasiado el listo; y por seguir las leyes, claro está.
-No te preocupes, no voy a hacer ningún hechizo prohibido – bromeó el hombre. Justo entonces, alguien llamó a la puerta.
-Parece que ya están aquí – puntualizó Tullant, y Beille agradeció el haberse tomado la tila.
-No te preocupes, lo harás bien. Lo has hecho bien siempre – pensó para sí, intentando respirar relajadamente.
Segundos más tarde, su tutor reaparecía en la sala, pero volvía acompañado por cuatro hombres. Uno de ellos era todo lo contrario a Tullant: delgado, imberbe, calvo, y con una sonrisa afable en su cara. El segundo era el más bajito de todos. Tenía una mata de pelo canoso, una gran nariz, ojos grises y cara de pocos amigos. Beille supo que con él debería tener cuidado. El tercero era el más joven de todos, probablemente tendría unos cuarenta y cinco años. Su rostro era serio, e iba lustrosamente vestido y peinado, aunque se le notaba ya la coronilla sobre la cabeza. Al cuarto hombre Beille ya lo conocía de antemano. Tenía largo pelo castaño, mirada serena, porte firme, vestía ropas lujosas y portaba una corona sobre la cabeza. Era Elessar, el rey de Gondor, y la persona a la que Beille más admiraba en todo el mundo.
El aprendiz se levantó del sofá e hizo una reverencia.
-Venerables Señores, Majestad, es un gran honor para mí que hayáis venido desde tierras lejanas para verme y examinarme.
-Bueno, había que seguir con las viejas costumbres – rió el mago del rostro afable.
Beille no había expresado una simple palabrería. Esos tres hombres eran los Padres de la Orden Mágica, los magos más poderosos de la Tierra Media. A menudo, la gente solía confundir a los magos en sí con los Istari. Estos últimos eran personas de una raza distinta a la suya, ancianos con forma humana que habían sido mandados desde Aman por los propios Valar para ayudar a los pueblos de la Tierra Media en su lucha contra el mal. Se podría decir que tenían un poder casi ilimitado. Claramente, un mago no podía ser comparado con un Istari. Las personas como Beille simplemente habían nacido con un don especial, el cual tenían que aprender a usar correctamente; por eso se los instruía tanto teórica como prácticamente. Los miembros de la Orden Mágica decían que ese don les venía dado de los Valar, o, mejor dicho, de Eru. Otras personas menos espirituales afirmaban que los magos usaban una parte más amplia del cerebro, lo cual, para Beille, tenía bastante sentido; sin embargo, a los Padres esta versión no les hacía demasiada gracia.
-¿Quieren tomar algo? ¿Un té, quizás? - preguntó Tullant.
-Sólo agua, gracias – respondió Verenir, el mago joven.
-En fin, procedamos cuanto antes – dijo Hamf, el Padre con cara de malas pulgas. - Para empezar, el código. ¿Cuáles son los principios de un buen mago?
-Valor, benevolencia, prudencia, sabiduría– respondió Beille, seguro de sí mismo.
-¿Y nuestras leyes?
-¨Todos los varones nacidos con el don de la magia deberán ser instruidos según los principios de este sagrado arte. Este poder deberá ser utilizado de manera responsable, según las leyes de la Orden Mágica.¨
-¿Seguidamente … ?
- ¨Todas las mujeres nacidas con el don de la magia deberán pasar por un período de transición, durante el cual la Orden Mágica las instruirá de una manera distinta a los varones, para que aprendan a controlar su poder y encaminar su uso a la veneración de los Valar. Una vez concluido este período, pasarán a llamarse ¨Iluminadas¨. Toda mujer que no atraviese la transición será reconocida como ¨bruja¨.
-Bien, aunque no creo que esa te sirva de mucho. ¿ Finalmente?
-¨Cualquier individuo que use la magia con fines inadecuados, o cualquier mujer ¨No Ilustrada¨, perderá todos los derechos a usar sus poderes. La actividad mágica de estas personas será considerada ilegal, y por tanto deberán vivir como el resto de personas carentes de este don.¨
-Y, ¿cuáles son esos fines inadecuados?
-Usar nuestros poderes para algún tipo de mal, como la necromancia o ayudar a los servidores de Melkor; así como la realización de hechizos prohibidos.
-¿Cómo cuáles?
-Aquellos cuyo nivel requerido de poder y sabiduría es tan alto que tan sólo los Istari pueden realizar, a no ser que se desarrolle un nivel de sensibilidad lo suficientemente apto – normalmente, sólo los magos elfos podían llegar a realizar estos hechizos, debido a su vida inmortal. - La única excepción estricta es el hechizo de rebote – el hechizo de rebote era algo mucho más serio de lo que parecía. Consistía precisamente en eso, en hacer ¨rebotar¨ un encantamiento recibido de otro mago. Era extremadamente difícil de realizar, ya que requería de mucha fuerza, tanto física como mental. Se podría decir que la persona que lo hacía actuaba como un escudo, y, aunque se realizase correctamente, ambos individuos podrían resultar gravemente heridos, o algo peor. Por eso, sólo los Istari tenían permiso para realizarlo, y tan sólo en ocasiones de extrema necesidad.
-Bien, parece que el muchacho conoce bien nuestras bases – dijo Magnem, el primer Padre. - Creo que podemos empezar ya con la examinación.
Durante todo el día, Beille se sometió a distintas pruebas para demostrar su valía. Preparó una pócima que servía para regenerar heridas profundas, realizó distintos encantamientos que los Padres le pidieron, e, incluso, los sorprendió relatándoles la historia de la magia desde sus orígenes. Beille no podía evitar sentir un gran sentimiento de satisfacción casa vez que veía las caras de asombro de los grandes magos. Lo que mejor hizo, a su parecer, fueron los encantamientos de defensa, lo cual le concedía ventaja, ya que para la Orden Mágica la magia debía usarse para protegerse antes que para atacar.
Cuando hubo acabado, los tres Padres se reunieron para poder debatir entre ellos, aunque Beille sabía que no había mucho sobre lo que discutir. Mientras esperaba pacientemente, el rey Elessar se le acercó:
-Lamento decir que no sé mucho sobre magia, pero hasta yo reconozco a un gran mago cuando lo veo. Lo que has demostrado hoy ha sido excepcional. Ese escudo de fuerza … ni siquiera el Padre Hamf ha podido traspasarlo. Por no hablar de la poción regeneradora.
-Gracias, mi Señor – respondió Beille, intentando no ponerse rojo. - Sólo intento hacerlo lo mejor que puedo.
-Lo haces lo mejor que puedes y más, eso te lo aseguro. Es un orgullo que Gondor cuente con un futuro mago con tanto talento.
-Permitid que discrepe, Majestad – objetó Beille, con una sonrisa, - pero no nací en Gondor, sino en Rohan.
-¿En serio? - preguntó, extrañado, el rey. - No lo aparentáis.
-Es porque mi padre sí que era de aquí, mi Señor. Gracias a eso conseguí que el mago Tullant me instruyese. Si no, no hubiera tenido muchas posibilidades en mi reino natal.
-Menos mal que ese no ha sido el caso. ¿Y tu padre? ¿Dónde está ahora?
-Murió, durante la guerra. Mi madre falleció hace ya bastante tiempo – respondió el aprendiz, tristemente.
-Vaya, lo siento mucho – dijo Elessar, visiblemente arrepentido de lo que había dicho.
-No importa. Ya han pasado años desde que eso ocurrió. Ahora intento seguir mi vida. Ellos hubieran querido eso.
-Por supuesto. Estarían muy orgullosos de ti.
-Pero no están – Beille sacudió la cabeza, intentando alejar esos pensamientos de su mente.
-Mira, parece que ya han acabado – señaló el rey de Gondor, y Beille vio que tenía razón. Magnem, Hamf y Verenir se estaban aproximando a ellos.
-En fin, ya hemos llegado a un acuerdo.
-¿Y bien? - preguntó Tullant, que había permanecido callado en una esquina hasta ese momento.
-Está claro que el joven Beille presenta un gran talento y dominio de su poder. Nos ha dejado claramente asombrados – reconoció Verenir. - Sin embargo, no seremos nosotros quienes le otorguemos el título de mago.
Beille sintió cómo se le caía toda la adrenalina generada a los pies.
-¿Pero, cómo que no? - Tullant parecía no caber en su asombro.
-No seremos nosotros – puntualizó Magnem. - Muchacho, prepara el equipaje, porque en dos días partimos de viaje. Da la casualidad de que después de esta parada teníamos que ir de visita al sur de Eryn Lasgalen. Beille, vas a conocer a la dama Galadriel.
Tras comprender a lo que se estaban refiriendo, el corazón de Beille dejó de latir. Iba a ir con ellos de viaje. Iba a conocer a lord Celeborn y a lady Galadriel. Y ella lo iba a consagrar como mago.
