ACLARACIONES: El fic está ambientado a finales del año 2011.
No hay necesidad de hacer parejas iniciando, con el transcurso de los capítulos se darán cuenta quién con quién y quién con nadie. Ruego, por favor, que no digan '¡Quiero a Fulanito con Sutanito o Menganito!'. Las parejas están elegidas desde hace bastante e incluso tuve que hacer mejoras para que concordaran con todo el revuelo que me cargo en ésto.
No pude ponerlo en las parejas pero aquí se hace mención de México. Mi versión se México. Así que para evitar confusiones aclaro que NO conozco NI ME INTERESA conocer a las versiones que se han echo de México Hetalia en LatinHetalia. Incluyendo Argentina. No malinterpreten. Adoro como pusieron a Chile y Argentina las fans hace años, incluso admito que gusto del ArgChi, pero Argentina, mi Tincho, no parece un hijo creado entre Inglaterra y Estados Unidos. Al menos no en apariencia y sí, también se hará mención de él.
Este long fic está prescrito y tiene una secuela, así como una precuela que se publicarán al final del mismo.
ADVERTENCIAS: Tiene una clasificación para mayores de 16 años y hasta creo que +18, no por contenido sexual (aún) sino por el alto grado de violencia, groserías, uno que otro desorden psicológico y sangre en varios momentos y por diferentes motivos.
EXTRAS: Me encantan las leyendas y el folclore de cada país, tengan por seguro que voy a unir una que otra a la esencia de los personajes, como el que Inglaterra sea brujo y que Bielorrusia tenga el don de vidente o la clarividencia.
Sin más, a leer:
¿Quién conoce el verdadero dolor? "No se puede ser feliz sin conocer el dolor". "No se puede sentir el dolor sin haber sido feliz". El guiarse por esas dos frases es muy trillado, ¿no? Entonces combinamos ambas. "Solo aquel que sienta dolor podrá sentir la felicidad". Las palabras toman un sentido algo tétrico ahora, ¿verdad?
Los humanos suelen guiar las acciones estrechamente ligadas con las emociones. No hay blanco o negro cuando algo está en duda en su cabeza, todo adquiere una larga paleta de colores que van de un gris claro a uno oscuro como nubes de tormenta. Las decisiones traerán tanto cosas buenas como malas, y ellos lo saben. Solamente que no lo admiten y dicen descaradamente "fue una buena decisión" o "fue una mala decisión".
Aunque cliché, esto comienza con una decisión de color gris tomada como una decisión blanca.
Y lo lamentaré el resto de mi vida.
Era el 28 de agosto de 1810 la brisa de la tarde era fría en comparación del ardiente sol que se filtraba por mi camisa. No era nada del otro mundo que un estadounidense se aventurara mas allá de sus tierras para explorar el nuevo mundo. La aventura siempre fue mejor que quedarse en un solo lugar y esperar a que la comida te fuese servida.
Mi caballo relinchó al toparse con una serpiente cerca del campamento indio donde pasé la noche, aunque muchos no podrían entablar una conversación civilizada, y dudo mucho que mis conocidos me crean capaz de una, me siento como en casa entre los pieles roja. Me dan comida, me cantan canciones bajo las estrellas mientras la madera ennegrecida crepita en el fuego bicolor, sus leyendas son tenebrosas y emocionantes; me llevan a explorar sus tierras hasta los limites de las fronteras y son los únicos humanos que saben además de mi jefe que no soy uno de ellos.
Pero volviendo a la serpiente, me levanté a saltos y derrapes sobre la tierra oscura dejando tirado en el suelo la pieza de carne que tan felizmente comía. Alcé la mano y tiré de las rienda del garañón lo mas fuerte que pude para alejarlo de un incesante cascabeleo.
—¡Woah! ¡Quieto muchacho, quieto! —ordeno firme, pero el caballo no hace sino pisar con fuerza la tierra y barrer con sus cascos las piedras. No es hasta que salto hacia atrás evitando una patada que acepto que no podré calmar al animal—. ¡Alguien ayúdeme! ¡Ayuda!
Inmediatamente escucho los gritos de mis amigos detrás de mi. En un segundo veo como uno de los indios salta sobre el caballo, me alejan cuidadosamente y otro toma las riendas fuertemente.
—¿Pero qué le sucede? —exclamo cuando el piel roja sale disparado del lomo del animal.
Yo corro lo mas que puedo, levantándole y sonriendo divertido por su mirada enoja al caballo.
—Esta asustado... —dice uno de ellos, para mi horror sostiene por la cabeza a una serpiente amarilla(¿o dorada?)—. ... esto le a asustado.
Una ceja me tembló al ver como el reptil se retorcía una y otra vez de su agarre.
—Una serpiente... —murmuro. Sonrió al ver a mi caballo ya controlado, acepto las riendas y sonrió en agradecimiento antes de volver mi vista al gusanito que causo el alboroto.
Repentinamente todo se distorsiona y estoy en las fronteras de mi patria, mirando hacia un desierto.
—No debería ir ahí, Hijo de la Tierra. -me dice sabiamente el jefe de los pieles roja. Su mirada cruda ante el temor que cruza sus facciones me deja intrigado.
—¿Porqué?
—Allí hubo tribus guerreras, feroces tribus guerreras, pero hombre con piel gris las destruyó. También hay otros igual a usted.
¿Otros igual a mi?
—¿Un Hijo de la tierra?
—Hay tres Hijos de la Tierra, la mas cercana a usted es amable pero feroz. Si desea visitarle, debe ir hacia el sur a través de las montañas de arena, pero tener mucho cuidado porque las víboras abundan en el desierto.
—¡Soy Alfred F. Jones! ¡Aventurero norteamericano! —grito y me señalo con el pulgar. Ella me observa curiosa, entonces noto que no comprende mis palabras. Comienzo a señalar mi pecho una y otra vez diciendo mi nombre hasta que un brillo de reconocimiento cruza esos ojos color miel.
Ella me sonrió, una sonrisa tan hermosa y divertida que me revolvió el estomago. Ella era hermosa, su piel no era como la de los pieles roja, sino que era algo que se había ganado por el ardiente sol un día de trabajo y aún así no era morena. Ella se echó a la serpiente a los hombros, liberando sus manos para ofrecerme la derecha en claro saludo. Nada más tomar la mano ella se alza en puntitas y me suena un beso sobre la mejilla, al tiempo que deja su rostro cerca para que yo imite la acción. Lo hizo y ella se apartó.
Sus labios se separaron, estaba por escuchar el conjunto de letras, vocales y silabas que conforman su nombre...
Entonces abrió los ojos después de estrellar el cuerpo contra el piso de madera.
—Carajo... —se quejó con el rostro pegado a la alfombra de su cuarto.
Directamente había despertado de un sueño donde todo era miel sobre hojuelas, después de caer al suelo por el repentino ruido de una alarma.
—¿Qué pasa ahora? —se levantó rápidamente.
Buscó sus lentes en la mesita de noche y salió del cuarto. Hacia frio, su pijama de pantalón de franela y la camisa del Capitán América no hacia diferencia en temperatura corporal causándole un leve temblor. Había olvidado prender la calefacción de la casa.
Caminó por el pasillo de su habitación hasta el final, una puerta gruesa de roble le saludó antes de abrirla.
La habitación pudo emocionar a cualquier fan de Mini Espías. Las grandes pantallas y las tres compradoras llamaban de manera inmediata la atención, aunque era un cuarto pequeño para un campo de monitoreo. Alfredo tuvo especial cuidado en no tropezar con las decenas de cables que forraban el suelo, todo iluminado por la luz de las pantallas y la infame luz parpadeante roja que indicaba un grave problema.
Trago saliva al mirar el monitor conectado a una de las cámaras que mostraba lo grabado 24 horas al día.
Una habitación amueblada en colores café y ocre, vista desde un punto alto, estaba casi a oscuras de no ser por la luz que entraba por la puerta obviamente abierta. No había nada raro en las sabanas turquesa de la cama, ni las diversas cosas esparcidas por el suelo, el problema es que los generosos metros cuadrados de esa recamara están vacíos de toda vida.
—Mierda.
Pasó al otro monitor a su lado, comprobando que allí en la cama, completamente inmóvil y cubierta por mantas, una figura humana está durmiendo. No era la misma habitación, se trataba de otra, una igual de grande y completamente a oscuras. La persona claramente dormía, ignorante a todo lo que estaba desarrollándose en el exterior, claro hasta que es perturbada por el sonido de las estridentes alarmas y muestra repentinos movimientos de pánico. Alfred no puede evitar hacer una mueca de empatía por el susto que se debió dar la persona.
"Ay... no...". —se escucha por el sistema de sonido instalado en el cuarto que conecta a las bocinas del monitor frente a sus ojos azul—. "Ella lo hizo, lo hizo". —una voz obviamente ronca por el sueño perdido, sonó incredula. Frente a sus ojos azul la figura ocurra se lleva las manos a la cabeza e incluso Alfred, que poco a poco siente una opresión en el pecho, puede imaginar su expresión de sorpresa—. "Jesucristo, lo hizo".
—¡Por supuesto que lo hizo! —gritó golpeando la meza con las manos en puño. Su mandíbula se tensó y apretó los dientes hasta que dolieron.
Esto significaba que las cosas eran peor de lo que llegó a pensar. Mil veces peor. ¡Maldita sea! ¡Estaba ahora libre! Intentó pensar positivo. Estaba libre pero en su casa. En su territorio.
Apagó la alarma y pudo escuchar el correteo por el suelo de madera.
Dio media vuelta y corrió no sin cerrar la puerta detrás de sí. Escuchó las pesadas pisadas y el caer de varios muebles. El cristal romperse y finalmente un muy fuerte portazo. Las manos ya le sudaban, el pecho le martilleó casi dolorosamente cuando dejó aquel pasillo, una dolorosa punzada le atravesó el corazón cuando tropezó en la destrozada sala de estar.
Los obstáculos estaban por toda la sala. La antes bella y pulcra habitación ahora yacía destrozada e irreconocible. No era posible dar un paso sin pisar algún cristal, lo que fue algún jarrón de flores y una botella de vino que antes fue un regalo por parte de Francis. Las sillas, la mesita de te que Arthur usaba durante la primavera, los sillones, estaban volcados creando una barricada sin forma. Bloqueando el camino a la puerta abierta.
La brisa del invierno y unos copos de nieve se colaron por la entrada, erizando los bellos de sus brazos y congelando su mente por unos segundos. Su boca estaba abierta, él por completo inmóvil, paralizado.
Sus azules ojos parpadearon buscando fuera un sueño. Pero la puerta rechinando por el anterior abuso, que por la fuerza terminó por rebotar sin cerrarse, le dio la respuesta.
Había escapado debajo de sus narices.
—Huyó... —musitó cuando el frio le regresó a la realidad.
Tiró de sus rubios cabellos con fuerza, un gesto de horror perpetuo en sus facciones.
Entonces corrió.
No sintió el jarrón roto partir la planta de su pie derecho, tampoco cuando tropezó con el sillón individual, y al caer con las manos de frente, se clavó lo que quedó del juego de té en porcelana en sus manos.
Su objetivo era uno y lo cumpliría, aun si dejaba a su paso un rastro de sangre en la alfombra y tras causar el umbral, en la nieve.
