Hola a todos, antes de empezar debería hacer algunas aclaraciones:
Este fanfic se desarrolla en un contexto alternativo, moderno en el que, sí: Anna y Elsa son hermanas; será una historia corta de máximo tres o cuatro capítulos; el romance y el drama serán las categorías que describan a esta historia, así que si deciden leer es bajo su responsabilidad — Los que han leído "I Almost Do" pueden darse una idea del contenido abordado —
Y como siempre, este fic esta inspirado en una canción de Taylor Swift.
¡Disfrutenlo!
Él VERSUS TÚ
El sonido de copas cristalinas chocando entre sí, la burbujeante efervescencia que el champán generaba dentro de ellas, como reacción del suave impacto. El sonido de las risas que iban perfectamente acompañado por rostros alegres, animados, orgullosos y divertidos.
Papá haciendo el tonto para hacer reír a todos los presentes, pero en especial a mamá que tenía que cubrir su boca para no soltarse a reír a carcajadas, dejando un par de palmaditas sobre la espalda de papá como petición a que parara.
Mis amigos victimas del humor de mi padre, tratando de no reír demasiado fuerte; no, realmente no se esforzaban. Olaf se apretaba el estómago con la mano libre mientras que con la otra trataba de sostener su copa, Rapunzel estaba sostenida del hombro de mi pelirrojo amigo con los ojos cerrados, incluso pude ver lagrimillas queriendo escapar por el borde de sus cautivos parpados, Giselle estaba tan ahogada en la risa que su rostro incluso se había tornado rojizo, abanicándose como toda una dama para mantener la calma; mientras que Mérida reía sin un rastro de delicadeza, moviendo los hombros de arriba hacia abajo al ritmo de sus carcajadas.
Y él, junto a papá, agregando una chispa más al chiste haciendo que una nueva explosión de risas fuese creada. Entonces pude apreciarlo bien, como si de pronto mi visión cambiara a cámara lenta de un momento a otro.
De poco en poco las risas se iban atenuando, y ese ambiente cálido no desaparecía. Papá servía más champán a la copa de aquel rubio y fornido hombre, Rapunzel le hacía una pregunta y él con toda la seguridad del mundo respondía, educado, gentil, gracioso. Mamá corroboró la respuesta dada por él, y luego Olaf se lanzó a decir algo más, halagando la forma en la que él se expresaba, incluso Mérida se atrevía a apoyar el punto de Olaf.
Cada cabello rubio de su cabeza, esa delicada tonalidad miel en sus ojos, ese rubor que siempre conseguía pintarse sobre sus mejillas cuando el clima estaba frío, esa tosca y casi torpe nariz, esa sonrisa suya… Que podría hacerme sentir tranquila en el más tenso de los momentos.
… Fuera visto por donde fuera visto… Ese era el hombre perfecto… Era mi segunda oportunidad, un ángel que había aterrizado en mi vida, para reconstruirla, para devolverme al camino correcto… Él era todo lo que necesitaba.
— ¿Y tú qué piensas, Anna? — La voz de mi padre me sacó de mis pensamientos, alcé la vista sacudiendo un poco mi rostro, haciendo que mi flequillo tambaleara.
— ¿Ah? Disculpen… Estaba pensando en otra cosa. — Sonreí a modo de disculpa, tratando de volver a incorporarme a la frecuencia de la conversación.
— Bueno… Ya que tu nuevo empleo estará muy cerca del edificio de Kristoff, ¿No crees que te ahorrarías un montón de tiempo si… Se mudaran juntos? — Me sugirió Rapunzel, mientras extendía un poco la copa de champán hacía adelante, dándole fuerza a su opinión con ello.
— Si hija, además que tu madre y yo nos sentiríamos más tranquilos con eso. — Apoyó mi padre la idea de mi rubia amiga, afianzando el agarre que tenía sobre la cintura de mamá, mientras ella asentía dándole la razón a mi padre.
— B-Bueno… Eso… — Titubeé un poco, ¿Vivir con Kristoff? No es que no lo hubiera pensado antes… Es sólo que… No, realmente no lo había pensado antes.
— Creo que es apresurado pensar en eso. — Intervino él, acercándose a mí, rodeándome con su brazo y terminar apoyando su palma en uno de mis hombros. Haciéndome sentir segura, salvándome de la incomodidad que él notó en seguida. — Anna debería acoplarse primero a su nuevo empleo, eso es lo más importante. — Les sonrió a todos y como si con su sonrisa bastara para que todos estuvieran de acuerdo, ya veía las cabezas de mis seres queridos asintiendo con suavidad.
— Eso es muy dulce, quisiera que Robert tuviese un poco de Kristoff… — Sonrió con añoranza Giselle, mi pelirroja amiga. Quien de un momento a otro se sobresaltó cuando su teléfono celular empezó a sonar. Lo sacó del bolso, miró la pantalla y sonrió con torpeza. — Oh, hablando del rey de Roma. — Se disculpó, tomó la llamada y sin alejarse a necesitar privacidad respondió. Casi podíamos oír la voz de Robert al otro lado de la línea.
Rapunzel bromeó con Olaf, codeándose ambos, mientras mis padres aprovechaban para susurrarse algunas cosas sobre si el postre de chocolate que mamá había preparado con ayuda de papá y Kristoff ya estaría listo para servirse o no. Mientras tanto, Kristoff ya aprovechaba el medio tiempo de nuestra pequeña reunión para envolverme con sus fornidos brazos desde atrás y dejarme un pequeño beso en la sien, ante el cual sonreí tal y como lo haría una niña mimada.
Giselle terminó su llamada con una sonrisa suspirando.
— Parece que Robert es perfecto sin tener el cabello de Barbie que tiene Kristoff. — Bromeó Olaf al ver la reacción de Giselle apenas terminó la llamada. Generando una nueva tanda de risas.
— Vamos chicos, es tiempo de probar el soufflé que mi hermosísima esposa preparo. — Dijo papá, dejando un beso sonoro en la mejilla de mamá.
— Oh, por fin… ¿Es tu postre favorito, no es así cariño? — Preguntó él, le había contado de la infinidad de veces que había intentado prepararlo, estaba tan encantada con su sabor que me esforzaba, pero nunca resultaba tan bien como la receta lo dictaba.
Todos seguimos a papá, Kristoff y yo nos manteníamos abrazados, caminando a pasos de pingüinos, haciendo lo posible por mantener la cercanía. Me ofrecí a ayudar a mamá a servir, pero por ser yo la "festejada" ella y Kristoff me ordenaron sentarme, mientras ellos sevian.
Así papá, mis amigos y yo permanecimos algunos minutos en la mesa; mientras él contaba sobre la heroica labor que había hecho ayudando a mi madre con el postre.
— Por supuesto, al final tu madre me dejó lamer la cuchara de la mezcla. — Río con una torpeza que explicaba de donde yo la había heredado. — Y me acordé que cuando Elsa y Anna eran niñas, Anna siempre hacía una verdadera pataleta para que Elsa le dejará probar la cuchara de la mezcla.
— Siempre me ha parecido que usted y Anna son idénticos, mientras que su esposa y Elsa son idénticas ¡Ahora lo confirmo! — Dijo animado Olaf siguiendo la conversación con mi padre
— ¡Mi mujer y yo decimos lo mismo! — Confesó papá muy emocionado y en seguida giro la vista hacía a mí. — ¿No es así Anna?
Pero… Yo no pude responder… Apenas aquel nombre fue traído a la conversación mis músculos, todos y cada uno, se tensaron, mi mirada quedó en el perfecto barnizado caoba de la mesa del comedor. Un nudo traicionero se formó en mi garganta y un terrible vacío se hizo dueño de mi estómago.
Nadie parecía notarlo, nadie tenía idea de las emociones que me atravesaban en ese momento.
— ¿Anna? Cielo, ¿Estas bien? — Escuché la voz de mi padre preocupado, tras mi prolongado silencio y esa ausencia en el rostro que no pude disimular del todo bien.
— Tal vez debiste haber detenido tras la primera copa de champán. — Comentó Rapunzel divertida, sabiendo perfectamente lo mala que era bebiendo. Pero en esta ocasión, ese no era el caso.
— N-No… Yo… Sólo… — Quise negar, buscar una excusa, pero entonces sentí como el bolsillo de mi saquillo vibraba acompañada de la melódica música propia del tema de introducción para las películas de Disney. Tenía una llamada.
— Oh, por dios… ¿Sigues con ese ringtone? — Mérida negó, acomodándose la mano contra el rostro, como si no pudiera creer cuan infantil podría llegar a ser.
— Contesta, cielo. — Dijo papá alzando un poco los hombros. Con torpeza asentí, seguía aturdida por la mención de mi hermana mayor en la conversación.
Con movimientos nada atinados saqué el móvil del bolsillo interno en mi saco, miré la pantalla y todo lo que sentí cuando papá mencionó a Elsa, se multiplicó por diez, ¿Diez? No, quise decir cien ¿Cien? No, mil… Millones, billones… Trillones… Centellones… Casi sentí un abrupto mareo hacerse de mi razón.
— ¿Hija? — Papá se preocupó, extendió su mano sobre la mesa hasta alcanzar la mía, para verificar mi estado.
No estaba disimulando nada bien, cancele la llamada y me puse de pie con algo de desequilibrio. Papá se alarmó todavía más, poniéndose de pie para sostenerme, en compañía de Olaf, de pronto todos me miraban con extrañeza.
Mamá y Kristoff iban entrando con perfectas piezas de aquel postre cortadas, listas para ofrecerlas. Pero la sonrisa con la que venían, se desvaneció cuando se encontraron con papá y Olaf sosteniéndome, y Giselle y Rapunzel mirándome preocupadas.
— ¿Qué ocurre? — Preguntó Kristoff primero, caminando a prisa hacía la mesa, a pesar de tener las manos ocupadas con una bandeja grande llena de postres. Mamá hizo lo mismo, de pronto sentía un drama alrededor mío y yo era la responsable. Sólo negué, tomé todas mis fuerzas para alzar el rostro y sonreír, tomando el chiste de Rapunzel sobre el champán como mi mejor excusa.
— Lo siento… Lo siento… Es… Es… Es cierto… Debí haber bebido sólo una copa… — Asentí sonriendo, notando como de pronto la carga de preocupación a mi alrededor disminuía ligeramente. — Sólo… Necesito algo de aire… — Completé, tratando de erguirme, mientras retrocedía dejando la mesa, con la mirada de todos siguiendo mis movimientos.
— Te llevaré afuera. — Se ofreció en seguida Kristoff, dejando la bandeja con postres en la mesa, listo para acompañarme. Pero yo negué con prisa.
— No, no, no… Por favor… Ayuda a mamá, sólo… Aspiraré un poco de aire… Y volveré bien… Lo prometo. — Le guiñé y me mantuve sonriendo, era mi sonrisa la que hacía sentir mayor confianza en mis palabras, de poco en poco mis amigos volvían a sentarse, al igual que papá, mamá me susurró que si estaba segura, cuando empecé a alejarme de la mesa y tan sólo le respondí igual que a todos.
Sentí el viento frío acariciar mi rostro, e incluso atreverse a mover mi flequillo hacía la derecha, no hacía buen clima. El invierno estaba cerca, me lamente por no haber traído la chaqueta conmigo. Pero me lamente más al ver el registro de llamadas recientes.
— Elsa… — Murmuré mirando la pantalla, tragué largo observando la miniatura de la foto de contacto y el nombre de mi hermana mayor seguido.
Con el pulgar rose apenas el botón de llamada, fue tan imperceptible el tacto que apenas y el icono de llamada se alumbró, pero no pude concretar la acción, aparté los dedos casi en seguida. Pero fue en esa misma fracción de segundo, que el teléfono vibró en mis manos, sobresaltándome aterradoramente, sintiendo como el aparato plano y rectangular resbalaba por mis dedos.
Dentro de nada me vi como una verdadera tonta, haciendo malabares porque el móvil no quedara en el suelo. Pude sostenerlo después de un par de saltos sobre mis palmas, lo tomé entre manos y cuando miré la pantalla, me encontré con que una llamada había sido tomada, probablemente entre mi intento por evitar que cayera.
Mis ojos se abrieron grande, mi corazón dejó de palpitar, estoy segura, por al menos algunos segundos. En mi pantalla estaba su rostro, su nombre y un contador que me avisaba que la llamada llevaba cinco segundos transcurridos.
— ¿Anna? — Escuché mi nombre ser pronunciado por esa voz suya y dude, dude como nunca, debía colgar, debía eso era lo más apropiado, pero volví a escucharla llamarme. Obligándome a llevar el teléfono temblorosamente hacía mi oreja. — ¿Anna estas ahí? — Preguntó ella una vez más, haciendo que cerrará los ojos con el ceño fruncido, con arrepentimiento, como si hubiera cometido el peor de los errores.
— Si… — Respondí quedamente, tapándome la boca en seguida para no dejar que lo acelerada de mi respiración delatara cuan alterada me ponía si quiera oír su voz. Esa voz, la voz de mi hermana.
—Estoy donde siempre, te espero. — Me dijo ella, y como usualmente, la llamada terminaba tras esa frase. Ni si quiera dándome tiempo suficiente de negarme, de replicar, o en todo casi de afirmar.
Bajé lentamente el teléfono y me quedé ahí en la terraza, de pie, con la nariz enrojecida, las mejillas y la mirada frustrada en el suelo. Y de pronto las manos cerradas en puños, que temblaban indignados, llenos de coraje. Pues… ¿Quién se creía? Ni un "Hola", "Felicidades por tu asenso", "He tratado de llamarte", "¿Cómo has estado?" Nada… Sólo, la misma frase de siempre, que al pase del tiempo se había convertido más bien en una orden que una propuesta.
Esta vez no iba a ceder, por supuesto que no iba a ceder. No iba a ser como antes, me había convertido en una adulta, una persona autónoma, no era más la adolescente tonta que veía con asombro todo lo dicho o hecho por su hermana mayor. Era tiempo de parar esto, yo no era ninguna clase de juguete… Probablemente en el pasado me comporté como si lo fuera, pero ahora tenía muchas razones para negarme a serlo.
Cinco meses, dos semanas y 3 días… Ese era exactamente el tiempo en el que Elsa no se había tomado la más mínima molestia de llamar, de enviar un mensaje o responder los míos, si tenía suerte un "Estoy ocupada" era lo máximo que recibía. Y sin poder contener mi enojo, enviaba biblias y biblias en las que expresaba lo dolida que estaba, lo enojada que me ponía que me diera tan poca importancia, que no tuviera tiempo para mí, que me hiciera sentir tan menospreciada y ¿Qué que respondía? "Ok".
Tenía cuatro hermosos meses de relación con Kristoff, él había sabido aceptarme, entenderme, consentirme y hacerme sentir diferente.
Él resultaba ser sensible, increíble… Cuando empecé a salir con él, Rapunzel e incluso Giselle se declararon llenas de envidia, argumentando que Kristoff era simplemente el hombre ideal. Como el príncipe salido de alguna historia clásica de Disney.
Aún recuerdo nuestra primera cita…
Salimos del teatro, riendo por el accidente que había tenido con uno de mis tacones, y que él asombrosamente había sabido reparar. Cuando el valet nos entregó el auto, él se adelantó al empleado y se apresuró a abrirme la puerta… Me sentí tan… Extrañada, como si no creyera que esos actos de caballerosidad pudieran existir en el mundo. Pestañeé confundida, incrédula, él sólo me sonrió y me pidió entrar.
Entré con una naciente sonrisa en los labios, me acomodé en el asiento, tratando de procesarlo, yo había visto un millón de veces escenas como esas en películas, libros, incluso en la vida real… Pero de pronto… Ser la chica de la escena, me hacía sentir como si estuviera en un sueño.
Mientras yo peleaba por acomodarme el cinturón de seguridad, sentí sus dedos tibios hacerse de un mechón de cabello mío y acomodarlo con una delicadeza sorprendente tras mi oreja. Alcé la mirada hasta su rostro y me encontré una expresión de cautivo, cariño… Atención y algo… Que no supe descifrar, estaba por preguntar cuando él me dijo "Te ves hermosa esta noche"… Y como si acariciara mi corazón con sus dedos, una sensación de calidez inundo mi pecho, me sentí… Perfectamente bien.
Elsa nunca abría la puerta, no esperaba que lo hiciera, después de todo ambas éramos chicas y además hermanas, ella no tenía razones particulares para portarse galantemente conmigo; bastaba con que liberara los seguros del auto con el mando a distancia y me dijera "límpiate los pies antes de subir"; eso parecía ser suficiente para mí, no necesitaba nada más.
Ni si quiera pediría un halago, como esos que a Kristoff le sobraban y sacaba de cualquier cosa, mi cabello, mis ojos, mi sonrisa, el maquillaje, la ropa, mi forma de hablar. No podía pedir nada más, él era perfecto en su totalidad. Incluso en los momentos cuando yo pierdo la cabeza, el estrés y la irritación me dominan, él no me fuerza, no me pide más de lo que puedo dar.
Siempre es puntual, siempre. Incluso si yo me retraso algunos minutos, él me sonríe y me dice que no pasa nada, jamás me ha hecho esperar, nunca hay excusas en sus labios, es como si lo planeara todo a la perfección para estar ahí en la hora, en el minuto y el segundo exacto para recibirme y decir "Luces increíble".
Pero Elsa… Solía pasar poco más de media hora, sentada en la mesa de algún restaurante cuya reservación estaba siempre a mi nombre, mesa para dos; que terminaba ocupando solamente yo, bebiendo tanto como pudiera esperándola y tras recibir la llamada del "No podré llegar, estoy atrapada en la oficina", terminar por ordenar y cenar sola; o fingir que un terrible accidente había ocurrido y por eso debía irme apresurada.
Si Kristoff dice "Te llamaré apenas llegue", él siempre lo hace, ni un minuto más ni un minuto menos, me hace sentir como si fuera su prioridad, como si no hubiera otra cosa más importante que cumplir con lo que promete para mí.
Elsa… Elsa nunca era capaz, parecía imposible para ella, tenía que llamarla yo para preguntar si había llegado ya, si había llegado con bien, desearle buenas noches, mientras ella me respondía con monosílabos y una voz desinteresada.
Kristoff aceptaba ayudar a mamá en la cocina, a pesar de esa apariencia suya que tenía tan grande, fornida y masculina; parecía aprender con gusto los secretos de cocina que mamá le compartía, podrían pasar horas jugando a crear nuevas recetas, mi mamá lo apreciaba mucho. Cuando éramos pequeñas Elsa y yo solíamos pasar esas mismas horas de diversión con mamá en la cocina, la repostería era nuestro apartado favorito, hacíamos cuan cantidad de postres podíamos, pero al crecer… Elsa fue perdiendo interés, mamá podía llegar con un libro de nuevas recetas, y Elsa sólo respondía con un obligado "Ah, qué bien" mientras leía con mucho más interés algún "algo" en la pantalla de su laptop.
Elsa ni si quiera podía mantener una conversación apropiada con mi padre, tenían ideas muy opuestas sobre lo que un buen plan de negocios debería contener, Elsa solía ser más severa con los socios, mientras papá era siempre comprensible y aceptaba excusas y faltas con respecto al contrato, por ser noble. Pero Elsa no dudaba en actuar legalmente en contra de cualquier clausula no cumplida. Kristoff por otro lado, tenía ese lado comprensivo que mi padre, podían hablar sin problema de negocios sin que un debate o una guerra empezaran, compartían ideas y eso a papá le encantaba.
Las manos de Elsa siempre estaban frías, y el contacto con Kristoff era todo lo contrario.
Podía mirar directo a los ojos de Kristoff, podía verlo sin puertas o disfraces. Pero Elsa nunca me dejaba mirarla a los ojos por más de un par de segundos.
¿Peleas? ¿Las peleas con Kristoff existían? Si el ambiente se alteraba, él sabía cómo devolverlo a la calma, sonriéndome, hablándome con suavidad, abrazándome. Pero Elsa… Si yo alzó la voz, ella la alza más, si hago algo mal, ella lo evidencia, si el problema era uno de pronto aparecían cinco más. La discusión no terminaba hasta que una de las dos salía azotando la puerta, o haciendo una escenita en medio del lugar en el que estuviéramos, sin importar cual fuera.
Por supuesto que las peleas que pudiera tener con Kristoff, jamás serían tan profundas como las que tendría con Elsa. Kristoff y yo podríamos pelear sobre alguna cita, algún plan, alguna opinión; pero con Elsa era diferente, los problemas eran realmente problemas y es que… Desde el principio nuestra relación era complicada, estaba destinada a no funcionar, ¿Qué estoy diciendo? De hecho nuestra relación… Estaba destinada a no empezar si quiera.
Pero ahí estábamos de pronto un día, en medio de la oscuridad de su habitación… Las congeladas yemas de sus dedos rosando mis temblorosos labios, mi rostro ardiendo, con esa hormigueante sensación sobre mis mejillas. El corazón latiendo descontroladamente, como si cada latido clamara por su libertad fuera de mi pecho.
Con cada prenda fuera de mi cuerpo, más desnudo sentía mi corazón, más expuestos estaban más sentimientos, más claro era que había aceptado jugar la broma que dios tenía para nosotras, y es que claro… ¿Se estaba burlando de nosotras no es cierto? Había decidido poner amor en mi corazón, y no cualquier clase de amor, si no del más intenso y poderoso que pudiera haber creado, amor mismo que no iba dirigido hacía un Adán como el libro del génesis sugería, no… Al creador le había parecido gracioso dirigir todo ese amor hacía una Eva, la más bella de entre todas… Pero, si eso no le parecía lo suficientemente divertido; quiso añadir además un lazo de sangre entre ella y yo, convirtiendo en mi hermana a la persona que más amaría en este mundo.
Eso no estaría mal… Si mi amor se mantuviera en los límites de lo fraternal, pero yo… No podía conformarme con eso.
Sin embargo, después de mucho tiempo de sufrimiento, la vida me estaba sonriendo. Le estaba demostrando a dios que su bromita no duraría mucho, que podría salir bien librada, que mientras Kristoff se mantuviera a mi lado, podría con todo… Pero como si quisiera burlarse de mí una vez más, me acomodaba a Elsa en frente, dispuesto a hacerme caer.
Lo que dios no sabe, es que está equivocado, no perderé esta vez, no tiraré a la basura todo lo que he conseguido, sólo por una arrogante llamada. No iba a rendirme así de fácil, ahora mi fuerza de voluntad estaba más intacta que nunca, se necesitaba más que eso para vencerme.
— Hija, ¿Pero cómo vas a irte así? Es casi la una… Hay pronóstico de nevada por la madrugada, es una locura. — Decía mamá preocupada tras mío, pero yo estaba demasiado ocupada para atenderla, me encontraba arrojando algunas prendas a una ligera maleta con apresuro.
— No puedo faltar mamá, es muy importante. — Dije sin mirarla.
Todos se habían quedado consternados por mi repentina llamada, la cual dije, correspondía a la compañía, que me necesitaban en una junta urgente fuera de la ciudad mañana por la mañana y que si no partía en ese mismo, no podría llegar a tiempo.
En el comedor trataba de explicarse los motivos de mi repentina reunión. Papá se quejaba seguramente de lo mucho que el trabajo me esclavizaba, mientras mis amigos le daban confundidos la razón. Kristoff debería estar sufriendo tratando de pensar en un método para convencerme, y permitirle que me llevara el mismo, pero por nada del mundo; podría dejar que mi novio me guiará hasta el camino de la traición. Si les soy sincera, ni si quiera estaba pensando en él, era Elsa… y sólo Elsa lo que llenaba cada espacio de mi mente.
Sí, mi fuerza de voluntad vale menos que un centavo.
CONTINUARA…
