Esta idea retorcida, porque lo es, me surgió después de leer un libro y ver una película. Tenía muchas ganas de escribirla desde hacía tiempo, pero no sabía ni cómo. Pero después de esa ayuda externa todas las piezas del rompecabezas se acomodaron. Espero les guste, yo disfruté mucho al escribirla. No sé cuántos capítulos tendrá, pero no será muy larga… ya estoy trabajando en el segundo capítulo, así que en una semana, aproximadamente, lo subiré.
Sakura Kinomoto es una asidua estudiante del colegio para señoritas Bodou, una atleta excepcional y una exuberante soñadora. Mientras sus compañeras carecen de lo que le podríamos nominar ingenuidad; ella podría heredarlo a sus tres siguientes generaciones. Además de ser una irremediable despistada, de no gozar de demasiado sentido común, y de que las matemáticas sean la única motita de imperfección dentro de su currículo escolar; ella jamás ha besado a un chico. Podría ser porque al ser un colegio para jovencitas nunca ha salido con ninguno, y así poder vivir tal experiencia. Sin embargo, la mayoría de sus compañeras sí han hecho eso y más. Podría decirse que son pocas, exactamente contadas con una sola mano, las que jamás han tenido contacto alguno con un hombre, sin contar familiares y profesores.
Tiene un padre que viaja demasiado, por lo cual siempre está ausente-a la joven siempre se le crispan los ojos cuando habla de él: lo extraña-y debido a eso y a ciertas opiniones de su querido hermano, porque lo tiene, llegó a ese lugar. El querido entrometido, como a veces le gusta llamarlo, vive en las afueras de la ciudad y la visita cada miércoles sin falta; los fines de semana ella va a casa-a veces le resulta extraño llamarla así, ya son casi cinco años los que la separaban del día que pisó por primera vez el instituto-y se le pasan las horas volando; le gustaría que su hermano la dejara quedarse con él, pero siempre que lo intenta convencer él dice: papá está lejos para que tú estés en ese instituto; eso siempre la hace desistir, por al menos un par de meses, y llegar a la primera hora de clases con los ojos medio enrojecidos y con una culpa que a veces le dura más que unas horas.
Su entrada al instituto fue una trampa manipulada por su hermano, antes mencionado, Touya y su tía segunda Sonomi. Habían convencido a su padre para que al salir de la escuela primaria la llevaran a ese sofisticado, elegante y exclusivo colegio para señoritas. A pesar de sus lágrimas, de sus ruegos y sus lamentos su padre no dio su brazo a torcer. Quería lo mejor para su hija, sabía que su trabajo le absorbía mucho tiempo, y por eso no podía cuidar de ella como deseaba. Por esa razón aunque se le desgarrara el corazón al ver a su hija aferrarse a su regazo y pedirle que la dejara en casa, tuvo que dejarla partir. Adquiría fuerzas al pensar que ahí tendría la figura materna que tanto necesitaba: su esposa había muerto hacía mucho tiempo y él sabía que hay cosas que sólo una madre puede hacer. Además no estaría sola en esa travesía: su prima y amiga estaría con ella. Y así fue como el primer día de septiembre, cuando las primeras hojas de los árboles se comenzaban a desprender, entraron al magnánimo edificio, tomadas de la mano, para no volver a regresar a casa en mucho tiempo.
-Sakurita-llamó alguien que le era muy familiar desde el otro lado de las gradas-te ves divina.
-Gracias Tomoyo-los comentarios de su amiga siempre le daban un poco de vergüenza-veo que ya saliste del coro.
-Así es. La profesora Suzume se sentía un poco enferma, por eso nos dejó salir un poco antes. ¿Qué tal va tu clase de ballet?-sonrió al ver a su prima con esas mallas grises y su leotardo rosa. Se veía tan femenina y elegante: tenía esa sensualidad oculta que cautivaba a muchos, aunque ella jamás se diera cuenta.
-Pues… no muy bien. La profesora todavía está haciendo el examen de selección para la obra de navidad-se acomodó mejor el abrigo, para cubrirse de la ventisca que parecía avecinarse- yo fui una de las primeras, y me han fallado un par de posiciones. En fin… no creo tener un buen papel este año-suspiró disimuladamente.
-Siempre dices eso Sakurita, pero al final consigues el papel principal-la tomó del brazo y juntas caminaron hacia los dormitorios-y ésta no puede ser la excepción. Recuerda que me prometiste que usarías el millot que hice.
-No lo hice-metió una de sus manos al bolsillo-Yo nunca acepté nada.
-El que calla, otorga. Sakurita-sonrió sagazmente.
-No tienes remedio-sacudió la cabeza negativamente y después no pudo evitar reír al saber que al final acabaría aceptando llevar el supuesto leotardo.
-Tengo un poco de hambre ¿vamos al comedor?-propuso la morena, cuando ya habían llegado a la puerta que daba al edificio de los dormitorios.
-Iré a cambiarme, ve tú. Te alcanzo en unos minutos-giró el cerrojo y empujo la puerta.
-Está bien, no tardes-se detuvo en el umbral para despedirse con un gesto de mano, y después se encaminó al comedor.
Llegó a su dormitorio dejó el abrigo en la cama para después quitarse el leotardo y las mallas. Cada alumna del instituto gozaba de una habitación exclusiva. Sin embargo, a Sakura le daba miedo dormir sola, por eso muy de vez en cuando iba al cuarto de su prima y se quedaba con ella; eso sí, antes de dar las seis de la mañana, se cambiaba a su habitación para no ser descubierta. Se puso la falda del uniforme y unas mallas blancas, el frío cada día se volvía más intenso, y en seguida siguió con el sostén y la blusa. Su habitación tenía una cama individual a lado de la ventana, al igual que su viejo dormitorio, un bonito escritorio con su respectiva silla color ocre en el lado opuesto y un guardarropa de puertas enormes perpendicular a la puerta. Toda la habitación estaba decorada al estilo bizantino, al igual que el colegio entero. Calzó sus botas azules y después de dar un último vistazo a su habitación salió de ahí. Llegó al comedor con las manos en los bolsillos y un rechinar de dientes: el viento cada minuto era más vigoroso. Vislumbró a Tomoyo sentada en una de las mesas del fondo con algunas de sus compañeras de curso. Tomó una bandeja y caminó hacia la caja. Cogió una ensalada y una botella de agua.
-Sakurita-palmeó la silla que estaba a su lado-siéntate.
-Hola chicas-Rika Sasaki y Naoko Yanagisawa; las dos eran compañeras de Sakura y Tomoyo desde que éstas habían llegado al instituto. Al parecer, ellas llevaban toda su vida ahí, y por eso estaban tan desesperadas por salir. Eran hijas de dos de las familias más adineradas de todo Japón, el padre de Rika era un aviador renombrado, su madre una bailarina de gran índole y los padres de Naoko tenían varias editoriales por todo el país y continente, por lo tanto estos no tenían tiempo para ellas y por ello las habían enviado al colegio más prestigiado del país para que las educaran como toda buena sociedad exigía.
-Hola Sakura-saludaron al unísono.
-¿Ya te enteraste, Sakura?-Naoko se inclinó hacía ésta y le susurró-el profesor Terada dejó el instituto-un ruido inesperado las hizo separarse. Rika había tirado su bandeja.
-¿Estás bien, Rika? Estás muy pálida-Sakura se acercó a ella y tocó su frente.
-Sí… no, digo sí. Lo siento, no me siento bien- miró a las demás mesas con suspicacia para después acercarse a Naoko-¿dónde escuchaste lo de Yosh… lo del profesor Terada?- respirando con dificultad volvió a mirar al bullicio del comedor y esperó ansiosa una respuesta.
-Oí cuando la directora se lo decía a la profesora Mizuki esta mañana. Están buscando un reemplazo-Naoko no se dio cuenta de cómo el rostro de Rika se fundía en la más pronta desesperación. Al segundo siguiente, se puso de pie de un salto y salió del comedor casi corriendo.
Sakura sabía lo que pasaba; el porqué del repentino malestar de su amiga, la huída de ésta y su visible desesperación. Hacía meses se había dado cuenta, fue algo casual. Una noche había regresado a buscar su libro de matemáticas al aula de dicha materia, ya que al día siguiente tenía que entregar una docena de ejercicios. Sin embargo, al abrir la puerta se topó con todo menos su libro: Rika y el Profesor Terada en medio de una situación bastante bochornosa, al menos para Sakura. Los tres se quedaron perplejos por varios segundos, hasta que la castaña soltó un ligero lo siento y salió corriendo de ahí. Llegó a su habitación confundida y, todavía más, sorprendida. Rika a la mañana siguiente la citaría para contarle todo, el inicio de su apasionante amor, y suplicarle que le guardara el secreto. Sakura le aseguró jamás decir una palabra, por un par de meses Rika se veía algo renuente a la honestidad de la castaña, pero después se dio cuenta que sí era una persona de fiar.
-Rika, espera-la alcanzó con tres zancadas. La cogió del brazo para hacer que la mirara de frente-¿Qué paso?
-No sé-chilló soltando un centenar de lágrimas-ayer estábamos bien… todo estaba perfecto.
-Debe ser un error, los rumores casi nunca son ciertos-trató de calmarla dándole palmaditas en la espalda.
-Escuchaste a Naoko. Lo oyó de la directora, para qué querría buscar un reemplazo si-gimió sonoramente-no hay vacantes.
-Pudo haber sido otro profesor, no te alteres. Iremos a ver, tranquila-la pasó los brazos por el cuello y la abrazó.
-Es que algo me dice que se fue-intentó secar las mejillas y parar el llanto con los dedos, pero era inútil-ay Sakura ¿Qué voy a hacer?
-Toma-le dio un pañuelo que sacó del bolsillo-todavía nada, no hay nada seguro. Vayamos a averiguar. Ven- la cogió del brazo y caminaron hacía el edificio principal, mientras la pelirroja se secaba el rostro con el pañuelo.
Efectivamente sí se había ido el profesor Terada, las secretarias académicas no les quisieron decir nada, mucho menos el profesorado ni qué decir de la directora, pero verificaron su teoría cuando un profesor nuevo llegó al salón de tercer año para impartir la clase de matemáticas. Eran las ocho de la mañana y por consiguiente, la primera hora de actividades. Todas estaban en sus pupitres cuando llegó el profesor al aula, excepto una: Sakura Kinomoto. A pesar de vivir a menos de cincuenta metros del colegio siempre se le hacía tarde, aún desde niña sufría de ese problema matinal llamado: levantar temprano. Así que aún con una tostada en la boca entró, estrepitosamente, al salón. Causando que todas las miradas se le vinieran encima.
-Bien, señorita. Parece ser que ha llegado con el pie equivocado a mi clase-una voz a sus espaldas, rigurosa y varonil, le habló. Ella se giró, lentamente, para ver a su nuevo profesor recargado en la puerta con el ceño fruncido y una molestia contenida, especialmente, en los ojos.
-Lo siento-sacó su tostada de la boca y tragó pesado.
-Pensé que en este colegio enseñaban buenos modales-la castaña reprimió el deseo de aventar el mullido pan por la ventana-pero veo que usted es una de esas horrorosas excepciones con las cuales incluso las mejores escuelas cuentan.
-Yo- intentó decir, pero el profesor la había evadido para ir a su escritorio. Miró, rápidamente, a sus compañeras. Todas parecían estar expectantes y nerviosas, excepto Rika la cual parecía como si dicho profesor hubiera hecho realidad su peor pesadilla: y tal vez así era. Un sonoro carraspeó la hizo salir de sus cavilaciones.
-Bien, señorita. Veo que está muy cómoda en medio del salón exhibiendo su educación-eso hirió a la castaña, haciéndola oprimir un chillido-pero lamento informarle que esto es un aula, no un desfile. Así que tire sus alimentos y hágame un grandísimo favor: salga de mi clase.
-Pero-y de pronto sintió como era empujada hacía la puerta. Unas manos fuertes y posiblemente grandes presionaban su espalda para que caminara aún en contra de su voluntad fuera del salón.
-Y si mañana no está sentada en su lugar antes de que yo llegue, ya ni se moleste en entrar-dicho esto le cerró la puerta en la cara.
Jamás había sido castigada, reprendida ni mucho menos expulsada de una clase por algún profesor. Incluso el profesor Terada la estimaba, a pesar de salir mal en sus exámenes y siempre tener que quedarse con ella unos minutos, a veces horas, después de clases para explicarle un mismo tema. La verdad es que siempre había contado con el agrado de los docentes… hasta ahora, se corrigió mentalmente; dudaba con todo su ser que este profesor fuera tan benevolente como el anterior, es más no esperaba ni un aprobado ese bimestre aún cuando viviera para estudiar dicha materia. Suspiró y caminó por el pastillo hasta llegar a una de las banquitas de madera que lo adornaban: será un año complicado pensó mientras se sentaba a esperar su próxima clase.
