Disclaimer: nada de esto me pertenece, los personajes le pertenecen a Stephenie Meyer y la historia a Tkegl, yo solo la traduzco.


CUTLASS

A menudo, cuando la luz del sol cae, me encuentro a mí mismo mirando la enormidad del mar a mi alrededor y pensando en las advertencias de aquellos que hablan de lo salvaje que es este lugar. Algunos temen a los nativos de las islas y sus extraños modales. Otros a las peligrosas criaturas que se mueven en las profundidades debajo de mí. Yo, sin embargo, he llegado a aprender que el peligro real de estas aguas no está en los salvajes ni las bestias del fondo. No, la verdadera amenaza es el hombre sin honor, sin conciencia.

Se llama a sí mismo pirata.

-Diario de Simon Alistair Mellick, 6 de Octubre, 1666

Capitulo unoEl chico, Smith

Mayo de 1748

Solo un puñado de esponjosas nubes blancas cubrían la gran extensión de cielo azul mientras la Flecha Negra se deslizaba por las agitadas aguas del Atlántico. El Capitán Edward Cullen inclinó la cabeza, mirando con aprobación todas la velas infladas arriba y todo el equipo trabajando en cubierta. Se puso de pie, abriendo ampliamente las piernas, con una brújula en la palma de una mano y los dedos de la otra envueltos ligeramente alrededor del timón. Permitía que el barco se dirigiera solo más que intentar forzarlo en una dirección específica.

El viento estaba con ellos ese día.

Los hombres no conocían su destino, excepto Jasper Whitlock, el primer oficial del capitán y su mayor confidente.

El único confidente, para ponerlo más exacto. Edward Cullen no compartía ni sus pensamientos ni su fe con facilidad pero, durante los años, había llegado a confiar en su primer oficial y, de hecho, confiarle su vida.

Esa confianza había sido bien ganada. De hecho, el capitán le debía su vida a Whitlock por dos veces.

Pero esa era otra historia.

―¡Jasper! ―gritó Cullen, cerrando de golpe la brújula y guardándola en el bolsillo de su abrigo―. ¡Reúne a los hombres!

―¡Atended al capitán! ―gritó Jasper inmediatamente, haciendo eco por toda la cubierta y también las entrañas del barco. En solo unos minutos, toda la tripulación se había colocado en un círculo alrededor del casco, el capitán le pasó el timón a su Intendente, Crowley, y se giró para dirigirse a los hombres. No dijo nada por un momento, solo caminó lentamente de un lado a otro frente a ellos, agarrando la empuñadura de su sable, el ruido de sus botas quedaba ligeramente apagado por el romper de las olas. Un parche cubría lo que quedaba de su ojo izquierdo, una cicatriz que le corría de la sien a la barbilla evidenciaba la herida que casi se lleva su vida. Su ojo bueno brillaba verde en el sol de la tarde mientras se fijaba en cada hombre frente a él.

―Sé que se ha hablado sobre el lugar al que nos dirigimos, ―empezó―, y el botín que espera al final de este viaje. ―Dejó de caminar y miró a los ojos a cada hombre―. Con la luz de la mañana, encontraremos a la Dama Encantada, y planeo tomarla.

Con la mención del célebre navío, se levantó un murmullo nervioso entre la multitud.

―¡Silencio! ―ladró Jasper, silenciando inmediatamente a los hombres.

―Ahora, ―siguió el Capitán Cullen―, hay tesoro de sobra en la Dama, y cada uno tendrá su buena parte. Pero en alguna parte de ese barco hay un cofre que es mío y solo mío. ―Les miró amenazadoramente para enfatizar su punto―. Jasper os dará una descripción del cofre. El hombre que me lo traiga se llevará una parte doble del tesoro de la Dama. ―Un rugido de entusiasmo brotó entre la tripulación.

El capitán levantó una mano, silenciando a los hombres. ―Y no hace falta que os diga que cualquiera que sea pillado quedándose una parte del botín antes de que sea repartido por Crowley se encontrará colgando del mástil mayor. ―Su voz bajó hasta ser un gruñido de amenaza―. Y cualquiera que piense en quedarse el cofre para sí mismo... Yo mismo le haré ver a Davy Jones, con la punta de mi espada.

Un sonido de terror resonó por la cubierta y Cullen giró sobre sus talones abruptamente. Un movimiento a su izquierda llamó su atención e hizo una pausa, buscando la fuente. Un joven chico que no reconoció se escondía detrás del masivo cuerpo de Emmett McCarty, el Aparejador Jefe.

―¡Chico! ―llamó el capitán―. ¡Muéstrate!

La multitud se dividió, todos los ojos siguieron la mirada del capitán mientras éste daba un paso hacia el chico.

―No me hagas pedirlo de nuevo, ―gruñó.

El chico salió de detrás de McCarty con cautela, su cabeza inclinada estaba cubierta por una gorra de lana oscura. Sus pantalones bombachos estaban rotos en la rodilla y su cuerpo se lo tragaba una voluminosa camisa y un chaleco de cuero. Se retorcía las manos nerviosamente y el capitán frunció el ceño por los delicados huesos, preguntándose cómo una criatura tan frágil podría sobrevivir en el mar.

―¿Cómo te llamas, chico? ―preguntó bruscamente.

El chico murmuró una respuesta.

―¡Habla! ―ordenó Cullen.

―Smith, Señor.

―Smith, ¿eh? ―Miró a Jasper inquisitivamente.

Su primer oficial se encogió de hombros. ―Se subió en La Española, ―explicó―. Necesitábamos otro marinero para transportar la pólvora.

Cullen frunció el ceño por esa información, incómodo, por alguna razón, con la idea de que el chico sirviera en el equipo de armamento. ―¿Cuántos años tienes, chico?

El chico dudó solo un momento y el capitán avisó, ―ni se te ocurra mentirme.

―Diecisiete, ―dijo en voz baja, con los ojos fijos todavía en la cubierta.

―¿Diecisiete? ―repitió Cullen―. ¿No eres un poco pequeño para tener diecisiete? ―Miró a Jasper, pero el hombre solo se encogió de hombros de nuevo como respuesta―. Dudo que pueda llevar siquiera un barril de pólvora medio vacío, si algo, ―murmuró, medio para sí.

―Soy más fuerte de lo que parezco, ―dijo el chico con terquedad, y Cullen luchó contra una risa de sorpresa. El chico tenía espíritu.

Aún así, el espíritu tenía sus límites, y el capitán recolocó rápidamente su expresión en el ceño fruncido que era su seña de identidad. ―Mantente en tu lugar, chico.

―Sí, Capitán. ―Se retorció las manos de nuevo, tenía los nudillos blancos por la tensión.

El ojo bueno de Cullen se entrecerró cuando tomó una decisión. ―Jasper, ¿has encontrado ya un reemplazo para el joven Tom? ―El ayudante de cámara se había bajado del barco en la Habana y no se le había vuelto a ver.

―No, ―contestó Jasper, limpiándose entre los dientes con la punta de su cuchillo―. Todavía no.

El capitán se quitó el sombrero y se rascó la cabeza brevemente antes de volvérselo a poner. ―Todo arreglado entonces. Smith ocupará su lugar.

―Chico, ―dijo con tono brusco―. Te encargarás de mis necesidades desde ahora. Por el momento, quiero un afeitado y mi cena. ―Cuando el chico se quedó congelado en su lugar, el capitán se llevó los puños a las caderas, levantando la voz casi hasta el punto de un rugido―. ¡Muévete, Smith! ¡No me hagas esperar! ―El chico corrió a las escaleras y el capitán le siguió.

―El resto de vosotros, ¡volved al trabajo! ―gritó. Jasper hizo eco del mandato y la tripulación volvió a sus lugares.

Nadie notó la sonrisa de satisfacción en la cara del chico llamado Smith.

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El Capitán Cullen no estaba exactamente seguro de qué le había hecho ayudar al chico. Parte de ello era el hecho de que realmente necesitaba un recambio para Tom –alguien que mantuviera su camarote en orden y sus cosas reparadas. A pesar de su reputación de sed de sangre, Cullen tenía una necesidad de orden y estructura... disciplina en medio del caos. Ya que, en realidad, su barco era una máquina bien engrasada; cada miembro de la tripulación cumplía sus obligaciones con eficiencia y orgullo.

Pero también sabían como relajarse. Lo que llevaba a la otra razón por la que había sentido la necesidad de tomar al joven Smith bajo su ala.

Sus hombres trabajaban duro, pero también jugaban duro. Tras un largo día de trabajo agotador y algunos tragos de ron, solían tomar placer de donde podían encontrarlo. Muchos esperaban hasta llegar a puerto y encontraban alivio en una mujer dispuesta en un pub o un burdel –o en un callejón oscuro, si era necesario. Pero algunos tomaban lo que podían donde era ofrecido, optando por duros músculos en lugar de suaves curvas.

A Edward no le parecía mal cuando los dos participantes consentían en ello. Pero había captado unas cuantas miradas de anhelo hacia el joven Smith, y no permitiría que nadie se aprovechara solo porque él era más pequeño y débil. Si el chico decidía participar en alguna actividad a bordo, eso era cosa suya, pero nadie en su barco viviría con miedo de algo así.

Smith se detuvo abruptamente en el espacio estrecho y Edward se dio contra su espalda, golpeando al chico hacia un lado contra la pared. Smith gruñó mientras Edward se inclinaba contra él, agarrándose a su cadera para recuperar el equilibrio.

―¿Qué demonios? ―gruñó el capitán mientras se enderezaba.

―Lo... siento, señor, ―dijo débilmente el chico, sus ojos estaban en sus desgastados zapatos―. No estaba seguro de en qué dirección ir.

Cullen se ajustó el cinturón de cuero en que tenía su arma y se colocó las manos en las caderas. ―A la derecha, chico. A través de la puerta.

Smith solo asintió y se apresuró por el pasillo oscuro, tropezando ligeramente con sus propios pies. El capitán le siguió, entrando con grandes pisadas en su camarote y lanzando su sombrero en la enorme cama ―uno de los únicos caprichos de lujo del capitán. Tan pronto como se había puesto al mando de la Flecha Negra, reemplazó el incómodo camastro por un colchón de plumas con sábanas de seda. Su camarote era su santuario, después de todo, y estaba lleno de cosas personales y premios de sus muchas conquistas. Pocos tenían permitido entrar en su morada personal e incluso entonces se sentía nervioso por permitir a Smith la entrada. Miró al chico por el rabillo del ojo, de pie, incómodo al lado de la puerta y esperando instrucciones.

Cullen suspiró. No tenía paciencia para entrenar al chico, pero en realidad no había alternativa. Normalmente, le dejaría la tarea a Jasper o uno de los chicos de la cocina, pero estaba hambriento y sucio y no tenía tiempo para esperar.

―A la cocina, chico, ―ordenó―. Consigue agua para afeitarme y habla con el cocinero de mi cena. ―Cuando el chico dudó, él añadió bruscamente―. Date prisa antes de que cambie de opinión y te ponga a limpiar las letrinas.

Evidentemente, la amenaza de tener que limpiar las zonas de aseo en la proa del barco fue suficiente para poner a Smith en acción. Pegó un salto y salió corriendo por la puerta, y Edward soltó una risita al oír sus pies haciendo ruido hacia la cocina en las bodegas del barco. Se quitó el abrigo y se pasó el cinturón de armas sobre la cabeza antes de lanzar las dos cosas a la cama también. Mientras tiraba de su camisa para sacarla de la cintura de su pantalón, cogió la jarra de ron de su escritorio de madera y puso una buena dosis en una jarra de cerveza. El cinturón con su sable se quedó en su sitio alrededor de sus caderas con una segunda pistola en él, y su estilete con joyas estaba seguro en su bota derecha. El Capitán Cullen siempre estaba armado, incluso cuando dormía, su mano agarraba la pistola bajo la almohada y su daga estaba enganchada bajo el colchón.

Tomando un largo trago de la jarra, colapsó en una silla de madera tallada que se había llevado durante una incursión el verano anterior, frotándose ausentemente con la mano en su rasposa mejilla. Podía ver el cielo azul por el ojo de buey que tenía sobre la cama, el balanceo del barco ponía a la vista el azul más profundo del mar cada pocos segundos. El hipnótico balanceo del barco, combinado con la relajación que traía el ron, fue como una nana. Tanto, que al principio no se dio cuenta de que su chico había vuelto, con un bol de agua caliente en las manos.

Señaló con una mano ensortijada a una pequeña mesa que tenía al lado. ―El jabón y la cuchilla están en el estante, allí, ―dijo, señalando al otro lado de la habitación. Smith se apresuró, dejando el bol en la mesa cuidadosamente pero consiguiendo, aun así, salpicar un poco la pulida madera. Soltó un grito ahogado y utilizó su camisa para limpiar el agua antes de coger la taza con el jabón y la cuchilla. Añadió un poco de agua a la taza y empezó a girar la brocha de afeitado en el jabón.

Edward miró al chico con cautela, notando la forma nerviosa en que tragaba. ―¿Has afeitado antes a un hombre, Smith? ―preguntó con brusquedad.

―Sí, señor. ―Su voz salió como un chillido. Se aclaró la garganta―. A mi... mi padre.

El capitán asintió e inclinó la cabeza contra el respaldo de la silla. ―Bueno, empieza entonces―. Smith cogió una tira unida al lado de la mesa y empezó a pasar la cuchilla de un lado a otro antes de probar el borde contra su pulgar. Cogió la taza sin mirar a Edward a los ojos y el capitán cerró el ojo y sintió el suave movimiento de la brocha contra su piel. Podía oír la temblorosa respiración de Smith y se preguntó porqué el chico parecía estar tan aterrorizado de él. Cuando el chico dejó la taza a un lado y Edward sintió la cuchilla tocar su mejilla, su mano se levantó de golpe, agarrando la muñeca de Smith mientras su ojo se entrecerraba en su cara enrojecida.

―Ten cuidado, chico, ―avisó―. No me gustaría tener que destriparte porque tu mano se ha pasado. ―La mano de Cullen agarró su sable, deslizándolo de la vaina con un silencioso siseo para enfatizar sus palabras antes de ponerla sobre su estómago.

Smith tragó pesadamente y asintió. ―Sí, señor. ―El chico dudó brevemente antes de respirar profundamente y deslizar suavemente la cuchilla por su piel. Edward se relajó, pero sus dedos permanecieron envueltos alrededor de su sable mientras el chico le afeitaba, hundiendo la cuchilla en el bol de agua entre cada pase, y limpiándole finalmente la cara con un trozo de toalla. Edward cogió una pequeña lata de bálsamo de la mesa, hundiendo sus dedos en él antes de pasárselo por sus mejillas recién afeitadas. La esencia especiada se mantuvo en el aire y sintió al chico mirarle con cautela.

―Un remedio de hierbas para prevenir la irritación, ―murmuró, sin estar seguro de porqué estaba dando explicaciones. Volvió a poner la tapa en la lata y se levantó abruptamente, rodeando su escritorio―. Encárgate de eso, ―dijo bruscamente, haciendo un gesto hacia el agua jabonosa―. Y tráeme la cena. ―El capitán volvió su atención a unos documentos que tenía en la mesa mientras Smith corría a cumplir sus deseos.

El capitán examinó el pergamino que le había llevado tan lejos. Era solo un trozo gastado que contenía unas pocas palabras y una porción de un dibujo a lápiz, pero apuntaba a la Dama como el lugar en que encontraría el cofre que buscaba. Sin embargo, era solo un paso en su viaje, ya que dentro... dentro del cofre estaba la respuesta que necesitaba. Cuando la tuviera, tendría lo que había estado buscando desde que se puso al mando.

Riqueza.

Poder.

Venganza.

Edward sonrió forzadamente con el pensamiento, frotándose el parche del ojo al recordar. El hombre que se lo había llevado ―el que casi se lleva su vida― pagaría. Con el tiempo, pagaría.

―¿Señor? ―La silenciosa voz de Smith interrumpió la concentración del capitán, haciéndole saltar. El hecho de que se hubiera asustado le irritó más que nada.

―¿Tienes que merodear como un gatito tímido? ―ladró.

Smith saltó sorprendido y, antes de controlar su expresión, Edward creyó captar otra emoción en él.

¿Irritación? No, era casi... furia.

Pero tan pronto como apareció se fue, reemplazada por la duda temerosa a la que el capitán estaba acostumbrado, y Edward pensó que tal vez lo había imaginado, después de todo.

―Su cena, Señor, ―dijo Smith en voz baja y Edward se dio cuenta de que sostenía una bandeja cubierta. Sus ojos se entrecerraron en la cara del chico un momento más antes de deslizar sus papeles en un cajón y pedirle que se acercara con un gesto de la mano. Smith dejó la bandeja en el escritorio, quitó la tapa y la sostuvo detrás de su espalda. Edward vio su pecho expandirse, como si inhalara las esencias que se liberaron en la habitación: salchichas asadas, patatas, algunas verduras frescas que habían obtenido en el último puerto, y una pequeña rebanada de pan caliente. Edward cogió un trozo del pan y se lo metió en la boca, haciéndolo bajar con un trago de ron.

El fuerte rugido del estómago del chico hizo que arqueara una ceja.

―Lo siento, Señor, ―dijo Smith, su cara enrojeció de nuevo mientras se acercaba más a la puerta. ―¿Necesita... algo más de mí... Señor?

Edward masticó otro trozo de pan. ―¿Cuándo comiste por última vez, chico?

Se movió nervioso. ―Uh... comí algo de pan duro y carne salada... y un poco de cerveza... antes.

―¿Cuánto antes?

Los ojos del chico miraron alrededor de la habitación, sin mirar a los de Edward mientras se retorcía las manos. ―Uh... en algún momento... de ayer, creo.

El capitán se echó atrás en su silla, gruñendo irritado. ―¿Ayer? Por todos... ―Abrió el resto del pan y puso dentro algunas salchichas antes de cerrarlo―. Toma, ―dijo, lanzándole la comida al chico―. Come eso.

Smith se metió el bocadillo en la boca hambriento. ―Y, en el futuro, no te saltes comidas, ―añadió Edward entre bocados de patata―. Ya estás bastante delgado y tendrás que trabajar en mi barco. ¡Y no quiero que interrumpas mi concentración con los rugidos de tu barriga... o desmayándote como una condenada mujer!

Con eso, el chico se atragantó, sus ojos se ensancharon mientras se cubría la boca para evitar que la comida saliera volando por la habitación.

―¡Buen Dios! ―gruñó Cullen, rodando el ojo mientras iba hasta el chico y le daba una sonora palmada en la espalda. Smith siguió tosiendo y Edward cogió su jarra y se la puso en los labios.

―Toma un poco de esto, ―ordenó. Smith cogió la jarra y, echándola hacia atrás, hizo bajar la comida con un largo trago.

Luego empezó una nueva ronda de tos.

―¿Qué... qué es esto? ―preguntó entre resuellos mientras le caían lágrimas por la cara escarlata.

―Ron. ¿Qué va a ser?

―Creí que era agua.

El capitán rió. ―¿Qué hombre en sus cabales bebe agua cuando hay ron?

―¿Capitán? ―Jasper apareció en la puerta. Miró confuso la imagen que tenía delante, pero sabía que no debía hacer preguntas.

―¿Qué pasa? ―contestó Edward, estirando el brazo hasta el escritorio y metiéndose una salchicha en la boca.

―Nos estamos acercando a Sav-la-mar, ―contestó―. ¿Quieres ir a puerto o que nos quedemos a distancia de la costa hasta el amanecer?

―¿Alguna señal de la Dama?

―Todavía no.

Edward se frotó la barbilla mientras pensaba. ―Llevan meses en el mar, así que atracarán en Lucea esta noche para conseguir provisiones antes de ponerse en marcha hasta Santa Marta. Nos quedaremos aquí, escondidos por la costa y los interceptaremos antes de la primera luz.

Jasper asintió. ―Sí, capitán. ―Se dio la vuelta para dirigirse de vuelta a la cubierta.

―Jasper, un momento, ―le llamó Edward, echando una mirada detrás de él a Smith antes de seguir a su primer oficial por el pasillo. Cerró la puerta silenciosamente y bajó la voz.

―Mantén un ojo en Newton, ―ordenó. El Artillero Jefe llevaba solo un mes en la Flecha Negra y, aunque Edward no confiaba completamente en él, necesitaba la experiencia con las armas del joven―. Ha mostrado particular interés en las conversaciones sobre la Dama y he oído rumores de su equipo anterior de que se le conoce por llenar sus bolsillos antes de que se cuente el botín.

―¿Crees que se atrevería después de tu advertencia?

El capitán sacudió la cabeza con pesar. ―No sé qué decir. Los hombres pueden ser tontos, y los hombres avariciosos son los más tontos de todos.

Whitlock asintió. ―Le asignaré a Jenks su vigilancia, ―dijo―. Confío en él y no dejará que Newton se escape de su vista cuando abordemos mañana.

―¿Están listos los cañones?

―Sí. Nos hemos quedados cortos de balas de mosquete, pero tenemos balas encadenadas de sobra.

Edward asintió con aprobación. ―Bien. Bien. No dejes que los hombres se dejen llevar esta noche. Tendremos que estar levantados antes de que salga el sol.

―Sí, Capitán. ―Con eso, Jasper caminó por el pasillo hasta las escaleras de cubierta y Edward se giró para entrar en su cuarto. Sus ojos se entrecerraron por el enfado cuando vio al joven Smith pasando su dedo por la empuñadura del sable que tenía en el estante detrás de su escritorio.

―¿Qué haces, chico? ―rugió. Smith saltó, dándose rápidamente la vuelta y escondiendo las manos detrás de su espalda.

―Lo siento... Capitán, ―tartamudeó con los ojos como platos―. No pretendía nada.

Edward cruzó la habitación y levantó al chico por el cuello de su camisa hasta que los dedos de sus pies rozaron el suelo. ―Recuerda, chico, ―escupió―. Estás en este barco... mi barco... por deseo mío. Enfádame y estarás alimentando a los peces después de que te azoten. ―Sacudió a Smith como un trapo para enfatizar su punto―. No toques nada de lo que hay en esta habitación sin mi permiso expreso. ¿Está claro?

El chico soltó un sonido estrangulado y Edward soltó ligeramente su agarre. ―¿He preguntado si está claro? ―dijo de forma amenazadora con los dientes apretados.

Smith tomó aire. ―Sí... Sí, Capitán.

Soltó al chico con un empujón hacia la puerta. ―He terminado contigo. Vuelve cuando den las cuatro campanas. Nos marchamos antes del amanecer.

Smith agachó la cabeza y salió corriendo de la habitación sin más palabras. Edward sacudió la cabeza frustrado por la audacia del chico mientras se giraba para contemplar el sable que le había tenido tan encantado. Con una sonrisa, lo cogió del estante, deslizando la brillante cuchilla de su funda de cuero. Para la mayoría parecería una espada ordinaria, suponía, y ―excepto por el único zafiro que tenía en la empuñadura― de muy poco valor. Edward, sin embargo, conocía su verdadero valor ―y era mucho más amplio que el valor de la brillante piedra azul. Estudió el grabado que estaba alrededor de la gema, susurrando las palabras ahora familiares.

Dixitque Deus fiat lux et facta est lux.

La expresión latina de: Y Dios dijo, "que se haga la luz" y la luz se hizo.

Edward todavía estaba inseguro del significado de la Escritura. Sin embargo, sabía que era otra pista en el misterio que pretendía resolver. Cosa de la que estaría un paso más cerca una vez que pusiera los pies en la Dama Encantada.

- . - . - . - . -

En las bodegas de la Flecha Negra, el chico llamado Smith se movía por el pasillo apenas iluminado, escondiéndose tras barriles y en esquinas cada vez que se acercaba alguien. Finalmente, encontró la puerta que buscaba y, tras una rápida mirada en las dos direcciones para asegurarse de que nadie le observaba, la cruzó en silencio.

La sala de almacenaje estaba completamente llena, pero había sitio suficiente detrás de una gran pila de cajas para que se hiciera un pequeño camastro en el que descansar. Smith gruñó mientras ponía un cofre de madera frente a la puerta, rezando por que fuera suficiente para detener a cualquiera que pudiera decidir entrar. Nadie lo había intentado todavía, pero no podía confiarse.

Una vez que la puerta estuvo atrancada, fue silenciosamente hasta su camastro, bajándose al suelo con un suspiro. Descansó un momento con la espalda apoyada contra la fría pared. Estaba un poco mareado por el gran trago de ron que todavía quemaba su garganta ―y su mano temblaba ligeramente en recuerdo de su terrorífico encuentro con el capitán. Sabía, posiblemente mejor que nadie, que Edward Cullen era un asesino y un bárbaro, y Smith tendría que tener más cuidado en el futuro si iba a vivir lo suficiente para llegar a su meta.

Agotado, Smith se quitó la gorra y soltó su pelo recogido de la tira de cuero, pasándose los dedos por él antes de rascarse el cuero cabelludo. Se deslizó el chaleco por los hombros y, levantando su camisa extra-grande, tiró del nudo que sostenía los trapos envueltos alrededor de su pecho. Cuando las telas finalmente se soltaron, Smith las desenvolvió con un suspiro de alivio, frotándose la dolorida carne.

La carne que, si era descubierta, revelaría su verdadera identidad. Ya que Smith no era para nada un chico, sino una joven de diecinueve años que se había colado en la Flecha Negra con solo una meta en mente.

Matar al capitán.

Y ahora que había visto el sable, estaba más determinada que nunca a conseguirlo. Al tocarlo por primera vez en casi dos años, su garganta se había cerrado con la angustia del recuerdo.

Él había amado esa espada.

En la distancia sonó una campana. Solo quedaban dos horas hasta que tuviera que ser Smith de nuevo y aparecer en la puerta de Cullen. Retorció los labios con disgusto. Convertirse en su ayuda de cámara le daba la oportunidad que había esperado, pero pasar tiempo en un cuarto cerrado con el hombre le revolvía el estómago.

Aún así, ahora estaría cerca de él ―día y noche. Lo suficientemente cerca como para tomar su miserable vida cuando se presentara la oportunidad. Había tenido la tentación de hacerlo mientras le afeitaba, pero no estaba segura de poder completar la tarea antes de que él enterrara el maldito sable en su barriga.

No, tendría paciencia. Y cuando Cullen bajara la guardia ―tal vez mientras dormía o estuviera borracho por su ron― tomaría ese sable en sus manos y le rajaría su traidor cuello.

Brusco, tal vez. Pero hacía tiempo que había abandonado la idea de actuar como una dama. Desde el día que su padre fue asesinado ―y la espada embellecida con el zafiro robada de su cuerpo todavía caliente― y ella se había puesto a rastrear a su asesino, solo para enterarse de que Eddie "Un-ojo" Cullen tenía la culpa.

Sonrió. Tal vez se lo llamara en la cara mientras se desangraba hasta morir. Pocos lo hacían y sobrevivían, pero ella lo haría.

Sí.

Pronto, Isabella Swan tendría su venganza.


Hola!

Aquí estoy con una nueva traducción. Algo diferente esta vez, al más puro estilo de Piratas del Caribe.

Espero que el primer capítulo os haya gustado. ¡No puedo esperar a leer que os ha parecido!

La fecha de actualización está en mi perfil.

-Bells :)