AU inspirado en la película/manga Sakuran. El título sel fic está inspirado, evidentemente, en el del manga. Pero no tiene nada que ver en su significado. Lo explicaré más adelante cuando llegue el momento ^^

Disclaimer: la casa de té es mía. Más quisiera Kiku ser el dueño. Lo demás pertenece a Kyoto y a Himaruya-sensei.


つきらん~tsukiran~

~prologue~

Cerró los ojos, intentando ignorar todo lo que le rodeaba. Estaba encerrado entre aquellas cuatro paredes. Atrapado. Privado de toda libertad. Y ahora se convertiría en una muñeca. Había pataleado, gritado, peleado, golpeado a soldados y paredes. Pero de nada había servido.

No había ventanas en aquel lugar. No al menos donde lo habían encerrado a él. Ni si quiera le habían dado comida. Claro que, cómo iba a esperar comida de una persona como él...

Cerró los ojos con fuerza, golpeando el suelo con las manos. El yukata negro que le habían puesto dejó al descubierto su hombro. Se levantó en un ataque de rabia al pensar en lo que ese desgraciado había hecho a su pueblo, y volvió a golpear las paredes y gritar.

Pero sabía que no conseguiría nada. Estaba solo. No había nadie al otro lado de la puerta.

Ahora solo le quedaba frotarse las manos y llorar. Y esperar. Tal vez alguien lo rescataba. Tal vez...

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- ¡Señor! ¡Tenga cuidado, hay charcos!

Bajó con cuidado, mirando atentamente al suelo. Luego miró a su jefe, quien iba delante. Ya se había manchado. Iván suspiró, apartándose un mechón de liso cabello rubio de su rostro. Se giró y le tendió la mano a la chica que intentaba salir del… ¿cómo se llamaba? Ah, no se había quedado con el nombre de aquel curioso transporte. Llamémosle carruaje.

- Gracias, Iván.

La muchacha bajó, con una sonrisa en sus labios, mirándolo todo fascinada. Una vez abajo, se colocó bien el cabello y la flor que lo adornaba, esperando a que el último ocupante del carruaje bajara. Ella se abrazó inmediatamente a él, descolocándolo por un instante.

- Elizaveta… - susurró, colocándose las gafas. – Creo que aquí estas muestras de cariño no están muy bien vistas…

Iván rió, mirando alrededor. Más de uno de los que había observado la escenita movía la cabeza en tono de reproche. El carruaje partió una vez la persona que ejercería de guía se acercó a ellos. La verdad, no hablaba muy bien ruso, pero al menos lo intentaba. Era divertido ver cómo su jefe pretendía entender lo que aquel pobre hombre trataba de decirle.

- ¡Waaah! Esto es precioso, Iván, ¡Precioso!

- Me alegra que pienses eso, - sonrió el rubio, mirando curioso las casas y tenderetes a lo largo del camino. – Os dije que os haría un regalo especial por no haber podido asistir a vuestra boda, ¿da?

- Pero esto es excesivo, Iván, – intervino Roderich, – al menos en mi opinión.

- Ah, tonterías.

- No, yo también estoy de acuerdo, - añadió la chica, enganchada al brazo del castaño, mirando ahora a Iván con expresión seria. – Es un regalo demasiado… ya sabes… Aunque no voy a quejarme, - finalizó riendo.

Siguieron caminando, donde quisiera que el guía los llevaba. Se detuvo frente a algo que parecía un restaurante. A Iván le divertía las furtivas miradas que les lanzaban los transeúntes, como si fueran seres de otro mundo. En el restaurante les guiaron hasta una mesa amplia en una de las esquinas, junto a la cual se encontraba un pequeño y hermoso jardín. Olía bien, todo en aquel lugar era agradable.

La comida estaba deliciosa, eso era indiscutible. Para sorpresa de todos, el lugar en el que se quedarían era la planta de arriba de aquel mismo lugar. El fabricante de kimonos con el que venían a negociar había alquilado toda la planta para ellos solos.

Todo estaba exquisitamente decorado. Las habitaciones eran espaciosas, y se habían esforzado por darle un toque occidental al lugar. Aún así, todo rezumaba exotismo. Los adornos, las telas… Los balcones de las habitaciones daban a la calle principal, concurrida de gente y puestecillos, repleta de colores, de aromas nuevos para ellos. Una nueva cultura ante sus ojos.

- Salgamos a pasear, Roderich, ¿vale?

- Sí, ¿por qué no salís? Yo tengo que ir con mi jefe a no sé dónde.

- ¡Vamos, vamos, Rode! ¡Llévame de paseo!

El castaño no pudo sino reír. Se alejó del balcón, acercándose a los dos.

- Está bien, salgamos, - dijo. – Aún hay tiempo de dar una vuelta.

- ¡Bieeeen!

Iván los miró mientras se arreglaban y Elizaveta corría de un lado para otro. Se les veía tan feliz. Sentía envidia del austriaco. Ojalá él encontrase a alguien… pero bueno. Él se lo merecía. La húngara había sido como un regalo caído del cielo.

La voz de su jefe lo sacó de su ensimismamiento. Salió a toda prisa. No cogió la chaqueta, ¿para qué? Allí no la llevaban. Y a él le molestaba. Hacía demasiado calor en Japón. De nuevo siguieron al guía. Iván no prestaba la más mínima atención al intento de conversación de su jefe con el japonés. Prefería observar a la gente. Aquel mundo le llamaba mucho la atención.

Para ser sinceros, le gustaba por el mero hecho de su parecido con China. Le encantaba aquel país. Aunque sólo había estado una vez. Se había enamorado de él. Era tan… exótico, tan ardiente…

No se dio cuenta en qué momento habían entrado en aquel local, pero quedó fascinado cuando se detuvo a mirar a su alrededor. La casa era enorme, podría ser una mansión. De forma rectangular, la madera de los pasillos y paredes era roja y cálida, contrastando con el blanco crudo del papel de las puertas. Los pasillos eran anchos, iluminados por tenues luces provenientes del techo. En el centro había un patio descubierto, con un par de cerezos a punto de florecer.

Al recorrer los pasillos, se cruzaron con varias muchachas vestidas con pomposos kimonos, quienes los miraban y sonreían y cuchicheaban en voz baja.

Los llevaron hasta una habitación en la cual había un par de esas muchachas. Antes de entrar, Iván echó un último vistazo al exterior. Se sentó, algo extrañado. Le había parecido ver chicos... Pero no podía ser. Seguro que había sido su imaginación.

- ¿Por qué hemos venido a un burdel, da? – susurró Iván.

- ¿B-burdel? – preguntó el jefe, nervioso. - ¿Pero qué d-dices? Es una casa de té...

Iván arqueó una ceja, mirándolo como se mira a alguien que piensa que uno es idiota.

- Ya, una casa de té nocturna y llena de mujeres.

- No sólo hay mujeres, - dijo una voz a sus espaldas.

Ambos se giraron. Un joven de cabello liso y moreno, con un yukata azul claro, había entrado en la estancia. Se presentó como Honda Kiku, jefe del lugar.

- Me pareció haber visto chicos... – dijo Iván. Kiku asintió.

- Así es. Y sí, preferimos llamarlo Casa de Té, si no es mucha molestia, señor Braginski. Este lugar ofrece muchos servicios, los cuales no son factibles en la inmensa mayoría de locales del barrio... Aquí uno puede elegir lo que guste, cuando guste, - hizo una reverencia.

El jefe rió, animado, mientras las chicas se acercaban a ellos, sirviendo sake. Iván miró al japonés, sin fiarse mucho. Le había dado mala impresión optó por quedarse quieto, bebiendo.

- Veo que las chicas están ocupadas, - sonrió levemente el asiático. – Mandaré un sirviente para que los atienda. Hoy no tiene clientes.

Dicho esto, hizo una nueva reverencia, abandonando la estancia. El ruso suspiró, dejando de beber, mirando cómo su jefe manoseaba a las chicas. Le pareció escuchar que se lamentaba de que fuesen mujeres y no hombres.

- Dios… ver para creer… - susurró para sí. – Por la boca muere el pez, - suspiró, recordando algo.

Entonces se abrió la puerta. Iván ni siquiera miró. Al menos, no hasta que lo tuvo a su lado.

Tenía el cabello negro como el ébano, largo por mitad de la espalda, liso, parecía seda... Su tersa y pálida piel contrastaba con su pelo, así como con el kimono rojo y negro que llevaba. Casi se le podía ver un hombro. Parecía haberse peleado con alguien de camino a la habitación. Alzó la vista levemente, sin atreverse, con miedo. Volvió a agachar la cabeza en cuanto notó los ojos de Iván en él.

Le sirvió más sake, atreviéndose a alzar la vista de nuevo, encontrándose con los violáceos ojos del rubio, en quien se quedaron grabados para siempre aquellos labios perfectos, aquella nariz, aquellas mejillas y aquella mirada desafiante y tímida a la vez. El color de aquellos ojos...

Aquel hombre...