Casi no veía por donde corría. El viento le hacía entrecerrar los ojos, y las lágrimas le cubrían el poco espacio disponible. Era consciente de que si un agente de la paz la encontraba sería castigada por ser menor de edad y estar fuera después del toque de queda. Pero el dolor en su pecho no era por los nervios de ser descubierta, ni por el miedo a enfrentarse a la ley. Había tenido que elegir: entre los dos males, cuál era el menos peor.

- ¡Niña estúpida, mira, mira lo que has hecho! ¡Siempre es lo mismo contigo, no puedo confiarte nada!

Corría contra el viento húmedo de la marea. Ni siquiera sabía adonde se dirigía, ella solo corría. Corría desde el segundo en el que había puesto el pie fuera de la casa. Corría desde el momento en el que se había perdido de la vista de su madre. Había mantenido la calma mientras tomaba la canasta de la cocina, mientras caminaba por el pasillo y escuchaba los gritos y llantos detrás de ella, y luego había comenzado a correr. La arena se movía en torbellinos debajo de ella con cada pisada. Arena seca y fina que invadía hasta el aire. No llovía en el distrito desde hacía un mes. No es que lo necesitaran, agua tenían de sobra, pero el centro del distrito no quedaba en la playa, y su casa quedaba aún más lejos. ¿Qué podía hacer? Le había prometido a su familia que volvería con comida, pero lo cierto es que ya nadie estaba fuera de su casa y los cocos de las palmeras jamás compensarían lo que se había perdido. Era el primer guiso de carne en años, carne de vaca, imposible de conseguir, un regalo para sus hermanos en un día muy especial, y lo había echado a perder. Lo había echado a perder como todo lo que pasaba por sus manos.

¿Por qué era tan incompetente? ¿Por qué no podía hacer nada bien? Desde sus primeros años conscientes que recordaba ser una paria para todo el mundo. Su padre y madre habían puesto mucha esperanza en su primera hija, siendo él un trabajador del muelle y de la pesca que apenas podía mantener a su familia y que no gozaba de ningún lujo, ella hambrienta de fama y fortuna, que soñaba despierta con el reconocimiento del distrito desde su pequeña tienda de dulces en el pueblo. Pero Annie no había sido más que una decepción. No tenía ninguna destreza física que destacara de sus compañeros, no manejaba ningún arma particularmente bien, y aunque tenía miembros largos por su metro setenta y por ende nadaba considerablemente bien, eso solo le servía para trabajar en la búsqueda de perlas marinas y estrellas de mar. Aunque nunca lo hubiesen dicho específicamente, ella sabía lo que pretendían de ella: una ganadora, una vencedora, una casa en la Aldea de los Vencedores y una vida de fama y fortuna. Pero no tenía ninguna chance de regalarles ese lujo. Y había cargado con ese peso toda su adolescencia, viendo como sus compañeros levantaban espadas todas las mañanas y atravesaban muñecos de arena, llenando el piso de pequeños y opacos granitos y gritando victoria, sintiendo la mirada de decepción de su madre en la nuca en cada movimiento suyo, los ojos tristes de su padre que se esforzaba por amarla más que a nadie pero que el agotamiento lo allanaba tanto que la energía se le perdía del brillo de los ojos. Su hermano iba por un mejor camino, pero lo cierto era que la idea de que su pequeño Yan se fuera a los juegos la aterraba más que nada en el mundo. Cada vez que su madre le recordaba que ya tenía 13 y que Finnick Odair había ganado los juegos con solo 14, se le erizaba el vello de la nuca y un frío torrente le recorría la piel como si tuviera millones de hormigas por todo el cuerpo, caminándole de arriba abajo en direcciones indefinidas.

- Vete a buscar lo que encuentres, y lo que se cayó al suelo te lo comes tú, frío y lleno de arena como está.

En el medio de una oscuridad avasallante, se trepó por la pequeña escalera del fondo que habían clausurado hacía años, pero que los niños aún usaban para jugar en el patio, pero nadie se atrevía a treparla por miedo a que los agentes de la paz los encontraran en lugar prohibido. Sin embargo, ella sabía bien que nadie intentaría buscarla allí, y con mucho cuidado, pie tras pie, llegó al techo de la escuela del distrito. Le encantaba ese lugar: desde allí, se veía el mar a lo lejos, sus movimientos fuertes y continuos, se veían las olas golpear contra el muelle, las piedras y aterrizar suaves en la arena de la costa. No había lugar en el mundo que la dejara más tranquila que la costa, poder oír el ruido de las olas galopantes y sentir el olor de la arena entremezclándose con el agua salada y las plantas acuáticas. Pero era un lugar demasiado inseguro para esas horas de la noche, mientras que la forma del techo escolar la cubría de la visión de cualquier paseante nocturno, mientras que ella podía verlo todo.

Se quedó un rato allí, sentada en la curva en la madera, observando el reflejo de la luna y las estrellas en el agua, dejando que el viento le moviera el cabello y se lo llenara de arena y humedad, dejando que las lágrimas corrieran por su rostro. Correr la había calmado un poco, pero la angustia aún le estrujaba el pecho como si una mano se lo hubiese atravesado y le intentara robar el corazón. Deseaba desesperadamente que su familia estuviera orgullosa de ella, pero no lo veía en un futuro cercano. Cada vez que tocaba algo se rompía, no hacía más que destrozos, y acababa de demostrarle a su madre su completa incompetencia tirando un guiso completo al suelo. Había logrado salvar algo, que imaginaba era lo que comían sus hermanos en ese momento, pero no lo suficiente como para compensar su falta de destreza. Iba a necesitar mucho más que eso para compensar la cantidad de años perdidos intentando criarla como una ganadora.

Se llevó el rostro a las manos, agotada. No dormía bien hacía días. Se secó las lágrimas con las mangas de su suéter, y se quedó mirando la luna llena que empapaba el cielo de esa luz blanquecina, hasta que escuchó los pasos detrás de ella y en un sobresalto casi se cae del techo, pero una mano rápida la tomó del brazo y la ayudó a sostenerse.

- ¡Hey, hey, soy yo! No hace falta romperte el cuello porque te maravilla mi presencia.

Annie dejó escapar una pequeña risita, acomodándose en su espacio y dejando un lugar junto a ella.

- Enya…me asustaste…

Quería decir que Enya era su amigo, pero lo cierto era que compartían una relación muy rara. Siendo él un año mayor que ella en la escuela, rara vez se encontraban para hablar. Annie tenía su limitado grupo de amigas con las que solía juntarse a comer, y Enya siempre se juntaba con los chicos mayores y más fuertes, porque él si era uno de ellos. Uno más del pequeño grupo que tenía oportunidad de honrar a su distrito y participar de los Juegos del Hambre. Desde los 12 años que Enya era considerado uno de los posibles voluntarios, pero usualmente no dejaban a los más pequeños, con alguna que otra excepción. Pero Enya ya tenía 17, un cuerpo de hombre adulto bien formado y su cabello negro, su piel blanquecina, sus labios carnosos y sus ojos del distintivo verde mar le daban un aire maduro y tentador para las bestias del Capitolio. Y sin embargo, a pesar de pertenecer a dos mundos casi completamente opuestos, sus familias llevaban negocios vecinos en el pueblo y se conocían desde que habían aprendido a caminar. Los años de conocerse habían transformado su relación en más que una amistad, eran como hermanos de distintos padres, y por eso cuando tenían la oportunidad se alejaban de los ojos curiosos y dedicaban una tarde entera a olvidarse de que el resto del mundo existía.

- No me sorprende, si a ti te asusta hasta tu propia sombra.

Annie le pegó en el hombro, pero entre risas, sabiendo que Enya sólo trataba de hacerla reír. La conocía mejor que nadie en el mundo. La trataba mejor que nadie en el mundo. Enya le devolvió el golpe, pero tan suavemente que podía haberse transformado rápidamente en una caricia. Annie volvió a mirar al horizonte, y sintió como él le observaba la nuca.

- ¿Cómo sabías que estaría aquí?

- Te vi pasar corriendo por enfrente de mi casa. Le dije a mi madre que me iba a dormir porque estaba cansado y me escapé por la ventana, así que no tengo mucho tiempo antes de que descubra que no estoy. Te agradecería si fueras directo al grano y me contaras qué se te dio por dar un paseo a la luz de la luna y en un lugar que cualquier estudiante cuerdo evita cuando puede hacerlo. Nos pasamos el día esperando a que las clases terminen para salir de este lugar y tú vuelves durante la noche.

Annie se volvió a reír. Enya tenía ese poder en la mayor parte de la gente. Era una persona naturalmente tan alegre, tan confiada en sus propias habilidades, y lo más importante, lo que Annie más admiraba, tan despreocupado por la opinión de los demás, que irradiaba un calor atrayente, como los rayos del sol. Pero en ese momento, detrás de su usual despreocupación y su sonrisa arrogante, llevaba un brillo de preocupación en los ojos. Porque a pesar de que pedía explicaciones, sabía perfecto qué pasaba por la mente de ella, y sabía que había poco que él podía hacer más que compartir su dolor y hacerla reír, dándole al menos un momento de escape.

- A mí no me molesta ir a la escuela. – comentó ella, volviendo a mirar al mar – Me molesta el centro de entrenamiento, pero porque creo que es una pérdida de tiempo.

- Para ti – le recordó él acariciándole la espalda – pero estoy seguro de que si le pusieras un poco más de ganas a ese lugar serías una candidata excelente.

- No me mientas, Enya, todos sabemos que nunca tuve ninguna oportunidad. Aunque a decir verdad, mejor, no es que me muera por ir a morir muerta de hambre o de frío lejos de mi casa en un lugar desconocido a manos de niños desconocidos que probablemente también pierdan la vida.

- Si no quieres morir entonces te recomiendo no andar gritando eso por todos lados. ¿Qué cenaste hoy, un paquete de rebeldía?

- Eso si hubiese cenado. – y habían finalmente llegado al tema. Los ojos de Annie volvieron a llenarse de lágrimas, y los escondió entre las rodillas, abrazándoselas con ambos brazos – si no hubiese arruinado la cena de toda mi familia tirándola al suelo, si no hubiese sido tan torpe como para tirar a la basura todo el trabajo de…

- Hey, hey, hey, baja la velocidad – Enya le rodeó los hombros con el brazo y la empujó suavemente hacia él, y Annie se dejó llevar y comenzó a sollozar en su pecho - ¿Eso fue lo que pasó? ¿Por eso saliste corriendo?

Annie asintió, sin dejar de sollozar. Enya le presionó los hombros suavemente contra él, dejándola llorar un rato, hasta que hubo descargado toda la presión de la noche en ese espacio que habían creado para ellos. Se quedaron un rato en silencio, pero el peso sobre los hombros de Annie parecía ser cada vez menor, dejándola salir entre cada lágrima desparramada, entre cada exhalación de aire sollozada. Cuando finalmente las lágrimas se le hubieron agotado, y la presión en el pecho se hubo relajado, se secó los ojos y se separó unos centímetros de él. Sin embargo, las palabras no lograban salir. Era como si tuviera toda la lengua congelada, y eso que hacía al menos unos 38 grados. Pero Enya no le exigía hablar. Esa era otra razón por la que disfrutaba tanto de la compañía de Enya. Él hablaba, ella podía relajarse y escuchar. Porque si había algo de lo que se sentía orgullosa de su personalidad, y sus orgullos podían contarse con los dedos de una mano, era su habilidad para escuchar. Escuchar sin ningún tipo de juicio de valor, simplemente ser un oído para el que lo necesitara, o no. Sus amigas de la escuela acudían a ella cada vez que tenían un problema, o que sólo necesitaban hablar y hablar sin parar, y ella podía mantener la boca cerrada durante horas y entretenerse con las historias ajenas que eran contadas con tanta pasión.

- ¿Te cuento algo? – preguntó él finalmente, sin mirarla. Annie se dio vuelta y observó el rostro de su amigo empapado por la luz de la luna, sus ojos verdes brillando y sus labios curvados en esa sonrisa entusiasta y animada que le funcionaba como gas al globo en su interior. Cómo la conocía. Sabía perfectamente que pedirle que hablara solo haría que todo fuera peor. Sabía perfectamente que ella no quería repetir cómo se sentía con su familia, cómo no quería regresar a su casa con las manos vacías, lo inútil que se creía. Era una conversación que de todos modos no llegaría a ningún lado, ella no se sentiría mejor y él terminaría exasperado en sus infructuosos intentos de convencerla de lo contrario. Ella sólo quería alguien que la entretuviera, que la distrajera del peso que llevaba encima. Alguien que le contara historias, bromas, que la hiciera olvidar quién era, dónde vivía y cómo se sentía. Alguien que la dejara volar. – Hoy entró Finnick Odair a mi clase de combate con armas y se dedicó a observarnos practicar.

- ¿Finnick Odair? ¿Qué hacía ahí? – preguntó Annie, desconcertada. Los Vencedores usualmente no visitaban la escuela. Había visto a Dita Lester alguna vez dando vueltas, pero sólo porque su hermano todavía estudiaba allí. Enya se encogió de hombros.

- Supongo que apostar a los futuros voluntarios. Lo más gracioso es que a todas las chicas de mi clase, de repente, como por arte de magia, se acomodaban las camisetas para que se les viera el escote, las lanzas se les caían al suelo y tenían que agacharse a recogerlas…

Annie dejó escapar una carcajada. Sabía que todas las chicas de su escuela morían de amor por los Vencedores, pero más que nada por Finnick Odair. Era el joven más codiciado del distrito, y hasta de Panem, tanto por las muchachas del distrito como por las mujeres del Capitolio. Con sus rizos rubios sueltos al viento playero, sus ojos verde mar, su sonrisa aduladora, su cuerpo bronceado y desarrollado y su alta estatura, era una especie de personaje inalcanzable para cualquiera que decidiera posar sus ojos en él. Y sin embargo, Annie jamás le había prestado demasiada atención. No es que no le pareciera guapo, porque su belleza era indiscutible, pero ella nunca se había fijado en los hombres de ese modo. Nunca había tenido tiempo de pensar en nadie así, y por ahí hasta creía que no merecía pensar en ningún hombre de ese modo, porque, la verdad, ¿quién se fijaría en una flacucha débil como ella en uno de los Distritos Profesionales, dónde producían mujeres fuertes y bellas en grandes cantidades? Además, lo cierto era que Enya no le tenía demasiado cariño a la figura ganadora de Finnick, y cuando podía le dedicaba alguna crítica o algún comentario despreciativo, y Annie, aunque no lo conocía y por ende no tenía una opinión definida, se veía algo influenciada por su desprecio. Por eso, cuando veía a Finnick en el Pescadero, o en el Muelle, ella no hacía ningún esfuerzo por llamar su atención, y por ende estaba segura de que Finnick no tenía idea de su existencia.

- ¿Pareció fijarse en alguna? En tu grupo tengo en mente algunas en las que hasta yo me he fijado…

- Es un chico raro, ese Odair – Enya parpadeó varias veces, como si tuviese la imagen de Finnick frente a él y quisiera borrarla, y luego miró a Annie con confusión. – Podría tener a cualquier chica que quisiera, y sin embargo nunca parece fijarse en nadie. Pero al mismo tiempo tiene esa postura tan arrogante, como si quisiera que todas lo miraran, pero él no quisiera mirar a nadie…

- No lo sé – Annie trató de recordar la última vez que lo había visto. Finnick siempre estaba rodeado por las mismas personas: Zuvis, su mejor amigo de toda la vida, los otros Vencedores, y Auda, la mujer que guiaba la actividad del Pescadero que caminaba con un bastón de madera a todas partes. En eso, no estaba de acuerdo con Enya. Annie no creía que Finnick quisiera que todos lo miraran. Al contrario: se mostraba amable con todo el mundo, y sí parecía un muchacho arrogante, habiendo sido uno de los vencedores más jóvenes de los Juegos del Hambre en la historia y uno de los tributos más buscado por los sponsors, pero parecía querer pasar desapercibido la mayor parte del tiempo. Sonreía para las cámaras tanto como sonreía para la gente del Distrito, pero no aparecía demasiado por ningún lado, sino que reservaba su presencia para sus amigos cuanto podía y se lo veía muy poco por el pueblo. Y mientras a Enya eso le resultaba una actitud de desprecio hacia el Distrito, a Annie sólo le hacía creer que Finnick era mucho más reservado de lo que parecía. Pero quién era ella para opinar, después de todo: si nunca habían intercambiado dos palabras.

Bueno, eso no era del todo cierto. Pero esa primera vez no contaba… ¿o sí? No creía ni que él se acordara.

- No sé de dónde sacan material para tanto rollo – las palabras de Enya la sacaron de su ensimismamiento – Si ganó sus juegos, fue por pura suerte. En su caso, la suerte sí que estaba de su parte. Blaze Winchersie, él si que fue un vencedor de verdad. Luchó contra oponentes de verdad, en una de las arenas más complicadas que he visto.

Annie resopló entre risas. Los juegos de Blaze Winchersie habían sucedido 18 años atrás, un año antes de que Enya naciera, así que había pocas chances de que Enya los hubiera mirado completos. Aunque Enya llevaba años analizando los Juegos, porque su intención era voluntariarse el año siguiente, y cada vez que pasaban una repetición en televisión Enya se quedaba mirando. La idea sola le estrujaba el estómago.

- Creo que es hora de que yo vuelva a mi casa – corrió la mirada hacia el costado, donde a lo lejos se veía el reloj de la torre principal del Edificio de Justicia. Era casi medianoche. Ya se había alejado de su casa lo suficiente. Se dio vuelta para mirar a Enya, que la observaba con preocupación, y le sonrió con dulzura. – No te preocupes por mi, estaré bien. Gracias por haberme perseguido, lo necesitaba.

- Cuando quieras, Ann. – Enya le revolvió el cabello castaño, y le tomó la mano, para ayudarla a bajar las escaleras. - ¿Estás segura de que no quieres quedarte un ratito más? Prefiero atrasar el encuentro con el palo de amasar de mi madre lo más posible.

Annie volvió a reírse.

- Sobrevivirás. Siempre lo haces.

Enya le dedicó una de sus sonrisas de autosuficiencia, y ella se la devolvió.

Hola! Primero que nada, gracias por molestarte en leer mi cuento (: Voy a confesar que a este primer capítulo no le puse tanto esfuerzo como a otros (si leen mi otro cuento, s/8542168/1/Se%C3%B1ales-confusas-para-una-mente-r etorcida , verán que la escritura es bastante más elaborada que este…) pero era un capítulo que se tenía que escribir para que se entendiera el resto, y que tengo en mente hace mucho tiempo, y por algún motivo nunca lo había escrito. Espero que de todos modos les haya gustado, y pronto subiré los capítulos que siguen! Gracias por leer! Se aceptan sugerencias para ese final de captiulo, que no me tiene nada convencida, je.