CAPÍTULO 1- SEGUIR VIVIENDO
Las lágrimas saltaron de sus ojos junto con un hilo de sangre surgido de su boca al recibir el puñetazo. Cayó al suelo y miró a la enfurecida sacerdotisa de barro y tierra, cuyos ojos marrones normalmente fríos parecían ardientes de furia.
Kagome posó la mano en su comisura derecha, recogiendo sorprendida y algo aturdida el líquido rojo que por ahí se asomaba. La joven del futuro no cabía en su asombro.
-Kikyo…por qué…?-preguntó, confusa.
La aludida respondió propinándole una fuerte patada en el estómago, que hizo gritar a su reencarnación y retorcerse, haciéndose un ovillo en el suelo y abrazándose la zona golpeada, intentando calmar el nauseante dolor.
-Maldita…Por qué tuviste que nacer? Por qué tuviste que caer por el maldito pozo, desgraciada?
Kikyo agarró su arco con determinación y golpeó la cara de la víctima, arrancándole otro grito y más sollozos al notar una herida abrirse en su sien.
-Por favor…basta…-suplicaba. Era incapaz de entender a qué venía esa paliza por parte de la siempre inalterable Kikyo. No había sido ella misma la que la había llamado con sus gusanos devora-almas? Para eso lo había hecho? Para molerla a golpes? Era imposible. No podía ser que Kikyo le estuviera haciendo esto, por mucho que la odiara! Kikyo era una sacerdotisa del bien!
Sus pensamientos se interrumpieron cuando la punta del arco golpeó frontalmente su costado, sintió como uno de los extremos golpeaba el hueso de la cadera y gimió con fuerza, mordiéndose el labio para no gritar.
-Por qué…me haces esto?-preguntó, con la cara cada vez más cubierta de lágrimas y la sangre brotando de su boca y su sien. Por no mencionar su cuerpo lleno de tierra, al haberse visto obligada a arrastrarse para esquivar los pocos golpes que conseguía evitar.
Kikyo ahogó un chillido de rabia al oír su pregunta. Se acercó a la adolorida chica y la cogió con brusquedad por el pelo, oyendo con satisfacción interna un fuerte quejido de Kagome, quien la miraba con sus ojos castaños empapados de lágrimas y llenos de confusión. La obligó a arrodillarse
-Aún tienes narices de preguntármelo? En el fondo lo sabes! Seguro que lo habéis acordado, no puede ser de otra forma!
-No sé de qué me hablas…-susurró apenas, su cadera empezaba a dolerle de verdad.
-Cállate!-gritó la enfurecida sacerdotisa, propinándole otro puñetazo en la sien herida, arrancando otro grito de dolor a Kagome. Los nudillos de la sacerdotisa quedaron manchados de sangre, pero ni siquiera se dio cuenta de ello- Hay algo que no me hayas arrebatado, maldito insecto? Volví a la vida con el único propósito de estar con él, no pedí nada más, y tú sales de la nada y me lo arrebatas todo, no te lo perdonaré nunca!
Su rodilla doblada golpeó el mentón de Kagome, dejándola aturdida unos segundos.
-Encima ahora vienes y te haces la víctima! Asquerosa mosquita muerta, voy a acabar contigo!
Kagome entreabrió sus ojos llorosos y la miró. Al instante se encogió, asustada al ver los ojos de Kikyo. Ya no eran de ese frío marrón, sino que éste había ganado tonalidades rojas de rabia, sus facciones deformadas por la furia hacían que pareciera otra. Es más, ni siquiera parecía humana. En ese momento comprendió por qué el destino de Kikyo siempre había sido el infierno: ella estaba llena de maldad reprimida, obligada por el deber y su personalidad a realizar el bien y no dejarse llevar por el deseo de venganza. Pero aquello había llegado a su fin. Ahora sus poderes sagrados permitían captar el aura de maldad que flotaba alrededor de su agresora.
Kikyo quería matarla. Sólo entonces fue consciente de ello.
En ese momento, la villana la alzó un poco más y sacó una flecha del estuche alargado que llevaba. Kagome pensó que quería disparársela, pero jadeó cuando tiró el arco y colocó la punta de la flecha en su garganta, amenazando.
-Dime que no amas a Inuyasha. Júrame que te irás de esta época y lo olvidarás para siempre. Si no lo haces, te mataré.
Nuevas lágrimas brotaron de los ojos de Kagome. Al no obtener respuesta, Kikyo la zarandeó de los cabellos, alzándola un poco más y ganándose un chillido por parte de su víctima, al no contar ya con el apoyo de sus rodillas en el suelo.
-Niega tu amor por él y te dejaré vivir.
Kagome la miró. Sus labios se movieron casi temblando, pero al final sólo dos palabras lograron salir de sus cuerdas vocales atascadas por el miedo.
-No puedo…-susurró, sabiéndose muerta. No le cabían dudas de que Kikyo pensaba cumplir su amenaza, pero no podía decir eso. Decir que no amaba a Inuyasha sería rendirse, abandonar. Si lo hacía, las pocas posibilidades de que Inuyasha no eligiera a Kikyo serían nulas. Si ella misma se marchara, Inuyasha ya no se vería con la posibilidad de escoger, y se quedaría con Kikyo sin pensarlo. Entonces se dio cuenta de que ése era el plan de la sacerdotisa que la amenazaba. Viviría si renunciaba a Inuyasha, pero no pensaba hacer caso a esa mujer que tenía delante. Prefería morir antes que ver a su amado Inuyasha con ese malvado ser que era capaz de manchar sus manos de sangre inocente sólo por conseguir sus objetivos.
Kikyo no merecía a Inuyasha. La admiración que antes había sentido por ella ahora le parecía estúpida.
-Dilo!-exigió ésta.
-No lo haré-el llanto no cesaba, pero no dejaría que el miedo le hiciera renunciar a lo que más quería- Mátame si quieres. Pero siempre amaré a Inuyasha. Siempre, más allá de la muerte. Y eso no lo cambiarás, ni tú ni nadie.
Kikyo gritó de rabia y alzó la flecha en el aire, preparada para clavar su punta letal en el cuello de su reencarnación.
-Tú lo has querido…
Kagome vio su gesto como a cámara lenta, el brazo descendiendo en el aire hacia ella, el afilado extremo de la flecha brillando a la luz de la luna, cerró los ojos y varios momentos de su vida pasaron en décimas de segundo por su cabeza, pero sólo una se quedó permanentemente en su cerebro. Ese mediodemonio al que tanto amaba mirándola con ternura a través de sus ojos dorados.
"Te amo, Inuyasha", pensó, esperando recibir el desgarrador dolor en su garganta, pero éste no llegó.
Esperó, esperó más de cinco segundos y terminó por entreabrir los ojos, los cuales se abrieron en su totalidad al presenciar la imagen delante de ella. Una mano intrusa, grande y con garras tenía inmovilizada la muñeca de Kikyo en el aire, la cual temblaba de frustración y preocupación al ver quién era el que la había detenido.
Los ojos dorados de Inuyasha miraron primero a Kikyo, con los ojos aún rojos de cólera, y luego a Kagome, herida, sucia y con golpes por todo el cuerpo. Su mirada brilló por la furia contenida, por el esfuerzo sobrehumano que estaba realizando por no permitir que sus instintos le dominaran y matar enseguida a esa desgraciada que sujetaba a su Kagome por el pelo.
-Suéltala-ordenó, con la voz enronquecida por la rabia.
Kikyo obedeció, soltando el cabello de Kagome y dejando que su propietaria se estrellara contra el suelo.
-Suelta la flecha-prosiguió Inuyasha, tan fríamente que no parecía él.
La sacerdotisa dejó caer el arma, que emitió un delicado sonido al caer sobre la tierra.
-Y ahora, vete y no vuelvas a aparecer nunca más ante mi vista-sentenció el mediodemonio,
Esas fueron las últimas palabras que Kagome pudo oír, antes de que sus ojos se cerraran y fuera sumida a la inconsciencia que su magullado cuerpo le provocó.
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Recuperó el sentido unos instantes después, pero no abrió los ojos. Sentía que no tenía fuerzas. Notó una mano bajo sus rodillas, y un brazo cruzado a su espalda. Un constante y leve movimiento, junto con el sonido de pisadas le indicaron que alguien la llevaba en brazos con firmeza, pero a la vez con suma delicadeza. Se acurrucó más contra el cálido pecho del cuerpo masculino al notar por el olor de que se trataba de Inuyasha. Ese delicioso aroma a bosque que emanaba de él era inconfundible para su corazón enamorado. Estaba segura de que él se había dado cuenta de que estaba despierta, pero no lo oyó decir nada. Tampoco ella deseaba expresar ninguno de sus pensamientos, a pesar de estar tan confundida por la situación que su cabeza empezaba a dolerle.
Inuyasha anduvo un buen rato más en silencio. Normalmente, Kagome se quejaba de que la llevara en brazos estando despierta porque no quería ser una carga, pero en ese momento no dijo nada. No solo se sentía cansada por los acontecimientos y le dolía todo el cuerpo por los golpes de Kikyo, sino que además le estaba gustando más que nunca esa sensación de ternura y protección que Inuyasha le entregaba. Sólo quiso preguntar por la situación en un punto del viaje…
-Inuyasha…-lo llamó, en un susurro, aún con los ojos cerrados.
…y él no parecía tener ganas de conversar.
-No digas nada-su tono de voz pretendía ser autoritario como siempre, pero Kagome pudo notar la súplica en su forma de hablar.
Ella obedeció. Alzó sus brazos con gran esfuerzo y los pasó alrededor del cuello del joven, para tener mejor acceso a su pecho y poder acomodar su cabeza más cómodamente bajo su mentón. El híbrido nunca se quejaba por sus muestras de afecto, y en esa ocasión tampoco lo hizo.
Unos minutos después, Kagome abrió un ojo perezosamente, y se dio cuenta de que Inuyasha no la llevaba a la cabaña de Kaede donde sus compañeros se encontraban, sino que habían ido a parar al árbol sagrado. Con infinito cuidado, el chico la sentó suavemente en el suelo, entre dos raíces.
-Espera aquí-susurró apenas, sin mirarla.
Ella sólo asintió, recostando su espalda en el tronco del Goshimboku mientras él se alejaba corriendo a su velocidad sobrenatural. Estuvo un par de minutos pensando, reflexionando sobre lo sucedido. Todo le parecía un sueño. No podía creerse que Kikyo la hubiera golpeado, que Inuyasha hubiera llegado a tiempo para evitar su muerte, y que luego le hubiera dicho aquello a su amada sacerdotisa.
"Ahora, vete y no vuelvas a aparecer nunca más ante mi vista"
Sólo el dolor físico de las agresiones de Kikyo le recordaba que todo había sido real. Se movió un poco y un dolor agudo se dejó notar en su cadera. Gimió, y al morderse el labio para no soltar un quejido más fuerte, el sabor de la sangre invadió la punta de su lengua. Era cierto, Kikyo la había hecho sangrar. Llevó un dedo a su labio en una caricia que, a pesar de ser sutil, le escoció y la hizo gemir de nuevo.
-Te duele?-preguntó esa voz que tanto amaba.
Kagome miró en frente y lo vio allí de nuevo, frente a ella, de pie y con su botiquín de la época moderna en la mano. Era obvio que había ido a la cabaña de Kaede a buscarlo. Se acercó y se arrodilló a su lado. Abrió la cajita blanca con una cruz roja en la tapa y sacó el alcohol y el algodón, untando el segundo con el primero. No era un experto en primeros auxilios, sólo imitaba lo que siempre veía a Kagome hacer.
-No es necesario…-empezó a decir Kagome, podía hacerlo ella misma, pero él la interrumpió.
-Tú siempre me curas. Déjame devolverte el favor por una vez-murmuró él, incapaz de mirarla a los ojos.
Ella lo miró, confusa ante tanta sensibilidad, pero asintió. Inuyasha extendió la palma de su mano hacia arriba y ella comprendió. La chica posó su mano sobre la de él, la cual presentaba arañazos de las piedras del suelo por las múltiples caídas causadas por Kikyo. Inuyasha empezó a desinfectar la herida con una delicadeza inigualable, deteniéndose cuando la oía soltar algún quejido, y reanudando el movimiento cuando la veía dispuesta de nuevo. Cuando terminó con las manos, pasó a las heridas de sus rodillas, que eran más grandes y ésas sí le dolieron de verdad a Kagome en cuanto sintió el alcohol mordiéndole la piel lastimada sin piedad.
A continuación, el mediodemonio untó otro algodón y lo pasó por las heridas del rostro femenino. Llegó al corte de su labio, ella intentó separarse en un acto reflejo por el escozor pero él no se lo permitió, cogiéndole el mentón con la mano libre con una paciencia impropia de él. Una vez desinfectado el labio, subió buscando la sien herida. Kagome lo vio tragar saliva con dificultad y suspirar. Habría jurado que los ojos de Inuyasha se habían humedecido al ver una de sus heridas más graves. Desinfectó ésta y colocó una tirita encima, retirando el pelo azabache para que la sustancia pegajosa de los extremos de la tirita no se le pegara en el cabello, sino sólo en la piel. Cuando terminó con el proceso de curación, guardó el material y se quedó sentado frente a ella, nuevamente sin mirarla.
-Inuyasha…-lo llamó, en un susurro.
Él no contestó, pero ella supo que la había oído porque había visto moverse una de sus encantadoras orejas caninas.
-Inuyasha.
Intentó moverse hacia él, aunque fuera gateando, pero un pinchazo en su cadera golpeada la hizo detenerse, emitiendo un quejido, obligándola a recostarse de nuevo contra el tronco del árbol. Fue entonces cuando él reaccionó.
-Hay más?-preguntó apenas.
Ella parpadeó, preocupada, y bajó sus manos a su costado para levantar un poco su camiseta y mirar. Jadeó. Un gran cardenal había salido en su costado. Hizo gesto de tocarlo con los dedos, pero la mano firme de Inuyasha en su antebrazo se lo impidió.
-Yo de tú no lo haría-dijo.
Kagome asintió apenas. Observó en silencio como su compañero cogía una pomada conocida para él del botiquín, se ponía un poco sobre la yema del dedo y empezaba a esparcirla con suavidad en el moratón. Para facilitarle el acceso, la joven se ladeó un poco y pasó su brazo por sus hombros, abrazándose de forma sutil a su cuello. Emitió un par de quejidos, los cuales intentó reprimir sin éxito para que él no se preocupara.
Nada más terminar, Inuyasha prácticamente huyó de su contacto como si éste le quemara, guardó la pomada y se quedó sentado a su lado, sin dirigirle la palabra. Los ojos de Kagome se empañaron en lágrimas, pero desvió la mirada bruscamente para defender su orgullo. Conocía ese tipo de reacción por parte de su compañero, y sólo significaba una cosa: estaba enfadado. Pero por qué? Era ella la que había sido apalizada y casi asesinada por su querida Kikyo, si acaso sería ella la que tendría que sentir rencor. Kagome frunció el ceño, se movió un poco y simuló más dolor en su cadera golpeada con un gemido, intentando llamar la atención del medio demonio.
Nada sucedió.
Una lágrima femenina fue liberada, resbalándose por la mejilla de la joven hasta caer al suelo. No podía creerlo…pero cómo podía estar enfadado? Qué había hecho ella? La culpaba de haberse visto obligado a romper con Kikyo por sus actos? O directamente ella era responsable de haberle mostrado la verdadera faceta de su amada y haberlo desengañado de ella? Qué importaba eso ahora…
Se levantó, el dolor de su cadera esta vez fue real, pero resistió y se esforzó por salir casi corriendo de ahí, con las lágrimas cayendo en cascada. Normalmente, cuando se enfadaba con Inuyasha, éste se mostraba altivo e inalterable, hasta que ella lloraba. Era entonces cuando él resoplaba simulando fastidio, cuando en verdad estaba preocupado, la abrazaba y se disculpaba. Pero esta vez había sido diferente, ni siquiera sus lágrimas habían ablandado el corazón del mediodemonio. A pesar de no haberlas visto, Kagome estaba seguro de que había podido olerlas, y aún así no había hecho nada al respecto.
Inuyasha la observó alejarse sin decir palabra. Cuando la perdió de vista, cerró los ojos y se tocó la frente con la palma de la mano, intentando detener el escozor que empezaba a instalarse en sus ojos dorados. Al ver que no lo conseguía, se levantó y golpeó con fuerza el árbol sagrado, preso de sus emociones.
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Nada más llegar a su casa en la época moderna, Kagome cayó rendida sobre su cama. Después de haber pasado por el interrogatorio de su alarmada madre en cuando ésta vio sus heridas, casi había suplicado que la dejara estar a solas.
Las lágrimas volvieron a caer en cuando estuvo abrazada a su almohada, era incapaz de entender la situación… Por qué Kikyo la había golpeado? Por qué estaba Inuyasha enfadado con ella? Por qué ni siquiera había pestañeado mientras ella lloraba? Era incomprensible…
Terminó cansada de tanto llorar, hasta caer lentamente en los brazos de Morfeo.
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A la mañana siguiente, se levantó con lentitud. Sus ojos le dolían por haberse dormido llorando, pero tampoco le importó demasiado. Se acercó a la ventana y la abrió, mirando al exterior. El aire matutino acarició su piel, liberándole un suspiro. Miró hacia el patio, concretamente la entrada del santuario del pozo. Inuyasha no había venido a buscarla.
Era domingo, por lo que se vistió con unos vaqueros y una sudadera al no tener que ir al colegio. Bajó a desayunar y su familia enseguida notó su bajo estado de ánimo, ella insistió en que no quería hablar de ello y aunque Souta fue el último en comprenderlo, todos dejaron de preguntarle. No tenía mucha hambre a pesar de no haber cenado, de modo que comió poco y se levantó para fregar su plato en poco menos de cinco minutos desde que se había sentado en su silla.
-Déjalo, hija, ya lo haré yo-aseguró su madre, con una tierna sonrisa en el rostro.
-Gracias, mamá- susurró apenas.
Vio por la ventana el árbol sagrado, apartó un mechón de su flequillo que le molestaba y salió al patio. Eligió la vuelta larga una vez cruzó la puerta de entrada, para pasearse un poco y quedarse a solas con sus pensamientos. Llegó al Goshimboku y, con nostalgia, acarició la corteza del árbol y con la mano libre tocó el corte de su labio, al cual empezaba a salirle costra. Apoyó todo su cuerpo en el tronco, como si lo abrazara. Para ella, ese árbol significaba Inuyasha.
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Una semana pasó, e Inuyasha no aparecía. Las heridas de Kagome ya se habían curado, al menos ya no quedaba rastro de las de su rostro. El corte de su sien empezaba a cicatrizar, y el cardenal de su cadera había adaptado un tono amarillo-verdoso, lo cual significaba que estaba a punto de desaparecer, ya sólo le dolía si lo presionaba con cierta fuerza, de modo que ya no le molestaba para hacer su vida. Era viernes, Kagome volvía del colegio con sus amigas, las cuales charlaban de temas triviales, al menos lo eran para ella. Pero para las otras, lo que estaban hablando en esos momentos era una noticia bomba, ya que Eri se había besado en una fiesta ni nada más ni nada menos que con Hojo.
-No me lo puedo creer, siempre creí que estaba enamorado de ti, Kagome!-exclamó Eri, emocionada. Al ver que la otra no respondía, se mordió el labio con preocupación y le puso una mano en el hombro- Kagome…-la llamó.
-Eh?- respondió la otra, volviendo a la Tierra.
-No te importa, verdad? Es que como tienes novio, pensé que…
-Cómo? Ah! No, no, tranquila, al contrario. Me alegro por ti- le regaló una sonrisa sincera, en verdad se alegraba, por fin Hojo dejaría de sufrir por un amor que ella no podía darle.
- Eres la mejor, Kag- Eri la abrazó, provocando las risas de Ayumi y Yuka.
La otra sólo sonrió de nuevo, perdiéndose su mente de nuevo en el infinito. Las voces de sus amigas conversando de nuevo pasaron a un segundo plano. Al entrar en casa, no anunció su llegada, ya que nadie la oiría: todos se habían marchado esa misma mañana a una feria organizada en el colegio de Souta, la cual consistía en montar una parada por familia. En su caso, vendían amuletos del templo, y luego eran invitados a una cena en el mismo colegio. Kagome se negó a saltarse sus clases, ya tenía suficiente trabajo entendiendo las pocas a las que lograba asistir.
Después de dejar su mochila junto a las escaleras para subirla después, se dirigió a la cocina estirando sus brazos con pereza y consiguió un bote de ramen instantáneo hurgando en las estanterías. Vertió el contenido en un plato y lo calentó en el microondas, para luego llevarlo al salón y comérselo en compañía de la televisión. Mientras sujetaba los palillos con la mano derecha, la izquierda iba probando canales que pudieran interesarle: documental en la primera cadena, culebrón mejicano en la segunda, teletienda en la tercera, otro documental en la cuarta, programa basura en la quinta…
Se quedó en la sexta cadena, en la cual acababa de empezar una película. Terminó su plato, y durante la publicidad se levantó a lavarlo y luego volvió para seguir con el argumento del filme y así olvidar sus propios problemas sentimentales. Éste finalizó sobre las ocho de la tarde, momento en el cual la joven apagó la televisión y se quedó reflexionando, con la cabeza apoyada en los brazos cruzados sobre la mesa, hasta que terminó de oscurecer en media hora más. Su familia acabaría de empezar a cenar. Estaba pensando precisamente en eso cuando el teléfono sonó, haciendo que diera un bote del susto. Se levantó y, frotándose los ojos para deshacerse de la sensación de sosiego, se dirigió al vestíbulo para coger el aparato.
-Templo Higurashi.
-Cariño, soy mamá.
-Hola, ha ocurrido algo?-preguntó, frunciendo el ceño y bostezando.
-No te asustes, eh? Al abuelo le ha dado una subida de tensión, estamos en el hospital.
-Por Kami!-exclamó Kagome, presa del pánico- Está bien?
- Sí, sí, ya te he dicho que no te asustes, no es muy grave. Souta se quedará a dormir en casa de un amigo y yo pasaré la noche con el abuelo en el hospital. Volveremos mañana por la mañana. No te preocupes, todo está bien.
-De acuerdo, mamá. Dale un beso al abuelo de mi parte.
-Lo haré, hija. Buenas noches.
-Buenas noches.
Kagome maldijo en cuanto colgó. Es que el mundo se estaba volviendo en su contra? Por qué sólo le pasaban cosas malas? Resopló y subió a su habitación, dispuesta a ponerse el pijama y dormirse de una vez pero se quedó paralizada nada más entrar en el dormitorio y encontrarse con la persona a quien menos esperaba ver sentada en su cama. Inuyasha la miró durante una décima de segundo y luego desvió la mirada, con una extraña expresión que la chica no supo descifrar.
-Qué haces aquí?-preguntó Kagome, al cabo de unos instantes de incómodo silencio.
-Tenemos que hablar-se limitó a responder él. Seguía sin mirarla.
Ella alzó una ceja y cerró la puerta tras de sí.
-Por dónde has entrado?-preguntó. Al ver como él soltaba su típico "Keh!" y se removía molesto en su postura, se sonrojó, dándose cuenta de que la respuesta era obvia.
- Pues por la ventana, por dónde si no?-respondió Inuyasha, tajante, pero al recordar por qué había venido, relajó el semblante.
Ella frunció el ceño y, algo molesta por su actitud, caminó hacia el escritorio hasta sentarse en la silla con discreción, consciente de lo corta que era su falda. Pasaron unos minutos sin decirse nada, durante los cuales Kagome esperó a que él dijera algo, lo que fuera, pero éste parecía inmerso en sus pensamientos, buscando la forma adecuada de empezar a hablar.
-Yo...bueno, el otro día… después de lo que pasó yo…he estado pensando y…lo cierto es que… en fin…-balbuceó, sintiéndose tan idiota que hasta agradeció que ella le interrumpiera…
-Por qué estás enfadado?
…pero no para preguntarle eso. Una pregunta como esa lo obligaba a ser incluso más claro de lo que estaba intentando ser.
-No estoy enfadado-se apresuró a contestar- No tengo el derecho a estarlo. Me comporté como un idiota, cuando en realidad la que tendría que estar enfadada eres tú.
-No tuviste la culpa, Inuyasha.
-No, sí la tuve. No tuve en cuenta las consecuencias de mis acciones.
-Qué quieres decir? Tú no tuviste nada que ver, Kikyo me golpeó porque…porque…-se dio cuenta de que aún no sabía el motivo, aunque no le hizo falta preguntar.
-Con lo que voy a decir ahora no quiero que pienses que la justifico, Kagome. Pero Kikyo…quiso vengarse de ti por algo que le dije.
- Qué le dijiste?
Él prosiguió, haciendo caso omiso a su pregunta.
-Cuando me encontré ahí, delante de vosotras y me di cuenta de la situación, cuando vi tu estado y obvié quién era la causante, quise morirme, Kagome. Morirme.
-Inuyasha…
-Si hubiera llegado apenas un segundo más tarde, ahora no estaría hablando aquí contigo. Si acaso, estaría lamentándome junto a tu tumba.
Kagome fue consciente de cómo los ojos del mediodemonio se humedecían y quiso levantarse para calmarlo, pero él lo hizo antes y se puso de pie, caminando hacia un rincón de la habitación e intentando ocultar su expresión para defender su orgullo.
-Me sentí culpable porque… yo…maldición!
La joven pegó un bote del susto cuando Inuyasha golpeó la pared con el puño y empezó a sollozar, incapaz de contenerse por más tiempo.
-Inuyasha!-exclamó, alarmada.
Corrió a su lado y lo abrazó, olvidando su enfado por completo. Él la estrechó con fuerza entre sus brazos, ocultando el rostro en el hombro femenino.
-Ya te he dicho que no tuviste la culpa, no te pongas así…
-No me digas eso, Kagome! Maldita sea, todo lo que toco lo convierto en mierda!
-Eso no es cierto…
-No, sí lo es! Primero mi madre por defenderme, luego Kikyo por amarme, y ahora… Joder, casi te matan a ti también por querer estar a mi lado!
Los ojos de Kagome empezaron a bañarse en lágrimas. No soportaba oírlo decir aquello, sentía que el dolor de Inuyasha era el suyo.
-No digas eso, basta…-suplicó, abrazándolo un poco más fuerte.
-Y encima tengo las narices de esconderme como un cobarde durante una semana entera y dejar que te comas la cabeza!
-Necesitabas pensar, Inuyasha, deja de torturarte!
Él continuaba ignorando sus peticiones, la chica ya no sabía si le estaba hablando a ella o se estaba lamentando consigo mismo.
-A lo mejor…tiene que ser así. Es la parte que me toca, ver morir a quienes me importan, al fin y al cabo no soy más que una maldita mitad, un ser que no encaja en ningún lado…
-No, basta ya!- exclamó la joven, con las lágrimas cayendo por sus mejillas.
Kagome movió un poco la cabeza y besó la sien de su compañero. Deslizó su rostro por el costado de su cabeza, obligándolo a desenterrar la cara de su hombro y besando también su mejilla en cuanto tuvo la oportunidad.
-No quiero oírte decir estas cosas nunca más, me oyes?-lo enfrentó, poniendo ambas manos a los costados de su rostro y pegando su frente a la de él, obligándolo a mirarla a los ojos. Inuyasha intentó resistirse, intentó ocultar algo avergonzado su rostro lloroso pero ella no se lo permitió- Y tampoco permitiré que sigas culpándote!
- Kagome, no soy nada…
-Calla! Dices que no eres nada pero...para mí…para mí lo eres todo, Inuyasha.
El llanto de él cesó casi de golpe, la miró a través de sus lagunas doradas, como si no se creyera lo que acababa de oír.
-Qué?-preguntó apenas.
Kagome quiso morir en ese mismo instante. Acababa de confesarse a Inuyasha? Por Kami, no podía creer que se hubiera aprovechado de la situación de esa forma!
"Tonta, tonta, tonta, tonta, tonta!"
-Qué has dicho?-insistió el mediodemonio, con el ceño fruncido.
Vengo de tanto perder, que tuve miedo a tener algo
con lo que abrir mi alma y ponerla a tus pies...
Sus bocas se hallaban a milímetros de distancia, Kagome intentó decir algo coherente, algo para negar lo dicho y así Inuyasha se olvidara de lo sucedido, pero fue incapaz de articular ni un solo sonido.
-Kagome…-insistió él, acariciando la mejilla de la joven con la suya.
Ella jadeó ante la ternura con la que él había pronunciado su nombre, pero no podía quedarse para escuchar como la rechazaba. Él siempre estaría enamorado de Kikyo, a pesar de sus actos, ya era hora de que se lo metiera en la cabeza. Aún así, quería que él lo supiera, quería que supiera lo importante que era para ella… Sus labios se rozaron medio segundo, y ella suspiró por la corriente eléctrica que la recorrió de arriba abajo.
-Inuyasha, yo…yo te…
-No lo digas -respondió él, desviando la mirada.
Siento del viento celos,
por poder acariciar tu cara cada mañana…
Rechazo. Y ella lo sabía, lo había prevenido, pero aún así fue incapaz de contener las nuevas lágrimas que salieron de sus ojos al sentir su corazón romperse en pedazos y caer a sus pies.
-Bien-susurró apenas- Olvídalo todo. Nos vemos en tres días, como siempre.
Primero poco a poco, pero luego rápidamente y con prisas por huir, Kagome se separó de él, pero nada más hacerlo él la cogió de la mano y la atrajo de nuevo hacia él, envolviéndola en su abrazo. Sus labios dejaron un dulce beso en la frente de Kagome, provocando el asombro de ésta.
-Inuyasha…
- No lo hagas más difícil-su tono de voz era como un susurro suplicante, entrelazando sus dedos con los de ella.
-Que no haga más difícil el qué?-preguntó ella, con voz temblorosa por los nervios- No te entiendo, Inuyasha.
-Quieres saber por qué Kikyo te golpeó?
Ella asintió débilmente. Al fin una respuesta a una de las tantas preguntas que vagaban por su cabeza! Inuyasha acarició su mejilla con la suya, sabía que si no la miraba a los ojos sería más fácil contárselo.
Y a pesar de todo qué difícil es, que no duela estar sin ti.
Yo seré tu aire, tú serás la piel que cubra mi soledad…quiero estar junto a ti.
Quiero dejar de morir en vida, tú me haces vivir.
Todo con lo que soñé, y nunca pude tener…
-La rechacé.
-Lo vi antes de desmayarme, pero eso sucedió después…
- No me refiero a eso. Fuiste a verla por la noche, pero esa misma tarde… había ido a romper con ella.
-Qué?
Él sonrió, a sabiendas de que la había sorprendido. Besó su mejilla con un cariño incomparable y volvió a apoyar su frente en la de la chica.
-Terminé con ella porque…me di cuenta de que mi felicidad estaba al lado de otra persona.
-Quién…?
-Y Kikyo quiso matar a esa otra persona-dijeron a la vez.
Los ojos de Kagome se empañaron nuevamente de lágrimas.
-Sí, Kagome. Maldita sea…yo…estoy enamorado de ti-suspiró después de su confesión, acababa de librar la batalla más grande de toda su vida contra su orgullo para poder decirle aquello, pero ahora que por fin lo había confesado, sentía que se quitaba un gran peso de encima- Cuando me has dicho aquello…he tenido miedo.
-Miedo de qué?-Kagome no cabía en la piel de felicidad. Inuyasha rozó sus labios contra los de ella, y sintió la mano de Kagome temblar entre la suya.
-Todas las personas que me han importado de verdad al largo de mi vida han terminado muriendo. Y ha sido por querer estar a mi lado. Mi madre murió intentando defenderme de un demonio, y Kikyo…Kikyo murió siguiendo mis pasos.
-Inuyasha…
-Te quiero demasiado como para poder soportar verte morir a ti también. Si no es Kikyo, Naraku lo hará en cuanto vea lo mucho que me importas…
- Me da igual. Yo sólo quiero estar contigo.
Y quiero dormir en tus ojos y al despertar,
beber de tu boca, todavía de ti tengo sed.
Y a pesar de todo qué difícil es que no me duela estar sin ti,
Yo seré tu aire tú serás la piel que cubra mi soledad.
Él le sonrió con tristeza y acarició su rostro con la mano que no tenía cogida la de ella.
-Ya sé que te da igual. Eres tan testaruda-ella sonrió tímidamente, pero no desvió la mirada-Pero a mí sí, me importa más de lo que crees. Tengo tanto miedo de perderte, Kagome, tanto… no puedes imaginártelo-tragó saliva con dificultad al imaginarse sin ella, sin su compañía, sin su sonrisa…
-No me pasará nada. Sé que no lo permitirás, confío en ti-susurró contra su boca, sus labios volvieron a rozarse y esta vez Kagome tembló entera, muriéndose por un beso.
-De dónde sacas tanta confianza, Kagome? No soy nada…
-Te he dicho antes que no vuelvas a decir eso, como también he dicho que para mí lo eres todo…Yo…yo…
-Dilo, Kagome-suplicó casi, besando su comisura.
-Inuyasha yo…-ahora entendía las maldiciones que él había soltado al confesarse, aquello en verdad costaba.
-Di que me amas, lo necesito...- besó su otra comisura y Kagome sintió que moría. No podía más, deseaba sus besos con desesperación.
Si te vas, mi amor si tu te vas,
Me volveré a encerrar en vida y no saldré.
Dónde estás? Mi vida, dónde estás?
Pues necesito tu amor para vivir!
-Te amo…te amo, Inuyasha, te amo- su corazón latió desesperado al oírse a sí misma pronunciar esas palabras.
Notó el frío a su espalda y se dio cuenta de que habían acabado contra una pared, Inuyasha la mantenía entre ésta y su cuerpo. Sus piernas temblaban inconteniblemente, el cálido aliento masculino sobre su boca era una completa tortura.
-Con esto me basta para seguir viviendo-sentenció él.
Terminó con la agonía de la joven y unió sus labios a los de ella, quien gimió en señal de triunfo al sentir el contacto y la electricidad en cada una de las células de su cuerpo. Sin suavidad, sin delicadeza ni contemplaciones, se besaron con pasión y a la vez ternura. Sus lenguas entraron en contacto, compitiendo para determinar quién era la que más amor podía demostrar. Kagome puso su mano libre en la nuca del mediodemonio, atrayéndolo más hacia sí. Él accedió encantado, profundizando el beso a más no poder.
Era, sin dudas, un beso espectacular. De película, pensó Kagome.
Inuyasha alzó sus manos entrelazadas y las puso en su pecho, encima del corazón. Kagome suspiró entre sus labios al notar la rapidez con la que latía el corazón del joven, y supo que en esos momentos el suyo estaría tamboreando igual o incluso a más velocidad.
CONTINUARÁ…
Entiendo perfectamente la bronca que muchos me vais a echar por no actualizar "Mentiras de amor" y "Mi macho alfa", pero es que no me canso de decir que estos dos fics me cuestan de escribir, de modo que os suplico más paciencia. Sé también que muchos estaréis pensando "Qué hace ésta publicando un tercer fic si no puede con los otros dos?", pero espero que los que también escribís compartáis conmigo esa sensación de que cuando te viene una inspiración irresistible, tienes que plasmarla y hasta que no lo haces no te quedas tranquilo.
Este fic sólo tendrá 2 o 3 capítulos, y aviso que en el siguiente habrá lemon.
Besos^^
Dubbhe
