Por favor, mírame.
N/A: Bueno... ¡He regresado!
Lo único que debo decir al respecto es que hay muy pocas historias largas Franadá... ¡Casi no hay amor a esta hermosa pareja! D:
Espero que les guste, y que se animen a dejarme un review, un favorito o un follow... ¡lo agradecería bastante!
Pido disculpas y críticas si la historia me quedó con personajes muy ooc o hay alguna falta ortográfica. Agradecería mucho si me señalaran mis errores. Quiero mejorar.
ADVERTENCIAS: Parejas chicoxchico, Yaoi. Si no te gusta el género, te invito a que salgas de aquí o que si vas a leer, te abstengas de hacer comentarios despreciativos y destructivos.
Hetalia no me pertenece. Este fic lo hago con ánimo de entretenimiento y sin fines de lucro.
Agradecimientos especiales a Alondra y Ana. Sin ustedes, no me habría animado a escribir:'3
Capítulo 1: Problemas en la empresa.
El constante rechinar de la cama que se escuchaba desde la casa del vecino de al lado, no dejaban dormir a Matthew desde hace un buen rato. Claro, eso, y los gritos que se escapaban de ahí. No podría decir que eran gritos de horror o espanto. Oh no, era, de hecho, el caso contrario. Aunque no llevaba ni un mes viviendo en ese departamento, ya se sabía los nombres de al menos cuatro personas habitantes de aquellos departamentos. Y claro, del causante de aquellos gritos, que no era nadie más que el de al lado.
— ¡Oh Francis, por favor, no pares!
Además de que los molestos jadeos que se escuchaban casi en su oreja (digamos que las paredes no eran muy gruesas) lo estresaban. ¿Qué acaso el tal Francis no tenía nada mejor que hacer? ¿No trabajaba o algo? Ya se encargaría después de averiguarlo. Por el momento, intentaría dormir lo más plácidamente que pudiera…
— ¡MÁS RÁPIDO!
Los rechinidos aumentaban. Su paciencia lo intentaba, pero no lo lograba. ¿Era acaso la suerte que siempre había cargado consigo desde que era un niño?
Respiró hondo, y cubrió sus orejas con la gruesa almohada en la que recargaba su cabeza. Quizá, con un poco de suerte, amortiguaría los sonidos que venían de al lado, y tal vez, sólo tal vez, lograría conseguir el sueño que en ese instante anhelaba más que nada…
FXM
La mañana siguiente resultó más que agotadora. Sus ojeras eran notorias, sobre todo por la pálida piel que tenía.
"Menudo desastre estoy hecho…" pensó para sí, cuando se vio en el amplio espejo de su baño. Esto era simplemente el colmo. No podía soportarlo. Lo peor del caso, era que ninguna otra persona parecía tener problema con aquél comportamiento de parte del tal Francis.
El tono de su celular lo sacó de su monólogo interno sobre lo que debía hacer al respecto. Con pasos torpes y tambaleantes, producto de las pocas horas de sueño adquiridas, se dirigió a su comedor, lugar donde se ubicaba el aparato. Buscando sus lentes, que según recordaba, había dejado también en aquél sitio, logró finalmente su objetivo de contestar, antes de que se perdiera la llamada. Cuando apenas iba a proferir palabra, un retortijón en su estómago lo hizo doblegarse, haciendo que ambos brazos por acto de reflejo, se posaran en la zona afectada. Soltó el teléfono, dejando que cayera al suelo, y deslizándose un poco más delante de donde él estaba. Cuando avanzó un paso para ir por él, sus pies descalzos cometieron la torpeza de ir apresurados, y consecuentemente, se resbaló, gracias a la pulcridad inmaculada del suelo.
Maldijo para sus adentros, y cuando finalmente se levantó para alcanzar el móvil, su llamada había finalizado. O a decir verdad, no había comenzado nunca.
— Mierda…
Con un enojo que iba en aumento, decidió darse una relajante ducha antes de ir al empleo que había conseguido en aquella ciudad; sería su primer día, y debía estar impecable, por el hecho de que la empresa a la que iba, no era cualquiera. "Le monde en Paris", era el lugar donde tras una ardua entrevista, y una meticulosa supervisión de su aspecto, le habían dado el puesto como ayudante del supervisor de los atuendos. De algo debía servir el buen gusto que siempre había tenido. No obstante, a pesar de ser capaz de hacer maravillas con su aspecto, y posiblemente, también el de otras personas, era increíblemente tímido. Matthew esperaba aprender a desenvolverse en aquél ambiente tan glamuroso de trabajo, porque casi podía asegurar que las personas que estaban involucradas ahí, tendrían una actitud segura de sí misma, con un toque encantador de arrogancia y cinismo. Y el chico no creía poseer ninguna de esas características, al menos no tan marcadas.
Matthew Williams podía llegar a ser un encanto de persona. Su amabilidad era bien conocida por todos sus familiares, y el hecho de que usualmente no llamara la atención, era un adicional que su medio hermano, Alfred, le había hecho entender a lo largo de los años. Pero he ahí el porqué de su mayor inseguridad: no llamaba la atención de ninguna manera. Su inteligencia, su sutileza y en general sus virtudes eran bastantes transparentes. Su aura en general no tenía nada llamativo o relevante. Ni siquiera lo normal. Y eso era algo que irritaba al muchacho constantemente. Incluso en la primera entrevista de trabajo, no había acaparado suficiente la atención. De no ser por la exquisita colonia, combinada con su elegante vestimenta, posiblemente lo hubieran pasado por alto, y no hubiese obtenido el puesto. Oh por Dios. Vivir en París, donde había demasiadas personas y la vida cotidiana podía consumirte, iba a ser en extremo difícil.
Matthew fue a darse una buena ducha y eligió uno de los conjuntos más elegantes que tenía y que resaltaba sus inusuales ojos azules, que daban más la pinta de ser violetas, de un tono tan suave y delicado, que hacía conjunto con su bonita cara y personalidad comúnmente apacible.
Una vez sabiéndose preparado, Matt salió de su apartamento, asegurándose a sí mismo que no le faltaba nada en el portafolio que se cargaba. Dio un hondo suspiro, y se dirigió a las escaleras que dirigían a la segunda planta. El pequeño edificio en el que vivía estaba formado de tal manera, que eran tres pisos, con cinco cuartitos cada uno, que eran las viviendas. Nada muy lujoso. Estaba pegado a sus vecinos, por eso le extrañaba no haber visto aún al de al lado. Aunque no importaba mucho. No había hablado con nadie por el hecho de que (como siempre) su presencia pasaba desapercibida para todos. Obviamente, aunque fuera a reclamarle al tal Francis, ni siquiera se molestaría en verlo. Con ese pesimista y molesto pensamiento, Matthew se dirigió a la salida, donde posiblemente tendría que esperar un buen rato hasta que algún camión se dignara a pararse. No podía darse el lujo de utilizar un taxi, con el presupuesto tan limitado que tenía. Con otro hondo suspiro, se recordó a sí mismo que aquello sería temporal. Su trabajo era muy bien pagado, y en cuanto pasaran otros meses, a menos plazo, un año, podría darse el lujo de darse una vida más decente, en un lugar mejor.
—…pero mi querida Florentina, podrías darme al menos la oportunidad de pagarte el alquiler que viene, mon cher.
—Francis, ya te he dicho que mi mamá quiere que lo hagas éste mes. Además, ¡Deja de hacer eso! Me estás respirando en la oreja.
Reía una chica a sus espaldas. Cierto, seguía en el portal de la pequeña recepción. Matthew se hubiera simplemente marchado una vez la oportunidad se lo hubiera permitido, pero algo en aquella conversación le había llamado la atención: el nombre del hombre que en ese instante, abrazaba a la joven hija de la dueña de ese edificio. La chica no contaba con más de 19 años, y el tal Francis no se veía viejo, pero sin duda alguna ya tenía sus años.
—No decías lo mismo anoche, querida mía.
Contraatacó Francis coquetamente, a lo que la chica tomaba un tono rojísimo en su rostro, riendo aún.
—Cállate. Mi mamá podría oírte o llegar en cualquier momento.
—No me importa. El mundo tiene que oír lo mucho que yo te valoro, mon amour.
— ¿Cuántas veces habrá hecho lo mismo con las demás vecinas?
Se cuestionó Matthew en voz alta con verdadera intriga, sabiendo que nadie más lo oiría. Eran los beneficios de su invisibilidad: nadie podía percibir absolutamente nada de él, y menos cuando estaban tan distraídos como los tórtolos de aquél instante. Era un método comprobado. Incluso una de las pocas personas que podía verlo, Alfred, no lo notaba cuando estaba con su novia y viceversa.
— ¿Las demás? No sé a qué te refieres.
— ¿De qué hablas, Francis?
—No creas lo que dice nuestro amigo. Es una mentira, querida.
— ¿Amigo? ¿Quién…?
Matthew tardó medio segundo en reaccionar. Estaban refiriéndose a él.
— B… ¡Buenos días! Señor…
Francis y Florentina lo observaban. El primero con una expresión de nerviosismo, casi aterrado de que fuese a revelar sus aventuras con otras personas en el edificio, y la otra apenada de que él percibiera tan bochornosa y acaramelada escena.
— Matthew Williams.
Completó Matthew, dándose cuenta de que su presencia no había sido notada hasta que habló, lo que era muy extraño, ya que ni así era visto.
—B… bueno Francis. Me tengo que ir. ¡A… adiós!
La joven salió del edificio, haciéndole una corta y apurada reverencia a Matthew en reconocimiento. Matt se quedó pasmado ahí, notando de repente que el tal Francis lo estaba mirando fijamente. Se sintió desnudo de repente, porque lo analizaba de arriba abajo.
— D… disculpe señor, que yo también debo retirarme…
— Tienes un excelente sentido del gusto.
Señaló Francis con verdadera admiración, acercándose a Matt, que temblaba como gelatina asustado. No era muy dado a convivir con las personas, de hecho, a primera instancia de conocerlo, parecía una persona en exceso tímida y frágil, disfrazando el ácido y divertido sarcasmo que poseía como encanto. Matthew contuvo la respiración cuando el apuesto hombre analizada su saco, admirando, suponía, la calidad de la tela con la que estaba fabricado.
—Mon Dieu… En fin. ¿Puedo hablar contigo, Matt? De hombre a hombre, me refiero.
Su sonrisa amistosa y arrolladora presencia y elegancia, incitaron al susodicho a asentir rápidamente, intimidado, notando de repente que a pesar de poseer más altura que él, Francis resaltaba muchísimo más. Notó también que le hablaba con mucha familiaridad, y que se había aprendido su nombre a la primera. Nunca le había pasado eso.
—En fin. Escucha, quería preguntarte… ¿qué tanto sabes sobre esas "otra veces con las demás vecinas"?
Excelente. Era la oportunidad de sacarse todas esas quejas que lo atosigaban desde el momento en que la situación se había vuelto ruidosa y molesta. Estaba a punto de abrir la boca, pero cuando confrontó los clarísimos, casi cristalinos ojos azules de su acompañante, se quedó callado. Lo analizaba profundamente, como si estuviera penetrando su alma, quedándose embelesado con su persona. Matthew inmediatamente descartó esa absurda suposición. Claro que nadie lo estaría, menos con su insignificante, casi nula presencia. Así que sin más preámbulos, abrió la boca, dispuesto a soltarle el sentir que lo acompañaba la mayoría de las noches. Pero no se esperó que Francis le ganara la palabra rápidamente, saliendo del misterioso silencio que mantenía hace tan sólo un instante.
—Mathieu, ¿nunca has tenido una necesidad tan grande que es necesario hacer lo que sea para mantenerla?
El canadiense se quedó pensando por un momento. Claro que sí. La vez en la que le había suplicado a su hermano comerse aquél último pancake por lo delicioso que estaba, y éste, a cambio le había pedido ir a comer hamburguesas hasta hartarse de ellas. Se arrepentía mucho de aquello, ya que el procesado alimento de Mc. Donald's le produjo un fuerte dolor de estómago por un mes. Y eso que solamente había ingerido cuatro.
—Sí.
—Bien. Entonces sabrás que en serio necesito que mantengas lo de Rosa, María, Carol y Angie en secreto, ¿verdad?
— ¿Quiénes…?
— ¿Cómo que quiénes? Nuestras encantadoras vecinas, claro.
Matthew logró recordar que ese era, efectivamente, el nombre de las muchachas que habían atormentado sus oídos (junto con el galante hombre a su lado) las primeras dos semanas en las que había estado viviendo ahí. Aunque últimamente, el nombre de Florentina era el que más resonaba en su cráneo por las noches. Ese, y el de Francis.
—Bien, lo haré.
— ¿En serio? Te…
—Pero tengo una sola condición. — Matthew alzó su dedo pulgar para acallar sus agradecimientos — Me gustaría que por favor, dejaras de hacer tanto ruido cuando atiendes a Florentina. No me dejas dormir. Si no lo haces, quizás un día de estos su madre deje de pasarte tantas faltas de pago.
Su amenaza era clara, pero lo que más le sorprendió a Francis, fue la forma tan amable, suave y casi inocente en la que había dicho aquellas palabras. Matthew, a pesar de aparentarlo, no era un pan de Dios.
—Entiendo, mon amie. Supongo entonces que esto es un trato. No te aseguro que serán todas las noches porque, mon Dieu, algunas veces…
—S'il vous plaît, Francis. Al menos hazme ese favor.
El más joven suplicó, angustiado. El susodicho se fijó en las ojeras y el aspecto cansado del chico. Definitivamente, a pesar de lucir así, se veía bastante atractivo. No se había fijado en la bonita fina cara que poseía, y que tras esos lentes de forma rectangular se encontraban unos vivos y enormes ojos azules que parecían violetas. Su cabello rubio, de un tono más oscuro que el suyo, caía ondulado, y poseía un pequeño y delgado rizo que se negaba a acoplarse al estilo del resto. Jamás se dijo que Francis solamente se interesara en chicas.
— Okay. Entonces te veo pronto, Mathieu. Supongo estabas a punto de irte antes de tener esta pequeña charla…
Matt se fijó entonces en su reloj de muñeca y comprobó que, efectivamente, debía tomar el camión inmediatamente si quería llegar a tiempo. Rápidamente se apresuró a irse, dando una pequeña y torpe reverencia de cabeza como despedida antes de salir disparado a la puerta. Francis logró comprobar que el vecino nuevo le agradaba. Y mucho.
Repasó mentalmente sus deberes del día y notó que sólo tenía una cosa importante por hacer. Debía ir a hablar con su padre. Suspiró pesadamente, y fue a su apartamento para descansar antes de cometer tan tediosa aunque necesaria tarea.
FXM
Francis entró, cubriéndose lo más que podía a la empresa, procurando que la linda recepcionista (con la que había pasado unas buenas noches en el pasado) no reconociera su rostro. No debía hacerlo: teniendo una bufanda rosa ocultando su cabello rubio y unos lentes de sol para que sus facciones no fueran descubiertas debía ser suficiente. Con cautela, y asegurándose de que no había nadie alrededor, consiguió colarse al elevador. Pero mala era su suerte, ya que alguien más venía desde el sótano, donde estaban todas las telas. Y claro que reconocía quién era el que estaba con él.
— ¡Hey! No puedes subir sin ser parte del personal o estar autorizado.
La maleducada voz y constante fruncimiento de ceño eran característicos de Lovino Vargas, la actual pareja de uno de sus mejores amigos, y el mensajero de la empresa. Francis rápidamente se quitó sus "adornos" dejando ver su cara.
—Ah. Sólo eras tú, bastardo.
— Gusto en saludarte también, Lovino. ¿Cómo está Antoine?
— ¿Qué demonios haces aquí? Maldición. Al menos pudiste haber avisado al jefe que venías. Parecía muy preocupado las últimas semanas.
Soltó el chico con verdadera preocupación. Lovino le tenía bastante estima a su jefe. Estaba envejeciendo. Últimamente se sentía muy mal. Todos parecían saberlo, excepto el mismísimo hombre que estaba a su lado. Y eso enfurecía al joven italiano.
— ¿Vienes a calmar tus berrinches y reconciliarte con él? ¿O a empeorar su situación?
— Vamos, amigo mío. Él no está tan mal. Solamente son fases de la edad, eso es todo.
—Sí, y ¿cuántas más "fases" crees que vaya a pasar, si parece estar en la última?
Contestó Lovino sarcásticamente, cuando el elevador se detuvo y reveló la parada en la que se bajaba.
—Si vas a hablar con él, procura no alterarlo o preocuparlo más.
Dicho esto, las puertas del ascensor se cerraron y en cuanto hubo perdido al desagradable Francés, Lovino fue en marcha para entregarle al nuevo chico sus responsabilidades, que traía escritas en una hoja que Feliks, el supervisor polaco, le había dado el día anterior, y que él descuidadamente había puesto junto con las telas. Dios, esperaba que su asistente no fuera tan irritante como el rubio escandaloso.
—…entonces, Matt, eso es todo lo que tienes que saber al respecto. O sea, no es tan difícil, pero, tipo, hay algunas personas que necesitan adaptarse lento.
— No se preocupe, entiendo perfectamente.
Bueno, por lo que acababa de escuchar, el sujeto no parecía un amanerado como supuso al principio. Tocó la puerta, y cuando un "Pasa querido" de parte de Feliks sonó al otro lado de la puerta, Lovino hizo lo propio, y le entregó al alto muchacho de cabello rubio y mirada amable el papelito que le correspondía.
— O sea, ahí están más claras las cosas. Nada más que nuestro distraído mensajerito lo dejó abajo ayer, cuando yo le pedí que no olvidara semejante encargo.
— Da gracias a que no lo tiré.
Contestó el castaño altaneramente y Feliks sólo soltó una pequeña risa.
— Nunca cambia. Ay, oye Matt, déjame te presento a nuestro querido mensajero italiano, Lovino Vargas. Es muy lindo y amable, ¿no es cierto?
Los adjetivos usados en su persona obviamente eran sarcasmo, pero ignorando esto, el nuevo procedió a presentarse también.
— Mucho gusto. Yo soy Matthew Williams. Vengo de Canadá y me gustan los pancakes.
