Isabella Swan está casada con Mike, un buen y fiel esposo, sin embargo, aun teniendo a un esposo dedicado al hogar, Bella esconde un gran secreto. Es la sumisa del Dominante Edward Cullen. ¿Cómo podrá hacer que haya un balance entre sus dos vidas? Quiere a Mike, pero ama con pasión a Edward. +18

Los personajes son de Stephenie Meyer.

Prólogo

—Es tan delicioso comerlo… es magnífico nena— Edward tocó con su cálida palma mi estómago, y sus dedos de la mano izquierda, largos, gruesos y dolorosamente placenteros empujaban dentro de mí lentamente, calentándome. Se me hacía imposible no prestar atención a ese pulgar en mi clítoris y su larga lengua trabajando más arriba, saboreando, mordiendo, probando. ¡Quería correrme pero no podía! Él sabía exactamente mis puntos. Sabía que hacer para que yo sintiera esa necesidad, sin concluirla en el momento.

Por momentos, mientras disfrutaba de mí placer escondido, flashes del rostro de Mike se me venían a la mente. No es que pensara que Edward hacia la labor de él, dentro de mí había algo, una culpa, que me hacía sentir terriblemente mal cuando sucumbía a los deseos oscuros y placenteros de mí señor.

Los cambios nunca se me han dado bien. Es más, odio los cambios de rutina y las sorpresas —a no ser que sean por mí madre, ella siempre quiere cambiar la rutina— Pero, conocer a Edward fue un cambio muy grande. Mis pantuflas se convertían en tacones de doce centímetros, las blusas rosas se transformaban en corsés que llegaban hasta mí monte de venus y mis calzones de algodón se derretían dejando ver unas bragas pequeñas.

Así era la ropa que mí amo exigía. Y yo estuve más que dispuesta a vestirme provocativamente para que me tomase, me hiciera suya las veces que quisiera, y me sacara de esa tremenda depresión en la que estaba cayéndome antes de conocerlo.
Mike podía ser un buen esposo. Eso solo era los fines de semana cuando no tenía trabajo pendiente o reuniones en la oficina.

Edward comprendía que no siempre tendría que estar dispuesta a él, ya que mi hijos también me necesitaban todo el tiempo.

—Amo, creo que voy a…— Susurré apretando las sabanas rojas con una fuerza extraña en mí— A correrme.

—Eso es justamente lo que quiero ahora, Isabella.

Sacó sus dedos expertos de mí vagina y rápidamente los remplazó por su movediza y traviesa lengua. Su lengua en mis coño era lo mejor que podía pasarme. Jodidamente bueno. Aplastó, chupó, mordió y apretó mis labios vaginales con la lengua hasta dejarlos completamente listos. Como lo conocía lo suficiente, supe que no sería el final de mi castigo placentero. Todavía faltaba el toque final a mí corrida, y después me follaría toda la noche como estaba acostumbrado a hacerlo.

Las esposas hechas de un material duro y sólido descansaban a un lado de la cama, y ansiaba que él les diera un uso en mí, rápido. Esos eran mis placeres secretos, querer ser dominada y respetar a mí amo.

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