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Antes era parte de una tabla que abandoné (: lo siento, pero es así. Además estaba tan atareada. Era poco probable que lograra terminarla de todos modos. Lo dejó como algo solo. Gracias por leer.


Demolition Lovers

«Él era el nombre

que llevaba el beso escondido de ella»

—Estoy preocupada por Edward —murmura Esme, y Carlisle sabe que, de poder llorar, estaría conteniendo unas lágrimas que no se decidiría a soltar, mordiéndose los labios, apoyada en una pared con su cuerpo frágil y pequeño, pensando en mil y un maneras de ayudar a su hijo.

(Porque puede que no los haya parido, puede que ni siquiera les haya dado de comer, pero luego de que pasas más de cincuenta años cuidando de cinco —eternos— adolescentes, puedes proclamarlos como tuyos).

—Él lo superará —asegura, y aunque no lo sabe a ciencia cierta, confía en Edward y quiere ver a Esme sonreír, mirando a todos los hijos que ha ganado con el tiempo, todos los secretos «¡Mamá!» que ninguno llega a decir pero que todos piensan. Quiere que tome su rostro pálido y frío entre sus delicadas manos, y que lo bese despacio, sin prisas, como lo hace todo siempre.

(Quiere a Esme con una sonrisa en la cara, su cabello tardándose demasiado en seguirla y quiere la miel de sus labios).

—No lo sé, Carlisle. Edward es sólo un niño —dice ella, y Carlisle sonríe porque dice eso de todos sus niños, niños de más de cincuenta años, niños preciosos, niños vampiros.

Ella es la madre para siempre y una madre se preocupa, una madre los quiere, una madre da la vida por sus hijos. Y Carlisle la toma de la mano, sólo para asegurarse, porque aunque Esme ya no tenga vida que dar sigue teniendo ese brillo decidido y preocupado en los ojos, y todo el mundo sabe que eso es peligroso.

—Podrá —repite él, y la abraza fuerte, deja que su pelo suave del color del caramelo le roce la mejilla. Y le da un beso en el cuello y la aprieta fuerte, porque no quiere dejarle ir nunca más.

(Pasó demasiados años pensando en un cabello suave, unas manos delicadas y un sonrojo descarado, una sonrisa inocente y a la vez incitante. Ahora la tiene por fin y todavía la necesita, siempre va a hacerlo).

Esme se relaja entre sus brazos, y lo mira a través de unas pestañas demasiado espesas, con sus rasgos hechos de caramelo y las manos, ligeras, sobre los hombros de él. Y se empina un poquito, como cuando lo besó de improviso la primera vez, y sonríe levemente, respirando pausado.

(No tiene prisas, nunca).

—Lo dejo a tu juicio —dice ella, y lo besa otra vez.

Carlisle sonríe sin separarse, y la empuja con suavidad contra una pared, y le acaricia las mejillas y el cuello, y siente su cabello contra él, el aroma dulzón envolviéndolos lentamente, y es sólo Esme; siente que se va a morir de tantas sensaciones, aún cuando sea imposible. Y todo es ella, y él, y sus besos, dos abrazos, seis caricias, y miles, miles de besos.

Todos cubiertos de caramelo, manos suave y risas silenciosas.

(Esme jadea y Carlisle gruñe, porque entonces dejan de ser el padre y la madre y son ellos, simplemente, sólo ellos, nosotros. Y se quieren, y se sienten, y se consuelan, y se rescatan. El juego eterno de la princesa y el príncipe).