Infancia


Disclaimmer: Nada del potterverso me pertenece.

Este fic participa en el reto "Olores de Amortentia" del foro "La Noble y Ancestral Casa de los Black".

No está de más agradecer a Miss Lefroy me ayudó con la idea que era un quebradero de cabeza y que me corrigió las viñetas de una manera divertida y bastante original.


I

Lluvia


1 de Febrero de 1969. 10:32. Hogwarts.

La pluma rasgaba el pergamino mientras Emmeline apuntaba todas las instrucciones que daba el profesor para aquella poción que posiblemente les cayera en el examen.

Intentaba plasmar todas las palabras que salían de la boca del profesor y eso provocaba que, de vez en cuando, tuviera que usar abreviaciones o quizás símbolos.

Estaba anotando algunos de los trucos a la hora de echar los ingredientes cuando acabó la clase.

Se dio toda la prisa que pudo para guardar sus utensilios y así llegar puntual a la otra clase. En ello estaba cuando vio que a su compañera de pupitre se le caía algo del suelo. Se agachó a cogerlo.

—Oye, se te ha caído… —dijo, pero su compañera ya se había ido. Miró el frasquito nacarado entre sus dedos y le dio unas cuantas vueltas entre estos. Una vez decidió que no podría ser peligroso, lo abrió para comprobar qué poción era.

Una nube de vapor en forma de espiral subió hasta su nariz…


18 de Marzo de 1962. Otoño. 16:29. Londres.

Emmeline Vance llevaba dos horas escondida detrás de unos columpios en aquel parque muggle. Se había escondido de su prima en cuanto pudo. No le caía bien aquella niña repelente y llorica.

Sus tíos habían venido a su casa a comer y su madre se empeñó en que las dos niñas jugaran juntas y se hicieran amigas. Cuando vio cómo Valery fue a la habitación de la madre de Emmeline para jugar a las "mujeres mayores", ésta última salió corriendo hacia el parque muggle que estaba cerca de su casa y se escondió detrás de la estructura de los columpios teniendo cuidado de no mancharse de barro. Desde allí tenía una visión espléndida de quien viniera a buscarla.

Emmeline no quería jugar a lo que jugaba Valery; ella quería correr y sentir la lluvia.

Resopló cuando tuvo que volver a apartarse un mechón húmedo de la frente.

Sabía que Valery la había estado llamando desde hace media hora, pero no había salido, ni siquiera cuando la amenazó con llamar a su madre. Que la llamara, a ella le daba igual.

Agachada, empapada y con los zapatos llenos de barro, Emmeline no se dio cuenta cuando alguien se arrodilló a su lado.

— ¿De quién te escondes? —le susurró una voz muy cerca del oído provocando que la niña pegara un chillido y cayera de bruces, en el barro.

Cuando se levantó y vio ante ella a un niño pelirrojo, la furia la invadió.

¿Quién se creía que era ese niño para venir a asustarla?

Miró su ropa sucia y el enfado aumentó. ¡Había ensuciado su camiseta favorita!

El niño, al verla de esa guisa, se echó a reír, lo que provocó que Emmeline cada vez estuviera más irritada. ¡Se estaba riendo de ella!

— ¡No te rías! —le gritó encolerizada. — ¡Has manchado mi camiseta preferida!

El niño al oír aquello, en vez de parar de reír, siguió con sus carcajadas, cada vez más sonoras.

La niña se cruzó de brazos haciendo un mohín y, aunque su madre o Valery la descubrieran, decidió salir de su escondite. No soportaba que se rieran de ella y mucho menos un niño pequeño que ni conocía.

Estaba a punto de darse la vuelta y comenzar a caminar, cuando una sonrisa maliciosa asomó a sus labios y, con un rápido movimiento, cogió un puñado de barro y se lo lanzó al niño a la cara. Las carcajadas cesaron al instante.

Emmeline le sacó la lengua y echó a correr lejos de él, con la firme intención de buscarse otro escondite lejos de su madre, de Valery y de ese niño repelente.

Cuando divisó la caseta del tobogán, decidió que ese sería un buen escondite; además de que estaría resguardada de la lluvia que cada vez se iba haciendo más constante dejando atrás a la llovizna que caía cuando Emmeline huyó de Valery.

A punto estaba de entrar en la caseta, cuando sintió que algo golpeaba su espalda. Al girarse, descubrió al niño, un par de metros lejos de ella, con las manos llenas de barro. Abrió la boca estupefacta. ¡Le había tirado más barro en su camiseta!

El niño apenas le dio tiempo para responder puesto que le volvió a tirar una bola de barro, esta vez acertando de pleno en la cara.

Observó la sonrisa maliciosa del niño y, sin pensarlo siquiera, entró de lleno en su juego. Si él quería guerra, tendría guerra.

Pasaron largo rato lanzándose bolas de barro y decidieron parar solo cuando el color de la ropa, cara y pelo era indistinguible del color marrón del barro. Estaban completamente llenos de barro, pero sonreían.

Sonreían sabedores de que el duelo había finalizado hacía bastante tiempo y que solo habían continuado por el entretenimiento que les causaba.

¡Emmeline estaba entusiasmada! A ella le gustaba jugar así, con el barro, ensuciándose. Ya le daba igual que la camiseta que llevaba fuera su favorita. El olor de la lluvia impregnada en el barro húmedo y en sus ropas lo llenaba todo. Eso y la sonrisa de su contrincante.

— Me llamo Gideon —dijo el niño tras unos minutos de silencio en el que solo se miraron intentando deducir lo que haría el otro. Aprovecharon también para recuperar el aliento y descansar de la ardua batalla que acababan de llevar a cabo.

Gideon le extendió una mano llena de barro.

—Emmeline —contestó la niña alzando un poco el mentón y estrechando la mano extendida. Cuando las dos manos se entrelazaron, de ellas salió un sonido como de succión que hizo que los dos niños se echaran a reír.