DISCLAIMER: El mundo de Harry Potter y todos sus personajes son propiedad de J.K. Rowling

Este fic participa en el reto especial «Malfoy Felicis» del foro «El mapa del mortífago»

Personaje: Draco Malfoy – Prompt: San Mungo


Capítulo I

Era la cuarta taza de café que tomaba esa noche. Una menos que en la guardia anterior, pero era temprano y aún tenía muchas cosas que revisar.

Desde que había decidido ser sanador, Draco pasaba días enteros en vela turno tras turno, curando enfermos, apersonándose de los casos que nadie más quería asumir y en muchas ocasiones, preparando él mismo las pociones que habría de administrar a sus pacientes.

Muchos admiraban su destreza e incluso había conseguido ganar prestigio y respeto.

Durante las reuniones con colegas siempre se mantenía relegado, en la última fila y agregando solo lo estrictamente necesario. Había optado por mostrarse como alguien independiente, entregado a su trabajo y listo para las eventualidades que tenía que enfrentar a diario.

Esa era la vida del heredero de los Malfoy.

Ahora habitaba un pequeño departamento muy poco parecido a la ostentosa mansión donde creció y con tan pocos recuerdos de aquella vida que cualquiera pensaría que algo como aquello jamás había existido. El pequeño niño arrogante que se jactaba de su crianza y su apellido, se había transformado en un hombre taciturno y solitario que entre los pasillos de San Mungo, construía una nueva historia sobre sí mismo.

Y es que se había convertido en un sanador excepcional, capaz de enfrentar aquello que a otros les parecía imposible, aunque aún cargaba con algo del estigma de su pasado.

Draco aún recordaba sus primeras semanas en el hospital mágico en las que la consulta general pareciera una especie de batalla campal igual a la que recordaba pues las caras de horror y de desprecio, y el continuo rechazo de sus pacientes, le hacían pensar que tal vez había errado en su decisión.

Solo fue hasta el primer caso difícil de resolver cuando pudo demostrarse capaz de cambiar el rumbo de sus actos.

Y ahí estaba: sentado en la cafetería del hospital, enfundado en su impecable bata blanca de sanador y con un humeante café cargado frente a él. Pasaban de las doce de la noche y al verse sin trabajo inmediato, decidió echar un vistazo a los pacientes del piso en el que estaba de guardia.

A pesar de que a muchos les pareciera vacía, la nueva vida de Draco Malfoy era mejor de lo que había pensado algún día.

Mientras caminaba por los pasillos desérticos del hospital razonaba respecto de lo silencioso de aquel lugar y de la paz que aquello le proporcionaba. Había olvidado lo que eso podía significar pues hubo un momento de su vida en el que fue consciente que el sosiego y la tranquilidad eran un lujo que no todos podían darse y a los cuales él había tenido que renunciar por sus malas decisiones.


Estaba cansado, pero era lógico luego de más de 36 horas de trabajo.

Todos en San Mungo sabían que Draco Malfoy era el único sanador que asumía turnos extenuantes y que evitaba presentarse a fiestas o pedir vacaciones, e incluso muchos se preguntaban qué era lo que tomaba o qué hechizos utilizaba para poder mantenerse en pie, pues no era sencillo debido a que en ciertas temporadas el hospital mágico se veía atestado de gente.

Había quienes querían conocer su secreto y aun así solo existía una persona que sabía por qué Draco Malfoy parecía una imparable máquina de trabajo.

Ella, la chica que había sido su amiga desde la infancia, aquella que fuera su primera cita y también su primer beso. La que era lo único que aún conservaba de sus años en el colegio.

Frecuentemente era visitado por ella en el hospital —principalmente cuando quería recordarle que se estaba arriesgando demasiado con su salud—, siendo precisamente ella la única con la autoridad para ponerle un alto a sus acciones e incluso, la única capaz de recordarle que no continuaba en el campo de batalla de aquel dos de mayo de años atrás.

«Deberías buscarte una novia, salir con alguien alguna vez y liberarte un poco de tanto estrés».

Le había dicho alguna vez, pero Pansy Parkinson sabía cuál era la razón por la cual aceptaba todos los turnos que desearan colocarle y por qué renegaba inmensamente cuando el jefe de sanadores le exigía que parara. Conocía bien el motivo por el que evitaba a toda costa dormir, el sudor frio que hacía que el cabello rubio se pegara de su frente y también podía recitar de memoria una a una las palabras que las víctimas de Draco habían pronunciado en sus sueños, justo antes de ser torturadas.

Fue exonerado de ir a Azkabán aquel doce de septiembre, pero las voces en su cabeza aun lo atormentaban, culpándolo de haber sido lo suficientemente cobarde para no oponerse a la esclavitud en que Voldemort convirtiera su servicio como mortífago.

Por eso había decidido ser sanador.

Porque aunque las voces jamás se silenciarían, ahora podría hacer algo bueno por muchas personas y resarcir aunque fuera mínimamente algo de lo que no pudo tomar consciencia en aquel tiempo pues por cada herida curada y por cada maldición revertida, Draco sentía que se estaba recuperando a sí mismo de aquel abismo en que se sumergió el día que el poder oscuro marcó su antebrazo.


—Esto es realmente grave, no se parece a nada que haya visto antes —pronunció Alan mientras Draco entraba silenciosamente en la sala de juntas del hospital mágico.

—Por lo que veo, es una maldición nueva —agregó Olivia, la sanadora de la unidad de maldiciones imperdonables.

Draco tomó asiento en uno de los costados de la enorme mesa rectangular sobre la cual yacía un expediente médico que su jefe le indicó que tomara.

Con detenimiento leyó todas las anotaciones realizadas por quienes habían recibido a la paciente y la desconcertante noticia de que no tenían idea de que podía estar sucediendo con ella, no obstante, algo más desconcertante aún fue leer el nombre de aquella mujer en lo alto de la pizarra.

De un momento a otro, todos se quedaron en silencio y Draco presintió que muchos pares de globos oculares estaban clavados en él.

—¿Y bien? —preguntó Robert, el jefe de sanadores— ¿Qué opinas?

Todos sabían que Draco era quien asumía a aquellos pacientes que representaban un reto pero el que su nueva paciente fuera nada más y nada menos que la heroína de guerra, Hermione Granger, lo descolocó.

Los ojos de todos seguían clavados en el rubio que aún no articulaba una respuesta.

Aquello parecía una conspiración universal en su contra y Draco escuchó a Robert carraspear como señal de que debía regresar al presente.

—Creo que no hay demasiada información con la que se pueda trabajar —respondió al fin, cerrando la carpeta marrón con los datos de Hermione Granger en su interior.

—Pues Dorian recopiló todo lo que pudo —contestó Olivia y Draco pensó que estaba mal el que defendiera al holgazán de su novio.

—¿Sabemos algo adicional?

—En realidad no, todo lo que sabemos es lo que ha sido anotado en el expediente —agregó Alan—. La señorita Granger estaba en una misión con el Departamento de Aurores y al parecer algo salió mal y por lo que entiendo, nadie escuchó u observó el hechizo que impactó contra su pecho.

—Qué suerte que no fue el lado donde se ubica su corazón —dijo Olivia con una sonrisa tonta que de inmediato borró de sus labios por la expresión seria de todos.

—Creo que iré a revisarla —anunció Draco— ¿Dónde puedo encontrarla?

—Habitación 317.


Hermione Granger no se veía igual a como la recordaba.

Los rizos enmarañados de los que hacía gala en Hogwarts ya no parecían un nido de aves rapaces y ahora descansaban tranquilamente sobre la almohada. Ahí recostada en aquella cama hospitalaria, la mejor bruja de la generación de Draco Malfoy no parecía ella misma. Se veía demasiado tranquila, demasiado quieta, tanto que Draco llegó a dudar de que fuera ella.

No obstante, seguía teniendo aquellos rasgos característicos de su persona.

Aún conservaba el cutis de muñeca de años atrás y a pesar de que el rubio jamás se había detenido a observar son sigilo sus rasgos, ahora se daba cuenta de que eran finos y delicados igual que sus largas pestañas y sus labios pequeños, ahora surcados por una mueca de dolor pese a la inconsciencia en que estaba sumida.

Era extraño volver a encontrarse, más aun al recordar la pésima relación —o la ausencia de ella para el caso— que ambos habían tenido en el pasado. Draco no podía evitar sentirse un poco incómodo tocándola aunque aquello ya no tuviera nada que ver con los prejuicios de la sangre. Sabía que ella siempre lo había odiado y le parecía realmente ridículo verse en la presente circunstancia precisamente con ella.

Pero ella era la paciente y él su sanador.

Con cuidado, separó un poco la sábana que le cubría el cuerpo para dejar al descubierto su torso semidesnudo y el sostén rosa pálido que protegía sus pechos. Había llevado a cabo infinidad de veces el mismo procedimiento pero no podía dejar de sentirse como un invasor ahora que Hermione Granger era a quien examinaba.

Y allí estaba.

Una extraña herida en forma de rayo —que hizo que fuera inevitable para Draco, pensar en Harry Potter— que empezaba a extenderse por el costado derecho del cuerpo de la castaña. Era magia diferente y Draco entendió por qué sus compañeros le cedieron en honor. En el pasado había tenido que atender algunos de los que llamaban «imposibles» e incluso cargar con aquellos que no salían bien. Total, si como mortífago había matado personas, no era nada nuevo que más gente muriera justificadamente en sus manos, ahora que era un sanador.

Y aquello era lo que estaba sucediendo en el momento pues nadie quería cargar con la muerte de la heroína del mundo mágico en su conciencia.

Y a decir verdad, Draco tampoco lo deseaba.


Hermione Granger llevaba prácticamente un día sin dar señales de querer despertar.

Draco y el resto de San Mungo habían tenido que aguantar al desfile de pelirrojos que deambulaban por los pasillos del hospital, preguntando porque razón la chica aún no despertaba. Malfoy en persona había tenido que ir con la matriarca Weasley, sus hijos y Harry Potter para explicarles que debido a la poca documentación sobre aquella maldición, el proceso tal vez podía tardar un poco más.

Los ojos desconfiados de Ron Weasley poco a poco fueron cediendo una vez que se hubo dado cuenta de que Draco Malfoy y el chiquillo con el que recibió clases en la escuela ya no se parecían en nada.

Pero todo seguía igual.

Las horas pasaban y con ellas algunos días, y la chica del trio dorado aun no reaccionaba.

Lo más cercano a eso eran las muecas de dolor que de vez en cuando cambiaban su semblante y le hacían pensar a Draco que estaba teniendo pesadillas. La cicatriz de la maldición parecía crecer milimétricamente aun cuando no mostraba cambios de color ni tampoco sangraba, por lo que Draco supuso que su efecto actuaba desde el interior.

Había ordenado todos los estudios que creyó pertinentes y le administró a la chica todas las pociones, brebajes y ungüentos que pensó le serían útiles, pero todo era infructuoso, contando además con que nadie conocía el hechizo pronunciado al momento en que la hechizaron.

«Magia no verbal»

Había pensado en aquella posibilidad y había devorado tomos enteros en busca de respuestas y con la única compañía de su humeante café. Había empezado a asumir el caso Granger como algo demasiado personal e incluso, había llegado a tomarse atribuciones que a sus ojos no le correspondían.


Un gemido escapó de los labios de la castaña y Draco se paralizó por un instante. Era la primera vez que sus muecas de dolor iban acompañadas de algo diferente al silencio.

Era bastante tarde y Hermione yacía en la cama con sus rizos como una cortina, desplegados sobre la blanca sábana del hospital y Draco se quedó por un momento mirándola fijamente. Era más bonita de lo que recordaba, incluso más hermosa de lo que había pensado el día que ingresó al hospital y lo bizarro de la situación le golpeó el rostro como una fuerte ventisca de invierno que le hizo comprender por qué se lo tomaba personal.

Tenía una deuda demasiado grande con la chica y por ello sintió que debía que hacer lo que fuera para ayudarla. Una extraña necesidad se apoderó de él, haciendo que tomara una de las sillas que normalmente ocupaban Potter o alguno de los Weasley y la colocara al lado de la cama de la chica.

No sabía cómo empezar, pero daba igual pues ella no lo escucharía.

—Granger… —dijo casi en un susurro, temiendo que ella abriera los ojos y se asustara—. Nunca imaginé que volveríamos a vernos.

El silencio fue la única respuesta que recibió, aun cuando en su mente casi pudo escuchar un «ni yo tampoco» de parte de la chica. Era incómodo estar allí, pero al comprender que ella no despertaría, Draco terminó por relajarse un poco.

—¿Qué tal la vida como auror? —preguntó con más confianza—. Creo que la mía como sanador ha sido más de lo que esperaba…

Y aquella conversación duró tanto que Draco no fue consciente del momento en que se quedó dormido en aquella silla, con su cabeza apoyada en la cama y la mano de Hermione Granger muy cerca de la suya.

Esa fue su primera noche sin sueños.

La primera en demasiado tiempo, pero no la única.


—¿Llegaron los resultados al fin? —la tabla de anotaciones de Draco mostraba diez pacientes en su turno del día.

—Si —contestó Helen—, pero no arrojan nada nuevo, Sanador Malfoy. Todo sigue igual. Aquello parece tan solo una herida superficial que no se mueve y ella aún no despierta.

La situación era frustrante.

Draco había tenido más de un caso en el que había tenido un sentimiento similar a ese, pero esta vez era diferente pues conocía muy bien a la paciente y a sus acompañantes habituales, por lo cual, decirles que ella no mejoraba solo hacía que su frustración creciera.

Tenía que hacer algo.

Se lo debía por todos años de amargura que le había hecho pasar y no era que se hubiera convertido en un buen samaritano, pero consideraba que su profesión lo había transformado en una mejor persona.

¿Pero qué, que podía hacer?

Si tan solo supiera el nombre de la estúpida maldición o el hechizo recitado….

Y milagrosamente algo dentro de él se encendió mientras mordía uno de sus dedos como solía hacer cuando pensaba.

¿CÓMO DIABLOS NO LO HABÍA PENSADO ANTES?

Solo había una persona que conocía el hechizo con exactitud y tenía que ir a verla.


—Necesito intentar algo —anunció, de pie sobre el umbral de la puerta de la habitación 317.

—Ya se han hecho demasiados estudios por hoy, Draco, hay que dejarla descansar y lo sabes —le dijo Alan tratando de persuadirlo de abandonar su idea.

—Es algo que no hemos intentado aún y que te aseguro que no podrá empeorar la situación.

Alan dudó pero al fin accedió, por lo cual, Draco ingresó al lugar.

—Bien —contestó— ¿Y qué es eso que quieres probar?

—Necesito que nos dejes a solas —dijo Draco poniéndose al lado derecho de la cama de Hermione.

Alan lo miró con sospecha.

—¿No crees que estás extralimitándote, Malfoy?

—¿Extralimitándome? —pronunció serio—. Fueron ustedes los que pusieron en mis manos el caso porque si mal no recuerdo, fue considerado uno de esos imposibles en los que suelo trabajar, así que si no te molesta, eso es lo que trato de hacer.

Alan no tuvo más remedio que cerrar la boca y la puerta al salir de la habitación.

—Muy bien, Granger, veamos lo que pasó —dijo sacando su varita y apuntando directamente a la cabeza de la chica— Legeremens.


Llevaba algunas horas diseñando la poción que de seguro revertiría el hechizo, el cual denotaba cierta complejidad. La aglomeración de preguntas en la sala de juntas lo habían dejado algo aturdido dado que había tenido que hablar más de lo que hace años recordaba y aun cuando todos mostraron en su expresión la duda frente a aquel dictamen, fue autorizado para preparar la poción y administrarla a su paciente.


Hermione había recibido el antídoto a media tarde y a las nueve de la noche aun no despertaba. El sentimiento de frustración se apoderó de nuevo de Draco que jamás se hubo sentido más agotado en su vida.

¿Qué había salido mal?

Había tomado los ingredientes de la manera adecuada y posteriormente realizado el proceso con sumo cuidado. Pero todo parecía inútil. Suspiró frustrado mientras tomó su cabeza con las dos manos y elevó su mirada al techo antes de volverse a la chica una vez más.

—Bueno, Granger, supongo que será otra noche de tertulia —dijo tomando la silla y poniéndola en el lugar de siempre—, aunque creo que debería decir algo que ya no sepas.

«¿Exactamente que?»

Pensó que ella le diría y de inmediato las palabras lo abandonaron antes de ser consciente de decirlas.

—Lo lamento —pronunció al tiempo que tomó una de las manos de la chica—, lamento haber sido un imbécil contigo en el colegio.

Y esa fue la noche en que Draco Malfoy le pidió perdón a Hermione Granger, justo antes de irse a dormir.


Parecía que tuviera resaca.

El sabor amargo de su boca y la jaqueca le hicieron darse cuenta de que a pesar de haber logrado dormir, llevaba muchos días esforzándose el doble de lo que lo hacía siempre y sintió todo el peso de su trabajo sobre los hombros.

Lentamente levantó su rostro de la cama y se fijó en que aún estaba tomando la mano de Hermione que tenía una respiración acompasada y cuyos dedos se movieron suavemente, haciendo que todo el brazo del chico se estremeciera.

Eso era nuevo.

Instintivamente volvió su mirada a la cara de la chica para encontrarse con que los ojos que habían permanecido cerrados por varios días, ahora lo miraban con detenimiento e incluso llegó a pensar que con curiosidad.

—¿Dormiste bien, Malfoy? —preguntó Hermione y Draco pudo jurar que se estaba divirtiendo.

¿Cómo era posible aquella reacción si llevaba días inconsciente y a la primera persona que había visto era a quien fuera su enemigo en el pasado?

Draco estaba tan sorprendido por la actitud de la chica que no pudo articular nada coherente.

—Despertaste.

—Creo que eso es evidente.

—¿Hace cuánto?

—Digamos que lo suficiente para saber que roncas como una cafetera vieja.

Estaba bromeando.

Hermione Granger estaba bromeando con él y Draco solo pudo pensar que algo había salido mal con el antídoto.

¡Ella no bromearía con él ni aunque volvieran a nacer!

La situación se había tornado incómoda.

—Creo que enviaré a alguien a que te haga algunas pruebas —dijo apresurándose a salir de la habitación pero Hermione lo detuvo.

—¡Malfoy!

Draco que ya había alcanzado medio camino se volvió a ella sin mediar palabra.

—Gracias —agregó con una tenue sonrisa en sus labios—, por todo.

Malfoy estaba desconcertado y había sido tomado totalmente por sorpresa.

—No es necesario que lo digas —contestó secamente—, solo he hecho mi trabajo. —Se dispuso a marcharse una vez más.

—No lo has entendido.

Las palabras de la castaña lo detuvieron de nuevo.

—Quiero darte las gracias por todo lo que hiciste por mí y por todo lo que me dijiste también.

A Draco se le heló la sangre.

¿Acaso ella lo había escuchado?

—Y claro que te perdono —agregó ella antes de darle tiempo de pensar detenidamente en el hecho de que le había dicho cosas que solamente Pansy sabía de él, y muy en su interior sintió como un gran peso se liberaba. Si aquello había sido contraproducente, ya tendría otro espacio para arrepentirse. Por ello asintió hacia la chica que aún lo observaba y de inmediato salió de la habitación.

El sanador Malfoy permitió que una sonrisa y un suspiro de alivio se extendieran por todo su ser, haciendo que fuera consciente de que no se había sentido tan bien en años.