Disclaimer: Dado que no nací en Japón, no dibujé manga, y no recibí premios o halagos por ello, dado que fueron otras mis circunstancias, preferí no ser Oda-sensei. One piece, a él le pertenece.
Espero que disfruten de la lectura!^^
"…vivir únicamente el momento presente, entregarse en cuerpo y alma a la contemplación de la luna, la nieve, la flor del cerezo y las hojas multicolores del arce [...], no dejarse abatir por la pobreza ni permitir que se trasluzca en el rostro, sino flotar a la deriva como una calabaza en el río. Esto es lo que llamamos mundo flotante."
Zoro salvaguardó las distancias, tanto físicas como morales. No porque tuviera un impedimento moral realmente, sino porque estaba más allá de eso. Enarcó una ceja. Suficiente para dar a entender que pasaba del asunto. El Shichibukai, en cambio, persistió en su ánimo contemplativo; consumida su seriedad por su apatía y consumida su apatía por su seriedad.
La tarde ennegrecida retrataba su perfil en las ventanas, inamovible. Ninguna palabra nació de sus bocas luego de que el mayor terminara de hablar; no había vibración acústica que hiciera tropezar la quietud del ambiente. Mihawk, desde su trono de terciopelo, en el que parecía vivir ensimismado en sus lecturas, tenía los nervios del peliverde sujetos por las astas. O lo hacía a propósito o le salía natural mosquearlo. O las dos cosas. Si tenía tanto tiempo libre bien podía usarlo para entrenarlo a él.
-No estoy interesado, gracias.
Aunque consideraba innecesaria una respuesta tan obvia. No estaba ahí para jugar, tenía un cometido y no iba a desatenderlo entre las sábanas. ¿Es que acaso se estaba burlando de él? Le refregaba en la cara los instintos primarios de su sexo sin tener en cuenta que él dedicó su vida a la ejercitación tanto física como mental. Disciplina, voluntad, fuerza. La meditación era el camino del guerrero. ¿Por qué ese hombre hurgaba con su altiva indiferencia en un asunto que estaba, por demás, vedado? Lo subestimaba, él no era un púber. Y, sin embargo, las cuencas ambarinas de sus ojos lo retenían allí, erguido a pocos pasos, oprimido por el gris de los muros del salón, impaciente por rozar el acero de su enemigo en un futuro no tan lejano. Lo observaba con severa curiosidad, ladeado el rostro levemente. Podía quitarle el juicio a cualquiera.
-Si no tienes más que decir…-expresó con la intención de echar tierra al asunto. Que no tenía todo el día, pero tampoco era cuestión de ser maleducado.
Suspiró, ¿qué clase de reacción era esa? No importaba, porque devolvió su atención al libro de turno.
-Puedes irte, estaré contigo más tarde.
El peliverde le dio la espalda y se dirigió hacia la puerta. Bien, Taka No Me podía perder el tiempo si quería, consagrado al vicio y a sus textos inútiles. Por su parte, se haría más fuerte a costa de la comodidad del otro. Una sonrisa entre sádica y desafiante curvó sus labios.
-Roronoa-llamó el soberano de un reino muerto cuando el susodicho estaba a medio camino de la salida. Volteó a mirarlo, pero el mayor parecía haber perdido todo interés en él-, la próxima vez que decidas retozar en la intimidad, por favor, no lo hagas en el baño de mi habitación.
Un hormigueo recorrió su columna ¡Que había sido un accidente!, ¿qué se suponía que tenía que responder a eso? La expresión perpleja y granate del espadachín se torció en una mueca indignada. Todas las habitaciones eran iguales, y de todas, justo en la de él… ¡Ese hombre! Quieto en su lugar, retó en silencio al Shichibukai para que volcara su atención en él, pero como éste no se daba por enterado, intentó, con toda la dignidad que era posible en esa situación, mantener la compostura.
-No volverá a pasar-contestó, queriendo demostrar que no lo había aturdido lo más mínimo, antes de seguir su marcha pensando que ese hombre era lo mismo que una espiga en el…
-Y Roronoa-Zoro tragó saliva, con la mano firmemente aferrada al pomo de la puerta. El muy maldito lo hacía a propósito, no cabía duda-, si cambias de opinión, avísame.
Esta vez, Zoro encaró a su maestro, con una refulgente seguridad pintada en su sonrisa y una sombra de letalidad en ella.
-No tengo tiempo para andar desperdiciando.
Dracule Mihawk bebió de su acostumbrada copa de vino, como si el golpe seco de la puerta le hubiera provocado sed. Ese muchacho, además de arrogante, era demasiado verde. En la soledad del salón, una línea curveada y sutil, se imprimió en los labios del moreno. Las cosas cambiarían, más tarde o más temprano. Procuraría que así fuese; él era, después de todo, el responsable de su adiestramiento.
...
Aburrida. ¿Cuánto tiempo más pensaban pasar de ella? ¡Estúpidos espadachines! Y ese avechucho que no la consideraba como se merecía… Sospechaba que a ese hombre le gustaba regodearse en su ventajosa posición de señor de la casa, haciéndose rogar y tratándola con una petulante indiferencia. No era lindo con ella, no le gustaban los dulces, ¡y no era kawaii! En cambio, se mantenía frío y distante, de tal modo que era ella quien tenía que recordarle que vivían en el mismo castillo y que existía algo llamado hospitalidad… a lo que él le respondía que había algo llamado obligación… ¡Que a eso se le llamaba tiranía!
Su reflejo le devolvió el labio fruncido y la expresión despechada.
Ocupada en reprochar mentalmente a quien le daba alojo, detuvo momentáneamente el ir y venir de su cepillo. Sobre la mesa del tocador, un libro.
Pellona desvió sus pensamientos al volumen literario profanado por su curiosidad, como si la historia que dejara inacabada le urgiera a saborear el final; los anhelos de los protagonistas, la tragedia y la pasión, conmovieron su imaginario. No pensó ni por asomo en encontrarse con una sección dedicada al romance en la biblioteca, claro que debía de ser algún error, porque después de todo, era la biblioteca de ese hombre: más intratable que una roca y con la variedad de sentimientos de una cucharita de té. Hasta los zombis eran más emotivos.
Quizá se los entregaran por error (porque el Shichibukai no compraba libros, sino cajas de libros) y lo olvidase con el tiempo. Pensar en el lado romántico de Dracule Mihawk era lo mismo que tentar a Cerberus con una zanahoria.
La historia trataba de un amor dominado por los avatares de una fortuna adversa, sus protagonistas, una cortesana desilusionada y un ronin sin rumbo, se hallaron en el cruce especular de sus miradas y entonces… ¡El amor es un huracán! Pellona flexionó sus puños, pegados sus codos al cuerpo, en un gesto entusiasta de fervor: estaba segura de eso. Sus pupilas destellaban convencimiento. Apresó el libro contra su pecho en un rapto idólatra de cariño.
Lo leería, ahora sí… desde la parte en que la matrona la presenta a los nuevos clientes… un poco más y volvería a encontrarse con el guerrero… La pelirosa ondeó su vestido trazando vueltas danzarinas en el trayecto de la cómoda a la cama adoselada y se dejó caer en el mullido colchón con una sonrisa ilusionada. Ese era su momento. No tenía que oír las groserías de un espadachín musculoso bueno para nada ni los gruñidos del ogro del castillo, dos bestias insensibles a las que no les gustaban las cosas lindas ni le convidaban con chocolate caliente. A su lado, recostado en los almohadones, Kumashi mantenía balanceada su cabeza de felpa. No, no sería interrumpida, no como la otra vez. En un instante, cambió su expresión a una de enfado, rememorando el verdor de sus recuerdos y unas fuertes ansias de pisar césped. No, no sería interrumpida.
Se relajó. Recuperó la sonrisa. Ahora sí…
-¡PELLONA!
La voz potente y grave rellenó los ecos del castillo, su vibrar sacudió los nervios de la chica fantasma como en un escalofrío. Indignada, se puso de pie de un salto, armando una pose contraofensiva de cara hacia la puerta cerrada, con los hombros enervados y los puños apretados. El libro yacía en la cama sin abrir.
-¿¡Qué quieres, maldito espadachín!-gritó.
No la escucharía, lo sabía. Pero tenía que dejar fluir la bronca o explotaría, ¿es que no podían arreglarse sin ella? Buen par de inútiles estaban hechos, siempre dando órdenes ¡Como si ella fuera una sirvienta!
-¿DÓNDE ESTÁS? ¡ARREGLA ESTO, YA!
La acústica del castillo era una maravilla; el iracundo arrebato del peliverde hacía mella en lo maravilloso. No hacía más que gritar cuando quería dirigirle la palabra a alguien, no aludía conocer otro tipo de comunicación. Pellona ESTO, Pellona AQUELLO…y Pellona sabía por qué. Era un bruto y un torpe, sí, pero había otra cuestión…: él nunca encontraba a la persona a la que quería hablarle. Había que estar pendiente de él a todas horas o acababa irremediablemente perdido en el entramado de pasillos, vestíbulos y habitaciones del castillo: era peor que un niño ¡y ella no era ninguna niñera! Con paso decidido, encaminó su dirección hacia los gritos que clamaban su presencia.
Zoro observaba la espalda de su kimono con fruncida severidad. El espejo colgado en la pared del pasillo le devolvía la imagen de un parche bordado con la forma de un orgulloso osito haciendo juego con el color de la vestimenta. ¿En qué momento…? No importaba, más le valía arreglar el asunto, ¿cuánto tiempo más pensaba tardarse en aparecer? Pobre de ella si se veía obligado a ir a buscarla... Debió haberse puesto el kimono sin darse cuenta del detalle; y ese hombre permaneció sin mencionar una sola palabra… A propósito. El peliverde suspiró para no perder la calma. Se rió a costa suya, seguramente. Eso era lo que más le molestaba del asunto. Pero cuando él ocupara el título del mejor espadachín del mundo ya no tendría mucho de qué reírse. Quien ríe último ríe mejor, ya le mostraría…
-¿¡Qué quieres, estúpido espadachín!
Divisó a la causa de su problema erguida con los brazos en jarras, mirándolo con la altivez de una niña caprichosa. Emergió de un pasillo a su derecha, que desembocaba al pasillo en que ahora se encontraban que a la vez conectaba a otra serie de pasillos consecuentes que a su vez… A la mierda con los pasillos, eso era un jodido embrollo. Sólo a Mihawk podía ocurrírsele vivir en un lugar así… Si no se hubiera instalado allí antes de arribar él a la isla, habría jurado que eligió el sitio a propósito…
Encarados, frente a frente, el peliverde, sin mediar palabra, procedió a desvestirse el kimono de un rápido movimiento, desanudando previamente la faja que cargaba sus katanas, y sosteniendo estas en la mano derecha. El torso desnudo daba señales de la efectividad del entrenamiento, marcada en la pronunciada musculatura que iba cobrando un aspecto aun más fornido con el paso del tiempo. Pellona sospechaba: masa muscular, igual a la más absurda pedantería; Zoro no estaba lejos de alcanzar a Mihawk, de eso nada... ¡tanto que se esmeraba por alcanzarlo! Pero estaba más cerca de lo que pensaba, después de todo, los dos eran insufribles; aunque admitía que el avechucho le llevaba cierta ventaja.
El peliverde tendió hacia la chica fantasma la ropa.
-¿¡Por qué me lo das!
Zoro enarcó peligrosamente una ceja. Atreverse a jugar con su paciencia… Ese día todos parecían querer escarbar en lo obvio con tal de irritarlo.
-Quítalo.
-¿¡Por qué!¿¡Qué tiene de malo!-Pero se interrumpió en el gesto airado para adoptar una expresión de repentino entendimiento-. ¿No te gusta el color?
La sien comenzaba a dolerle.
-No es el maldito color. Quítalo.
Pellona cruzó los brazos y ladeó el rostro, pertinaz.
-No quiero.
No querían entenderlo: todos sus juguetes debían ser bonitos.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Eres lento.
Era el colmo.
-¡TE ESTOY DICIENDO QUE LO ARREGLES!-exigió, sacudiendo la prenda en el aire. La pelirrosa se achicharró amedrentada en el lugar.
-¡NO TIENES QUE GRITARME!-devolvió de igual manera, con los puños encolerizados. No iba a dejarse tratar de ese modo, ¿quién se creía que era? ¡Estúpido espadachín!
-¡Y tú no tenías que arruinar mi kimono!
-¡Yo no lo he arruinado! ¡Está bien así como está: es kawai! ¡De la otra forma no lo es!
¡Había que estar explicando las cosas con manzanas!
-¡No pienso usar esta cosa, me gustaba tal cual estaba, así que arréglalo!
Del otro lado de las puertas cerradas, la disputa continuó su ritmo habitual. Mihawk, concluida la lectura, se dedicó a observar la trémula superficie del vino. La copa oscilaba en su mano como si cautivo en el cristal, el tiempo no tuviera salida. Pero quien le enseñó a dominar la espada, no le dio la clave para dominar el tiempo. Tampoco era algo que pudiera aprenderse. Bebió un trago, sin prisa.
-¡Tú no sabes nada!-exclamó la pelirrosa, herida en su orgullo.
-¡No voy a llevar este oso bobo encima, quítalo!
-¡Ya deja de darme órdenes!
-¡Tú deja de negarte!
-¡No me da la gana! ¡Puedes no llevar nada puesto si quieres, ese no es mi problema!
-¡Pues resulta que mi problema eres tú!
-¡Eres un insensible!-Pellona cubrió sus nacientes lágrimas con un brazo, al borde de un quiebre emocional.
Lágrimas de cocodrilo. Sin embargo, Zoro contuvo su bronca y se quedó en su sitio, mostrándose incómodo con la situación.
-Oi, no tienes que…
-¡Cállate!- exigió entre sollozos. El peliverde acató enseguida, molesto-. Yo…pensaba…que te gustaría-mintió, a la vez que aspiraba el aire con fuerza por la nariz-. Me lastimé los dedos cosiéndolo… Pero si tanto te desagrada…
-Mucho.
Las puertas del salón entreabrieron el resquicio que fuera a ocupar la figura alta y soberbia del Shichibukai en el instante que Pellona derramaba llanto al cielo como si le fuera la vida en ello. Llevaba el libro que leyera en la comodidad de su sillón en una mano. Contempló la escena sin dar señales de conmoverse.
-Creí haberles dicho que no discutieran en los pasillos, y de ser posible, que no lo hicieran en el sitio inmediato a mi presencia. -Palabras educadas, cejas hostiles.
Zoro lo miró confundido. Estaba seguro de haber abandonado el salón hace rato, ¿de dónde había salido?
-¡Mihawk!-clamó el manantial de las penas como si se tratara de algún paladín de la justicia. Y extendió hacia el peliverde un índice acusador, el culpable reaccionó cual mudo sobresalto-. ¡Es un insensible!
-Es raro no oírlo de ti, recuerda que me acusas de lo mismo con frecuencia. No puedo ayudarte-expresó, indiferente-. Roronoa, te hacía entrenando, ¿acaso no decías que no tenías tiempo que desperdiciar? Si era para esto, he malentendido tu determinación.
Maldito Shichibukai, ya le quitaría esos humos…
-Estoy solucionando un asunto-argumentó con solemnidad-. Pudiste haber mencionado que tenía un oso en mi espalda-agregó, rencoroso.
-Lo siento, pero no están en la escala de lo que considero buen gusto-respondió, irritándolo.
-¡No es lo mismo!-interrumpió la pelirosa, insistiendo en su papel-. Tú eres refinado, educado, inteligente… ¡Ése es una bestia!
-¡Ey!-objetó el aludido, pero concentró su saña en el moreno-. ¡No es por eso! ¡No hay forma de que me gustara llevar un oso en la espalda, es algo que ella hizo sin mi consentimiento!
-¿Ves? A ti también te grita, es un malagradecido…Tú eres bueno, considerado…
-Es curioso, no son esos los adjetivos que sueles atribuirme-comentó el mayor, ajeno al arrebato del peliverde. Omitió decir que eran los mismos cumplidos cada vez que ella requería algún favor de su parte-. No es asunto mío lo que otros elijan como buen gusto-agregó, desentendiéndose de la cuestión.
-¡Te he dicho que no es eso!-No tenía caso, optó por desviar su voz-. Ya deja el lloriqueo y arregla esto-dijo el peliverde, fastidiado. El kimono ondeó con delicadeza, deslizándose en caída hasta envolver a la chica fantasma, arrojado por su dueño-. Me voy a entrenar.- Y volteó su caminar en la dirección equivocada.
-¡No me asfixies con esta cosa sucia!- le reprochó Pellona, desenterrándose de la tela y estrujándola entre sus manos -, ¿¡y dónde se supone que vas!¡La puerta principal está del otro lado, estúpido espadachín!
Mihawk. La culpa era de él, de alguna manera.
-¡Cállate!-ordenó sonrojado.
-Ya es suficiente. - Los otros dos acataron en resignado silencio. Lo prudente era no sacar de las casillas al amo del castillo-. Te acompañaré, Roronoa. Pellona- avanzó hacia ella -, guárdalo en la biblioteca. - Colocó el libro en sus manos antes de que pudiera replicar -. Volveremos para la cena-avisó- Vámonos, Roronoa.
La pelirrosa los contempló alejarse, esta vez, en la dirección correcta. El shock de que pasaran de ella como si tal cosa no le permitió reaccionar enseguida.
-¡NO ME DES ÓRDENES!-gritó, sin recibir respuesta.
¿¡Quiénes se creían que eran! Los dos la mandaban a hacer esto y esto otro como si tuvieran alguna autoridad sobre ella. ¡Por supuesto que no haría nada que no le diera la gana! Enfurruñada y ofendida, marchó en sentido contrario dando grandes zancadas. Primero, a la biblioteca.
...
El filo cortó su rostro en un tajo vertical. O así hubiera sido de no haber presentido el movimiento. Muy cerca. Veloz, acertado, poderoso. Todavía le sorprendía la destreza adquirida por ese mono, pero no tenía tiempo para pensar en ello. Sus movimientos eran los de él. La coincidencia bastaba para cegar sus propios impulsos, dejarse llevar por la pulsión ferviente de su sueño.
Los ecos encontrados en el choque de metal contra metal revelaban la tenacidad de los duelistas. De entre los árboles, bordeando los límites del claro reservado al aprendiz humano y al maestro humandrill, se colaba el chillido inquieto de las bestias de Kuraigana. La tarde ennegrecida sudaba las horas transcurridas sin conseguir quebrantar la impermeabilidad de la expectación general. Cautivo en las cuencas ambarinas del Shichibukai, el devenir de los combatientes, titilaba convertido en un reflejo. Cruzado de piernas y brazos, la impasibilidad indemne, se erigía asentado sobre las ruinas de lo que alguna vez fuera un reino; la Kokutou Yoru a la espalda.
Agilidad, fuerza, persistencia. El mono no era un enemigo para despreciar, pero le demostraría el error de creerse demasiado cuando se es una triste imitación. Porque Zoro se daba cuenta, la técnica era de ese hombre… pero jamás una copia equiparaba al original. No podía perder el tiempo con ese mono. Una recia estocada lo obligó a retroceder, desarmando su guardia. Y su contrincante no era de los que se contienen. Maldición. El filo caía sobre él. Los humandrills aullaron excitados.
...
Soy una mujer sin nada. Quizá no tenga nada porque soy mujer. Pero cuando los hombres me imaginan, sé que gobierno el placer de sus sentidos en un plano fuera de lo terrenal: lo supracarnal. El límite entre lo real y lo irreal se evapora junto el incienso. Beben, conversan, gustan del canto y la poesía. Es curioso, como ser real he sido maltratada, vendida, ultrajada, pero como ser irreal he sido elevada por sobre lo sublime, venerada. Algunas veces se van sin despojarme de mi trono, pero debe ser que una mujer no es apta para detentar autoridad, porque si no son ellos, son otros los que someten a sus sentidos el calor de una carne ultrajada. No me importa mucho, les sirvo con esmero, y les agradezco en silencio haber sido elegida de entre las demás. Porque cuantos más clientes atraiga, mi talento será apreciado por Yarite-baba, y ascenderé en el escalafón. Pellona, enfrascada en la lectura, dio vuelta la página.
La habitación rezumaba elegancia, así como un gusto particular por la ternura de los peluches. El mobiliario ofrecía una tendencia a las curvas y a las guirnaldas; la felpa recubría cuerpos inanimados con diferentes motivos, desperdigados por el lugar: descansando en el cómodo tapizado de los sillones, saludando desde la repisa de la biblioteca, la cual, se hallaba ensamblada a las paredes sin dejar espacio al desnudo. Pellona había insistido en tener su propia biblioteca, al principio no pudo almacenar con ella su colección de libros por carecer del mueble, pero terminó por convencer a Mihawk de colocárselo.
Dispuestos en un revuelo caótico, un cúmulo de alfileres, retazos lanudos, hilo, sobrantes de tela y revistas de moda, ocupaban la planicie circular de una mesa rodeada por dos sillas. Colgado al respaldo de una de ellas, el kimono del espadachín. Sobre el asiento, un colorido almohadón lucía el parche bordado del osito bobo. El miedo se adelantaba a mí y a mis compañeras, y lo veíamos saludarnos a lo lejos. Destino. El miedo conocía nuestro destino. La vida era algo transitorio, los hombres lo entendieron y se lanzaron a la búsqueda del placer en ese lapso fugaz de la existencia, para hacerla grata y apetecible. Pero las mujeres de sus fantasías, contenidas en las murallas de sus mundos flotantes, no tienen de donde asirse; la vida y la belleza son como la llama que se extingue, coronando así, en un manto de oscuridad y secreto alivio, el encuentro consumado entre una yuujo y su cliente. Cuando la llama se extinguiera, seriamos descartables.
Ese era el mayor temor para alguien como yo.
...
El claro se hallaba vacío, a excepción de ellos dos. No había rastro de los humandrills.
Tendido boca abajo, Zoro sentía el peso de su maestro presionar los músculos en su espalda. Ambos, el torso desnudo. La piel sudorosa y curtida era repasada por los puños del moreno, extendidos con la firme resolución de relajar a su aprendiz, cuyas exhalaciones hacían vibrar el silencio. Un abrupto gemido alertó al moreno de haber ejercido demasiada presión sobre una zona sensible. El fulgor de sus ojos penetró la expresión aquejada del peliverde.
-¿Dónde te duele?
-No es nada…
Obstinado. Mihawk hincó la presión. Zoro se resistió al quejido, pero su maestro aumentó la fuerza de forma progresiva.
-Para-gruñó.
-No deberías ocultarme tu dolor físico, eres desaprensivo contigo mismo, y no es algo por lo que vaya a felicitarte.- El moreno cedió a la vez que tomaba asiento a su lado, cruzadas las piernas.
-No quiero tus felicitaciones- acotó el peliverde, sin intención de levantarse. No podía. Mantenía los brazos a los lados y el rostro dirigido a la figura del Shichibukai.
-Pero quieres superarme, lo cual es lo mismo a recibir mis felicitaciones.
-¿Te estás burlando de mí?
-Quizá.
Zoro se reservó el comentario. Ya le mostraría…
-Eres en verdad desconsiderado contigo mismo, Roronoa- expresó el maestro, asiéndose al tema-. Normalmente no me importaría, sin embargo, no pienso dejar la cuestión de lado. El cuerpo de un guerrero es su propia espada, no puede desestimarse como lo haces tú. Es tu trabajo fortalecer sus debilidades, pero si no atiendes sus necesidades, estarías perdiendo el tiempo intentando llenar agujeros sin fondo creados por tu desapego e inmadurez. Puedes pensar que no tienes flancos a la vista, yo los veo, ¿te das cuenta ahora?
-No pensé que fueras a insistir de esta manera-dijo, contrariado.
-No pensé que tendría que lidiar con tu inmadurez. Hay aspectos en un hombre que no pueden reprimirse, en cuyo caso reflejarían un resultado negativo. No perderás tiempo, ganarás batallas, te lo garantizo.
Zoro concluyó que el halo metafórico y filosófico que impregnaba las palabras de su maestro no ameritaba al tema en cuestión. Pero era su maestro, no podía negarse.
-Tú y yo somos diferentes-enfatizó, testarudo.
-El camino de la meditación no se halla exento de la experimentación, Roronoa. Aunque creo que eso ya lo sabes. - El aludido hizo una mueca desdeñosa-. Además-continuó el moreno-, no se me ocurriría compararte conmigo.
Acto reflejo: las cejas del peliverde temblaron, enzarzadas en una batalla entre los puños y el estoicismo. La mirada que le tendió a su maestro desmintió cualquier intento de arreglo pacífico. Radiaba seguridad y sadismo.
-Te venceré, definitivamente-delató, serio.
El Shichibukai sostuvo esa mirada segura de sí misma, arrogante. Una sonrisa esbozó una nota de burla en sus labios, nota falsa. Lejos estaba de burlarse de ese chico, no ahora, cuando sabía de lo que su voluntad era capaz. Le recordaba un poco a él mismo, sólo un poco, porque después de todo, él siempre fue distinto.
-Para retar a tu enemigo desde el barro, hablas con demasiada confianza.
Lo mataría, definitivamente lo mataría.
