Eres...

Ira.

Soledad.

Confusión.

¡Un infierno se desataba en mi interior y la información brotaba en cascadas de desconcierto!

Pero de algo estaba seguro.

—Te recuerdo… tú eras esa niña...

Esa trenza dorada, su mirada y esa apariencia… pero en ese entonces ella temblaba y su tez era pálida.

Fue cuando todo empezó.

—Ese día...

—No hablemos de eso, a pesar de todo, ese día te conocí. Tú me salvaste… —Su mirada se clavo en la mía y sonrió ligeramente—. Hana. Supéralo y vuélvete más fuerte.

Solo debía seguir adelante, para apaciguar esta ira.

—Si.