No pude dejar de pensar en esta pareja mientras veía la película así que simplemente decidí dejar que mi imaginación fuera libre, y tenía pensando realizar este one-shot sobre otro fandom, pero las ideas me llevaron a ellos y no pude detenerme, así que espero que lo disfruten.
Lo ubicaría un poco antes de que los cuatro sean enviados a Auradon, además no es mi primera historia, pero sí la primera que escribo sobre ellos, así que no me odien demasiado :)
Tengo sentimientos
Me levanto justo antes que mi reloj despertador decida armonizar toda la casa con su nada sutil sonido, pero hoy no lo hago debido a ese sobresalto que me ataca casi todas las mañanas, ésta vez es debido a que mamá decidió levantarse temprano y charlar con ese peluche que cuelga en su cuello mientras la escucho ir y venir de un lado al otro afuera del pasillo de mi habitación, gruñendo y también soltando sonoras carcajadas, olvidándose enteramente de mí y que me fui a dormir casi a las tres de la mañana por cumplir otra de sus largas listas de encargos.
Desventaja de una madre… no sé cómo llamarla, así que me limitaré a decir que es 'diferente': el peluche tiene más privilegios sobre mí, cualquiera en el que pueda pensar esa cosa lo tiene primero.
Me obligo a levantarme y tomar una ducha espectacularmente corta, debido a que el suministro de agua caliente no es y nunca será el mejor que tendremos en la Isla de los Perdidos. Me miro en el espejo al terminar de vestirme, y puedo jurar que esa peca sobre el puente de mi nariz no estaba ayer, pero hay tantas de ellas que no debería detenerme a pensar en cuántas aparecen por día.
Mientras bajo rápidamente por las escaleras, evitando tropezar con algunos de los largos retazos de tela peluda que mamá dejó en las escaleras, puedo sentir que estoy a la mitad de un extraño buen humor, cosa rara si reconsidero por un momento la clase de cosas que he tenido que vivir, en dónde vivo y con quién, además de que debería estar apresurándome para ir a la 'escuela', eso significa llegar considerablemente tarde a un aula medio vacía y escuchar el parloteo sin sentido de algún profesor que al final se dará por vencido y abandonará el edificio mientras miro por la ventana a quienes decidieron no asistir a la escuela y prefieren quemar contenedores de basura o hacer cualquier otra forma de vandalismo. Somos hijos de villanos de cualquier manera, no pueden retenernos.
Pero de cualquier modo simplemente no puedo nombrar exactamente la razón por la que estoy de tal manera hoy.
Cuando pongo un pie en la cocina puedo ver a mamá dándole al peluche un trozo de carne cruda, como si en verdad fuera a comerlo. Ruedo los ojos y camino hacia una de las alacenas, tomo lo primero que puedo encontrar con el tacto y al mirar lo que pude hallar no puedo evitar fruncir las cejas.
Las galletas de avena nunca me han parecido un buen desayuno, al menos no sin acompañarlas con alguna otra cosa, pero si pienso en que están cerca de su fecha de caducidad y que seguramente el refrigerador está vacío entonces opto por no ser tan exigente.
Las personas en Auradon deben tener comida que no está cerca de llegar a su fecha de caducidad además de montones y montones de comida guardada en alacenas, refrigeradores, gabinetes, etcétera. No me imagino cómo sería vivir ahí, rodeado de personas buenas, amables y cálidas, quienes seguramente demuestran afecto y colocan las manos sobre los hombros de las personas que necesitan un poco de aliento para seguir adelante.
Además… perros, Auradon debe tener cientos de miles de perros vagando por ahí. Deberían saber que en cualquier momento todos ellos se pondrán en su contra y no dudarán en desgarrarles la garganta con sus afilados colmillos y garras que matarían a quien fuera con un simple movimiento.
Horrible, sencillamente horrible.
—Espero que hayas hecho los encargos que te pedí, Carlos —dice ella, apenas levantando un poco la mirada para cerciorarse de que estoy aquí.
—Todos están hechos, mamá —se pone tensa en ese mismo instante y mueve su mano libre para buscar algo entre los bolsillos de su peludo abrigo. «Al diablo el buen humor», internalizo mientras le doy una mordida a una de las galletas.
—Es bueno que lo menciones, porque tengo algunos más para ti —su acerca de la nada y su mano se estira tan de repente que casi puedo sentir una bofetada sobre mi rostro. No sería la primera vez, y tampoco será la última.
Abro el ojo izquierdo antes de medio suspirar de alivio y poner mi guardia baja al ver un trozo de papel estirándose al final de su mano, la cual mueve con insistencia para que lo tome en ese mismo instante.
Al desdoblarlo puedo ver el montón de cosas que tengo que hacer al volver a casa, lo que va desde fregar los pisos (lo que hice ayer), lavar la ropa (que también hice ayer) y todos los quehaceres domésticos que seguramente las madres y alguno que otro padre de Auradon se dedica a hacer mientras sus hijos están en la escuela o haciendo cualquier otra cosa que los buenos hacen.
Y todo culmina en eso, la peor tarea del mundo: masaje de pies y pedicura, y eso casi parece estar remarcado en gruesas letras negras, escritas por la mano de una maniática de la costura, despellejar animales y volverlos supuestamente en el último grito de la moda.
—Pero hice la mayor parte de todo esto ayer, madre —digo, doblando el papel y deslizándolo en uno de los bolsillos traseros de mi pantalón corto. Termino con la galleta y antes de que pueda tomar la siguiente su mano las hace caer sin piedad al sucio suelo.
«Maldita sea».
—No seas insolente conmigo, Carlos, soy tu madre y debes hacer lo que te ordene —su mirada se encuentra con la mía y me mira de una manera tan fija que bien podría ser una buena competencia para la mirada verde de madame Maléfica.
—Pero ma-…
Y ahí está, la bofetada que tanto estaba esperando finalmente decide hacer su aparición estelar, enviando una punzada de dolor por toda mi mejilla derecha y al mismo tiempo que puedo sentir algunas de las vértebras de mi cuello chasquear por la fuerza casi sobrehumana que posee en las manos.
Me atrevo a mirarla de nuevo a los ojos y su mirada, fija en mí con mayor intensidad, me hace retroceder un par de pasos. No sé por qué tengo la extraña sensación de que de esta misma manera deben sentirse las bestias caninas que tiene en el sótano antes de que blanda un cuchillo sobre ellos y tome su pelaje.
—Mamá… —digo, quedándome sin aliento y deseando no haber puesto un pie fuera de la cama.
—Escúchame bien, Carlos —tensa la mandíbula y casi parece que se romperá lo dientes por hacerlo. Avanza un par de pasos, los mismos que retrocedo—, no estoy de humor para lidiar con tus juegos estúpidos hoy, así que quiero que todo lo que te acabo de dar esté hecho para el final del día. ¿Entendido?
Rompo nuestro contacto visual y la pared contra la que acabo de chocar me parece la decoración más asombrosa de todo el universo, con la pintura a punto de caerse por completo y la gruesa capa de polvo que la recubre, junto con los cadáveres de algunas arañas que ella ha aplastado.
Cierro los ojos con fuerza mientras tomo una profunda respiración, tratando de creer que soy valiente y que el impulso que tengo por soltarme a llorar (uno de los tantos signos de debilidad) es simplemente una sensación de comezón dentro de la nariz y que se irá si simplemente no me concentro en ello.
Este momento es otro en el que me gustaría tener otro estilo de vida, quizá no en el extraño mundo que es Auradon, pero sí uno donde al menos mi madre no está desquiciada y me trate de un modo más humano que a ese peluche.
—No —espeto con voz temblorosa mientras abro los ojos y vuelvo a establecer contacto visual.
Y otra vez ocurre que mi intento de establecer algunos límites así como tratar de ser valiente es en vano cuando una segunda bofetada ahora tiñe de carmesí el otro costado de mi rostro. Trazo un círculo con la mandíbula para cerciorarme que no hay alguna fractura y mis ojos se humedecen un poco, parpadeo una gran cantidad de veces para retenerlas.
—¿Por qué haces esto, mamá? —me aclaro la garganta para tratar de eliminar el temblor en mi voz, su mano me toma por la nuca y su frente choca con la mía con un sonido tan profundo que temo que vaya a desmayarme.
—Porque puedo.
Su mano suelta su firme agarre apenas un poco, lo suficiente para que pueda apartar su brazo y salir corriendo, agachándome para tomar mi paquete de galletas casi rancias. Apresuro el paso cuando escucho sus tacones corriendo detrás de mí junto con profundos gruñidos, tomo la pequeña mochila que cuelga detrás de la puerta principal y la abro con un movimiento veloz, salto los escalones necesarios para llegar a la calle y comienzo a correr.
—¡Carlos! —giro la cabeza para cerciorarme de su rostro de extrema furia, me permito una pequeña sonrisa mientras me detengo para mirar mi obra maestra matutina—. ¡Vuelve aquí, pequeño pedazo de…!
Doy la vuelta junto a una casa y afortunadamente no termino de escuchar su pequeño insulto. Dudo mucho que muchas madres les dediquen esa clase de palabras a sus hijos antes de comenzar el día, otra desventaja a la larga lista de desventajas de una madre especial.
Coloco la mochila sobre mis hombros y comienzo a caminar con la cabeza baja, sintiendo todavía un poco de dolor en las mejillas, pero no se compara al dolor que me comprime el pecho. ¿Qué he hecho para que mamá me trate de esa manera? No he sido más que, metafóricamente hablando, un cachorro a merced de ser sometido a golpes si decido no acatar alguna de sus órdenes desde que tengo uso de razón.
Tomo otra galleta, una más a punto de terminar, cuando otro montón de ideas aparece en mi cabeza. Comienzo a cansarme de esta clase de vida, tengo que tener en mente que cualquier cosa que haga tanto en casa como fuera de ella nunca será suficiente para que pueda lograr un cambio tan importante en mi vida.
Necesito un cambio de perspectivas, conocer nuevos horizontes. Ahora Auradon no parece un sitio tan horrendo, pero sigue sin ser mi mayor ideal.
Antes de que pueda tomar la última galleta alguien arrebata el paquete de mis manos, antes de que pueda protestar una mano se coloca en mi cabeza y me impide tanto seguir avanzando como poder mirar a quien acaba de quitarme lo poco que pude tomar para el desayuno.
—¡Oye! ¡Eso es…! —dejo de hablar cuando noto ese atuendo de cuero que he visto desde el principio de los tiempos. Ruedo los ojos y lo escucho mientras devora la última galleta con un sólo mordisco.
—Hola tú —levanto la cabeza en el momento justo en el que Jay decide quitar su mano de mi cabeza, me dedica una sonrisa torcida mientras cruza los brazos.
Trato de no fijarme en los músculos de sus brazos y sigo caminando con los hombros encogidos, pero eso no evita que decida seguirme, o más bien que camine conmigo, supuestamente es el momento en el que debe caminar conmigo para llegar a la escuela, donde seguramente Mal e Evie están planeando alguna nueva clase de maldad, o decidieron no asistir también.
—Una mala mañana, ¿eh?
—Y apenas está comenzando —me encojo más de hombros y sigo caminando con la mirada en el suelo.
Justo ahora es cuando desearía tener un sitio en dónde poder quedarme para pasar la noche, con el estado de ánimo con el que dejé a mamá no puedo volver, e incluso si consigo terminar su lista de encargos no será suficiente para aligerar su estado de ánimo; encontrará una razón para golpearme, siempre lo hace…
—Sabes, no es algo tan malo —dice, colocando un brazo sobre mis hombros, giro la cabeza un poco a la derecha para que pueda ver su sonrisa de excesiva confianza—, puedes decir que tus mejillas están de ese color por el frío.
Lo empujo de un modo amistoso y recupero algo del buen humor con el que desperté, pero me abruma un poco el hecho de que esa rara y nueva sensación que se desencadena cuando estoy cerca de Jay ahora se vuelve un poco más intensa.
Mientras seguimos caminando me recuerdo mil veces que no es correcto que me sienta de esta manera, no en el aspecto de tener sensaciones raras por un chico, casi todo el mundo aquí establece ese tipo de relaciones (las de una noche) con cualquier cosa que se mueva, incluso él. Pero lo que rememoro mil veces es que es imposible que pueda tener… ¡ugh! Eso, sentimientos.
Sí, lo he dicho y lo admito, mentalmente así como lo hago en silencio claro está, eso para evitar ser incinerado frente a la casa de Madame Maléfica mientras se sienta a disfrutar del espectáculo. Incluso cuando su proclamación como reina de la Isla de los Perdidos fue autorrealizada no veo que haya o que vaya a haber alguien que se oponga a ello, no si quiere enfrentarse a toda la furia de un hada malvada sin poderes mágicos.
A mi cabeza también viene la imagen de mi madre si algo así llegara a pasar, quien seguramente sufriría porque no tendrá otro niño a quien atormentar, pero estoy seguro que encontrará la manera de suplirme.
—¡Cuidado! —dice Jay, tomándome del hombro derecho y jalándome con tal fuerza que caigo al suelo. Creo que habría sigo mejor si me golpeaba contra el muro que tenía enfrente, como iba a suceder si no intervenía.
—Podrías ser más cuidadoso la próxima vez —me levanto y sacudo el polvo que acaba de adherirse a mi ropa. Una carga más a la lavandería que tengo que realizar al volver a casa.
—¿Acabas de pedirme que sea cuidadoso? ¿En serio? —arquea la ceja derecha y vuelve a cruzar los brazos, aparto la vista.
—Como sea.
Me aferro a las correas de la mochila y comienzo a caminar, con Jay pisándome los talones. Mientras caminamos escucho la cremallera de la mochila abriéndose mientras también escucho a las personas de los estantes cercanos a nosotros preguntándose dónde está el anillo que acaban de colocar ahí, o la peineta con diamantes que estaba en exhibición, o el antiguo libro de encantamientos que estaban a punto de vender.
La pregunta que se lleva el oro es la que surge cuando él decide tomar lámparas, lo cual no tiene sentido ya que no hay magia en este lugar, así que sigo pensando que la búsqueda de Jafar es en vano.
La mochila comienza a volverse cada vez más pesada, detesto ser el ayudante en sus saqueos, pero tampoco es como si estuviera dispuesto a enseñarme a robar. Se lo he pedido un par de veces y todas ellas resultan en él riéndose en mi cara.
No puedo negar que el sonido de su risa me agrada…
Me muerdo la mejilla izquierda y sigo caminando con un paso apresurado, ahora la escuela en verdad parece un sitio al que me gustaría llegar.
—¡Oye, espera! —doy la vuelta en un callejón que afortunadamente está vacío.
Me coloco cerca del muro y estiro el pie derecho, conteniendo la respiración, por suerte mi plan se convierte en una realidad y Jay tropieza, cayendo al suelo y rodando de cierta manera hasta que choca contra un par de bolsas de basura, lanzando al aire montones de pequeñas plumas grises y derribando algunos contenedores un poco más pequeños.
—Ahora estamos a mano.
Gruñe mientras se pone de pie, como si fuera alguna especie de monstruo que vive entre la basura y acaba de ser despertado de una siesta de mil años, al completo estilo de Aurora. Sonrío con algo de orgullo ante mi acto y camino los pasos necesarios para acercarme, estiro la mano y la mira con el ceño fruncido, para después mirarme a mí.
¿Qué sucede hoy?
—Ah, cierto —retraigo la mano y vuelvo a ajustar la mochila en mi espalda, odiando el hecho de que podría ser su compañero en el robo pero decide quedarse con toda la diversión.
—Como sea.
Mientras escupe algunas de las plumas que se metieron en su boca al hablar, y las que se pegan a su ropa, tengo en mente que la sonrisa que tengo en este momento ha dejado de ser por mi pequeño acto vandálico. Estoy sonriendo por verlo mientras quita algunas plumas de sus largos mechones de cabello, cosa que me gustaría hacer en su lugar… ¡¿qué demonios está pasando conmigo?!
—Tengo planeado no asistir de todas maneras, ¿vienes conmigo? —pregunta mientras sale de ahí como el nuevo rey de la basura; el rey de los ladrones; irónica comparación si me detengo a pensarlo.
—No… no lo sé… —me muevo en mi mismo lugar, un tanto incómodo por la situación que trato de mantener a flote, si es que hay algo que mantener a flote. El silencio que hay entre nosotros ahora parece ignorar por completo que hay personas caminando a menos de un metro de nosotros.
Incluso cuando la escuela resulta un sitio aburrido me gusta ser curioso en algunos de los libros que Auradon arroja a la basura, libros que ya no están actualizados y con los que, quiero suponer, quieren mantener algún nivel educativo en las mejores personas que podrían pisar esta tierra.
Larga vida al mal, ¿no?
—Conozco un sitio donde podríamos pasar el día.
Se acerca tanto que puedo sentir el calor que emana de su cuerpo junto con algún tipo de aroma que me resulta dulce, repugnante, al mismo tiempo que quiero mantenerme cerca el tiempo que sea necesario hasta que no pueda soportarlo más. Retrocedo un poco hasta que la mochila y le muro me lo impiden.
—Supongo que eso está bien, o lo que sea —su sonrisa se ensancha y por un segundo me olvido de todo al ver que sonríe tanto que incluso llega hasta sus ojos.
¿Eso es normal? Aunque si considero la clase de cosas que han surgido en mi cabeza no tengo derecho de hablar sobre normalidades.
Se aparta y comienza a caminar por el lado vacío del callejón, permitiéndome respirar un poco en calma. «Contrólate, Carlos, es sólo otro día de faltar a la escuela y buscar maneras de atormentar al mundo con Jay, lo has hecho montones de veces antes».
Pero antes no tenía esta sensación.
—¿Vienes? —pregunta sobre su hombro.
Recobro la compostura y comienzo a caminar, contemplando el movimiento de su cuerpo con cada paso, cómo su cabello se mueve en todas direcciones, cómo las personas que aparecen en las intersecciones de los otros callejones retroceden al verlo pasar, incluso la barrera parece aumentar su nivel de maldad.
No vuelvo a comer galletas rancias.
Después de cerca de media hora caminando puedo ver que nos acercamos al bosque, ese sitio donde los troncos de los árboles son blancos y nunca tienen hojas, el césped es amarillo y sólo se escucha el lamento de las personas que fueron traídas aquí para ser cruelmente asesinadas. No es algo que resulte llamativo, sucede todo el tiempo, de hecho si dejara de suceder se volvería algo sospechoso.
—¿Tenemos que seguir caminando? —me quejo, la primera vez que abro la boca desde el callejón. Me gusta caminar, pero no en un camino ascendente y lleno de madrigueras mientras lo único que veo si levanto la mirada es su ancha espalda.
—Sí, y si sigues quejándote tardaremos más.
—Es la primera vez que me quejo.
—Y espero que sea la última.
—Cierra la boca, eres un pésimo ladrón de todas maneras —gruño y doy un pequeño salto para esquivar otra madriguera.
—Y tú eres un quejumbroso que nunca ha hecho nada malo, además de que le temes a los perros, así que cierra la boca.
—¡He hecho cosas malas! —exclamo, aunque podría darle la razón en eso, cosa que no haré.
—Destruir cosas que ya estaban destruidas no cuenta como algo malo.
Supongo que nunca me dejará olvidar el hecho de que decidí arrojar rocas contra las ventanas de una casa que ya estaba por demás vacía, y que fue demolida poco después de que él apareciera para decirme que no tenía sentido.
—Te hice caer, eso cuenta.
—Púdrete —levanta el dedo medio de su mano derecha y sigue caminando, ahora dando pisotones. Victoria para el chico de blanco, negro y rojo.
No es la primera vez que nos hablamos de esa manera, todo el tiempo nos dedicamos palabras y acciones con el mismo nivel de agresividad, lo cual es gracioso ya que Evie piensa que siempre estamos molestos el uno con el otro. No es como si hubiera otra manera de tratarnos, aquí ser malo es bueno, y no es como si quisiera que algo de eso cambiara.
Incluso si lo que sea que arroja esas sensaciones raras en mí hoy no quiera mantenerse inactivo.
—Estoy exhausto, además de que estoy cargando lo que sea que decidiste robar hoy —lo escucho gruñir desde lo más profundo de su garganta—, no quiero seguir caminando.
—La escuela comienza en quince minutos así que tienes estas opciones: puedes dar la vuelta y regresar, quejándote todo lo que quieras en el camino, o también puedes seguir caminando y dejar de hacer ruido. Tú escoge —suspira y gira sobre los talones, notando por primera vez que no estoy tan cerca como supuse que podría estar con todo esto dentro de mi cabeza—. En lo personal me gusta la primera opción, pero si todo dependiera de mí escogería la segunda.
Me muerdo el labio inferior ligeramente y me acerco un poco más, mirando de un lado al otro pensando en las opciones que me acaba de dar al mismo tiempo que me quito la mochila de los hombros.
Prefiero mil y un veces estar en cualquier lugar mientras esté lejos de mamá, pero también hice algo así como una especie de voto personal en el que buscaría una manera de salir de este endemoniado lugar. Pero es nuestro hogar, tacharé eso.
—No te desharás de mí tan fácilmente —arrojo la mochila contra su pecho, haciéndolo retroceder un poco, y comienzo a correr por el camino ascendente mientras doy saltos para evitar las madrigueras.
Lo escucho susurrar un par de insultos en mi dirección pero también escucho que decide seguirme, y aunque no estoy seguro hacia dónde voy, o si va a cortar mi garganta con un cuchillo cuando lleguemos a donde sea que vamos, el simple hecho de sentir el viento cálido de la mañana contra mi rostro y escuchar sus botas mientras viene detrás de mí me hace seguir moviéndome hacia adelante.
La briza golpeando mi rostro es una sensación que es altamente relajante, no hay un punto de comparación a este momento con los que pude haber tenido anteriormente de relajación. Me siento libre y sin preocupaciones ahora.
Cuando llego a una parte alta de la colina puedo ver que un poco más adelante hay una vieja estructura, algo que supongo que antes se usaba para mantener vigilado lo que sea que hay en la parte donde los troncos blancos abundan en mayor cantidad y nadie se atreve a entrar, antes cuando había alguien a quien medio le importaba la seguridad de otros. Isla de los Perdidos, no debo olvidarlo.
—¡Demasiado lento! —grita mientras pasa a mi lado, golpeando mi hombro.
Vuelvo a retomar el impulso de seguir corriendo, mirándolo mientras su largo cabello se mueve en todas direcciones y me veo obligando a ordenarle a mis piernas alcanzarlo a toda costa.
Casi puedo sentir que tengo algo como control mental cuando se tropieza con una raíz levantada, quería que se detuviera de alguna manera, y no puedo evitar burlarme de él mientras escupe algo de tierra mientras se levanta, momento en el que vuelvo a seguir corriendo. Este raro día está empezando a mejorar, y no hay nada que desee más que dejar de tener estas raras sensaciones.
No puedo recordar el momento exacto en el que comencé a tenerlas, pero sí cuando se comenzaron a volver más intensas y constantes. Eso fue hace cerca de cuatro meses, cuando nos aventuramos en una de las cavernas más oscuras de toda la isla, casi a medianoche y sin algún tipo de luz, una roca cayó de la nada y una bandada de murciélagos decidió emprender vuelo, momento en el que casi salí corriendo hasta que sus brazos me atrajeron a su cuerpo y susurró en mi oído que no había nada de qué temer, que él estaría ahí para evitar que esas cosas drenaran mi sangre.
Creo que estoy exagerando un poco las cosas al darles esa interpretación, pero estoy ciento un veces completamente seguro de que eso en verdad sucedió, y eso fue lo que comenzó todo.
—¿M-me trajiste aquí para ver una t-torreta de vigilancia a punto de caerse? —gruñe y se coloca a mi lado, abre la mochila y saca dos contenedores con agua fresca dentro, la bebo en casi tres grandes sorbos.
—No la torreta, hay montones como estas por todo el lugar —me dedico en mirar la estructura mientras frunzo el ceño, gran gasto de energía para nada—, quería mostrarte esto.
Coloca dos dedos en mi barbilla y me hace girar la cabeza hasta que doy media vuelta, observando lo que está a mi espalda.
Levanto la vista para contemplar el panorama… y es… es increíble. Los arboles crean un semicírculo, con todos los vecindarios en la parte de abajo, lo que permite ver ampliamente todo Auradon, esto si la barrera no estuviera ahí. Resulta hasta cierto punto gracioso ver cómo los vecindarios oscuros tratan de hacerle frente a los altos y brillantes castillos y casas del reino, resaltando más que somos esa parte de la personalidad y del mundo que nadie quiere tener cerca. Somos geniales.
Me alegra vivir un poco alejado de todo ese caos y personas buenas.
El sol está en un punto elevado al oeste, pero no es tan brillante como debería, casi parece tan cansado como las personas que tenemos que levantarnos para ir a la escuela, o quienes trabajan, o quienes tienen a madres lunáticas que de todos modos habrían encontrado una forma cruel de despertar a sus hijos después de pasar horas haciendo deberes. Dejo salir el aire en mi pecho por semejante espectáculo, es grandioso y todo lo que esté por delante.
—¿Y? ¿Qué opinas? —se para junto a mí, muy cerca de mí, supongo que su hombro estaría tocando el mío si fuéramos de la misma altura.
—Es increíble —me sorprende toda esa maravilla casi natural, y no debería estar haciéndolo.
—Sí que lo es, pero creo que hay una palabra para describir lo increíble que es lo que estoy mirando —lo escucho tragar con fuerza.
—¿Qué…?
Giro la cabeza y la punta de su nariz se encuentra con la mía, tuvo que agachar la cabeza para que eso suceda sus ojos marrones están vidriosos y sus mejillas están un tanto sonrojadas. Me congelo en el acto por tenerlo tan cerca. Le sonrío y giro completamente la cabeza para mirar qué hay detrás de mí, sólo un montón de árboles y la torreta.
—Estaba mirándote a ti —su mano cálida y áspera toma mi mejilla para hacerme volver a mirarlo, su frente presionándose con la mía—. Debo preguntar, ¿esa peca ya estaba en el puente de tu nariz antes? —no esperaba que lo notara, y no sé cómo actuar al respecto.
—Creo que apareció anoche mientras dormía.
Ni en mis mejores sueños me imaginé el tener dos espectáculos naturales tan cerca el mismo día: la isla envuelta por el bosque agonizante y la barrera además de Auradon, ambos forman una cohabitación casi enteramente funcional. Tampoco me imaginé que tendría los ojos marrones de mi mejor amigo a escasos centímetros de los míos.
Aparto la nariz y vuelvo a mirar al horizonte, lo escucho reír y sigue parado junto a mí.
¿Será acaso que Jay tiene sensaciones por de mí? Me parece algo imposible, digo, él es increíblemente popular entre las chicas, incluso he escuchado a algunos de los chicos decir que es muy guapo, musculoso y que parece moverse bien en el aspecto de acción nocturna. Muchos no han podido ver lo atento, raramente afectivo, gracioso, arrogante, malvado y cruel además de la gran persona que puede llegar a ser si se le conoce a fondo.
Sin embargo esto no es algo que se tenga que discutir en este momento, no cuando las sensaciones se están haciendo presentes, están quitándome el aliento y lo único que quiero hacer ahora es volver a esa cueva y no salir hasta que todo esto haya desaparecido de una buena vez y para siempre.
—¿Jay? —no sé si deba preguntárselo, pero algo en mí quiere saber que tengo exclusividad. Pero es Jay, maldita sea, cuando deja de coquetear con una chica hay otras cuatro en su lista de espera.
—Te escucho, Carlos —me muerdo el interior de las mejillas con un poco más de fuerza de la necesaria.
—¿Cuántas chicas has traído aquí?
Preguntarle sobre lo que siente por mí me parece algo muy fuera de lugar ahora, ahora y siempre estando en un sitio como la Isla, pero por dentro muero por saberlo, muero por siquiera saber si siente algo más que una simple sensación de increíble amistad por mí, cosa que es más que un hecho si tengo en mente que hemos sido amigos casi desde el día que comenzamos a caminar, aunque él es dos años mayor que yo. Sin embargo esa pregunta que acabo de formular es mucho peor de lo que podría pensar, y no pensé antes de hacerla, pero quiero saber el número que represento en su lista de… ¿citas? ¿Conquistas? ¿Cosas de una noche? Lo que sea que sea que soy para él.
—Ven aquí.
Entrelaza su mano derecha con mi izquierda y me hace caminar. Casi puedo sentir que estoy flotando, y él debe sentir que mi mano está temblando por el hecho de que la tiene entrelazada con la mía. Bajamos un poco por la ladera de la colina, demasiado empinada para mi gusto, camina frente a mí con pasos firmes y haciendo fuerza en su mano para que no caiga y muera si ruedo hasta el final.
¿Por qué diantres estoy pensando de esta manera?
Las galletas rancias, definitivamente es culpa de esas cosas.
En la parte más baja de la ladera hay un terreno plano, rodeado de árboles sin follaje y césped amarillo, que tiene un intento de cerca para mantener a lo que sea que vive ahí dentro lejos del resto de las personas. Todo eso le da un tipo de ambiente siniestro a la situación, y no dejo de negar que el conjunto sea bastante llamativo a la vista.
Jay se desploma en el suelo y junta las piernas lo más que puede contra su pecho, me mira por un momento, sonríe con el mismo deje de arrogancia y da unos golpecitos en el espacio junto a él. Me desplomo sin pensarlo dos veces, demasiado cerca de él; estúpidas galletas rancias.
—Jamás he traído a alguna chica aquí, llegué aquí en una de mis exploraciones —se queda en silencio un momento, giro la cabeza apenas lo necesario para que aparezca en mi campo visual—. Quería que la primera persona que viera este lugar conmigo fueras tú.
Giro la cabeza por completo, el momento en el que puedo notar que dirigía esas palabras hacia mí. Lo miro directo a los ojos y sé que no me está diciendo una mentira, de hacerlo no me habría mirado, porque incluso al ser como es no es muy bueno para sostener una mentira. Ambos sonreímos y no puedo evitar mirar a otro lado, sintiendo que algo cálido se apodera de mis mejillas. «No, no y mil veces no».
Una gran parvada de aves blancas van de aquí para allá en grupo, como si algo los siguiera, sin apartarse unos de otros demasiado, sólo lo suficiente para poder moverse.
Vuelvo a concentrarme al frente cuando lo único que escucho es el viento chocando contra los árboles desnudos y su respiración. Auradon debe tener alguna especie de festividad o algo, veo enormes estandartes moviéndose de un lado a otro, y al final fuegos artificiales. En algún sitio escuché que el hijo de la reina Bella y el rey Bestia iba a ser proclamado rey, pero no creí que fuera tan pronto, eso si es que todo el alboroto es debido a eso.
Y otra vez vuelvo a pensar en lo raro que sería vivir en un sitio como Auradon, lleno de festividades por cualquier cosa, ¡incluso la caída de alguien podría ser mérito para una gran fiesta porque se levantó para seguir adelante! Me parece estúpido pero al mismo tiempo me gustaría que algo así se realizara aquí.
Entre tantos pensamientos muevo la cabeza hacia la derecha, cayendo sobre su hombro y dejando salir algo que llaman un suspiro, algo que no entiendo de dónde proviene, si es que trato de encontrarle algo de racionalidad, pero es el hecho de que justo ahora me siento demasiado tranquilo lo que me hace soltarlo.
Cierro los ojos un momento y puedo sentir cómo él comienza a colocar su cabeza sobre la mía, me aparto de inmediato de lo que sea que ahora acaba de invadir mi pecho y miro en otra dirección para que no me vea sonrojarme.
—L-lo siento… no quise h-hacerlo… —mis tartamudeos no me ayudan en lo más mínimo. «Amigo, eres un villano, no puedes disculparte».
—Puedes hacerlo de nuevo, no me molesta en absoluto.
Lo miro fijamente mientras vuelve a mirar al frente. Miro desde su cabello hasta su rostro, la arrogante sonrisa siempre presente que mantiene en sus labios, la línea de su mandíbula, su cuello, su pecho, hombros y brazos, todo eso hasta que finalmente llego a sus botas, y de nuevo miro a Auradon.
Quizá, sólo quizá, estas sensaciones no serían mal recibidas ahí.
—Dame la mochila —casi me había olvidado que estaba sobre mis hombros, me la quito y se la entrego—. Revisemos las ganancias de hoy.
Miro las puntas de mis botas mientras comienza a nombrar las cosas que pudo tomar y las ordena en un esquema casi compulsivo, el cual conozco casi como las palmas de mis manos: cosas brillantes, joyería y correas hechas de cuero en la parte superior, que regularmente conserva para él; unas cuantas baratijas que algunas personas consideran valiosas en el lado derecho, las cuales obsequia de vez en cuando a Evie; algunos libros y pergaminos que parecen prometedores en el lado izquierdo, seguro son para Mal; cosas para la tienda de Jafar (las lámparas van ahí) en la parte inferior, la sección que siempre tiene más objetos.
La última vez que hubo algo para mí mientras revisaba su botín lo colocó en la parte inferior. Ésta vez no hay nada, y fue hace tanto tiempo que no recuerdo lo que me dio.
—No recuerdo haber robado esto —dice, husmeando en lo más profundo de la mochila, giro la cabeza para verlo sacar un gorro rojo de la parte más interna.
Le echo un vistazo y el recuerdo de haber hecho esa cosa como una ofrenda de paz (ya que Jay se había molestado conmigo, otra vez, por haberle pedido que me enseñara a robar) aparece en mi memoria. Creo que esa fue la primera vez en la que realmente me sentí mal por haberlo hecho enfadar, lo suficiente para usar una de las máquinas para coser de mamá para hacerlo.
—¿Se ve bien? —pregunta, usando un nuevo ronroneo en su voz, uno que ni siquiera había usado con alguien de la Isla.
—S-supongo que sí, es tuyo de todas maneras —arquea la ceja derecha un poco y acomoda su cabello detrás de sus orejas—. Lo hice mientras observaba a mamá tejiendo e iba a dártelo, no uso esas cosas de todos modos.
—¿Tejiste un gorro para mí? —trata de contener su risa con cada palabra, me encojo de hombros y es como si una nube oscura se colocara encima de mí—. ¿Hay algo más que quieras compartir conmigo? ¿Cocina, bordado, lecciones de belleza? ¿Algo de ese tipo de cosas?
Sus sonoras carcajadas me hacen sentir tan vencido por mis propios intentos de alejarme de todo esto que opto por hacer eso que me sale tan bien, encontrar una salida. Me levanto y comienzo a caminar, cruzo los brazos y ahora parece que un frío infernal acaba de azotar la isla cuando no estamos ni cerca de medio día. Esto es simplemente demasiado.
—Si te pierdes ahí dentro no esperes que vaya a buscarte —dice, liberando algo una exhalación de alivio. Yo haría lo mismo si tuviera que lidiar con un chico de catorce años que no tiene el amplio historial de villanías que él, o las chicas.
A veces me siento excluido de mi propio grupo de amigos, si considero que Mal y Jay han sido amigos desde siempre, además de que Evie me ve más como algo que debe ser rescatado todo el tiempo a una persona. Es molesto el hecho de que quiero cosas que por naturaleza no podemos dar, ser malos es parte de nuestra vida desde siempre.
—Esto no es sobre ti, Jay.
—Claro que sí —asegura, eso me hace querer hundirme en el suelo—, por eso estás huyendo de mí.
—Para que conste no estoy huyendo de ti —me detengo al fin y giro sobre los talones, me encojo de hombros cuando noto que la larga distancia que creí haber tomado de él fueron cerca de quince pasos—. Estoy huyendo de mí.
—Como sea te sugiero que vuelvas aquí, si es que quieres seguir vivo.
Ruedo los ojos, pero como estoy en el bosque tiene razón. Me encojo más de hombros y arrastro los pies hasta quedarme de pie a su lado, se levanta de un salto y me abraza del modo que he querido que alguien me abrace desde hace mucho tiempo, de un modo inesperado pero a la vez sentir que necesitaba esa cercanía de alguien. Los villanos tenemos necesidades de cualquier manera.
Mis brazos tiemblan mientras yacen como cosas sin vida a mis costados, no sé si debo quedarme inmóvil o seguir luchando contra los impulsos que me ordenan juntarlo a mi cuerpo y no dejarlo ir jamás. Me quedo con la primera opción.
Toma una profunda respiración (porque me niego a pensar que eso pueda traducirse de alguna otra manera) y me suelta, pero algo dentro de mí me hace moverme ligeramente hacia adelante por no querer perderlo.
—Hay algo de lo que quiero hablar contigo.
—Entonces habla.
Regresamos al sitio donde está su botín, debajo de la poca sombra que provee la torreta, mientras cientos de ideas y palabras aparecen en mi cabeza, las palabras contra las que se supone debemos apartar y nunca sentir al buscar ser todo lo opuesto a lo que es una persona buena, un héroe, una persona de Auradon.
—Jay… soy débil, me estoy volviendo en alguien débil —sentado a su lado tengo la sensación de estar un poco mareado por todo esto en mi cabeza, o quizá sea por el desayuno rancio—, y ya que sinceramente no encuentro una manera de hacer que desaparezca espero que no te rías en mi cara.
Su mano se desliza por mi cuello y hasta una de mis mejillas, me hace girar la cabeza hacia la derecha y creo que es la primera vez en la que me trata de una manera un tanto humana, del mismo modo en el que se acerca a una chica para conseguir algo. Sonríe y esa sensación cálida en mis mejillas se hace mucho más presente al tener sus ojos mirándome directamente.
—Tengo… tengo sensaciones… no, no es eso, tengo sentimientos… —trato de recuperar un poco la razón al mismo tiempo que puedo sentir que su mirada está tratando de descifrar lo que está en mi cabeza—, tengo sentimientos por ti…
Sus ojos se agrandan un poco cuando termino de hablar, la sonrisa se ensancha un poco más y es cuando aparto la mirada, las carcajadas están por comenzar. Junto las piernas lo más que puedo contra mi pecho y pongo la frente sobre mis rodillas, pensando en que no soy lo bastante veloz como para subir hasta la parte más alta de la torreta, ni tampoco lo suficiente para salir corriendo de nuevo al callejón y ocultarme debajo de las bolsas de plumas.
¿Por qué tuve que admitirlo?
Quizá sea debido a que ahora no siento que algo me comprime el pecho, e incluso parece que mis ideas se han aclarado un poco. Creo que es una sensación similar a cuando se admite un gran secreto. Éste era mi gran secreto, y ahora que lo sabe no creo que pueda escuchar el final de sus burlas.
¿Por qué tuve que admitirlo?
Se acerca a mí, su cuerpo está completamente junto al mío, coloca su brazo sobre mis hombros y me toma por la mejilla izquierda, mueve la mano un poco y otra vez mi cabeza está sobre su hombro, y ahora su cabeza se coloca sobre la mía. Sus dedos comienzan a hacer suaves movimientos en mi nuca, el movimiento es sorpresivo pero no me aparto. Me gusta.
—Eso es estúpido —algo como una punzada de dolor oprime mi pecho—, pero es todo un alivio porque también tengo sentimientos por ti, y si eso significa que soy débil entonces enfrentaré a quien sea necesario para poder mantenerlo así.
—¿Incluso si ese 'quien sea' es Madame Maléfica?
Se queda en silencio, es lo suficientemente inteligente para saber que no hay forma de que pueda salir vivo de un enfrentamiento como ese, y de no ser ella se tendría que enfrentar a Jafar, o a Cruella, a cualquier villano de esta isla. Además acaba de llamar estúpido a lo que admití, y estoy seguro de que la charla que lo siguió fue meramente para olvidarse del tema, y lo agradezco ya que no habría podido escapar en esta posición.
Jay no puede tener sentimientos, seguramente esto se trataría de otra de esas cortas relaciones en las que es un experto para conseguir algo, por más pequeño que sea lo que puede conseguir de mí. Jay no puede tener sentimientos, no puede sentir nada por mí, no puede…
—Incluso si tengo que enfrentarme a ella.
Levanto la cabeza mientras nuestras miradas se encuentran unos segundos y muevo la cabeza casi de inmediato, dejo de respirar.
¿Dudar? Por supuesto. ¿Quién no lo haría si estuviera en esta misma situación, con los mismos antecedentes, el mismo contexto y los pensamientos catastróficos que surgen en mi cabeza por pensar siquiera en estar tan cerca?
—No juegues así conmigo, es lo único que pido.
—Carlos, juro no estoy jugando contigo. También tengo sentimientos por ti, déjame demostrártelo.
Cierro los ojos con demasiada fuerza ya que otro cosquilleo de llanto amenaza con atacarme, esta vez no puedo hacerle frente porque no hay ese toque de valentía que debería de haber, como cuando lo quise intentar en casa. Jay de alguna manera está diciendo la verdad, pero no me atrevo a mirarlo para comprobarlo, así que no tengo más opción que recurrir a eso: resignación.
—Bien, quiz-… —giro la cabeza, y es lo más que puedo hacer.
Me besa.
Sus labios se colocan sobre los míos, despacio, como si supiera que está llevándose mi primer beso en este preciso instante. Sus labios haciendo esas ligeras presiones contra los míos producen que todo el universo se reduzca a él y yo, aquí y ahora; nosotros. Sus suaves y experimentados labios se mueven contra los míos, completamente inexpertos, y en este momento es lo que menos me interesa, o lo que menos le interesa, Jay está respondiendo a lo que mantenía como algo secreto y exclusivo para mí. ¿Desde cuándo habrá descubierto esta nueva faceta suya?
Ladeamos la cabeza hacia la derecha y levanto una mano para sujetar su mejilla, deseando ahora mismo no usar mi par favorito de guantes rojos, cierro los ojos lentamente cuando se impulsa un poco más hacia adelante, su nariz choca contra mi mejilla al igual que la mía contra la suya, y cuando suspira es cuando mis brazos ahora rodean su cabeza, sin apartarme un solo instante.
Mientras los labios de Jay siguen presionándose contra lo míos de un modo lento y cauteloso yo no sé cómo hacerlo. Se siente como una de esas experiencias que uno espera repetir una y otra y otra vez por toda una vida, en las que desearía participar a toda costa. Finalmente dejo salir el suspiro que apresaba en mi pecho.
—Y te atreviste a dudar de mí —abro los ojos y puedo decir que he visto todas las maravillas del mundo al ver un sonrojo en sus mejillas. Beso la punta de su nariz y eso lo hace soltar una pequeña risa.
—Cierra la boca y bésame de nuevo.
Sonríe con su toque de arrogancia y vuelve a presionar sus labios contra los míos, acunando mis mejillas y suspirando con mucha más libertad, eso me hace sentir mariposas en el estómago. Jamás me imaginé que podría pensar semejante cursilería. Sin embargo todo esto me gusta, y mucho: me gusta sentir cómo acaricia mis pómulos con sus pulgares, me gusta su nariz chocando contra mi mejilla, me gusta el movimiento de sus labios sobre los míos; me gusta que haya sentimientos, los míos sobre los suyos, los suyos sobre los míos… nuestros sentimientos. Podría quedarme aquí toda la vida.
—Te dije que seguirlos valdría la pena, E —dice Mal, haciendo que Jay gruña.
Abro los ojos y la veo acercarse, cruza los brazos cuando está a unos cuantos centímetros de distancia y frunce los labios en un ademán que solamente ella ha desarrollado durante años. Evie aparece detrás de ella, se coloca a su lado y ensancha una amplia sonrisa, mostrando cada uno de sus blancos dientes.
—Me debes diez billetes —Evie saca un espejo de los bolsillos de su capa, para hacerle creer que la ignora mientras se arregla el brillo labial.
—Las damas no apuestan, M.
—Déjame adivinar, ¿palabras de tu madre? —Evie le lanza un beso al espejo y lo guarda, después coloca ambas manos en su cintura.
—Las leyes de la decencia, deberías leerlas de vez en cuando.
—Espero que tengan una muy buena razón para estar aquí —digo, sonando molesto por primera vez con ellas antes de que sigan con su innecesaria discusión. Jay me da un codazo en las costillas y no puedo evitar reírme.
—El supuesto ladrón y el cobarde a los perros teniendo sentimientos en la sección más alejada de la Isla de los Perdidos. ¿Tienen alguna idea de lo que dirían todos si se enteraran? —Mal sonríe, Jay toma un puñado de tierra y lo arroja contra su ropa.
—Mal, déjalos en paz. Quizá lo que necesitas sea un novio, sentir algo como lo que ellos tienen ahora.
¿Lo que tienen ahora? Decido no pensar en eso y centrarme en el hecho de que la mano de Jay se mueve en mi espalda, trazando lentos círculos que me hacen suspirar más de una vez mientras las escucho discutir. Quiero que se alejen la mayor distancia posible de nosotros. Ahora.
—Agh, no gracias, preferiría perder mi tiempo en otra cosa, maltratando niños o en la escuela, cosa que tampoco sucederá.
En toda esa nueva discusión, en la cual Jay ahora forma parte, escucho que las chicas planean hacer algo en el vecindario mientras tenemos que matar el tiempo que debemos tener invertido en la escuela.
Él les entrega las partes correspondientes de su botín y guarda el resto en la mochila, ambos nos ponemos de pie mientras ellas son las primeras en avanzar, antes de que pueda dar un paso hacia adelante coloca una mano sobre mi hombro derecho y me hace girar para mirarlo directo a los ojos. Me muerdo el labio inferior un poco.
—Podría darte algo a ti, pero ya lo tienes.
—¿Sentimientos? —arquea una ceja.
—Yo, por supuesto, ¿querías algo más? —ruedo los ojos.
—Espero no conocer a alguien como tú en el futuro… nadie más…
Cierra los ojos y se mueve hacia adelante, doy la vuelta y comienzo a caminar, escucho el gruñido como si lo hubiese exhalado directamente contra mi oreja.
—Carlos, espera —dice, atrayendo mi atención de nuevo cuando gira sobre mis talones—. Te odio.
Casi pude jurar que lo decía en serio, por el tono grave en su voz y la seriedad de su postura, pero lo que le arrebata ese toque de credibilidad al momento es la pequeña sonrisa que le tensa los labios y el apenas distinguible guiño que realizó con el ojo derecho.
Retrocedo los pasos que acabo de subir y no dejo de mirarlo a los ojos por un segundo, ni siquiera cuando me coloco frente a él, o cuando me levanto sobre las puntas de los pies para al menos intentar estar a su altura. El único momento en el que rompo nuestro contacto visual es para cerrar los ojos e inclinarme para que sus labios vuelvan a colocarse sobre los míos.
—También te odio.
Escucho un bufido de parte de Mal mientras que estoy seguro que es Evie la que suelta pequeño chillidos de alegría, o de lo que sea que hace que produzca ese sonido tan agudo.
Todo esto es nuevo, todo en lo que llegué a creer que no debería existir en el universo ahora yace aquí, entre nosotros, es demasiado grande para que alguien de mi tamaño pueda soportarlo; es algo prohibido si lo coloco en las palabras que escucho decir a todos los habitantes de la Isla de los Perdidos.
Nunca creí que romper una de las reglas más importantes de los villanos podría llevarme a una situación tan increíble.
