Nada me pertenece, Excepto ideas. El resto, le pertenece a JK Rowling.


Hermione me miraba y yo, no podía evitar pensar que estábamos llegando, muy lejos. Que nuestras posibilidades de que surgiera algo "bueno" de todo esto, eran ínfimas. Estábamos en el lado equivocado del partido. Sentía helar mi sangre, a cada paso que ella estaba dando. A cada sonrisa que en sus labios, reposaba. Estaba sentado en su cama, apenas la miraba. Su vestido, suave como la seda, lo sentí entre mis dedos. Ella tomó mi mano y con ella, descubrió uno de sus hombros. Lo dejó caer ante mi.

Sentí un temor terrible, que fue opacado por su voz, en una caricia. Ella suspiró, ante mis ojos. Su cabello bailó una danza desconocida para mí y su nívea piel, me deslumbrabra. Sus manos, guiaron a las mías. Les enseñaron a tocarla. Nunca me apartó la vista, siempre me miraba directamente a los ojos. Siempre estaba atenta a mis movimientos.

Su cuerpo rozó con el mío, un par de veces. Insistía en besarme, insistía en tocarme, pero yo no estaba al tanto de las circunstancias. Yo tenía miedo de lo que representaban. Aún bajo sus caricias, bajo su voz y sus abrazos, me costaba dejarme llevar, ante sus emociones. Mi saco estaba entre abierto, lo más que había logrado. Yo seguía siendo tímido, con el amor.

- Ven conmigo. ¡Ven!- me dijo, de forma juguetona. No me moví y simplemente la miré.

- No creo que...- dije, pero mi voz se perdió en su insistencia. En sus deseos de que me levantara de aquella cama. Yo seguía resistiéndome a algo que desconocía.

- Entonces iré a ducharme y no te atrevas a salir de aquí.

Me pregunté si podría salir, luego de lo que estaba observando. Sonrió con mucha dulzura, mucha ternura, propia de ella. Apenas la miré, confundido. ¿Qué iba a hacer, ahora que estaba allí?

- Pero...No deberías..-balbucié, pero ella no me hizo caso. Ella se fue, se encerró en el baño y yo me quedé allí, como imbécil. ¿Qué demonios ocurría en mi cabeza, que estaba metido en su habitación? ¿Que estaba en su cama? ¿Que la estaba mirando, mientras ella jugaba con el placer de tenerme confundido?

Imbécil, solía comportarme así de vez en cuando, pero esta era la gota que derramaba el vaso de las equivocaciones. Pude continuar quejándome, de no haber sido por el ruido calmo del agua, una vez liberada. Imaginaba tantas cosas, que yo mismo me acobardaba. Era presa del deseo. Y creo que fue por ello, que no me atreví a moverme.

Cerré mis ojos, ante las imágenes que estaba reproduciendo en mi mente. Imaginaba sus labios húmedos, su cabello desordenado y su piel, brillosa por las gotas de agua que resbalarían por ella y huirían de ser secadas. Estaba comenzando a entender, que ya no era el que creía ser, alguna vez. Que ahora era, eso que ella había hecho de mí.

Un inepto. Un torpe enamorado.

La puerta de aquel baño, se abrió con lentitud. Lentitud propia de una novela romántica y tonta. Un dulce aroma, emergió de sus cuatro paredes y el vapor del agua caliente, me hizo sentir reconfortado. Para cuando abrí mis ojos, creí que mis sueños estaban fuera de mí y temía, decir muchas verdades y que se materializaran. Aunque al ver su sonrisa, entendí que no estaba solo soñando.

Lo estaba mirando.

Sus labios, estaban tan húmedos como habría deseado, mi otro yo. Su cabello humedo, caía de forma desordenada, pero elegante. Acariciaban sus labios, mientras ella trataba de apartarlos con su lengua. Estaba completamente diferente. Sonrojada y despedía un aroma, que me dio la bana idea, del por qué yo siempre tenía ese bendito aroma, pegado a mí. Era en su baño, donde ocurrían las maravillas.

Y sin embargo, me quedaba corto. Ella ya no traía nada puesto, solo una ligera toalla que por una razón, sostenía entre sus manos, pero no sobre ella. Estaba mirando, como ella no tenía miedo de mostrarse, tal cuál era. Como ella, estaba desnuda frente a mí.

Confieso que sentí, lujuria. mero sentimiento humano, ya que al fin y al cabo lo era. Se inclinó sobre mí, toda ella estaba húmeda. Mi camisa terminó por emparamarse, cuando mi saco fue la primera prenda que yo me quité. Bueno, que ella me quitó.

Me sonrió, mientras yo mantenía mis manos, fuera de su ser. No quería tocar algún lugar inapropiado, pero a ella no le importaba. Continuaba sonriendo y juntó mis manos, frente a ella. Cada uno de mis dedos, los besó con delicadeza. Cada centímetro de mi piel expuesta, acarició sus labios. No hice mayor cosa, que mirarla a los ojos.

Mis manos se perdieron en su piel. Las guió, a través de ella. Sentí la piel de su cuello, la piel de su pecho y de sus hombros. Una vez lo dijo. Adoraba mis manos y cómo hacían magia. Adoraba mis largos dedos. Adoraba la forma en se perdían entre sus rizos, que ahora estaban húmedos y luchaban por volver a nacer. Resultaba un espectáculo. Se resistían a ser planos, como la vida.

- Te amo- escuché y juré que estaba sumido en mi sueño otra vez. Inspiré y la contemplé, mientras mi mano descendía a una de las tantas zonas prohíbidas. A ese delicado pecho, que a juzgar por sus actitudes, solo yo estaba por tocar. Sentí un vaivén en mi estómago, cuando acaricié más de lo que se podía permitir. Pero era ella quién me enseñaba.

Mis manos continuaron su danza, por su cuerpo en mi cadera. No necesitábamos hablar, sus ojos transmitían todo lo que sentía, sin necesidad de hablarme. No sabía cómo lo hacía, pero realmente podía cautivarme, con su expresión. No sé cómo sucedió, pero perdí la perspectiva de la realidad, de lo que era. Ella había apartado mi temor, de una forma muy particular. Con besos esparcidos sobre mi piel. Sabía lo que hacía, al final de cuentas.

Y no terminó, hasta que recorrí cada centímetro de su piel. Hasta que su cuerpo entero, se unió al mío, de una forma muy gratificante. Solo volví a respirar, cuando abrí los ojos. Volví a respirar con normalidad, cuando con mi cuerpo, había secado el suyo, que aprisionaba entre mis brazos. Ella me cambió.

Esa siempre sería su culpa.

Rose Weasley, había pasado largo rato, leyendo una especie de diario. No sabía de quién era, pero lo había encontrado, en la mudanza. Con un suspiro, acarició sus páginas. Desde que su padre había muerto, las cosas se ponían tan antiguas, como ese pedazo de papel. Los momentos felices, estaban quedando atrás.

- Vamos, Rose- dijo su hermano menor. Hugo Weasley- ayudemos a Mamá con su nueva casa.

Ya eran adultos, pero no podían dejar de sentirse mal, por su madre. Por su madre, que había perdido lo que más amaba.

- Allá voy. Espérame.