Sentado en una silla a los pies de tu cama, mis manos agarraban una de las tuyas mientras, con la mirada puesta fija en tu rostro, deseaba que despertases. Ya habían transcurrido algunas horas desde que te encontré en el despacho de Jeanine, tendido en el suelo con un disparo cercano al corazón. ¡Maldito canalla quién te haya disparado, juro lo encontraré! Apreté tú mano mientras toda clase de pensamientos pasaban por mi mente y, por fin, despiertas. Tus ojos se abren lentamente y tú mirada parece buscar la mía. Sonrío de manera inconsciente e hice un ademán de que iba a levantarme a avisar a los médicos de aquello, cuando tu otra mano se aferró a mi suéter, impidiendo que me levantase. Te pregunté "¿qué pasa?" y tú solo diste una negativa, estabas demasiado débil como para poder hablar en ese instante.

Aún recuerdo como era tu modo de respirar en aquellos minutos, en aquella fría habitación de hospital, Sherlock. Lenta, pausada. Parecía que cada exhalación e inhalación era toda una lucha para ti. Acaricié tu mano, nunca la había soltado. El soltarla parecía indicar que te había perdido para siempre. Volviste a agarrar mi suéter y esta vez, me pediste que me acercase a ti con un gesto. En mi oído, susurraste dos palabras; tres palabras que me cambiarían mi vida de ese día en adelante; "te amo, John". Mis mejillas palidecieron, ¿cómo era posible que el gran Detective Sherlock Holmes pudiese amar a alguien como a mí? Pensé no darle más importancia y tan solo negué varias veces como respuesta.

Su mirada seguía sobre mis ojos, parecía no querer perderlos nunca de vista y no supe como sentirme en aquel instante. Mis labios simplemente se prensaron al notar tus ojos azules fijos en los míos, que ahora reflejaban preocupación y algo de tristeza, mientras que los tuyos en ese instante reflejaban miedo. Aún, la idea de que mi mejor amigo me amase rondaba mi mente sin saber demasiado bien el por qué. ¿Quizá mis sentimientos hacia él…? No, imposible.

Una voz me sacó de mis pensamientos; una voz que conocía bien. Era de nuevo la tuya pero no sonaba con su tono de siempre, apenas llegabas a susurrar. Levanté la cabeza para volver a mirarte y cuando me quise dar cuenta, me descubrí a mi mismo con los ojos puestos en la máquina que indicaba los latidos de tu corazón; apenas si eran perceptibles. El miedo se apoderó de mí y lo único que alcancé a decir antes de que se mi voz se rompieran fue un; "¡No me dejes de nuevo!", pero pareciste no entenderlo. Tus ojos se cerraron y tu respiración fue disminuyendo a la vez que los latidos de tu corazón. Pronto no habría nada y no supe contestarte a lo último que oí de ti, que era precisamente lo que de verdad sentías por mí. Esta vez sí que me deshice del agarre de tu mano y con paso apresurado fui a la puerta, pero parecía ser demasiado tarde.

Un prolongado pitido indicaba que ya no había pulso, ¿cómo pudiste atreverte a dejarme otra vez? Apreté ambos puños mientras lágrimas caían de mis ojos sin poder evitarlo, y ahí, ahí lo comprendí todo, todo lo que realmente sentía. Antes de que los médicos llegasen, me arrodillé frente a ti y tome tu rostro frío entre mis manos, como si eso fuese a despertarte y repetí las mismas palabras que habías dicho minutos antes "te amo. Te amo, Sherlock".

Y en ese instante, me acordé de tu promesa. La promesa que habías roto.

"Me prometiste que siempre estarías ahí, no había problema en eso. Lo prometiste y rompiste esa promesa. Decidiste dejarme otra vez."