Hemos escuchado por allí que es la semana PeChi, ¿y qué mejor momento para empezar a publicar algo sobre los dos pequeños? Capítulos pequeños por nuestros pequeños, ¡totalmente escrito y listo para la semana! ¿Les parece bien un capítulo el martes y otro el jueves?

Hetalia pertenece a Hidekaz Himaruya, nosotras sólo fingimos que no se ha olvidado de los imperios americanos.


"El Inca los recibió con la afabilidad acostumbrada y les hizo mercedes y regalos con dádivas que entre los indios se estimaban en mucho y, viendo el buen suceso que en su conquista había tenido, envió los mismos requerimientos a los demás pueblos comarcanos, hasta el desaguadero de la gran laguna Títicaca, los cuales todos, con el ejemplo de Hatun Colla y de Chucuitu, obedecieron llanamente al Inca".

Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales. Libro segundo, capítulo XX.


El señorito del Imperio

Inca está conversando y, más que nada, escuchando conversar a la gente adulta del lugar. Luego de explicar este asunto complejo del porqué es tan importante que el niño se quede permanentemente a su tutela, ya no serán las visitas esporádicas que hacía hasta hace un tiempo a esta parte sureña del Collasuyo (cuando aun el niño no nacía). Ya que en eso quedó por última vez con Picunche.

También comparte, con los pobladores al mando de la provincia, que esta decisión les beneficiara en cuestión de trueques, que éstos serán hechos con mayor cantidad y los mejores productos (una quinua más selecta, ollucos, garbanzos), éstos no dejan de presentarle sus respetos (que él recibe altivamente, claro está) cuando las reglas se establecen con más claridad.

Y a todo esto, Chilli, nuestro pequeño y aventurero Chile, se encuentra escondido en un rincón muy, muy, muy quietecito mirando y jurando que nadie lo ve porque lleva puesto un poncho negro y la cara pintada con hollín.

Si alguien dice que las rucas mapuches no tienen esquinas, le comunico que ésta es una casa al estilo incaico, traída por un grupo de colonos y que Chibi Chile no es sólo el grupo mapuche, muchas gracias, que existen también los aymaras, atacameños, picunches y muchos más dominados por los incas.

Lleva mirando varios minutos algo, o más bien, a alguien, que le llama la atención.

El pequeño que acompaña a Inca, anda un poco distraído, pero sin poder notarlo demasiado porque las personas que tiene delante son pueblos futuramente anexados, quizás. Su taita hace muy buenos tratos, así que deja de mirar a la lagartija que revolotea por los pies de alguien. Se rasca la frente, levantando así su chucu de oro con borla, ése tallado por las concubinas de Inca, hace calor:

—Taita... Tengo hambre —susurra, jalando con su manito la capa del nombrado, sonrojado por la altura y el calor, mira alrededor.

—Ya pronto —le pone una mano en el cuellito, para calmarlo. Afuera deben estar asando a una pobre llamita indefensa. Frunce el ceño ante algo que dice un hombre joven—. Debes estar aburrido, ¿quieres salir? —le ofrece, arreglándole el chucu a como lo tenía antes.

Perú mira hacia la esquina y se queda observando una protuberancia negra cerca de las plantas, piensa que puede ser un animal gigante, traga saliva y cuando oye hablar a Inca, levanta la mirada a él. Asintiendo.

—¿No vas a demorar demasiado? Entonces me voy —sonríe, aceptaaaaando.

—Pero no te pelees con nadie —le advierte Inca, sin soltarlo—, no hasta que dé la señal —que todos rogamos nunca dé y le acepten la ocupación pacíficamente. Le hace un cariño varonil en el cuello.

Chile se siente observaaaaadooooo y se encoge más en su lugar. Perú sigue sonriendo, aunque ahora más cómplice, porque se siente mucho más fuerte cuando Inca confía en él para las peleas. Se siente responsable, oh... Infla el pecho y cierra los ojos con la caricia y se ríe nerviosito.

—Voy a... Buscar algo para el almuerzo y supervisar el trabajo de algunos hatunrunas —avisa y se acomoda el vestido, lleno de tiras de oro, color rojo. Porta algunos anillos en los dedos que dejan muy en claro que pertenece a la nobleza. Ah, y un brazalete de oro en el antebrazo, que le hará más sexy cuando sea grande (Chile da fe de ello... en su interior). Con una reverencia leve se despide de los presentes, todo chiquitito.

—Quiero que me digas todo cuanto logres averiguar —le encomienda Inca, en un tono muy serio para hacerle creer a Perú que esta es una expedición.

A Chile le queda clarísimo que el niño que Inca ha traído consigo es alguien importante, parece bañado en sol, le mira todo lo que brilla cuando se mueve y al ver que se despide se siente tentado de seguirlo. No entiende mucho de lo que hablan los grandes, y despacito, despacito, se levanta con la espalda contra la pared.

Va a seguirle.

Perú asiente una vez más en dirección a Inca y sale, desplazándose lento... Al llegar al umbral: corre. A mucha velocidad. Hasta que recuerda al animal que vio hace un momento, se detiene, ay, muy asustado. Pisa su capa de casualidad y agacha el cuerpito a la esquinita para limpiarla.

El animal en cuestión ha salido pegadito a las paredes y asoma la cabeza para buscarlo afuera. Mira en todas direcciones y ve más allá un punto brillante, reflejando el sol. Se le acerca caminando a paso rápido, decidido a preguntarle a qué vino y por qué se llevaron a los hijos de los jefes, que eran sus compañeros de juego, sea dicho, dejándole solo... Chile for ever alone, realmente for ever alone... Pero mientras más cerca está, más lento camina. Se detiene a cinco pasos de Perú, a su espalda.

Hay un vientecito que les mueve la ropa.

Perú suelta una exclamación en quechua, feliz, porque su ropa brilla más. Yergue su cuerpito dispuesto a seguir con su camino, pero ha oído pisadas cercanas, se pone «en guardia» y voltea leeeeentamente en sus pies.

Chile le está mirando fijamente y con la boca hecha una línea, el corazoncito latiéndole desbocado porque aún le tiene miedo a Perú, aunque le digan que es una persona (sigue pensando que puede controlar el clima, el tonto).

Perú queda frente a él, también mirándole fijo a los ojos, tratando de atemorizar justamente porque sólo ve a un niño sucio, quizá es hijo de algún agricultor. Carraspea.

—¿Te has perdido? —en quechua.

—No —le contesta Chile (que es la palabra que primero aprendió en ese idioma) y se acerca un paso, con mieeeeedooooo, pero debe ser valiente, ¿no? Para imponer respeto. El pequeñito peruano lo sigue mirando, sin acercarse porque todo lo que ha aprendido de los guerreros y su padre es: Te tratan cómo te ven. Levanta la barbilla un poquito para no estar del mismo tamaño.

—¿Entonces has venido por encargo de alguien? —ahora piensa que es hijo de un charqui.

—Sí —medio mentira, medio verdad, y si pronuncia algo mal, le pedimos perdón, está aprendiendo aún el idioma. Se acerca otro pasito. Chile di algo que no sean monosílabos, te lo pedimos.

Perú se relame los labios mientras lo sigue observando de pies a cabeza, oooootro gesto para intimidar, por Dios. Es muy probable que el pequeñito de Chile no lleve ojotas o algo por el estilo, a diferencia de Perú.

—¿De quién es el encargo? Muéstrame —ordena, y Chile se retuerce las manos porque no tiene nada que mostrarle.

—No tengo —confiesa y le mira con miedito, pero frunciendo el ceño para disimular. Quiere lloraaar y que lo abracen porque Perú es imponente y brilla mucho y puede controlar el clima—. Soy Chili —se presenta bajito, bajito—, y quiero saber —no se le escuchan los murmullos.

Perú se acerca unos pasos a medida que habla el otro, mirándole ya no tan intimidante, suavizado un poquito aunque aún desconfía.

—Chi... ¿Chilli? —pregunta extrañado, le es familiar esa palabra por algún páramo del territorio al sur—. ¿Eso quiere decir que me has mentido? —no logra entender los murmullos. Lo cual le hace fruncir el entrecejo en confusión.

—¡No! —aprieta los ojos—. No tanto —acepta y lo siente muy cerca y al verle fruncir el ceño agrega—. Me envío yo mismo.

Perú levanta las cejas porque seguro... Si se va enviado él mismo quiere decir que hay problemas o su familia ha muerto, y sospecha más al verlo como está.

—¿Ha sucedido algo, entonces? —se acerca más, intrigado—. ¿Vienes por ayuda de Taita? —miniatura Perú piensa que es sólo un niño para deambular así en esas fachas y salir como animalito de cualquier lado.

—Vengo a preguntarle cosas, pero los grandes no me dejan hablar —le explica, con menos miedo ahora que le habla—. ¿Me puedes responder tú? —da un mini pasito hacia atrás al sentirlo tan, tan cerca.

Perú sonríe, muy interesado. Las plumitas de su chucu se menean suavecito con el viento.

—¿Qué cosas quieres conocer? Yo conozco todo —sentencia, con los ojos bien abiertos. Los cuales… son del color del trigo, con un leve brillo.

—Ehhh... —Chile se sonroja por el tono suave y le mira a los ojos. No se atreve a preguntarle directamente—. ¿Quieres comer primero? —le invita para agasajarlo un poco antes de preguntar algo tan importante, queriendo hacer esto bien paso a paso como la gente grande le ha enseñado que se hace.

—Ay, me muero de hambre —confiesa Perú, más feliz todavía. Y ya hasta se va a olvidar de lo que Chile quiera interrogarle—. Justo iba en busca de papas para acompañar la llama que cocinan, ¿vamos? —da un respiro de separación entre ellos.

—Bueno —Chile le sonríe un poquito, pensando que es muy inteligente y que cuando Perú ya esté comido y soñoliento, le sacará la información—. Las mujeres están detrás de la casa, cerca del corral —le explica, y da un pasito hacia donde le señala con una mano no ennegrecida.

Perú da un aplauso con sus manos pequeñitas y medias regordetas. Va a empezar la marcha, pero antes esperando que su invitado le siga. Y se sorprende que sepa de las mujeres porque el corral está como dentro de la casa, voltea, intrigado con ello.

—Son mujeres de mi padre, que ahora ayudan con el almuerzo —matan, descuartizan y arrancan las vísceras de los pobres animalitos para saciar nuestro apetito—. ¿Has estado espiando mucho tiempo? —levanta una ceja.

—Maso menos —responde muy rápido y con una pronunciación pésima. Le sigue, y si se había calmado un rato, esto le preocupa—. ¿Me vas a acusar?

—Sí —es todo lo que contesta y sigue su camino, mostrando el sol en su capa de muchos colores. Sonriendo a la nada. Porque le ha entendido «me vas a cocinar». Chile se asusta, de cerquita a pasos rápidos (menos mal que no sabe qué le ha entendido Perú).

—¿Por qué? No lo hagas —le pide—. Si lo haces, yo también lo haré —amenaza... Sin tener nada de lo que acusarle.

Perú carraspea.

—Soy el hijo del Sol, heredero de la Pachamama —se presenta. Imponiendo respeto, oooootra vez, sólo para dejar constancia—. ¿Tú harás, qué? ¿Cocinarme? —mira de reojo a Chile, sin quitar la sonrisa

—¡No voy a cocinarte! —frunce el ceño, y le cree lo de ser hijo del sol, aunque con sus reservas (más vale prevenir que lamentar)—. Voy a acusarte.

—¿Acusarme? —Perú se rompe en carcajadas, sin embargo, a los pocos segundos deja de hacerlo porque... ¿y si este niño es alguna clase de demonio disfrazado de humano para chuparle la sangre? Traga saliva. Luego va a ir a visitar al Hampa-Camayoc más cercano de esta zona, por si las moscas.

—¿Con quién vas a hacerlo? Nadie te va a tomar en cuenta.

—¡Sí me van a tomar en cuenta! —Chile se le acerca para ir a la par, así discuten más fácilmente—. Te acusaré con los jefes de mi casa y se van a alzar si no retiras tu acusación —les digo desde ya que ni se acuerda acerca de qué le iba a acusar, acusación es una palabra muy grande para un niño, la ha oído en conversaciones de grandes. Perú se detiene de caminar y le mira a los ojos.

—Taita es el jefe de todos los pueblos, familias y casas —o eso cree Perú, pero seguro no está muy lejos de la realidad. Frunce el ceño—. ¡Me van a creer a mí y no a ti!

—Pero cuando a mis jefes les diga que me acusaste ya no le van a hacer caso —replica Chile y se siente olor riiiiico a carne en el aire—. Además, tú eres un extranjero en mi casa.

En este momento se encuentran en algún punto indeterminado al norte del actual Chile y sur del actual Perú.

—No me interesa quienes sean tus jefes porque no sé quién eres —sonríe Perú y le palmea la cabecita—. Pronto serán mis tierras —promete, habiendo oído de antemano, la mayor parte de la conversación tramitadora que sostenía su papá con los extraños (o eso cree haber entendido).

—Yo nunca seré parte de tu territorio —promete Chile, y le empuja la mano—. Y yo soy la tierra del fin del mundo —dice con mucho orgullo, algo así como la Tierra Del Fin Del Mundo, y le saca la lengua. Perú está con la genuina cara de «has osado empujar a un dios», estático. Frunce el ceño.

—Entonces la próxima vez que te vea, será en un duelo —advierte, señalándole con un dedo con un par de anillos de oro en él.


Ten cuidado con quién te estás metiendo, Chile.