Título: Ir de tiendas es peor que atravesar el camino al infierno.
Fandom: Gintama.
Personajes: Gintoki, Hijikata, Kagura y Okita.
Advertencias: freaking OOC, insinuaciones de boys love.
Rated: T
Disclaimer: Gintama es de Sorachi, lo único mío son mis errores de dedo (no tengo beta xD).
Resumen: Un proyectil improvisado, una víctima fatal, mensajes subliminales… En resumen, un día terrible. [Insinuaciones BL] [Multichapter]
N/A: Otro argumento absurdo que sale a la luz XD. Éste fic tendrá OOC, intento de humor, malos chistes de seiyuus, fanservice, referencias a otros animes, rompimiento de la cuarta pared. Ah, trato de escribir sin honoríficos por probar y si hay errores por favor avísenme.
Capítulo 1: No todo lo que está a la mano sirve para ser lanzado.
Tener tiempo libre solía ser un completo aburrimiento para un consumado adicto al trabajo como lo era Hijikata. Ya ni recordaba cuando fue la última vez que se tomó un día —al menos completo— para él y ahora pasó horas que le parecían milenios deambulando por los suburbios, fumando cigarrillo tras otro para terminar en el Distrito Kabuki comiendo un tazón de Hijikata Special y viendo una soporífera película en el cine por la que lamentó haber gastado dinero en la entrada —debió haber esperado una semana más para el estreno de la nueva película de «Alien vs Yakuza»—, pero si reconocía que las palomitas con mayonesa no eran un desperdicio.
Encima aun le sobraba tiempo que bien pudo haber invertido en reducir la enorme pila de papeleo esperándole en su escritorio, en reuniones con los nuevos reclutas o programando nuevas redadas. Excepto que por lo que resta de día no le estaba permitido regresar al cuartel.
—Toushi, a este paso vas a colapsar de agotamiento. ¡Tómate un descanso! —fue lo que argumentó Kondo esa mañana antes de prácticamente echarlo de su escritorio haciendo gala de una seriedad muy pocas veces vista en él y a Hijikata no le quedó más remedio que obedecer.
Kondo aseguró que se encargaría de todo, al menos.
Hijikata resopló. De seguro su comandante en algún punto descuidaría el trabajo de oficina para ir a perseguir a esa mujer; demasiadas veces él ha tenido que pasar personalmente a ese dojo a llevarse despojos de lo que quedaba de Kondo después del ritual de cortejo.
Sacudió la cabeza, no queriendo recordarlo.
En cuanto a procrastinadores; hasta donde sabía, el escuadrón de Sougo patrullaba hoy por esta área y él no ha visto ni el rastro del flamante capitán.
No sería extraño que haya vuelto a hacer lo que le viniera en gana. Niñato descarado.
Se escuchó un estruendo no muy lejos de donde estaba y él observó a algunos transeúntes huir despavoridos.
Tristemente, su sentido auditivo estaba acostumbrado a ese tipo de sonidos (muchas veces no relacionados con trabajo) y ese detalle le permitía tener la certeza —o una sospecha con fundamento— de que Sougo podría estar involucrado. Hijikata no creía que Sougo estuviese persiguiendo a patriotas Joui considerando el entorno en el que se encontraba: Ya se imaginaba el escenario y las seguras quejas que llegarían al cuartel.
Guiándose por su oído, Hijikata aceleró el paso. Su ceño estaba más fruncido de lo normal y el instantáneo dolor de cabeza lo reflejaba las punzadas que ya sentía, sus delgados labios apretándose en una línea muy fina.
Sacó de la manga de su oscura yukata sus infaltables Mayoboros y su siempre fiable encendedor, decidido a regañar a Sougo por holgazán.
¡Se la suda su forzado día libre!
-oOo-
Las palomas y algunos pajaritos chapoteaban felices en esa fuente, muchos saciaban su sed y otros aprovechaban para satisfacer sus necesidades escatológicas en la escultura; todos en un momento tranquilo que no duraría para siempre.
Y no duró gracias al disparo de una bazooka que acababa de cargarse una fuente, haciendo que las aves huyeran hacia rumbo desconocido.
A puño limpio (porque su paraguas cayó en alguna parte lejos de ella), Kagura atacó a un Okita que gustoso devolvía golpe tras golpe, patadas, tirones de ropa y tacleadas; ninguno queriendo darse por vencido en uno de sus tantos combates improvisados, la primordial preocupación de ambos era derrotar a su rival.
Sin embargo, hoy tampoco sería el día.
—¡Paren ya, mocosos de mierda! —un airado Gintoki les gritó, interponiéndose en medio.
La respuesta que recibió se tradujo en un par de miradas indignadas y su próxima acción fue propinarles a cada uno un fuerte coscorrón con su puño libre —el otro brazo cargaba una bolsa de papel—. Kagura se sobó la pequeña protuberancia quejándose con un puchero, Okita palpó su chichón chasqueando la lengua.
—¡Par de inconscientes! ¿Acaso no comprenden la magnitud de los daños que han causado? —les reclamó Gintoki—. ¿Qué coño tienen en la cabeza? ¿Neuronas chamuscadas?
Okita y Kagura se fulminaron con la mirada por un instante.
—Jefe, el día que decidieron repartir cerebros China llegó tarde y ya sólo quedaban los defectuosos.
—¡Y tú llegaste detrás de mí, estúpido Sádico!
—¿Admitiendo que eres idiota?
—¡Te mataré, cabrón!
Otro coscorrón encima del anterior interrumpió la tonta discusión.
—¡Me importa un carajo si trasnocharon o no en la cola! —espetó Gintoki, dejando la bolsa en el suelo—. Tampoco me interesa como pasan el rato los críos de hoy en día...
Los «tengo dieciocho» y «ya soy grande» fueron olímpicamente ignorados.
»—...De verdad, me da igual si hacen estragos en propiedad pública porque yo no pienso pagar destrozos —continuó, caminando de un lado a otro—. Eso ya es con las autoridades, ya es hora de que se ganen lo que han robado...
—Dudo que pueda pagar algo con sus finanzas, Jefe —murmuró Okita entre el sermón.
—Ni las polillas acumuladas en tu cartera alcanzarán, Gin —dijo Kagura, fastidiada.
»—...Pero... ¡Lo que no dejaré pasar por alto es la caída de mi helado en un combate que no me concernía! —bramó Gintoki, furioso como cualquier adicto a los dulces que se respete.
Para ser honesto, Gintoki ya había perdido la capacidad de asombro al ver los estragos que esos dos monstruos juntos causaban. De cualquier modo, ésos niñatos necesitaban que alguien les parara el trote.
Y ésta era una de esas raras ocasiones donde Gintoki se dedicaba a maldecir el día en que se le ocurrió intentar ser un guardián decente iluminando a una chica de catorce años sobre lo difícil que es la vida (siempre le aconsejó a Kagura que dé el doble de golpes que reciba). En otras circunstancias estaría orgulloso de que ella se hubiese molestado en prestarle atención.
Había visto como Kagura esquivaba los ataques de la espada de Okita con su paraguas —afortunadamente el sol estaba bajo—, cuando él la tomó por sorpresa haciendo alarde de una esgrima impecable con la que golpeó la mano de ella; logrando lanzar el pesado paraguas en dirección a Gintoki... quien pudo esquivar el objeto (cuya caída dejó un agujero en el suelo —y por el material del que estaba hecho, sin duda noquearía o convertiría en difunto a un humano estándar—), pero a costa de su helado, a pesar de proteger el contenido de la bolsa de papel.
La barquilla destrozada en el suelo, aguándose en el charco combinado de otrora bochas de fresa y chocolate (que manchaban su camisa y parte de la yukata); el delicioso preludio al sublime parfait que su estómago y tripas ansiaban.
Pero ya no podría ser.
Las energías de Gintoki se concentraron en lamentar el triste final de su helado y en cruzar ese parque como atajo. Pudo ir primero a recoger su scooter en el taller de Gengai, con la débil esperanza de que el viejo loco no se entusiasme agregándole cosas inútiles o llenándole el tanque con salsa de soja en vez de gasolina (estaba lleno antes de llevarlo a reparar, por cierto); con lo que él le cobraba hacía ratos bien pudo comprarse una nueva.
Inmerso en sus quejas mentales, no notó el par de miradas planas en su dirección. Tampoco se enteró de que Sougo Okita y Kagura —una de las raras veces dignas de encerrar en un círculo en el calendario gregoriano— habían llegado a un tácito acuerdo, a juzgar por la distancia que ponían entre ellos.
Para Gintoki procesar esa realidad fue demasiado tarde cuando Kagura a falta de paraguas lo agarró por las pantorrillas, levantándolo y dándole vueltas. Lo lanzó con trayectoria hacia un Okita que ni se molestó en esquivarlo considerando la excesiva altura a la que el proyectil Yorozuya iba. Porque caería lejos del punto original.
Y así ocurrió, para su desgracia.
-oOo-
Lo último que Hijikata recordaba era estar yendo hacia donde el ruido se originaba y terminó desmayado en el suelo. Cuando despertó, lo primero que sus ojos enfocaron fue una mopa de rizos plateados cosquilleándole en la nariz y obstruyendo su visión.
Su cabeza amenazaba con estallar, su mandíbula dolía horrores y el peso muerto que tenía encima no lo dejaba moverse.
Hijikata sólo conocía a una persona con una infame permanente natural de ese color tan peculiar, para su molestia.
—¡Oye! ¡Levántate de una puta vez, Yorozuya! —le gritó, aunque apenas sentía los dientes inferiores.
Tuvo la mala suerte de que él ni se moviera. Lo que le faltaba, toparse con un subnormal imán de problemas.
Demonios.
Al principio pensó que el tipo estaba ebrio y por eso se le arrojó encima —no le sorprendería, honestamente—, pero no apestaba a alcohol. De hecho, un aroma dulzón inundaba sus fosas nasales y la situación en la que estaban no era nada favorecedora.
Vaya forma de empeorar su día.
—Búsquense un cuarto.
—¡Madre no se ha matado criándote para que le hicieras guarradas a un Mayora en pleno parque, si! ¡Paseo por allí a Sadaharu!
Reconocía las voces. El grito con marcado acento le reventó los tímpanos y la carcajada burlona después de la sugerencia fuera de lugar lo puso de los nervios.
Horror.
Ahora sí que su día se convirtió en un infierno.
Comienza flojo este intento de comedia, es cierto. Quise escribir un poco para sacármelo del sistema, tendrá como tres o cuatro capítulos... es una especie de prólogo y el próximo capítulo lo subo la semana que viene :)
EDIT 10/12/2015: Error de redundancia.
