Capítulo I: Breve normalidad
Era imposible decir que dos años habían transcurrido desde que el Señor de las Tinieblas había abandonado el mundo porque, sencillamente, nadie se atrevía a creerlo todavía. La mayoría de la gente creía que estos episodios de paz eran parte de un sueño que no iba a demorarse en acabar, y despertar en sus camas, temiendo por las suertes de sus hijos, hermanos, esposos o padres, echando un encantamiento tras otro para proteger la casa, comiendo con el rabillo del ojo puesto en la entrada. Era demasiado bueno para que formara parte de la realidad; la costumbre había obrado tal efecto sobre la comunidad mágica que todavía se podían ver personas que miraban hacia atrás de forma compulsiva, gente que caminaba en grupo o que tuviera las varitas en la mano todo el tiempo. Pese a las palabras tranquilizadoras del ministro, nadie creía en el supuesto cuento de hadas que el oficialismo mágico les intentaba hacer tragar.
No obstante, la reconstrucción había sido expedita. En tan sólo dos años, los edificios estaban reconstruidos y el orden campaba a sus anchas por las calles. Aunque no se podía negar que los oportunistas sobraban y a más de algún idiota se le ocurría la grandiosa idea de pregonar a los cuatro vientos que el Señor Tenebroso había vuelto a la vida para destruirlos a todos. Aquellos eran momentos de tensión y temporal caos que, por fortuna, no duraban más allá de la hora del té. Y, por culpa de aquellos anarquistas, los dos años parecían dos semanas: hacían ver el terror menos distante, sentir la muerte acariciarlos, oler la sangre correr por las aceras. Era tan difícil echar a un lado el costal de malas experiencias que supuso vivir en aquel ambiente que algunos preferían llevarla toda su vida, y la tasa de suicidios se había incrementado sustancialmente. Como diría un ciudadano, "eran tiempos de locos".
Aparte de aquellos detalles, todo era normalidad.
El centro de la ciudad de Londres había recuperado el bullicio perdido. Las personas circulaban por las calles, hablando, acarreando gigantescas bolsas con mercancía, dialogando con celulares o simplemente sentados en algún banquillo en alguna plaza. Sin embargo, dentro de las miles de personas que desfilaban por las calles, había una sola que nos preocupa en este momento.
Parecía una más en la multitud, con su vestido largo y floreado ondulando al ritmo de sus pasos, abultándose sólo en donde debía, un lazo carmesí en el cabello, castaño y liso y una mirada decidida y aguda. Era más lista que el demonio y, a juzgar por la vestimenta, costaba trabajo asimilar que trabajaba en el Museo de Historia Mágica como historiadora jefe. Pensarían que se trataba de alguna modelo conocida, pese a que a veces hacía repentinas incursiones en las pasarelas. Porque atractivo no le faltaba y su indumentaria lo comunicaba explícitamente a los transeúntes, quienes se volteaban para fijarse más en los detalles.
Hermione Granger era diferente de las demás personas que caminaban presurosas a su lado, tanto como podía serlo el día de la noche. Ella hacía cosas que la gente que la rodeaba sólo podía imaginar, tenía creencias disparatadas para cualquier persona con un mínimo de sentido común y seguía reglas diferentes. La gente llamaba a la gente como Hermione, magos y los magos llamaban a la gente normal muggles, término que la comunidad mágica no usaba cuando se relacionaban con ellos. Y era irónico para ella que usaran aquel vocablo, pues sus padres no poseían ni una gota de sangre mágica en sus venas lo cual, pese a las protestas de la aristocracia mágica, se iba haciendo cada vez más común entre los magos. Pero, haber nacido de padres que no podían hacer levitar cosas no implicaba que fuera un cero a la izquierda con los hechizos; de hecho, sabía conjuros que la mayoría de los magos y brujas no tenía idea siquiera que existían y muchos de los comentarios coincidían en una sola cosa: los había inventado ella.
Ella no necesitaba llevar un papel con el pedido del mes: todo lo tenía en su memoria, aunque su novio le dijera que llevara uno por si acaso todas las veces que Hermione tenía que ir al supermercado. En todas las ocasiones, ella le decía que cuando fuera a comprar él, usara el dichoso papelito, lo cual casi nunca sucedía. Llevaba dos años de noviazgo con él y nunca, en lo que iba de su relación, había salido a comprar ni un caramelo en el negocio de la esquina. Ocupaba el mismo cargo que su padre hubiera asumido por años y el dinero no le llovía del cielo. Cuando se quejaba a causa de este hecho, Hermione le decía que si hubiera puesto más atención en las clases y no hubiera copiado sus ensayos, tendía un mejor puesto. A cada rato le restregaba por la cara el ejemplo de un amigo de ellos que hacía uno de los trabajos más peligrosos del mundo mágico y ganaba una cantidad escandalosa de Galeones. Aunque también había copiado algún que otro ensayo, había pasado por situaciones que ni los magos más experimentados se atreverían a soportar y tenía vastísima experiencia de campo en el asunto. Aunque no podía negar que su novio era un amante irresistible en la intimidad, lo cual hizo insinuar una sonrisa en el serio semblante de ella mientras entraba al supermercado.
Sin embargo, algo hizo que las compras quedaran en un segundo plano.
Una lechuza se acercaba velozmente hacia ella. Llevaba un paquete alargado entre las patas y planeaba grácilmente sobre el gentío. Hermione supo de inmediato de qué se trataba.
El animal le había llevado una copia de El Profeta al lugar donde se encontraba en ese instante. Hermione no estaba sorprendida por esto: ya tres veces le había sucedido lo mismo, y las tres veces andaba de paseo con su novio por el puente del río Támesis. Ella tomó el periódico, le pagó a la lechuza y tomó otro camino, en dirección a una plazoleta cercana, donde hubiera pocos curiosos que pudieran husmear. Se sentó en uno de los bancos, haciendo caso omiso del letrero que decía "no sentarse, pintura fresca" que colgaba en el respaldo del banco. Leyó la primera plana y, de inmediato y en forma de una dolorosa punzada en el pecho, supo que había algo fuera de lugar en toda la aparente normalidad en la que estaba sumergida día tras día en los dos años de paz que ya contaba.
TENSIÓN EN EL MINISTERIO
Anoche, como a las 20:30 horas, un estallido rompió el silencio y arruinó la tranquilidad de los vecinos del sector sureste del centro de Londres. Los responsables de aquel ataque no provocado no han sido revelados aún pero, está claro que el objetivo de estos terroristas es el reputado Auror del Ministerio Harry James Potter. No es la primera vez que este funcionario recibe ataques de diversos grupos terroristas. En los cuatro últimos meses se han producido no menos de diez actos de violencia contra el aludido, y en casi todos ellos el resultado ha sido casi letal.
El Ministerio de la Magia está renuente a dar más detalles acerca de estas agresiones pero ha dado a conocer que se está llevando a cabo una laboriosa investigación, en las cuales, según fuentes extraoficiales, es posible que haya individuos dentro de la institución implicados en estos actos vandálicos. Para más detalles, ver páginas 6, 7 y 8.
Las demás noticias eran escándalos de famosos y demás chismorreo, más propios de "Corazón de Bruja"que de "El Profeta". Hermione, pese a que llevaba cuatro meses con la noticia a cuestas, no dejaba de producirle escalofríos el hecho que tanta gente se haya propuesto a matar a su mejor amigo. Con todo, la pregunta más obvia era la que nunca se hacían los reporteros de aquel periódico: ¿por qué querían ver a Harry muerto? Nadie sabía, nadie se molestaba en saber: sólo querían saber quiénes, querían nombres, pistas reconocibles acerca de los responsables de los ataques.
La gente era tan idiota.
Doblando el periódico y guardándolo en su cartera, retomó la labor que la había llevado allí en primer lugar. Entró al supermercado y consultó su lista mental una vez más. Dirigió sus pasos hacia los productos congelados y divisó una forma familiar que llevaba un pollo en un carrito. Aparcando un poco la lista de su mente, se acercó sigilosamente hacia ella y le palmeó la espalda. La mujer dio un salto en el aire y se dio la vuelta con el corazón en un puño.
—¿Hermione?
—Sí, soy yo.
—Me da gusto verte, amiga.
Sí, ella era la mejor amiga de Hermione. Una mujer de dieciocho años con un cabello de un intenso color rojo y un atractivo visible a kilómetros le devolvía la vista a los ojos miel de la castaña. Ginny Weasley había sido otra estudiante modelo y que trabajaba en el Departamento de Encantamientos Experimentales y, como Hermione, modelo de medio tiempo. Luego, se acordó que ella era la prometida de Harry.
—¿Has leído el Profeta?
—No es necesario leer aquel patético diario —dijo Ginny con una mezcla de indignación y miedo—. Harry tuvo que sacar dinero de su bolsillo para pagar la reparación de la sala de estar, porque voló por los aires en el atentado. No pudimos ver a los atacantes porque, o ya se habían ido o esperaban en un lugar seguro. Por supuesto, salimos ilesos de la explosión porque nosotros estábamos… bueno…
—¿Haciendo el amor? —susurró Hermione a los oídos de Ginny.
—Eso —asintió la pelirroja, poniéndose muy roja—. Bueno, estábamos en la pieza del segundo piso y no fue afectada por aquella bola de fuego. Me arruinó el orgasmo.
—Baja la voz, que estamos en un lugar público —le advirtió Hermione, riéndose por lo bajo—. Tendrán otra ocasión para hacerlo, ¿no crees?
Ginny no dijo nada.
—¿Te parece si me acompañas a comprar? —le preguntó Hermione a su amiga, quien parecía haberse olvidado de dónde estaba. Ella tuvo que pellizcarle para que reaccionara de una vez.
—Ah, claro.
Y ambas fueron a elegir los productos que iban a comprar.
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—¿Has notado que tienes una mancha verde en la parte de atrás del vestido?
Ginny caminaba a la zaga de Hermione con el fin de evitar el pesado desfile de ejecutivos, obreros y gerentes bancarios en la calle. Fue en ese momento en el que se dio cuenta que el hermoso vestido floreado de su amiga estaba manchado de arriba abajo con un horrible tinte verde, el mismo verde que usaban los banquillos de las plazas.
—Hermione. Eres odiosamente detallista pero, ¿no te diste cuenta que el asiento tenía pintura fresca?
—¡Cállate! —La verdad, Hermione estaba avergonzada de admitir que se le había pasado algo obvio. Ahora, se le había añadido otra tarea casera: eliminar la mancha de pintura de su vestido… y la pintura muggle era especialmente rebelde de remover.
—Descuida. Le diré a mi querido hermano que algún estúpido descuidado te arrojó óleo sintético en la espalda —dijo Ginny pícaramente—. ¿Estás segura que no necesitas ayuda con esas cosas?
—No te preocupes. Yo puedo sola —respondió Hermione, haciendo fuerza con ambos brazos para levantar las pesadas bolsas de mercancía—. Maldito estatuto. Si no fuera por él, llevaría estas bolsas con la varita.
—O podrías haber llevado a Ron contigo —sugirió Ginny, sin abandonar aquella petulante expresión pícara—. Tienes que hacerte valer dentro de la relación, Hermione. No permitas que él te robe protagonismo. Yo tengo controlado a mi prometido.
Hermione se detuvo en medio de una avenida, choqueada.
—¿Prometido?
Ginny le mostró un hermoso anillo de oro con un rubí engarzado en él.
—Dentro de dos meses nos vamos a casar.
—¿No crees que deberías esperar hasta que cumplas los veinte? Y, ¿qué era eso de no tener relaciones hasta después del matrimonio?
Ginny negó con la cabeza y le hizo una seña a su amiga para que siguiera caminando.
—Harry y yo lo decidimos así. Nos sentimos preparados para el desafío. He esperado toda mi vida este momento y no voy a desperdiciar esta oportunidad. —Ginny caminaba de forma más enérgica ahora, haciendo que el vaivén de sus caderas fuera aún más seductor—. Y, respecto a lo de las relaciones, Harry es de la misma especie que tu novio. Es, simplemente, irresistible en la cama. Sabe exactamente lo que yo quiero, cuándo lo quiero y cómo lo quiero.
Ambas amigas iban camino a la casa de Hermione, porque Ginny no había ido allá en siglos. No obstante, cerca de la calle secundaria por la que deambulaban, se escuchaban vagamente las voces de personas que no deseaban ser oídas. Las dos se quedaron de piedra y se aproximaron a un callejón que tenía un pequeño parque recreativo al final. Y, junto a los columpios, había un grupo de gente vestidas con chaquetas de cuero, y zapatos brillantes negros. Se trataba de unos seis o siete individuos que hablaban en voz baja pero clara y se miraban el uno al otro, aumentando la sensación de complicidad entre ellos. Hermione y Ginny, siempre acarreando las compras en sus bolsas, se agazaparon detrás de un contenedor de basura y escucharon con detenimiento, aún sin saber por qué.
—Creo que deberíamos pensar en otro plan.
—Esa explosión dañó la casa pero no le hizo nada, NADA, a él —dijo otro sujeto, con una voz más agresiva—. Yo creo que hay que hacer algo más sutil.
—¿Algo como qué? —preguntó un hombre alto y cuyo corte de pelo recordaba a los militares—. No creo que estés tratando con la gente adecuada. Además, no terminaste la secundaria, así que no asumo que tengas ideas brillantes bajo la manga.
—Los hombres son tan cortos de mente —dijo una voz cercana, pero femenina. Segundos después de las palabras, apareció una mujer vestida de cuero y cuya cara estaba cubierta por una especie de máscara que, si bien ocultaba su expresión, no podía de ninguna manera soslayar su intenso cabello rojo que se le derramaba por sus hombros y descansaba en su pecho. Vestía de negro pero su indumentaria no podía ser más desatinada. Usaba un vestido negro, sin escote, ceñido al escultural cuerpo que ostentaba como si fuera un trofeo de guerra. Completaba el atuendo unos zapatos de taco alto, brillantes y de color negro.
—¿Somos cortos de mente?
—Obviamente —respondió ella lentamente—. Supongo que no se les ha ocurrido implicar a uno de los amigos de ese odioso Potter en el plan.
—Pero… ¿cómo?
—Yo puedo hacerlo —dijo ella con una convicción que asustó a los demás—. Tengo algo que ustedes carecen y que ayudará a quitar a Potter del camino.
—¿Y sabes por qué debemos asesinarlo?
—Eso es lógico —respondió la mujer, con esa voz de autosuficiencia que la caracterizaba—. Porque mi amo lo quiere muerto, aunque desconozco los motivos. Pero, según lo que he podido escuchar, Potter guarda un secreto que muy poca gente sabe, algo que puede cambiar la vida de un mago por completo.
—¿Algo como qué?
—Te digo que sólo son especulaciones, imbécil —contraatacó la mujer agresivamente—. Aunque sí creo estar en lo cierto que vale la pena hacer alguna que otra investigación, sólo para saber qué es.
Los hombres parecieron conformes con la perorata de la chica. Sin embargo, uno de ellos se acercó a ella y le preguntó a propósito de la hora a la que tendría lugar la operación. Ella rió sarcásticamente y respondió:
—¿Y crees que te lo voy a decir aquí? Mal lugar eligieron para reunirse… un parque recreativo en un callejón., ¡válgame Dios!
Hermione y Ginny no podían moverse de donde estaban agachadas. Aquellas eran las personas que deseaban ver a Harry muerto pero, a partir de lo que acababan de escuchar, ninguno de ellos, ni siquiera la mujer, sabía la razón por la cual lo iban a matar. Tampoco dijeron nada acerca del momento en que iban a hacerlo: la mujer era más astuta que los hombres reunidos allí.
Luego, se dieron cuenta de algo espantoso.
El grupo de gente se dirigía hacia ellas y, sin no salían luego de allí, las iban a descubrir y, posiblemente, las mercancías nunca lleguen a la casa de Hermione. Pensando rápido, Ginny se dio cuenta que nadie las podía ver en ese momento y, tomando la mano de Hermione, se concentró en su casa, pues no sabía dónde vivía su amiga (no la iba a visitar hace meses) y las dos desaparecieron de allí justo cuando uno de los hombres pasaba junto al contenedor de basura.
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Todo aquello parecía formar parte de un sueño surrealista.
Hermione y Ginny habían terminado recién de contarle a Harry todo lo sucedido desde que escucharon las voces hablar de su eventual asesinato hasta que desaparecieron de ese callejón. Pese a que ambas amigas estaban asustadas, y Ginny con mayor razón, Harry no estaba alterado en lo absoluto. Estaba preparado para esa clase de situaciones y no iba a amilanarse por un intento de homicidio en su contra, no después de los diez atentados que sufrió en los últimos cuatro meses. Sí entendió que su prometida y su mejor amiga estaban temerosas por su vida y decidió hacer caso de sus recomendaciones, entre las cuales estaba no llegar muy tarde a la casa, siempre usar la aparición como medio de transporte o polvos flu.
—De todas formas, en dos meses más uniremos nuestras vidas hasta la muerte —dijo Harry, abrazando a su prometida tiernamente—. No puedo permitir que sufras por culpa mía.
—¿Y… me vas a compensar por mi orgasmo perdido?
—Sí… pero no ahora. Debo hacer algunos preparativos.
—¿Para qué?
Harry no dijo nada más. Sólo una sonrisa pudo conseguir de su boca en ese momento.
—No puedo dejar solo a Harry en este momento —dijo Ginny después que su prometido desapareciera por la puerta de la cocina—. Y yo que tenía ganas de visitarte, ya sabes, después de meses sin vernos las caras. Nuestros horarios jamás coinciden, ¿verdad?
—Tienes razón —respondió Hermione, encogiéndose de hombros.
Ambas caminaron hacia la chimenea y Ginny le tendió una maceta llena de un polvo fino. Hermione tomó un puñado y tiró el contenido al interior. Llamas verdes ascendieron vertiginosamente, echando chispas de vez en cuando.
—¡Mayflower Road! —exclamó Hermione y desapareció.
Ginny se alejó de la chimenea y se sentó en un sillón sin relajarse en lo absoluto. Las palabras de la mujer enmascarada la asustaban: la seguridad con la que planeaba la muerte de su futuro esposo era aterradora.
Tengo algo de lo que ustedes carecen.
¿Qué podrá ser esa ventaja adicional de la que parecía alardear tanto la mujer? ¿De qué forma podría aprovecharla para llegar a Harry y matarlo?
Después, muchas semanas después, lamentaría profundamente haberlo averiguado.
Nota del Autor: Muchos meses después que terminé "Rojo y Castaño", volví otra vez. Las razones de mi larga ausencia fueron la falta de Internet y mi apretada agenda laboral. Ahora, estoy de vuelta con otro femslash pero con algo más de acción, suspenso y algo de misterio que el anterior, en donde había más drama. El título de esta historia lo saqué del nombre de una canción de Sonata Arctica, uno de mis grupos favoritos de metal en cuya letra me basé para construir este relato.
Y, por si no se habían dado cuenta, se trata de otro interesante, más movido y hermoso romance entre mi pareja de lesbianas favorita.
Y, como siempre, los reviews están a arbitrio del lector.
¡Nos vemos!
