Ébano.
Porque cada vez que sostiene la caja entre sus manos comprueba una vez más lo mucho que él la quiere.
Drabble.
En las pocas ocasiones en las que se encuentra sola en casa Haruhi abre el armario de su novio y rebusca en el último cajón, ese que está lleno de calcetines y ropa interior, hasta sacar de él una pequeña caja de madera. Una caja negra, de ébano, que un día descubrió por casualidad.
Se sienta en su cama de matrimonio con ella en las manos y se toma su tiempo para abrirla. Y, cuando por fin lo hace, no puede evitar que una pequeña sonrisa se forme en sus labios. Porque dentro hay decenas, cientos de entradas de cine. De todas y cada una de las películas que han ido a ver juntos. No falta ninguna. Están todas. Todas. Y, cada vez que la abre, el número ha aumentado.
Conoce a Kyôya; entiende lo que eso significa. Comprende que lo que él desea es atesorar cada uno de los momentos que ha pasado a su lado. Sabe que, a pesar de lo que la gente crea, él es más tierno de lo que parece. Mucho más dulce y cariñoso. Y la caja lo demuestra. Pero de lo que también es consciente es de lo mucho que le cuesta a él mostrar esa faceta suya. Incluso ante ella. Por eso esconde la caja en el cajón, por eso nunca le ha hablado de ella.
Así que, cuando Kyôya vuelve a casa, cuando escucha su coche sobre el camino de gravilla de la entrada principal, se apresura a guardarla en su sitio. Y, cuando él entra en la habitación y se inclina para besarla con ternura, ella le sonríe sin poder evitar preguntarse cuándo podrá volver a echarle un vistazo a su pequeño tesoro de ébano.
