ALFA & BETA.
Él era el alfa, su alfa. Y no estaba dispuesto a permitir que otro se la quitara, no importaba lo que tuviera que hacer. Ni siquiera aunque ese otro fuera alguien a quien había jurado siempre proteger.
Capítulo 1. Rivalidad.
-Quizá deberías hablar con él.
-Déjalo, Cam.
-Vamos, Booth. Si tanto te molesta…
-Por cuarta vez, he dicho que lo dejes. –En el instante en que su puño impactó sobre la mesa ya se arrepentía de su arrebato. Agachó la cabeza sin atreverse a mirar a su amiga, temiendo la expresión de su rostro. –Lo siento.
La científica no contestó, lo que arrancó un leve suspiro al agente.
-Es que… -Calló sin saber muy bien qué decir mientras se frotaba los ojos con cansancio. –Simplemente no es asunto mío.
-Es más asunto tuyo de lo que quieres reconocer. Por ambas partes.
-Es su vida, Cam. Yo no puedo hacer nada. Y tampoco quiero hacerlo. –Seguía con la vista fija en la superficie de madera, evitando a la mujer.
-Te conozco desde hace años. Sé que quieres hacerlo. Sé que te importa.
-Te equivocas. Me parece bien.
-Estás preocupado, Booth.
-Sí, claro que lo estoy. Sabes como es. Si le hace daño…
-No se lo perdonarás jamás, ¿verdad?
-No. –Se mordió el labio con fuerza, sabiendo que si Cam lo presionaba un poco más acabaría hablando más de la cuenta.
-Ella es muy fuerte.
-Sí, sí que lo es. Pero eso no cambia las cosas. Es fuerte, no insensible. –Su tono fue ligeramente superior al adecuado. Sabía que Cam no lo había dicho como algo malo, sino todo lo contrario pero, aún así, no podía evitar defenderla; era algo instintivo.
-Lo sé, ya lo sé… Booth. –Cam intentó que se volviera hacia él sin éxito. –Vamos, Booth, mírame. –Nuevamente no obtuvo respuesta haciéndola resoplar con frustración. -¿Por qué no reconoces que te duele? ¿Por qué no hablas con él?
-No tengo derecho a hacerlo. Es decisión suya.
Él móvil de la forense interrumpió la conversación dejándola con la palabra en la boca.
-Doctora Saroyan. –Cuando ella contestó la llamada Booth alzó la cabeza levemente, solo para encontrarse con su mirada fulminante. –Bien. Entiendo. –Una pequeña pausa. –Sí. Sí, de acuerdo. Voy para allá.
Colgó al tiempo que se levantaba, aún sin despegar los ojos del hombre.
-Tengo que irme. –Cam alzó el índice hacia él, en una severa advertencia. –Habla con él. Y con ella. Sobretodo, habla con ella.
Se alejó con firmeza, sin mirar atrás, aunque debía reconocer que estaba terriblemente preocupada por Booth. No estaba acostumbrada a verlo tan… ¿asustado? Sí, exactamente. Esa era la palabra. Asustado.
…
Tenía que reconocerlo: se estaba comportando como un completo imbécil. Lo sabía, era plenamente consciente de ello y lo peor era que no podía evitarlo.
No sabía muy bien lo que estaba haciendo allí. No tenía excusa, ni un solo motivo. Ni siquiera derecho. Pero, sí, allí estaba. Había salido del Founding Fathers tras su cena con Cam con la idea de marcharse a casa directamente. Tomar una copa y meterse en cama para apartar de su mente a Brennan. Así de sencillo.
Pero no, como siempre, había acabado haciendo lo que no debía. Y ahora estaba delante del portal de su compañera con la mirada fija en su puerta como un completo maníaco.
No era culpa suya, estaba preocupado por ella. Sabía que no tenía por qué. En primer lugar, ella sabía cuidarse sola y, en segundo lugar, debería confiar en él. Pero, por más que se repetía a sí mismo que no tenía ningún derecho a meterse entre ellos, su corazón se negaba a aceptarlo. Si fuera cualquier otro hombre, podría llegar a entenderlo pero, ¿por qué tenía que ser él? No era… justo. ¿O sí?
Mierda. ¿Justo? ¿A quién quería engañar? Era totalmente comprensible. Que él no estuviera de acuerdo no significaba nada. Esto no tenía nada que ver con él.
Dejó caer la mano que había estado rozando el timbre de Brennan. Definitivamente no debería estar allí. Metió las manos en los bolsillos, casi como si intentara evitar la tentación de llamar a la puerta, y se alejó de allí lentamente, completamente agotado.
El trayecto hasta su apartamento no era precisamente corto pero, mucho antes de lo que a él le hubiera gustado, ya se encontraba frente a su portal, buscando las llaves en el bolsillo.
Durante un segundo se sintió tentado de dar la vuelta, largarse de allí, sentarse en un bar y beber hasta olvidarse de quién era. Sin embargo, en seguida se dio cuenta de lo estúpida que era esa idea. Para empezar, todo aquello no era realmente algo malo, ninguna catástrofe. Así que eso de emborracharse hasta olvidar estaba totalmente fuera de lugar. Y, además, para borracho ya había otro en la familia.
Gruñó rogando mentalmente por una vez que hubiera decidido trasnochar. No tenía ganas de encontrárselo. No, en su propia casa. No tenía fuerzas para sonreír, para seguir prometiéndose a sí mismo que lo protegería como siempre había hecho. Por muy egoísta que fuera en ese momento le daba igual lo que le pasara. Por primera vez en toda su vida sentía que él no era responsabilidad suya. Que no quería que lo fuera.
Desechó el ascensor y subió andando. Cada escalón que pisaba se convertía en una nueva plegaria
"Por favor. Que no esté en casa, por favor."
Apoyó la frente contra la puerta al tiempo que buscaba a tientas la cerradura. La llave encajó con un clic y, sin darse tiempo a reflexionar más, entró en su apartamento.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios al encontrarse todas las luces apagadas, ni un solo ruido.
Caminó hasta su habitación, ligeramente más relajado, tratando de ignorar el molesto pensamiento que zumbaba en su mente.
"Si él no está aquí… ¿puede que esté con ella?"
Joder. Sacudió la cabeza negándose a pensar en ello. Eso era lo que quería, ¿no? No tener que encontrarse con él. Bien, objetivo logrado. Lo demás ya no era asunto suyo.
Solo quedaban cuatro metros hasta su habitación. Tres. Dos… El corazón le dio un vuelco y él se detuvo en medio de la zancada. Allí, recostada contra la puerta del cuarto que había cedido a su hermano, estaba ella. A pesar de que el piso permanecía en penumbra habría reconocido su silueta en cualquier lugar. La luz de las farolas que se colaba por la ventana enmarcaba su figura, esa que él tan bien conocía, esa que le estaba prohibida pero que, aún así, se colaba cada noche en sus sueños.
-Booth. –Su voz sonó tranquila, sin arrepentimientos, sin vergüenza. La sangre del agente hirvió de furia. ¿Cómo se atrevía? Allí, en su propia casa. –He dejado a…
-Vale. –No tenía ningún interés en lo que quería decirle. No quería verla. No quería escucharla… No quería amarla.
Pudo intuir como Brennan se disponía a decir algo más así que solo pasó a su lado buscando el refugio de su cuarto.
-Pero, Booth…
Cerró la puerta tras él dejándose caer contra ella. Respiró hondo varias veces buscando calmarse. Una vez conseguido, se maldijo por su actitud con ella. Ella no tenía la culpa; nadie la tenía en realidad. Simplemente pasó. Y, sí, Cam tenía razón: le dolía. Y mucho, pero eso daba igual. Eso no era lo importante.
Escuchó cerrarse la puerta principal. Así que ella se había ido. Bien.
Se sentó en la cama. Tenía que reconocer que le gustaría odiarla. Quizá así todo fuera más fácil. Sin embargo, no podía. Ella no había hecho nada malo.
Permaneció largos minutos con la mirada fija en el suelo, sin moverse, pensando.
¿No era culpa de nadie? Mentira. Sí era culpa de alguien.
Cuando quiso darse cuenta ya estaba en la habitación de su hermano, mirando el bulto durmiente arrebujado entre las mantas. La visión del torso desnudo de Jared lo enfureció. Se imaginó ese cuerpo sobre el de Brennan, sus labios sobre los suyos. Todo lo que el anhelaba desde hacía años su hermano lo había conseguido en solo unos pocos días.
-Jared. –Apenas reconoció su voz como propia. Se asemejaba más bien a un gruñido animal. -¡Jared!
Su hermano se despertó sobresaltado.
-¿Seeley? –Se sentó en la cama con lo que su cuerpo, cubierto solo por la ropa interior, quedó casi por completo al descubierto. Miró a su alrededor con confusión. -¿Dónde está Temperance?
El escuchar su nombre de esos labios fue demasiado para él. Antes de que ninguno de los dos pudiera razonar lo que estaba pasando los instintos del mayor se impusieron. En solo unos segundos estaba encima de Jared, ambos rodando sobre las sábanas entre puñetazos.
-¡Seeley! ¿Qué coño…? –Jared gimió cuando el puño de Booth impactó en su mandíbula.
-Tú lo sabías. ¡Maldita sea! –Ambos cayeron de la cama. -¡Sabías que la quiero!
Jared se zafó del agarre de su hermano como pudo.
-¡Para, Seeley!
En ese instante Booth se dio cuenta de lo que estaba pasando. Vio el labio sangrante de su hermano, sintió el dolor en el pómulo que uno de los golpes de Jared le había causado, y se echó hacia atrás horrorizado.
Todo su cuerpo temblaba de rabia. Por un lado, deseaba seguir golpeándolo. Por otro… bueno, era su hermano. Se incorporó lentamente y Jared trató de imitarlo, sin éxito. Cayó al suelo de nuevo y, por primera vez, Booth reparó en el leve olor a alcohol que despedía.
-Estás borracho. –Su mueca de disgusto fue más que evidente pero Jared no pareció notarla. –No te la mereces. Aléjate de ella.
-¿O qué?
Su tono ni siquiera fue provocador lo que obligó a Booth a morderse la lengua. Si hubiera sido cualquier otro hombre no hubiera dudado un instante en darle un ultimátum, ni siquiera en cumplir la amenaza después. Pero Jared era su hermano. Su hermano pequeño.
-¿No la merezco dices? Soy un borracho, ¿no? Así es como me ves. –Jared se apoyó el cabecero y consiguió sentarse en el colchón. –Bien. No me importa. Tú eres un ludópata. Creo que estamos empatados.
-Te equivocas, Jared. Ya no soy el hombre que conociste.
-Así que me estás diciendo que, si quiero estar con ella, ¿voy a tener que cambiar como lo hiciste tú? –Jared resopló. –No me hagas reír. No eres nadie para ordenarme lo que tengo que hacer.
Los hombros del mayor de los Booth se tensaron.
-Siempre te he ayudado. Siempre he estado ahí para sacarte de todos los líos en los que te metías. Me lo he jugado todo por ti. Pero esta vez no pienso permitirte que hagas lo que quieras.
Dio la espalda a su hermano pero, aún antes de salir de la habitación, pudo escuchar el último susurro de Jared.
-Ella no es tuya, Seeley.
No, ella no era suya. Pero, en parte, Jared también se equivocaba en eso. Porque pronto lo sería. No estaba dispuesto a dejar que su hermano se la quedara. Él era el jugador, sí, pero por encima de todo era el alfa, su alfa.
No dijo nada más, solo cerró la puerta a su espalda.
Sí, él era el alfa de Brennan. Solo tenía que demostrarlo.
Continuará…
Otra idea que me vino en un momento inoportuno (esta vez en clase de química). Y ahora mismo debería estar estudiando así que no sé para cuando estará la continuación, me disculpo ya por la futura tardanza. (Creo que el siguiente capítulo ya será el último, no me siento con ánimo-tiempo para alargarlo).
