Érase una vez:
El principio:
Érase una vez, ese es el principio de cualquier cuento, que al final debería de tener un final que a todos les gustase, un final que sin duda sería el ideal.
Pero como no sé si será un buen final, ni si la historia será de esa clase en la que la gente siempre acaba feliz, nos ahorraremos ese principio, y comenzaremos con hablaros, del lugar en donde esta historia está ambientada.
También os diré que esta historia, es otra más en que la magia y la fantasía están impresas.
Era una aldea de lo más hermosa, al menos así había amanecido, más como dice el dicho, lo que bien empieza, mal puede acabar, y ese día había comenzado como el mejor para una pareja en especial.
Un hombre y una mujer que pese a todo lo que se les venía encima sin que ellos terminaran de saberlo, estaban viviendo un momento mágico, ya que con los primeros rayos del sol, a sus vidas había llegado una nueva ilusión, retornarían a su vida personas a las que amaban y a las que les darían una nueva y poderosa razón para seguir en la brecha.
Pero oscuras fuerzas se ocultaban en los bosques de los alrededores, fuerzas que estaban decididas a arrasar con todas y cada una de las ciudades, para dejar todas sometidas a la oscuridad más absoluta.
Hacía ya unos años que esa fuerza había surgido, consiguiendo más y más poder, oscureciendo los corazones de más y más personas, llegando a crear un temor en el resto del mundo.
Era bien sabido que todas y cada una de las ciudades por las que pasaron, habían quedado reducidas a cenizas y más importante, nada ni nadie parecía poder pararlos, se amparaban en la oscuridad y su aliado más fuerte era el fuego.
Nadie sabía el propósito de todos esos esfuerzos y mucho menos a qué se debían los mismos. Solo eran conscientes de que ya habían sido muchas sus víctimas y que tras su paso, solo quedaba la nada más absoluta.
Al llegar el atardecer, este no vino acompañado de los típicos colores anaranjados y violetas, tampoco fue un atardecer lento, que se fuese sumiendo poco a poco en el abrazo de la oscuridad, no, este llegó de golpe, arrancando más de un grito a varios de los aldeanos.
La muerte, ese día arrebato cientos de últimos suspiros, a niños, mujeres, ancianos, hombres, muchachos, todo el que se pudiera cerca de su afilada guadaña. Amparada bajo la sombra de ese oscuro poder, y contando con cien jinetes que la acompañaban para ayudarla en tan arduo trabajo.
Jinetes con el corazón oscuro y repleto de un poder que consumía con cada uso un poco más del alma de los mismos, haciendo que esta ardiera por otros cien años más.
Pero pese a que usar su oscuro poder producía un considerable dolor a los jinetes, no usarlo les provocaba más aún, por ello todos se refugiaban en el dolor de sus víctimas para olvidar el suyo propio.
Por ello no existía compasión entre los jinetes, ni ninguna clase de piedad, cuanto más nefasta y cruel fuera la muerte, más consuelo para sus almas.
Pero los jinetes no eran inmortales como se creía comúnmente, ni tampoco era mensajeros del infierno que habían venido a castigas a la humanidad, no.
Eran humanos que se habían dejado seducir por la parte más oscura del mundo, la parte que daba un ilimitado poder a cambio de todo lo que se poseía de valor. Y muchos de ellos eran hombres y mujeres cobardes, egoístas y despiadados, que solo valoraban sus propias vidas.
Al frente de todos ellos, se encontraba un hombre que nunca dejaba ver su rostro, un hombre que se refugiaba en las sombras, que abrazaba la oscuridad de tal forma que podía hacerse uno con ella.
Era el peor de todos, pues este no temía el poder que poseía, no temía a la oscuridad, más bien se había hecho uno con ella, lo que le proporcionaba un control absoluto, un control sumamente alarmante.
Pero toda oscuridad tiene una fuerte enemiga, en toda oscuridad siempre habrá algo de luz.
Y aquellos que en lugar de dejarse tentar por la oscuridad, habían escogido el otro camino, habían sido agraciados con el dominio de diferentes artes. Y por ello, pese a que no eran muchos los agraciados y sin duda el poder de la oscuridad los superaba en un gran número, los dotados habían decidido luchar y enfrentar a la oscuridad.
El futuro cada vez era más negro y nefasto, más ellos contaban con esperanza, y cada uno de ellos agradecía a Pandora, el no haber permitido que ella dejase escapar la misma, pues sin ese sentimiento tan fuerte, sin duda sería el final de la tercera era.
Pues así era, esta era la tercera vez que la oscuridad encontraba un recipiente que lo tolerara, pero sin duda pretendía hacer verdadero el dicho de a la tercera va la vencida, pues este tercer contenedor, era el peor de todos.
Tras lo que pareció ser la batalla más violenta que nunca ninguno hubiese presenciado, dos personas corrían todo lo que podían por un bosque bastante oscuro, al parecer la luz no llegaba hasta ese lugar, llevaban ya muchas horas corriendo, pero parecía que no conseguían escapar de las manos que los perseguían.
Después de tanto tiempo ocultándose, habían acabado por encontrarlos, una de ellas llevaba en sus manos algo que aferraba a su pecho como si nada más tuviese importancia y es que la verdad era que para ellos, eso era lo único que realmente importaba.
La otra persona, también cubierta con una capa negra que sin duda la ocultaba de todo, iba un poco más adelantada, ambos parecían estar sufriendo lo indecible, pero no estaban dispuestos a rendirse, no aun.
—No puedo más. — la primera de los dos cayó rendida al suelo sin poder caminar más.
—Por favor un último esfuerzo, tenemos que lograrlo.
—Pero no puedo seguir con esto, mi poder mágico se está agotando, no sé cuánto tiempo podré aguantar sin que mis heridas se reabran y sangren, estoy segura de que tú están de la misma forma.- Los ojos de la mujer se posaron en los de la otra persona, que se agachó a su lado, para mirar a los ojos verdes de la persona que más había amado en su vida.
—Tenemos que hacerlo, tenemos que llegar por él.
Susurró con impaciencia y miedo, de los ojos de esta salieron dos lágrimas que comenzaron a deslizarse por sus enrojecidas mejillas:
—Lo sé, sé que si no lo conseguimos no tendrá un futuro, no tendrá nada, pero tienes que entender que necesitamos descansar un poco.
—Lily, ¿no te has dado cuenta de la oscuridad que nos embarga?, esas criaturas de la noche están cerca, y en esta oscuridad nos podrán coger antes.
—James no sé como pudimos acabar en esto.
—Yo tampoco lo entiendo, pero debemos seguir.- ayudó a la mujer a levantarse, y comenzaron de nuevo a caminar adentrándose más en esa eterna oscuridad, tras unos pasos más, James localizó ante él un destello que iluminó su rostro:
—Mira Lily, ahí está el final de nuestra escapada, solo necesitamos llegar a la luz.
Ambos, esperanzados por ver la luz del día corrieron hacía esta, estaban tan atentos de que su camino al fin terminaría, que ninguno se percató de las personas que los acababan de localizar justo desde atrás, al igual que no se percataron de unas chispas rojas que alertaban a alguien de la llegada de ellos a aquel lugar.
El hombre, creyéndose a salvo se giró para coger a la mujer entre sus brazos.
—Lo hemos conseguido Lily, ahora solo nos queda hacer una cosa, y todo habrá terminado.
—Eso espero.
Se giraron ambos quitándose las capuchas de sus túnicas, rebelando así sus rostros, los dos no serían mayores de veintitrés años, los ojos de la chica, eran verdes y su cabello rojo como el fuego, lo llevaba pillado en una pequeña trenza, su cabello era de largo hasta su cintura.
El hombre por su parte, tenía el cabello negro azabache, totalmente revuelto y no por la carrera ni por nada en particular, sino porque era así de indomable igual a su dueño, mientras que sus ojos eran color café, ahora con un brillo especial en ellos al ver que tenían una pequeña oportunidad para escapar.
Caminaban uno al lado del otro, mientras que la mujer apretaba contra su pecho a un pequeño bebe que llevaba en sus manos, un niño de apenas un año de edad, su pelo era idéntico al de su padre sin ninguna duda, mientras que si el niño hubiese abierto sus ojos, se podría apreciar el verde que tenía su madre.
Caminaron un poco más y ante ellos se pudo ver un pueblo que sin ninguna duda aun no había sido arrasado, sus pasos se encaminaron hasta el lugar. Ellos por su parte habían perdido su casa, sus tierras, su familia y amigos, todo había quedado destrozado al paso de esos miserables que se creían dioses de ese mundo.
Odiaba a esos malditos que creían que la magia era un arma ideal para reinar ante todos.
Por perder, habían perdido hasta su vida, de eso no les cabía ninguna duda, sabían que seguían caminando gracias a su magia, que los estaba aguantando para poder salvar a su hijo pequeño.
Deseaban desesperadamente que su hijo pudiese vivir, y aunque sabían que no era el mejor momento en el que vivir ni el mejor lugar, no querían que el muriera ya.
Eran dolorosamente conscientes de que no podrían estar a su lado, que no lo volverían a ver nunca, pero sin ninguna duda, lo único que deseaban era que él viviese.
James cayó de rodillas, su corazón comenzaba a fallar, se levantó reuniendo toda la fuerza posible respirando agitadamente.
Lily paró sus pasos y se acercó a él.
—Lily, tienes que seguir aunque yo me pare, no te fijes en mi, mira al pueblo, ya está cerca, si me vuelvo a caer, quiero que avances sin mí.
—Pero James...
—Lily, los dos sabemos que nuestras heridas no se pueden curar, tarde o temprano ambos caeremos, mejor que sea cuando él este a salvo y no que lo dejemos solo y desamparado.
Lily asintió con pesar:
—Pero si he de morir, preferiría hacerlo a tu lado.
—Yo también, pero él, es más importante que lo que nosotros podríamos querer y desear, además uno de nuestros deseos es ese, que él esté bien.
—Tienes razón.
Comenzaron de nuevo su camino, pero al llegar más cerca del pueblo, se fijaron en que este estaba rodeado por una muralla.
— ¡James! no es un pueblo, ¡es una ciudad!
—Mejor, así al menos les será más difícil poder acabar con ella, y él podrá vivir más tiempo.
— ¿Pero y si no nos abren las puertas?, James, ya sabes que no se fían de todo el mundo.
—Lo sé, ya se nos ocurrirá algo, venga corre.
Ambos corrieron un poco hasta llegar cerca de las puertas y se detuvieron al caer a sus pies una flecha:
—Alto ¿quién va?
—Necesitamos entrar. — gritó James desde abajo.
—Lo lamento, pero las puertas no se abren en estos tiempos para nadie.
— ¿Ni siquiera para un bebe?
—No creo que vos seáis uno.
Escuchó que reprochaba el soldado desde arriba de las almenas.
—Pero él sí lo es, por favor, dadle cobijo solo a él, nosotros no lo queremos, abrid solo por él, os lo rogamos.
Desde lo alto de las almenas de la muralla el soldado fijaba su mirada en las dos personas de abajo, podía sentir su aura, y estaba seguro de que al igual que él tenían conocimientos de magia, y en esos tiempos no te podías fiar de nadie.
Pero el tono de súplica en la voz de ese hombre lo hizo fruncir el ceño, no aparentaba ser un tipo que suplicara, su rostro era duro y severo, en cierto modo parecía dado al mando, y sin embargo estaba suplicando en esos momentos:
—Si lo único que queréis es dejar al niño, ponerlo aquí.- gritó él desde arriba, cogió un cubo, ató una cuerda a este y comenzó a bajarlo.
Lily miró indecisa a James, este sonrió con pesar, les hubiese gustado saber con quién se quedaría su hijo, entonces gritó:
— ¿Qué haréis con él?
El soldado se desconcertó con esa pregunta, ¿qué demonios podía pensar ese hombre que haría con el crío?, pues lo llevaría a casa y buscaría alguien que se hiciese cargo de él ¿qué más podría hacer?
—Pues ¿qué más?, Buscar alguien que se haga cargo de él.
— ¿Cuál es vuestro nombre?
Exigió James.
— ¿Quién quiere saberlo?
Regresó molesto por el tono utilizado:
—Un hombre desesperado por saber que cumplirá su palabra.
—Dígame quien es y le diré quién soy yo.
—James Potter, un campesino de una aldea cercana que arrasaron, la mujer a mi lado es mi mujer Lily Potter, y el niño es mi hijo, su nombre es Harry Potter. —expuso mientras señalaba a cada uno de ellos.
—Mi nombre es Lovegood y os doy mi palabra de que le buscaré un buen lugar a su hijo, ahora posadlo en el cubo y yo lo subiré.
—Confió en vos y en vuestra palabra, y tan solo os pido que nos deis el tiempo de despedirnos de él.
James se dio la vuelta para mirar a Lily, se acercó a ella:
—Ha llegado el momento.
—Lo sé, pero es que es mi hijo, James.
—Y el mío amor, pero tenemos que hacerlo, a nosotros ya no nos queda nada.
—Lo sé pero duele tanto. — de los ojos verdes de Lily comenzaron a desprenderse lágrimas, besó la frente de Harry con cuidado mientras que acariciaba una de sus manos.
El niño no se movió ajeno a lo que estaba pasando a su alrededor, ajeno al adiós de sus padres, él viajaba en unos sueños que estaban llenos de felicidad y amor, lo único conocido para él por el momento.
James le acarició el pelo con ternura mientras sonreía tristemente.
—Sé que puede que nunca nos perdones por esto, pero al menos vive por nosotros, Harry, no te rindas nunca, y se fuerte, consigue ser alguien que valga la pena, y cuídate mucho hijo mío. — le besó la frente al igual que Lily había hecho.
Los dos juntos caminaron hasta el cubo que pendía de la cuerda, y colocaron al niño en este con sumo cuidado, en ese momento el niño abrió los ojos y miró a sus padres, sin saber que esa sería la última vez, el pequeño volvió a cerrar los ojos.
El soldado de apellido Lovegood, comenzó a subir el cubo con el niño, y cuando ya lo tenía en sus brazos, fijó la vista en las dos personas que con lágrimas en los ojos lo contemplaban.
—Cuídelo bien por favor.
—Me encargaré de que quien lo cuide lo haga bien. — prometió este.
Mientras los observaban sus ojos captaron detrás de ellos a varias personas, todas vestidas con túnicas oscuras, todas con mascarás de plata en sus rostros.
—Cuidado. — gritó el soldado desde arriba, James y Lily se giraron a la vez y se encontraron de nuevo con los responsables de toda su desgracia.
James se colocó delante de Lily en forma de protección.
—Veo que no cambias nada. — una voz fría se escuchó en el lugar, una voz que Lily y James conocían muy bien.
— ¡Tom!— inquirió Lily en un susurro.
—Veo, mi querida Lily, que aunque no recuerdas mucho más, mi nombre si lo conservas en tú memoria.
— ¿Por qué estás haciendo esto?—recriminó aun con lágrimas en los ojos.
— ¿Y tú me lo preguntas?, te conté mis sueños, te revelé mis más profundos secretos y me traicionaste, me vendiste a los superiores y ellos me quitaron todo mi poder mágico.
—Estabas loco, tenía que hacerlo, querías destruir todo.
—No Lily, eso era lo único malo de ti, nunca me entendiste, y lo peor que me hiciste fue juntarte con este miserable aprendiz, pero ahora fíjate en como cambian las cosas, tú casada con él, yo soberano de más de la mitad de las ciudades.
—Pero aun hay algunas que se te resisten, y sé que al final caerás. —escupió James con odio.
—No creo que eso suceda, sin embargo, tú caerás aquí, y seré yo quien tenga la satisfacción de acabar con tu pobre vida. Esto es lo que les pasa a los que se oponen a mí.
—Prefiero esto. — dijo James enérgicamente y añadió:— a ser un miserable asesino.
—Pero con poder. — sentenció la voz de Tom con una risa fría como el hielo.
El soldado no era capaz de escuchar la conversación de los de abajo, pero sentía el poder mágico de todos los presentes allí y sin duda esas dos personas morirían.
Había ocultado al niño de la vista de los recién llegados y había dado la alarma al castillo, pero sabía que no llegarían a tiempo, él solo había podido hacer lo que le habían encomendado cuando le mandaron a ese puesto, levantar una fuerte barrera para que nadie, tanto con poder como sin él, pudiera pasar.
Tom agitó su mano de forma extraña y todo el poder mágico de Lily y James desapareció, haciéndolos caer al suelo a ambos de rodillas.
—Así me gusta, que os arrodilléis ante mí antes de morir. — rió de forma única y fría: —Tú y toda tu patética familia ahora os postráis ante mí, esto es genial Potter, te tengo donde siempre quise tenerte para poder hacer esto. — se acercó a él y le propinó una fuerte patada haciendo que James cayera completamente al suelo.
—Espero que gustes en ir al otro mundo solo. — levantó su mano en la que se encontraba una daga, para ser exactos la única daga con la que se podía extinguir la magia de las personas.
Lily agarró con fuerza la mano de James y comenzó a perder todo el rastro de magia que en ella había, que aunque ya no era mucho, era lo que la mantenía con vida.
Sus ojos se encontraron por la que sería su última vez, se sonrieron con todo el amor que ambos se tenían y antes de que ese hombre, por llamarlo de alguna forma, clavara su daga, ambos murieron a la vez, abandonando así a su hijo en las manos de un desconocido soldado que había visto sus muertes y que esperaban cuidara de él.
Tom, aun viendo que ambos yacían muertos ya a sus pies, levantó la daga aún más enfadado y comenzó a bajarla para clavársela al cadáver de ese miserable que una vez más lo había vencido dejándolo sin la satisfacción de acabar él con su vida.
—Alto ahí. — una voz potente como la que más, que intimidaría hasta la persona más valiente en el mundo, se hizo escuchar desde la puerta de la muralla, detrás de él dos jóvenes de unos veintitrés años, ocultos con capas negras que les cubrían el rostro.
—Tú. — dijo Tom enfadado al descubrir quién lo había detenido en su cometido.
—Esas dos personas ya están muertas, no dejaré que mutiles o profanes sus cuerpos, que deben ser enterrados en su totalidad. — la persona ante él, lo miraba con ojos azules tranquilos, y el sujeto de la mascará se percató de que ese anciano no lo había reconocido, sonrió fríamente y se detuvo en su cometido, con ese miserable ahí, no podría hacer nada, así que lo mejor era irse de aquel lugar.
—No merecen lo suficiente la pena como para acabar con sus cuerpos, y mancharme con ellos, todos suyos, viejo. — y ante la vista de los tres presentes, y el soldado Lovegood, desaparecieron todos mientras se escuchaba esa fría risa que producía escalofríos a la gente.
Los dos jóvenes se quitaron las capuchas y miraron al hombre que los acompañaba.
—Esos fueron los que acabaron con nuestro pueblo anoche. — dijo un chico de cabellos azulados y ojos grises, un joven bastante apuesto a los ojos de muchas mujeres.
—A nosotros nos mandaron venir a avisaros de la presencia de ellos en nuestra aldea, pero no llegamos a tiempo, unos cuantos de esos nos atacaron en el bosque y no nos dejaban pasar. — agregó con tono culpable e irritado el otro joven de cabellos castaños con reflejos pelirrojos y ojos color oro.
El hombre levantó una mano evitando que volvieran a hablar, caminó hasta las dos personas que yacían muertas, y fijó su vista en ellos.
Un escalofrío lo recorrió por completo cuando escuchó el grito de negación mezclado con un profundo dolor, de uno de ellos.
Fijó su vista en ambos y los vio caer de rodillas llorando al lado de cada uno de los dos muertos que allí había.
—James, James hermano, no es justo, nos es justo. — el joven de cabellos azulados cogía el cuerpo con fuerza del hombre entre sus brazos, mientras lloraba de impotencia por no haber podido impedir eso.
— ¿Los conocían?
—Éramos amigos desde siempre. — aportó ausente el otro joven con la voz apagada, mientras acariciaba la ahora fría mejilla de la mujer ante él.
— ¿Por qué?, ¿por qué?, te lo dije Remus no deberíamos habernos ido, te lo dije.
—Sirius, era nuestra misión, al igual que la de él era defender el pueblo hasta que llegase ayuda.
—Ayuda que nunca llegó por nuestra culpa, nosotros lo matamos, nosotros somos los culpables. — El muchacho llamado Remus apartó la mirada derrotado, el anciano por su parte los miraba con tristeza, ese nuevo poder que se alzaba, tan tenebroso y oscuro, como nunca antes se había visto, acababa de hacer sufrir a dos personas más, arrebatándoles al igual que a muchos otros, todo lo que tenían.
—Señores, lo mejor es darles una buena sepultura a ellos, ahora solo nos queda que puedan partir en paz. — Ambos seguían llorando cuando se levantaron y con un movimiento de sus manos alzaron los cuerpos de ambos en el aire para llevarlos dentro de la ciudad.
—Se lo dije, le dije que no se metiera en la resistencia, pero no me hizo caso y este es el resultado.
—Mataron a sus padres, era lógico que quisiera y ansiara venganza contra ellos.
—Y ahora soy yo el que ansía venganza. — sentenció el joven llamado Sirius a sus espaldas.
Sabía lo que eso significaba y él por su parte estaba decidido a hacer de esos dos unos buenos candidatos a supremos.
—Disculpe Lord Dumbledore, se le requiere en el castillo, el rey Arthur lo está esperando.
—De acuerdo. –hizo un leve gesto con la cabeza y antes de partir agregó: —Moddy, amigo, acompaña a estos dos jóvenes, que lleven los cuerpos de ellos a alguna habitación hasta que sus ataúdes estén listos, y pídele a Stan que los haga rápido. — dijo este con voz tranquila.
—Así se hará mi señor.
—Muy bien, después de eso quiero que los conduzcas a las duchas, les des ropa y que coman algo, señores,: — dijo este ahora girándose a los dos jóvenes: —después de todo eso los quiero en las cámaras de los aprendices, a partir de hoy vivirán ahí y serán mis aprendices.
Sirius y Remus lo miraron sorprendidos pero no dijeron nada salvo:
—Como usted desee. — ambos siguieron a ese hombre que se llamaba Moddy que iba diciendo lo afortunados que ambos eran al pertenecer a los aprendices y más de Albus Dumbledore, uno de los mejores y el supremo mayor.
Mientras tanto, en la muralla del castillo, Lovegood, aun con el niño en sus brazos, bajaba de allí, pues su turno había terminado ya.
Caminaba por las calles de la ciudad sin llamar mucho la atención era un joven de no más de treinta años, de cabellos castaños tirando a rubios, de ojos amorronados y porte distinguido.
Este llegó hasta su casa y llamo a la puerta, al cabo de unos momentos, una mujer de unos veinticinco años le abrió la puerta, esta tenía los cabellos rubios y sus ojos eran plateados como la luna, en sus brazos descansaba una bebe, que al parecer había heredado ese rubio de su madre.
—O mi amor, ya estás de regreso, que bien, ¿qué tal tú guardia?, ¿qué traes ahí?
El hombre tras dar un beso a su esposa, entró en la casa y cerró la puerta con llave.
Caminó hasta una cuna que se encontraba cerca de una mesa en ese momento, al parecer su mujer había estado cosiendo, pues había diversos utensilios de costura en la mesa y por eso estaba la cuna en ese lugar, depositó al pequeño en esta y se giró, su esposa aún lo observaba.
—Tengo que encontrar a alguien que se quede con este niño.
— ¿Niño?, ¿dé donde lo has sacado?
—Es una larga historia, solo te diré que sus padres están muertos y que les prometí que buscaría a alguien que lo cuidara bien, su nombre es Harry Potter. — miró al niño y añadió:— Harry James Potter.
La mujer se acercó a la cuna y miró al pequeño con pena, no era justo que algo tan pequeño ya se encontrara solo en ese mundo, acarició sus cabellos y el niño abrió sus ojos y miró con curiosidad a la mujer que tenía delante, balbuceó algo y la mujer sonrió haciendo que el niño también lo hiciera.
—Es precioso.
— ¿Y cómo está mi pequeña Luna?— dijo este cogiendo a su hija en brazos.
—Muy bien, ya comió, ¿el niño comió ya?— preguntó ella.
—No creo, querida los padres estaban muy mal.
—Ya veo.
Cogió al pequeño de la cuna y buscó un poco de pan para que comiera y algo de leche y también se la dio.
— ¿Qué edad tiene?
—No lo sé, pero debe de tener un año. — aventuró el señor Lovegood.
—Felicidades mi pequeño Harry, hoy, conociste a tú nueva familia y como no sabemos qué día es tú cumpleaños, hoy también será tú cumpleaños. — dijo la señora Lovegood sonriendo ampliamente, mientras que su marido la miraba con amor.
—Así que lo cuidaremos nosotros.
—Así es. — su esposa sonrió y con algo de pesar añadió: —Necesitaremos una casa más grande. —su marido sonrió, se acercó a esta y mientras lo hacía respondió:
—Y vestidos un poco más caros cariño.
— ¿Qué quieres decir?
—A partir de mañana, seré Lord Lovegood, Lord Dumbledore subió mi rango en la guardia y ahora mi categoría es de Lord.
—Eso es genial, hacía años que tu familia luchaba por recuperar ese título, me alegro de que al fin lo hayas conseguido amor. — su mujer sonrió mientras el pequeño Harry comía y sonreía al escuchar la voz del señor Lovegood.
Albus Dumbledore acompañado por Sirius y Remus llegaron al lugar donde enterrarían a la pareja.
Stan había tardado solo dos días en hacer los ataúdes y al fin esas dos buenas personas podrían descansar en paz.
— ¿Qué debemos poner en la piedra?— preguntó un hombre que llevaba en sus manos una fina piedra y algo para golpearla.
—James y Lily Black. — dijo Dumbledore seguro del apellido, pues el joven de su lado lo había calificado como su hermano cuando lo vio muerto.
—No, James y Lily Potter. — dijeron ambos chicos, y mientras el hombre tallaba los nombres, la mente de Dumbledore volaba, pues ese no podía ser el hombre que él había estado esperando por tanto tiempo, ese no podía ser el Potter que él había estado buscando por años y al que al parecer había perdido.
Agachó su vista hasta la piedra recién tallada y maldijo su suerte, ¿el único capaz de ayudarlo había muerto?, ¿qué haría ahora?
Nunca había sabido como ese chico lo podría ayudar, tan solo sabía que un joven llamado James Potter le daría lo que él más necesitaba.
Pero ahora ese chico se hallaba muerto a sus pies y no le había entregado nada a él.
