Vale... no puedo, no puedo evitarlo. Llevo toda la semana pensando en esta historia. Sabía a ciencia cierta que si no empezaba con ella no iba a poder escribir nada a derechas. Espero que os guste.
Emma Swan
El viaje desde Carolina había sido largo. El sol de Lousiana no parecía tener interés en reducir su castigo sobre nosotros. Nunca había visitado Nueva Orleans. A mis ojos era… simple. Mientras me acercaba a la mansión no pude evitar que mis ojos se cruzaran con las de los negros que trabajaban en el campo. Por un segundo me sentí algo asustada. Pero mis miedos se mitigaron al ver a los guardianes, y los látigos que colgaban de su cinturón. Algo que me hizo sentir segura.
No entendía como el señor Gold y su familia vivía allí. Es cierto que los beneficios de tener esclavos eran obvios, pero a pesar de todo no podía evitar sentir cierta repulsión hacia la gente de color. Saqué mi sombrilla y me la puse sobre la cabeza. Si había ido allí era para ver a Regina, no para escrutar las plantaciones por miedo a una revuelta.
Toqué sobre la puerta de color marfil y esperé. Regina y yo teníamos la misma edad. Quince años. Era mi mejor amiga… y a veces pensaba en ella como algo más. Mis padres, sin embargo, me presionaban para que encontrase marido y formase una familia.
Regina abrió la puerta y me dedicó la mejor de sus sonrisas. Ella, como siempre, iba ataviada con uno de los vestidos más elegantes que había visto en toda mi vida. Le dediqué mi mejor sonrisa y la seguí a su habitación. El señor Gold y la madre de Regina estaban fuera.
Les caía muy bien y les encantaba mi amistad con Regina porque imaginaban que les llevaría a tener una nueva relación comercial con mis padres. Yo, por mi parte, sólo buscaba pasar tiempo con la morena. Llevábamos ya un rato tomando té en su habitación, cuando Regina hizo una sugerencia que me produjo un escalofrío.
_ Bueno, vamos a salir fuera a dar un paseo._ Me dijo, poniéndose en pie.
_ ¿Con los negros?_ Pregunté, algo tensa._ ¿No te da miedo?
_ Son esclavos, Emma. Ellos tienen que tenerte miedo a ti._ Dijo, alzando una ceja. Se acercó y me dio un beso en los labios que me dejó sin respiración.
Regina tenía mucho más claro que yo lo que quería de mí. Aún no entendía cómo iba a ser nuestra vida en el futuro.
_ Vale, saldremos._ Me puse en pie.
Regina tenía razón. Los esclavos nos evitaban. Tanto, que me confié, mientras andaba por la plantación, me terminé perdiendo. Y fue entonces, cuando le vi. A un hombre, un blanco, ataviado con una gabardina y un sombrero de tres puntas. Me acerqué, esperando pedirle ayuda para volver a la mansión, y entonces… escuché el disparo, y sentí el fuego que me atravesó el pecho, cuando la bala me perforó. Lo último que vi fue los brillantes ojos azules del hombre que me había disparado.
Abrí los ojos, y me encontré en una sala blanca, tan inmensa que me resultaría imposible encontrar los límites del lugar. Mi vestido había desaparecido y llevaba una suave toga blanca. Escuché voces en la oscuridad.
_ ¡Emma Swan!_ Exclamaba un vozarrón imponente que lo llenaba todo.
_ Sí… sí… soy yo._ Dije, encogida.
_ Has vivido una vida corta… pero insustancial._ Exclamaba la voz.
¿Quién sería aquella voz? ¿Acaso era Dios? ¿Estaba ante las puertas del cielo? ¿O a punto de caer al infierno?
_ Ahora… has de tomar una decisión._ Dijo la voz.
_ ¿Una decisión?_ Pregunté, notaba que temblaba.
_ La vida que has perdido… es irrecuperable._ Sentenció la voz._ Y no mereces una vida privilegiada.
_ ¿Por qué no la merezco?_ Me atreví a preguntar.
_ Debiste marcar la diferencia. Debiste plantarte y decir que no._ Espetó la voz.
_ ¡Sólo tengo quince años!_ grité.
_ Eso no es excusa._ Respondió la voz._ Sabemos la mujer que habrías sido. Una mujer indigna de la vida que habría alcanzado.
_ Entonces._ Suspiré._ ¿Qué decisión debo tomar?
_ Puedes morir ahora… o vivir una nueva vida. Una vida con cadenas. Una vida de esclava._ Dijo la voz.
_ ¡Viviré para comprar mi libertad!_ grité.
La voz rio. Estaba claro que no creía en mi palabra. Que no me creía capaz. Y sin embargo, yo pensaba en Regina, en lo poco que me apetecía tener que despedirme de ella ahora. Y no iba a hacerlo. Si me daban una segunda oportunidad, pensaba aprovecharla. Fuese como fuera.
_ ¿Esa es tu decisión?
Asentí con la cabeza, mirando el blanco suelo que había bajo mis pies.
_ Así sea.
¿?
Una esclava como yo, sabía bien lo que era perder a sus seres queridos. Pero ver a mi hija, de apenas quince años, morir víctima de la fiebre, era algo que no dejaba de carcomerme por dentro. Sus ojos casi habían perdido su color, pasando del marrón a un negro parduzco.
Sudaba con fuerza, no comía y convulsionaba. Había rogado a los espíritus, una y otra vez, que le dieran fuerzas. Fuerzas para sobrevivir a su enfermedad. Fuerzas para vivir otro día. Entonces fue cuando lanzó su último estertor, y se desplomó.
Lancé un grito, previo a un llanto que, comenzó, pero nunca llegó a prolongarse. Mi hija se incorporó, y me miró, con una pareja de ojos azules que jamás había visto.
Emma Swan
El primer suspiro fue doloroso. Y lo primero que vi fue el tejado de madera de una cabaña ruinosa. Me incorporé, sintiendo el peso de mis manos. Manos que observé. Mis dedos, teñidos del color del chocolate, me provocaron rechazo. Me pasé la mano derecha por el brazo izquierdo, como si intentase borrar el color de una piel que no se desteñiría.
_ ¡Aveline! ¡Estás viva!
Las palabras de aquella mujer estaban en el idioma africano. Una lengua que antes, para mí, era desconocida. Y, sin embargo, ahora lo escuchaba como si me estuviese hablando en mi inglés materno. Algo que me daba miedo. No entendía nada de lo que estaba pasando.
No contesté a aquella mujer. Me puse en pie y salí al exterior. Me encontraba en una plantación, pero no en la de Regina. Ni tan siquiera sabía quién era, o por dónde comenzar.
Sólo era… una esclava más.
Regina Gold
A lo largo de mi vida había vivido varios momentos tristes, pero nunca uno como el que supuso perder a Emma. Aún me costaba creerlo. La idea de que la hubiesen asesinado… en nuestras tierras. Amargaba mi existencia. Me sentía responsable. Yo le había dicho que saliésemos. Le había dicho que era seguro. Y ahora estábamos celebrando su funeral.
Lloré, lloré con todas mis fuerzas, y me dejé caer en el suelo. Aunque era algo que nunca podría compartir con nadie, Emma Swan era la única persona a la que realmente había amado en mi vida, y en el fondo de mi ser, sabía que nunca volvería a sentir aquello por nadie.
Aveline
_ ¿Cuál es tu nombre?_ el brazo del amo volvió a arquearse cuando me golpeó en el rostro.
Pero no me dolía. Mi piel era más resistente que nunca. Podía correr más de lo que jamás había corrido. Era más fuerte de lo que jamás lo había sido. Los años de trabajo habían convertido el que ya podía considerar mi cuerpo en algo que, como Emma, nunca habría aspirado a ser.
_ ¡Emma Swan!_ grité, con todas mis fuerzas.
Esa fue la primera de muchas veces. Me negué. Aquel era mi nombre. Y no pensaba renunciar a él. Mis pensamientos eran lo único que nadie podía arrebatarme.
Diez años más tarde.
Regina Gold
No había un solo día en el que no echase de menos a Emma. Ni uno sólo en el que no quisiera visitar su tumba para dejarle flores. Pero estaba muy lejos, y por ello sólo podía hacerlo una vez al año. Cumplía veinticinco años, y mi padre me había dado dinero para comprar a una esclava, una nueva asistenta personal. La antigua había muerto de agotamiento.
Y así era como había llegado, una vez más, a ver al esclavista. Nunca era una visita agradable. Pero sabía cómo tratar con los esclavos. Llevaba una fusta preparada, por si alguno se propasaba. Sin embargo, no tenía interés en conocer en profundidad a los recién llegados de África.
A mis venticinco años tenía claro que para una asistente me importaba lo que supiese hacer, y cuanto más instruida, mejor. De modo que le pedí eso mismo al esclavista.
_ ¿Sabe usted tratar con un temperamento fuerte, señora?_ Me preguntó.
Yo me reí. No, no era el ejemplo de una mujer delicada que no sabía tratar con sus siervos. Desde la muerte de Emma, mis esclavos habían pagado más de una vez por mi dolor. Después de todo, ninguno de ellos hizo nada, ninguno de ellos había hecho nada, ni había tratado de salvarla. Ninguno de ellos había visto al asesino.
_ Entonces… tengo a la esclava perfecta para usted._ Dijo el hombre. Podía oler el hambre de dinero en sus ojos._ Sabe leer y escribir, y habla inglés y francés, además del diabólico idioma de su gente. Es fuerte y robusta, y será una bonita percha para sus vestidos si así lo quiere.
Alcé una ceja y le miré a los ojos. No soy tonta. Si realmente fuese todo tan bueno no estaría pudriéndose en una jaula, estaría en una buena mansión.
_ La pega._ Dije, mirándole.
_ Ya se lo he dicho, el temperamento.
_ ¿Tan horrible es?_ Pregunté.
_ Desde hace diez años ningún Amo ha conseguido ponerla en cintura. Ha vuelto aquí una y otra vez.
_ Enséñamela._ Dije, fría.
Aveline
Nunca iba a ser libre. Nunca iba a volver a ver a Regina. Iba a pasarme esa segunda vida yendo y viniendo de aquella oscura celda. Me encerraba allí porque más de una vez había pegado a las otras esclavas al encerrarnos juntas.
_ Tenga cuidado, señorita. Se lo digo en serio, esta mujer es una fiera.
Iba a soltar una frase socarrona, cuando mis ojos coincidieron con dos orbes del color del chocolate fundido. Quería gritarle que era Emma, quería que lo supiera, que me liberara. Quería volver a ser la de antes. Pero sabía que nada de eso era posible. Y a ojos de Regina, al igual que del resto, no era más que otra esclava.
Regina restalló su látigo contra la pared para intimidarme, pero no hacía falta. Yo me puse en pie y abrí la boca, mostrándole mis dientes.
_ No parece tan peligrosa como usted decía.
Observó mi dentadura y sopesó mis brazos. Regina no sabía francés, pero le pidió al esclavista que me hiciera un par de preguntas para confirmarlo. Yo me sentía nerviosa por su examen, a pesar de ser mucho menos exhaustivo que los de otros.
_ ¿Qué le parecen dos mil?
¡Maldito bastado! Nunca habían pedido tanto por mí. Y eso era algo que él sabía. Era un precio desorbitado.
_ Quinientos dólares._ Dijo, mirándome a los ojos._ Y ni un centavo más. Puede que crea que puede engañarme por ser una mujer. Pero no soy como esas damas casadas que acostumbrará a ver. Estoy soltera, y me gano el capital yo misma.
Seguía soltera. Admito que esa revelación me alegró el alma. Verla casada y con cuatro hijos me habría matado. Me mantuve relajada y receptiva, por primera vez desde que había nacido como Aveline.
_ Está bien, vale… quinientos._ Sabía que, a pesar de ello, sacaba un buen beneficio._ La espero en mi casa. Te pagaré entonces.
Regina Gold
Cuando aquella esclava me había mirado a los ojos… había sentido algo. Me miraba como si me conociera. Y aquellos ojos azules. Sólo había visto una mirada así… una vez. Aquella esclava me había mirado del mismo modo que Emma solía mirarme. Y eso… carecía de sentido.
No dejaba de pensar en ello mientras el carruaje me llevaba a casa. La esclava llegaría al día siguiente, probablemente. Yo, sin embargo, no dejaba de pensar en Emma, y en lo mucho que la echaba de menos. Aquella mirada me la había recordado más que nunca.Emma Swan
El viaje desde Carolina había sido largo. El sol de Lousiana no parecía tener interés en reducir su castigo sobre nosotros. Nunca había visitado Nueva Orleans. A mis ojos era… simple. Mientras me acercaba a la mansión no pude evitar que mis ojos se cruzaran con las de los negros que trabajaban en el campo. Por un segundo me sentí algo asustada. Pero mis miedos se mitigaron al ver a los guardianes, y los látigos que colgaban de su cinturón. Algo que me hizo sentir segura.
No entendía como el señor Gold y su familia vivía allí. Es cierto que los beneficios de tener esclavos eran obvios, pero a pesar de todo no podía evitar sentir cierta repulsión hacia la gente de color. Saqué mi sombrilla y me la puse sobre la cabeza. Si había ido allí era para ver a Regina, no para escrutar las plantaciones por miedo a una revuelta.
Toqué sobre la puerta de color marfil y esperé. Regina y yo teníamos la misma edad. Quince años. Era mi mejor amiga… y a veces pensaba en ella como algo más. Mis padres, sin embargo, me presionaban para que encontrase marido y formase una familia.
Regina abrió la puerta y me dedicó la mejor de sus sonrisas. Ella, como siempre, iba ataviada con uno de los vestidos más elegantes que había visto en toda mi vida. Le dediqué mi mejor sonrisa y la seguí a su habitación. El señor Gold y la madre de Regina estaban fuera.
Les caía muy bien y les encantaba mi amistad con Regina porque imaginaban que les llevaría a tener una nueva relación comercial con mis padres. Yo, por mi parte, sólo buscaba pasar tiempo con la morena. Llevábamos ya un rato tomando té en su habitación, cuando Regina hizo una sugerencia que me produjo un escalofrío.
_ Bueno, vamos a salir fuera a dar un paseo._ Me dijo, poniéndose en pie.
_ ¿Con los negros?_ Pregunté, algo tensa._ ¿No te da miedo?
_ Son esclavos, Emma. Ellos tienen que tenerte miedo a ti._ Dijo, alzando una ceja. Se acercó y me dio un beso en los labios que me dejó sin respiración.
Regina tenía mucho más claro que yo lo que quería de mí. Aún no entendía cómo iba a ser nuestra vida en el futuro.
_ Vale, saldremos._ Me puse en pie.
Regina tenía razón. Los esclavos nos evitaban. Tanto, que me confié, mientras andaba por la plantación, me terminé perdiendo. Y fue entonces, cuando le vi. A un hombre, un blanco, ataviado con una gabardina y un sombrero de tres puntas. Me acerqué, esperando pedirle ayuda para volver a la mansión, y entonces… escuché el disparo, y sentí el fuego que me atravesó el pecho, cuando la bala me perforó. Lo último que vi fue los brillantes ojos azules del hombre que me había disparado.
Abrí los ojos, y me encontré en una sala blanca, tan inmensa que me resultaría imposible encontrar los límites del lugar. Mi vestido había desaparecido y llevaba una suave toga blanca. Escuché voces en la oscuridad.
_ ¡Emma Swan!_ Exclamaba un vozarrón imponente que lo llenaba todo.
_ Sí… sí… soy yo._ Dije, encogida.
_ Has vivido una vida corta… pero insustancial._ Exclamaba la voz.
¿Quién sería aquella voz? ¿Acaso era Dios? ¿Estaba ante las puertas del cielo? ¿O a punto de caer al infierno?
_ Ahora… has de tomar una decisión._ Dijo la voz.
_ ¿Una decisión?_ Pregunté, notaba que temblaba.
_ La vida que has perdido… es irrecuperable._ Sentenció la voz._ Y no mereces una vida privilegiada.
_ ¿Por qué no la merezco?_ Me atreví a preguntar.
_ Debiste marcar la diferencia. Debiste plantarte y decir que no._ Espetó la voz.
_ ¡Sólo tengo quince años!_ grité.
_ Eso no es excusa._ Respondió la voz._ Sabemos la mujer que habrías sido. Una mujer indigna de la vida que habría alcanzado.
_ Entonces._ Suspiré._ ¿Qué decisión debo tomar?
_ Puedes morir ahora… o vivir una nueva vida. Una vida con cadenas. Una vida de esclava._ Dijo la voz.
_ ¡Viviré para comprar mi libertad!_ grité.
La voz rio. Estaba claro que no creía en mi palabra. Que no me creía capaz. Y sin embargo, yo pensaba en Regina, en lo poco que me apetecía tener que despedirme de ella ahora. Y no iba a hacerlo. Si me daban una segunda oportunidad, pensaba aprovecharla. Fuese como fuera.
_ ¿Esa es tu decisión?
Asentí con la cabeza, mirando el blanco suelo que había bajo mis pies.
_ Así sea.
¿?
Una esclava como yo, sabía bien lo que era perder a sus seres queridos. Pero ver a mi hija, de apenas quince años, morir víctima de la fiebre, era algo que no dejaba de carcomerme por dentro. Sus ojos casi habían perdido su color, pasando del marrón a un negro parduzco.
Sudaba con fuerza, no comía y convulsionaba. Había rogado a los espíritus, una y otra vez, que le dieran fuerzas. Fuerzas para sobrevivir a su enfermedad. Fuerzas para vivir otro día. Entonces fue cuando lanzó su último estertor, y se desplomó.
Lancé un grito, previo a un llanto que, comenzó, pero nunca llegó a prolongarse. Mi hija se incorporó, y me miró, con una pareja de ojos azules que jamás había visto.
Emma Swan
El primer suspiro fue doloroso. Y lo primero que vi fue el tejado de madera de una cabaña ruinosa. Me incorporé, sintiendo el peso de mis manos. Manos que observé. Mis dedos, teñidos del color del chocolate, me provocaron rechazo. Me pasé la mano derecha por el brazo izquierdo, como si intentase borrar el color de una piel que no se desteñiría.
_ ¡Aveline! ¡Estás viva!
Las palabras de aquella mujer estaban en el idioma africano. Una lengua que antes, para mí, era desconocida. Y, sin embargo, ahora lo escuchaba como si me estuviese hablando en mi inglés materno. Algo que me daba miedo. No entendía nada de lo que estaba pasando.
No contesté a aquella mujer. Me puse en pie y salí al exterior. Me encontraba en una plantación, pero no en la de Regina. Ni tan siquiera sabía quién era, o por dónde comenzar.
Sólo era… una esclava más.
Regina Gold
A lo largo de mi vida había vivido varios momentos tristes, pero nunca uno como el que supuso perder a Emma. Aún me costaba creerlo. La idea de que la hubiesen asesinado… en nuestras tierras. Amargaba mi existencia. Me sentía responsable. Yo le había dicho que saliésemos. Le había dicho que era seguro. Y ahora estábamos celebrando su funeral.
Lloré, lloré con todas mis fuerzas, y me dejé caer en el suelo. Aunque era algo que nunca podría compartir con nadie, Emma Swan era la única persona a la que realmente había amado en mi vida, y en el fondo de mi ser, sabía que nunca volvería a sentir aquello por nadie.
Aveline
_ ¿Cuál es tu nombre?_ el brazo del amo volvió a arquearse cuando me golpeó en el rostro.
Pero no me dolía. Mi piel era más resistente que nunca. Podía correr más de lo que jamás había corrido. Era más fuerte de lo que jamás lo había sido. Los años de trabajo habían convertido el que ya podía considerar mi cuerpo en algo que, como Emma, nunca habría aspirado a ser.
_ ¡Emma Swan!_ grité, con todas mis fuerzas.
Esa fue la primera de muchas veces. Me negué. Aquel era mi nombre. Y no pensaba renunciar a él. Mis pensamientos eran lo único que nadie podía arrebatarme.
Diez años más tarde.
Regina Gold
No había un solo día en el que no echase de menos a Emma. Ni uno sólo en el que no quisiera visitar su tumba para dejarle flores. Pero estaba muy lejos, y por ello sólo podía hacerlo una vez al año. Cumplía veinticinco años, y mi padre me había dado dinero para comprar a una esclava, una nueva asistenta personal. La antigua había muerto de agotamiento.
Y así era como había llegado, una vez más, a ver al esclavista. Nunca era una visita agradable. Pero sabía cómo tratar con los esclavos. Llevaba una fusta preparada, por si alguno se propasaba. Sin embargo, no tenía interés en conocer en profundidad a los recién llegados de África.
A mis venticinco años tenía claro que para una asistente me importaba lo que supiese hacer, y cuanto más instruida, mejor. De modo que le pedí eso mismo al esclavista.
_ ¿Sabe usted tratar con un temperamento fuerte, señora?_ Me preguntó.
Yo me reí. No, no era el ejemplo de una mujer delicada que no sabía tratar con sus siervos. Desde la muerte de Emma, mis esclavos habían pagado más de una vez por mi dolor. Después de todo, ninguno de ellos hizo nada, ninguno de ellos había hecho nada, ni había tratado de salvarla. Ninguno de ellos había visto al asesino.
_ Entonces… tengo a la esclava perfecta para usted._ Dijo el hombre. Podía oler el hambre de dinero en sus ojos._ Sabe leer y escribir, y habla inglés y francés, además del diabólico idioma de su gente. Es fuerte y robusta, y será una bonita percha para sus vestidos si así lo quiere.
Alcé una ceja y le miré a los ojos. No soy tonta. Si realmente fuese todo tan bueno no estaría pudriéndose en una jaula, estaría en una buena mansión.
_ La pega._ Dije, mirándole.
_ Ya se lo he dicho, el temperamento.
_ ¿Tan horrible es?_ Pregunté.
_ Desde hace diez años ningún Amo ha conseguido ponerla en cintura. Ha vuelto aquí una y otra vez.
_ Enséñamela._ Dije, fría.
Aveline
Nunca iba a ser libre. Nunca iba a volver a ver a Regina. Iba a pasarme esa segunda vida yendo y viniendo de aquella oscura celda. Me encerraba allí porque más de una vez había pegado a las otras esclavas al encerrarnos juntas.
_ Tenga cuidado, señorita. Se lo digo en serio, esta mujer es una fiera.
Iba a soltar una frase socarrona, cuando mis ojos coincidieron con dos orbes del color del chocolate fundido. Quería gritarle que era Emma, quería que lo supiera, que me liberara. Quería volver a ser la de antes. Pero sabía que nada de eso era posible. Y a ojos de Regina, al igual que del resto, no era más que otra esclava.
Regina restalló su látigo contra la pared para intimidarme, pero no hacía falta. Yo me puse en pie y abrí la boca, mostrándole mis dientes.
_ No parece tan peligrosa como usted decía.
Observó mi dentadura y sopesó mis brazos. Regina no sabía francés, pero le pidió al esclavista que me hiciera un par de preguntas para confirmarlo. Yo me sentía nerviosa por su examen, a pesar de ser mucho menos exhaustivo que los de otros.
_ ¿Qué le parecen dos mil?
¡Maldito bastado! Nunca habían pedido tanto por mí. Y eso era algo que él sabía. Era un precio desorbitado.
_ Quinientos dólares._ Dijo, mirándome a los ojos._ Y ni un centavo más. Puede que crea que puede engañarme por ser una mujer. Pero no soy como esas damas casadas que acostumbrará a ver. Estoy soltera, y me gano el capital yo misma.
Seguía soltera. Admito que esa revelación me alegró el alma. Verla casada y con cuatro hijos me habría matado. Me mantuve relajada y receptiva, por primera vez desde que había nacido como Aveline.
_ Está bien, vale… quinientos._ Sabía que, a pesar de ello, sacaba un buen beneficio._ La espero en mi casa. Te pagaré entonces.
Regina Gold
Cuando aquella esclava me había mirado a los ojos… había sentido algo. Me miraba como si me conociera. Y aquellos ojos azules. Sólo había visto una mirada así… una vez. Aquella esclava me había mirado del mismo modo que Emma solía mirarme. Y eso… carecía de sentido.
No dejaba de pensar en ello mientras el carruaje me llevaba a casa. La esclava llegaría al día siguiente, probablemente. Yo, sin embargo, no dejaba de pensar en Emma, y en lo mucho que la echaba de menos. Aquella mirada me la había recordado más que nunca.
