Segundo Año: Un Regalo para el Profesor

Snape tamborileaba sus dedos nerviosamente sobre la mesa. Los alumnos de primer año estaban pasando uno a uno bajo el viejo sombrero que no paraba de gritar las casas a las que iban a pertenecer.

Él hacía rato que no escuchaba, de vez en cuando había aplaudido, cuando le parecía que un alumno había acabado en Slytherin, pero dejó de hacerlo cuando se dio cuenta que había acabado aplaudiendo a uno de Gryffindor.

Refunfuñó algo por lo bajo, sus dientes chirriando y controló un respingo cuando alguien le tocó el hombro.

—Querido Severus —le sonrió el director, hablando en un murmullo—. Te veo tenso y ya sabes que el día de llegada de los alumnos es para celebrar.

—Director, sabe perfectamente que No están todos los alumnos —murmuró él en un siseo, por un momento dudando que Dumbledore lo hubiera podido llegar a entender.

—Cierto... pero ya has visto el periódico —sonrió el hombre—. Deben estar a punto de llegar.

Snape apretó los dientes con más fuerza. El coche muggle volando, los muggles que lo habían visto. Sí, sabía perfectamente que eso era cosa de Potter y Weasley. Por imposible que fuera, Potter parecía haber acabado con genes Black también, ya que el imbécil de su padrino había hecho algo parecido en sexto año... solo que con una moto.

—De hecho —siguió el director, sacándole de sus pensamientos—. Creo que lo mejor sería que alguien saliera a recibirles, ¿no crees?

Snape giró ligeramente su rostro para mirar mejor a Dumbledore, arqueando una ceja.

—Aunque me encantaría ir a mí y ver ese auto tan extraordinario —continuó Dumbledore con una sonrisa al mencionar el coche, logrando que Snape gruñera por lo bajo—. Creo que es mejor que vaya alguien... digamos más imparcial.

—Ya me dirá quién —dijo Snape frunciendo el ceño. ¿Le estaba llamando imparcial... a ÉL?

—Está bien —medio rió el director—. Entonces que vaya alguien que los asuste, que los haga pensar que van a morir muy lentamente dentro de un caldero hirviendo para luego servir para una poción que envenene a todos los Gryffindors del planeta.

Snape tuvo que contenerse y no sonreír ante eso.

—No se preocupe, director —dijo, levantándose—. Le aseguro que después de dos minutos... Preferirán estar en un caldero que no en mi despacho —sonrió con algo de crueldad mientras Dumbledore asentía y volvía a su asiento, dejando que Snape fuera a divertirse un rato.

El pobre había tenido un mal principio de año cuando había visto a Gilderoy Lockhart como profesor de Defensa, peor había sido cuando éste había empezado a contarle su aventura en el río Nilo, dónde él mismo, casi sin materiales, había creado una poción para repeler cocodrilos.