Disclaimer: Obviamente nada de esto me pertenece: los personajes y demás son propiedad de J. K. Rowling y la historia ha surgido de la imaginación de Procrastinator-starting2moro
Título: ¿La chica o el juego?
Título original: The girl or the game?
Autora: Procrastinator-starting2moro
Traductora: DroBlack
Rating: T
Resumen: Lily no quiere tener una cita con James por culpa de su obsesión con el Quidditch, así que, cuando hacen una apuesta, James lo deja. Durante 7 días, lucha para sobrellevar su síndrome de abstinencia mientras ella intenta no enamorarse de él.
En fin, aquí me tenéis, ahora me ha dado por traducir fics del inglés. Pero es lo que hay, me ha gustado tanto y me he reído tantísimo que merecía la pena. Además, es una manera de mantenerse en forma sin comerse el coco. La traducción va especialmente dedicada a su autora, porque la historia es suya.
¿La chica o el juego?
Capítulo 1. Arrancando testículos
James
Joder. Estoy corriendo todo lo rápido que puedo hacia la Sala Común para encontrarme con la delegada, la niña de mis ojos, Evans; pero sé que llego tarde. Y no solo por unos minutos, cosa que suele molestarle bastante porque tiene el mismo sentido de la puntualidad que mi madre y este resulta ser extremadamente preciso. Es que llego por lo menos media hora tarde.
Va a arrancarme los testículos.
Finalmente, consigo llegar al retrato de la Señora Gorda y, enfundado en mi ropa de Quidditch, no solo empapada en sudor por el entrenamiento de Quidditch que acabo de tener, sino también por la considerable carrera que me he echado para llegar, me dejo caer dentro. Debería estar agradecida, joder.
La descubro junto al fuego; tiene entre las manos un pergamino destinado a nuestra habitual reunión de delgados.
—Lily—la saludo con una sonrisa pícara. Desde el comienzo de este curso, el séptimo, nos tratamos de forma bastante civilizada y utilizamos nuestros nombres de pila; desde que ella descubrió que ambos éramos delegados y se vio obligada a hacer un esfuerzo para mostrarse simpática conmigo.
Creo que, poco a poco, estoy empezando a caerle bien.
—¿Eres idiota o qué te pasa?
O puede que no.
—Eh… ¿se trata de una pregunta retórica?—pregunto.
Ella se pone en pie y deja a un lado el pergamino mientras me considera con la vista. Es que… ¿me está examinando?
No… espera. Únicamente me está fulminando con la mirada. Falsa alarma de coqueteo.
—¿Dónde demonios has estado?—exige, clavándome un dedo en el pecho. Se da cuenta de que estoy sofocado y limpia su dedo sudoroso en mi túnica de Quidditch… también sudorosa. Emite un gruñido furibundo—. ¡Llegas treinta y tres minutos tarde, James!—de nuevo ese peculiar sentido de la puntualidad, como si fuese una madre—. ¿De verdad piensas que me gusta estar esperándote todo el día? ¿Eh? ¿Crees que me divierte perder el tiempo aguardando a que te molestes en aparecer?
—Bueno, teniendo en cuenta que me esperaste… y… eh…
Vale, uno de sus ojos va a salir disparado de su órbita. Será mejor que me calle y la haga feliz con un 'no'.
—Esto… ¿no?
—¿Dónde has estado?—me pregunta de nuevo.
—Mira, lo siento mucho—pongo cara de arrepentimiento—. Tenía entrenamiento de Quidditch y estaba repasando nuevas tácticas con el equipo. Una de ellas consiste en que los cazadores vuelen entrecruzados. Supongamos que el cazador A vuela con la quaffle y los cazadores B y C vuelan con él, a uno u otro lado, y uno de los cazadores B o C, cualquiera de los dos, se deja caer y, entonces…
Me detengo porque Lily ha ocultado la cara entre las manos y simula roncar. Creo que olvidé que no está precisamente loca por el Quidditch, lo que no quiere decir que no vaya a apoyar al equipo de Gryffindor en cada partido y a ignorar deliberadamente mis gritos de '¡He marcado ese último gol para mi delegada!'.
Cualquier otra chica lo habría considerado un gesto enternecedor. Pero ella actuó como si se tratase de un presagio de muerte e intentó destriparme.
Al final, abre los ojos y niega con la cabeza.
—Merlín, el Quidditch es en lo único que piensas.
Eso no es cierto. Pienso en un montón de cosas importantes como… ¡el calentamiento global! Aunque nunca he llegado a entenderlo del todo, por mucho que Remus intente explicármelo. Pero aún así, ¡pienso en ello!
—También me interesan otras cosas—digo débilmente.
Lily enarca una ceja.
—¿Por ejemplo?
De acuerdo, James, piénsatelo detenidamente. Dile algo que consiga que le gustes. Veamos, aquí tenemos algunas opciones:
a) Gastar bromas.
b) Las chicas.
c) Odiar a Snape.
d) Pegarle a Sirius.
Vale, James. No lo estás pensando detenidamente, ¿verdad?
—¿James?—Lily agita una mano frente a mi rostro. Yo tengo la cabeza en otra parte.
¡Piensa más deprisa, cabeza hueca! ¡PIENSA MÁS DEPRISA!
—Eh… ¿tú?—digo con un intento de sonrisa dulce.
Ella me da un manotazo en la cabeza.
Respuesta incorrecta, imbécil.
—Respuesta incorrecta, imbécil—dice Lily. Durante un segundo creo que acaba de leerme el pensamiento y luego lo ha repetido en voz alta, pero por lo visto solo estaba teniendo exactamente el mismo tipo de pensamientos ofensivos que yo.
Creo que ha llegado la hora de sacar la artillería, así que me acerco a ella.
—¿Por qué no acabamos con esta farsa, eh?
—¿Qué farsa?—dice rechinando los dientes—. ¡Resulta adorable tratando de fingir que no va con ella! Sabe exactamente de qué estoy hablando.
—Ya sabes, ese… algo… que hay entre nosotros.
—¿Qué algo?—dice. Entrecierra los ojos peligrosamente.
Vale. Ahora su obviamente fingida ignorancia resulta ligeramente molesta.
—Sabes que estamos hechos el uno para el otro—le digo. La veo temblar; no estoy seguro de si se debe a los nervios a un ataque de rabia generalizada—. Yo soy delegado, tú eres delegada. ¿No es demasiada coincidencia?
De alguna manera, me da por pensar que Dumbledore intentaba juntarnos. Cómo quiero a ese viejo chiflado.
—No vamos a tener la misma conversación otra vez, James.
Hago un mohín que muchas chicas consideran adorable. Ella me pregunta por qué pongo cara de pez y decido devolver mis labios a su posición habitual.
—¿Pero por qué no sales conmigo, Lily?
—¡Porque lo único que te importa es el puñetero Quidditch!
Puede que ahí tenga razón. Mi pasión por el Quidditch ha arrasado con otros deberes, tales como fastidiar a Quejicus. He estado demasiado ocupado como para gastarle bromas durante una buena temporada. Debo de estar poniéndome enfermo.
—El Quidditch no es lo único que me importa—protesto.
De repente, Sirius irrumpe en la Sala Común con una sonrisa idiota estampada en el rostro y una revista enrollada en la mano. Ignora completamente la presencia de Lily y corre hasta mí.
—¡Cornamenta, aquí estás!—está brincando literalmente, como si fuese el perrito hiperactivo cuya forma adopta cuando se transforma—. ¡Acabo de conseguir el nuevo ejemplar de Quidditch semanal!—agita la revista frente a mi cara—. ¡Aparece la nueva escoba y es una preciosidad! ¡La miras y te arden los ojos, tío! ¡Créeme! ¡Se te hace la boca agua!
—¡OH, GUAU!—no puedo evitar gritar de la emoción—. ¡Rápido, déjame ver! ¡Déjame ver!—trato de alcanzar la revista, pero por el rabillo del ojo veo a Lily, que frunce el ceño—. Uhm—me muerdo los labios—, esto… Tampoco es tan importante. Ya lo miraré más tarde—le devuelvo la revista a Sirius y lo empujo para que se vaya—. O puede que ni siquiera lo mire—le añado a Lily, y alzo las cejas para tratar de parecer imponente.
Me vuelvo hacia Sirius que está absolutamente horrorizado por mis palabras. Puede que incluso rompa a llorar de indignación.
—Le echaré un vistazo más tarde—le aseguro en un susurro. Un resoplido de Lily me indica que mi susurro no ha sido pronunciado en voz lo suficientemente baja. Sirius parece feliz y me guiña un ojo. Mediante un movimiento veloz, me señala, se señala a sí mismo, señala la revista, me muestra los cinco dedos de la mano (lo que supongo que, en el lenguaje de signos de los Merodeadores, significa cinco minutos) y sube corriendo las escaleras de la Sala Común.
Luego le voy a dar.
—En fin, ¿de qué estábamos hablando?—no parece que Lily tenga muchas ganas de continuar con la conversación—. Ah, sí… por qué no sales conmigo.
Me quedo helado al recordarlo.
—Nómbrame un único diálogo que hayamos mantenido durante el que no hayamos discutido o durante el que no te haya echado la bronca por incordiarme.
Oh… es difícil. No me gusta esto de 'preguntas y respuestas'. Ni siquiera me está dando opciones para escoger. No es justo.
—Puedo contar dos conversaciones en estos siete últimos años. Dos—repite ella en tono de mofa.
—¿Tendrías la bondad de compartirlas conmigo?—digo suavemente. Al parecer, mi suavidad pasa inadvertida.
—La primera fue el año pasado—explica—, a comienzos de Febrero. Localización: el Gran Comedor. Durante el desayuno—me encanta cómo lo documenta todo—. Fue algo así. Yo dije: ¿me pasas una tostada? Tú dijiste: Claro, ¿la quieres con mantequilla? Y luego yo respondí: No, gracias.
Guau. Me acuerdo de esa conversación. Se comió la tostada y le quedó mermelada en la nariz. Con la nariz redondita y colorada parecía un muñeco de nieve. No es que ella sea un muñeco ni nada por el estilo… ni que esté hecha de nieve o tenga los ojos de piedra; aunque a veces es muy fría conmigo y me dedica un gran número de miradas petrificantes.
—Muy detallado—digo.
—De la siguiente—continúa—, no estoy muy segura, porque fue en la fiesta que se celebró porque Gryffindor había ganado la copa de Quidditch y creo que me pasé un poco demasiado con la cerveza de mantequilla. Fue algo así: me preguntaste cuánto había bebido. Yo dije que un montón. Entonces, yo te pregunté cuánto habías bebido tú. Y tú dijiste que también un montón.
Recuerdo muy vagamente esa conversación. Creo que su información no es correcta; ni siquiera hubo cerveza de mantequilla en la fiesta. Me acuerdo imprecisamente de Sirius echando güisqui de fuego en el ponche. Remus lo observaba todo con desaprobación. Y Peter estaba completamente borracho e intentó hacerlo con una mesa.
Trato de volver al tema:
—Hemos tenido muchas más conversaciones maduras que esas, ¿sabes? ¿Qué me dices de aquellas que mantuvimos en quinto? Recuerdo una vez que me preguntaste si te prestaba una pluma…
—Y me contestaste: lo haré si sales conmigo, Evans.
Me encojo. Puede que el recuerdo de la pluma no fuese un buen ejemplo.
—¡Oh, ya sé! Aquella vez que estábamos en la biblioteca y tú no podías alcanzar un libro, así que me preguntaste si podía cogértelo, y yo dije que por supuesto y lo hice.
Sonrío con suficiencia. Aquel fue uno de mis poco habituales momentos caballerosos.
—Estás omitiendo la parte final de ese recuerdo.
Oh… sí. Ahora que lo pienso, puede que ese tampoco fuese un buen ejemplo.
—Oh, me parece que cuando te entregué el libro dije que me merecía algo a cambio. Y, eh—yo enseguida me pongo rojo—, dije…
—Sal conmigo, Evans, para que puedas sacar la cabeza de los libros y meterla en mi entrepierna—dice ella en tono mortífero.
Vamos, no me mires así. Tenía quince años y era un cretino pervertido. Era infantil y, por aquel entonces, no respetaba a las mujeres. Me gustaría pensar que he madurado un poco.
—Je… je… je…
Mierda. Me estoy riendo. Me estoy riendo al recordar que era un pervertido cuando tenía quince años. ¡Para, para, para! Mi delegada se está cabreando. Rechina tanto los dientes que parece que se van a reducir a polvo. Me gustan sus dientes; relucen.
—Deja de sonreírte.
—Solo si sales conmigo, Evans—digo con una sonrisa.
No parece que le haga gracia.
—Bromeaba—le aclaro, y levanto las manos en señal de defensa. Ella no le encuentra la gracia al chiste y aprieta los puños. Juro que era solo una broma… aunque no muy inteligente. Lo único que pretendía era descargar un poco el ambiente, ser gracioso, que es algo que no se me da demasiado bien (aunque mis chistes son mejores que los de Sirius, esos de 'Entra-un-tío-en-un-bar'). A las chicas siempre les gusta el gracioso, ¿verdad?
Mientras medito mi teoría acerca de los graciosos, los ojos de Lily comienzan a centellear con un repentino brillo malicioso.
—¿Por qué no hacemos una apuesta?—dice.
Levanto una ceja. Lily Evans, la delegada, ¿apostando? Eso es algo que no se ve todos los días. Me alegra poder decir que se me dan estupendamente bien las apuestas y he ganado muchas en el tiempo que llevo en Hogwarts, incluyendo algunas como ser el que más aguanta la respiración, bañarse en pelotas en el lago y comerse más de cien ranas de chocolate de una sentada.
—¿Qué clase de apuesta?—pregunto, intrigado.
Esta vez es ella quien se acerca a mí.
—Una apuesta en la que, si ganas, lo que es altamente improbable—hace énfasis en esto último con un resoplido—, saldré contigo.
Es la mejor apuesta de la que he oído hablar en mi vida. Ya puedo imaginar sus labios sobre los míos. Es perfecto. Casi. Demasiado perfecto.
—¿Cuál es el truco?
—Tendrás que renunciar al Quidditch durante una semana.
Dios, no puede estar hablando en serio. Está como una cabra. Las obligaciones de delegada le han afectado al cerebro.
—¿Y si pierdo?
—Te afeitaré la cabeza—se sonríe.
Yo, sin pelo, no soy atractivo. Créeme. No lo soy. Los calvos repelen a las mujeres. Es un hecho.
—Entonces, ¿apostamos?—me ofrece la mano para que la estreche.
No puedo aceptar esta apuesta. Acabará conmigo. Juro que será mi fin. No me malinterpretes, me gusta Lily y todo eso, puede que incluso más que eso. Pero… ¿renunciar al Quidditch? ¡Bah! ¡De ninguna manera! He tomado una decisión y es irrevocable.
—Vale—digo, y estrecho su mano.
¡Estúpido! ¿Qué parte de 'de ninguna manera' no entiendes? Estúpida, estúpida mano.
Al tiempo que nos damos la mano y nos miramos fijamente a los ojos, doy un tirón para acercar su mano a mi boca y deposito un beso en ella.
Mala jugada.
Me da un manotazo.
—La apuesta empieza mañana—me dice mientras me froto la zona dolorida—. Buenas noches.
Gira sobre las puntas de los pies y sube indignada las escaleras de la Sala Común, tarareando.
Estoy jodido.
Lily
Voy a destrozarle los huevos. No sé dónde se habrá metido James Potter, pero supongo que lo más probable es que se esté dando el lote en el pasillo con alguna chica anónima mientras examina sus amígdalas. Oh, sí, puede que ahora utilicemos nuestros nombres de pila, pero eso no quiere decir que mis pensamientos sobre él tengan que ser agradables.
Compruebo otra vez la hora. ¡Treinta y dos minutos tarde! Intento distraerme jugueteando con el pergamino que tengo entre las manos pero lo único que consigo es apretar el pergamino y arrugarlo. No soporto los pergaminos arrugados.
Treinta y tres minutos.
Le voy a arrancar los testículos.
—Lily.
Apartó la vista de la chimenea de la Sala Común y distingo a James Potter que se acerca a mí con su sonrisa de chiquillo.
—¿Eres idiota o qué te pasa?—chillo.
Ja. Eso le borrará esa sonrisa de la cara.
—Eh… ¿se trata de una pregunta retórica?
No entiendo cómo puede ser delegado. Es increíblemente inteligente en clase, así que, como es imposible que sea tan estúpido, supondré que está fingiendo tal grado de imbecilidad.
Me pongo en pie e intento posar cuidadosamente el pergamino mientras le observo. Jadea y lleva el uniforme de Quidditch. Arquea una ceja; estúpido creído. Debe de estar pensando que lo estoy examinando.
—¿Dónde demonios has estado?—le clavo un dedo en el pecho pero inmediatamente se me moja la punta. Tengo sudor de James Potter en el dedo. ¡Ugh! Rápidamente trato de limpiarlo en su túnica, pero también está empapada. ¿Dónde narices ha estado? ¿En el maldito lago?—. ¿De verdad piensas que me gusta estar esperándote todo el día? ¿Eh? ¿Crees que me divierte perder el tiempo aguardando a que te molestes en aparecer?—gruño.
—Bueno, teniendo en cuenta que me esperaste… y… eh…
Ahí tiene razón. Le esperé… ¿por qué? No puedo controlar mi ojo izquierdo y va a salirse de su órbita ante la evidencia de que le haya esperado tanto tiempo. James está flipando.
—Esto… ¿no?
—¿Dónde has estado?
Pone cara de perrito abandonado y, por un instante, me paraliza. Luego recuerdo exactamente quién es él y cuál es su especialidad.
—Mira, lo siento mucho. Tenía entrenamiento de Quidditch y…
Desconecto inmediatamente. Está balbuceando algo acerca de 'vuelo entrecruzado' y cazadores, pero, honestamente, me aburre mortalmente. Odio las batallitas técnicas del Quidditch. Para mí solo se trata de escobas, bates y pelotas. Los ojos se le iluminan a medida que habla. Yo oculto la cara entre las manos y emito un sonoro ronquido. Espero que capte el mensaje. Lo capta y se calla. Gracias, Señor.
—Merlín, el Quidditch es en lo único que piensas—afirmo.
—También me interesan otras cosas—dice, pero lo dice débilmente.
—¿Por ejemplo?
Espero mientras él mira a su alrededor como si estuviese considerando detenidamente las opciones que tiene. Le dejo pensar porque muy rara vez piensa antes de hablar, así que debo valorar este momento. Pero cuando ya ha pasado por lo menos un minuto empiezo a estar levemente molesta.
—¿James?—agito una mano frente a su rostro.
—Eh… ¿tú?
Oh, Dios. No acaba de decir eso. Le doy un manotazo en la cabeza. No puedo creer que esté intentando ligar conmigo en un momento con este.
—Respuesta incorrecta, imbécil—le digo. Mis palabras parecen sobresaltarle, como si acabase de leerle el pensamiento o algo por el estilo.
Sin previo aviso, se acerca a mí y soy consciente de que está demasiado cerca como para que pueda soportarlo.
—¿Por qué no acabamos con esta farsa, eh?
¿Qué? ¿A qué demonios viene esto?
—¿Qué farsa?—digo entre dientes.
—Ya sabes. Ese… algo… que hay entre nosotros.
Lo que está diciendo no tiene ningún sentido, sea lo que sea. Y no sé a que se refiere con ese 'algo'.
—¿Qué algo?
Parece molestarle que no lo entienda, pero a mí me tiene sin cuidado.
—Yo soy delegado, tú eres delegada—tengo la impresión de que estoy temblando e intento desesperadamente mantener mi furia bajo control—. ¿No es demasiada coincidencia?
Supongo que en eso tengo que darle la razón. Estoy segura de que se trata de una conspiración de Dumbledore para conseguir que seamos pareja. Es un sabio y, como tal, sabe demasiado.
—No vamos a tener la misma conversación otra vez, James—sé a dónde nos va a llevar esta charla. Va a preguntarme por qué no salgo con él.
Arruga los labios como si fuese un pez. Se lo digo y se ruboriza, pero devuelve su cara a su posición normal, si es que a eso se le puede llamar normal.
—¿Pero por qué no sales conmigo, Lily?
Ahí lo tienes. Es un misterio que no se me dé mejor la Adivinación.
Su insistencia en preguntarme eso comienza a resultar tediosa.
—¡Porque lo único que te importa es el puñetero Quidditch!
Él sabe que es verdad. Es cierto que a algunas personas les gusta como un hobby, pero lo suyo va más allá de la pasión y la lujuria.
—El Quidditch no es lo único que me importa—dice con terquedad.
De repente Sirius irrumpe en la Sala Común con una revista en la mano. Salta sobre las puntas de los pies y sonríe de una forma que me inquieta mucho. Estoy a punto de continuar la conversación con James cuando Sirius corre hasta él y empieza a hablar sin parar de, adivina qué: Quidditch. Oigo vagamente algo acerca de 'una preciosidad', lo que me hace pensar que esa revista puede ser algo de porno, pero cuando menciona la palabra 'escoba' frunzo el ceño automáticamente.
—¡OH, GUAU! ¡Rápido, déjame ver! ¡Déjame ver!
Lo que le voy a dejar ver va a ser mi puño.
Se gira para mirarme y advierte mi ceño.
—Uhm, esto… Tampoco es tan importante. Ya lo miraré más tarde—coloca la revista con delicadeza en las manos de Sirius, como si se tratase de un libro sagrado y no pudiese arrugarse—. O puede que ni siquiera lo mire—me añade con las cejas levantadas. Me mira como si tuviese que estar impresionada. No lo estoy.
Le echo una mirada a Sirius, que tiene aspecto de ir a vomitar o empezar a sollozar. ¿Qué les pasa a estos tíos?
—Le echaré un vistazo más tarde—le oigo 'murmurar'. Su murmullo tiene prácticamente la misma frecuencia que cuando habla. Le resulta imposible reducir el volumen de su voz. Es como si quisiese que todo el mundo le oyese porque es un arrogante.
Sirius se pone contento al escuchar las palabras de James. En un instante, hace señales en un extraño lenguaje de signos y sale corriendo escaleras arriba.
—En fin, ¿de qué estábamos hablando?—no puedo creer lo que acaba de preguntar—. Ah, sí… por qué no sales conmigo.
Al menos al final lo recuerda.
Niego con la cabeza y le hago una pregunta que lleva un tiempo rondándome la cabeza:
—Nómbrame un único diálogo que hayamos mantenido durante el que no hayamos discutido o durante el que no te haya echado la bronca por incordiarme.
Ja. Eso lo dejará perplejo. Acaba de abrírsele la boca formando una 'o', así que llego a la conclusión de que me toca continuar hablando:
—Puedo contar dos conversaciones en estos siete últimos años. Dos.
—¿Tendrías la bondad de compartirlas conmigo?—dice suavemente. ¿Es que se piensa que esto es un juego? No creo que sea capaz de ponerse serio.
—La primera fue el año pasado—explico—, a comienzos de Febrero. Localización: el Gran Comedor. Durante el desayuno—me encanta documentarlo todo—. Fue algo así. Yo dije: ¿me pasas una tostada? Tú dijiste: Claro, ¿la quieres con mantequilla? Y luego yo respondí: No, gracias.
Sí, menuda conversación.
—Muy detallado—comenta él.
—De la siguiente no estoy muy segura, porque fue en la fiesta que se celebró porque Gryffindor había ganado la copa de Quidditch y creo que me pasé un poco demasiado con la cerveza de mantequilla. Fue algo así: me preguntaste cuánto había bebido. Yo dije que un montón. Entonces, yo te pregunté cuánto habías bebido tú. Y tú dijiste que también un montón.
Creo que recuerdo a James bailando sobre una mesa y luego a Peter haciéndolo con esa misma mesa unos minutos más tarde. Ahora que lo pienso, dudo que lo que bebí fuese cerveza de mantequilla.
—Hemos tenido muchas más conversaciones maduras que esas, ¿sabes? ¿Qué me dices de aquellas que mantuvimos en quinto? Recuerdo una vez que me preguntaste si te prestaba una pluma…
—Y me contestaste: lo haré si sales conmigo, Evans—termino.
—¡Oh, ya sé!—empieza a preocuparme que se le haya podido ocurrir algo bueno—. Aquella vez que estábamos en la biblioteca y tú no podías alcanzar un libro, así que me preguntaste si podía cogértelo, y yo dije que por supuesto y lo hice.
No puedo creer que esté omitiendo la parte final de ese recuerdo. Se lo digo y, repentinamente, recuerda el resto de la conversación. Me alegra decir que parece muy incómodo.
—Oh, me parece que cuando te entregué el libro dije que me merecía algo a cambio. Y, eh—se sonroja, lo que no es muy corriente—, dije…
—Sal conmigo, Evans, para que puedas sacar la cabeza de los libros y meterla en mi entrepierna—remacho ácidamente.
¿De verdad puedes creer que dijese eso? He de reconocer que ahora no es tan pervertido como lo era en aquel entonces. Puede que haya superado aquella etapa infantil, que ahora tenga más respeto por las mujeres, que haya madu… ¿Se está riendo? ¡Joder, se está riendo! Me rechinan los dientes. Me rechinan… los dientes.
—Deja de sonreírte.
—Solo si sales conmigo, Evans—dice y, maldita sea, está sonriendo.
Le arrancaré los dientes y se los atravesaré en el cráneo escribiendo con ellos la palabra gilipollas.
—Bromeaba.
No me importan las bromas de vez en cuando. Sí, soy delegada, pero no me importa soltarme el pelo y unirme a la fiesta con mis amigos. Pero… eso no ha sido gracioso.
No creo que pueda soportarlo durante más tiempo. Necesito darle una lección… Y, de repente, se me ocurre una idea. Es completamente ridícula. Totalmente absurda. No me lo estoy pensando bien.
—¿Por qué no hacemos una apuesta?—las palabras se me escapan de la boca. No sé exactamente quién está hablando aunque, al parecer, soy yo porque esa voz suena como la mía.
—¿Qué clase de apuesta?
Me acerco a él con audacia para intentar intimidarlo.
—Una apuesta en la que, si ganas, lo que es altamente improbable—resoplo, principalmente porque nunca pierdo y, en parte, porque tengo que ganar. Que él gane no es una opción—, saldré contigo.
Su expresión se ilumina como un árbol de Navidad y me doy cuenta de que me está mirando los labios, pero sacude la cabeza para volver a la realidad.
—¿Cuál es el truco?
¿Truco? Oh. No había pensando en ese detalle. Uhm… ¿qué cosa que le encante puedo quitarle? ¿Algo que eche de menos? Creo que no puedo robarle un Merodeador… aunque podría encajonar a Peter en el baúl de madera que hay junto a mi cama. Me imagino que no olería muy bien.
—Tienes que renunciar al Quidditch durante una semana.
¡Ja! La victoria es mía. Nunca podrá renunciar al Quidditch durante una semana. ¡Soy un genio malvado!
Creo que las obligaciones de delegada me han afectado al cerebro.
—¿Y si pierdo?
—Te afeitaré la cabeza—me sonrío. Sí, ha sido aleatorio, pero adora su pelo. Y, además, ninguna chica saldría con él si estuviese calvo. Los calvos repelen a las mujeres. Es un hecho.
—Entonces, ¿apostamos?—le ofrezco la mano para que la estreche.
No estoy segura de que pueda pasar por esto. Si pierdo esta apuesta, hay demasiado que perder. ¿Yo, salir con James Potter? No puede ocurrir. Puede que James tenga más resistencia al Quidditch de lo que creo… Le echo una mirada furtiva y su expresión es de frustración, como si estuviese discutiendo consigo mismo.
He tomado una decisión. No puedo aceptar esta apuesta. Es absurdo. ¿Yo, apostar? Para empezar, no puedo creer que haya sido yo la que lo ha sugerido.
Sin embargo, antes de que pueda apartar mi mano, James la toca con la suya y la estrecha. Es demasiado tarde.
—Vale—dice con una nota de preocupación en la voz.
Mientras nos miramos fijamente a los ojos, tratando de descubrir quién se rajará primero, James me deja estupefacta al tirar de mi mano y rozarla con los labios. Siento un hormigueo y me enfurezco.
Le pego un manotazo en la cabeza. Memo.
—La apuesta empieza mañana—le digo—. Buenas noches.
Giro sobre las puntas de los pies y subo indignada las escaleras de la Sala Común mientras tarareo para tratar de parecer calmada. Tararear es algo normal, ¿verdad? ¿Verdad?
Oh, Dios. ¿Qué he hecho?
Nada más cerrar la puerta del dormitorio miro la mano que él besó y, no sé cómo, me doy cuenta de que, aunque esté húmeda, no la estoy limpiando.
Estoy jodida.
