Nota: todos los personajes y situaciones pertenecen a George R.R. Martin.
A place to die.
Les había visto crecer, jugar y aprender. No podría tener hijos propios pero sentía que ellos eran parte de su vida.
Él los había ayudado a nacer, a los cinco y hubiese deseado poder seguir a su lado, ayudándolos, enseñándoles a ser grandes. Había compartido sus conocimientos y su amor con ellos, con cada uno y había recibido su afecto y ternura. Había sido querido por aquellos chicos, por cada uno de ellos y eso le hacía sentir en paz, bien.
Había enseñado a Robb a ser un buen señor, honorable y leal, como su padre. A Sansa, la pequeña dama, la había visto convertirse en toda una doncella, alta y hermosa. Arya siempre revoloteaba, salvaje y libre, husmeando entre sus mangas, buscando entre sus bolsillos, riendo. Bran, su pequeño más querido, soñador, cuyas esperanzas se habían roto al caer... a él le habría enseñado a ser caballero. Y Rickon, tan travieso y arisco, escondiéndose por los rincones. Todos formaban parte de él. Incluso Theon y Jon. Les había enseñado que no importaban los orígenes, si no quiénes eran, que el mundo era justo.
Les había visto a todos crecer y partir, volar lejos; las niñas partiendo hacia Desembarco del Rey sin mirar atrás, a Robb hacia el sur y la guerra junto a Theon. A Jon marchar, orgulloso y de negro para servir en el Muro. Y lo último que vio fue a sus dos pequeños, yendo hacia algún lugar incierto, pero a salvo, vivos. Y sonrió, feliz, en paz, antes de morir, rodeado de arcianos, en el corazón de Invernalia.
