Bien, soy Ichi. -sonidos de aplausos de fondo.- Después de unos laaaargos meses, sin escribir, aquí vengo con un nuevo fic. He de decir, que la pareja principal es Pruspol, primero que nada, y que si recibe críticas, pues yo ya os advertí antes. He hecho este fic porque adoro la pareja y para mi propia satisfacción, también porque he querdio compartirlo con todos. Y no me importa reicibir críticas, las aceptaré, pero hay que respetar también los gustos, que son diversos. Este fic, es UA, Universo Alterno, y Hetalia no es mío. -ojalá.- Y ah, hay tanto parejas yaoi como hetero. Que os aproveche : D
Las palabras del profesor en sus esfuerzos de intentar explicar la clase de química sonaban como eco en sus oídos y apenas intentaban llegar a su mente para procesarlo y entenderlo completamente. Aquello era una rutina diaria y monótona en la que el aburrimiento parecía ser un factor bastante usual. Exhaló un suspiro y desvió la mirada hacia el cristal de la ventana. El exterior tampoco parecía ofrecer algo más interesante que captase su atención, y ese detalle, le provocó algo parecido a la exasperación. Entonces, una voz distinta a la del profesor le despertó de sus propias cavilaciones. Dirigió sus ojos verdes al compañero que se situaba a su lado, cuyos ojos azules le observaban. Aquellos ojos pertenecían concretamente a su amigo de la infancia, el cual le llegó a gustar hace un tiempo. Sin embargo, eso era agua pasada, se dijo Feliks así mismo.
-Ya sé que soy monísimo Toris, pero tampoco es para que te quedes mirándome como un idiota- dijo con una sonrisa, le encantaba vacilar a la gente.
Su amigo suspiró con cierta resignación.
-Si me escucharas..- murmuró.-Te estaba diciendo que Elizabeta quiere hablar contigo después.
-¿Y me lo dices ahora?- parpadeó, confuso.-Espera ¿cuándo te lo dijo?
-En el recreo, solo que…
-Te acabas de acordar.- era común que su amigo siempre se olvidara de cosas que le concernían a él.
-No es así, además habló el que está en su mundo la mayoría de los días del año.
Aquello había supuesto un golpe bajo para él. Feliks frunció el ceño. ¿Por qué tendrían que echarle en cara lo que hacía o dejaba de hacer?
Estaba harto de eso.
Simplemente le ignoró cuando le dijo tal acusación, haciendo que Toris se arrepintiera de sus propias palabras. Estúpido más que estúpido. De repente, el profesor parecía ausentarse, y el caos reinó entre los compañeros de su clase. Se limitó a ignorarles también, sin embargo, sintió que le tiraban una bola de papel. Al principio no hizo nada, lo dejó pasar, pero luego millones de bolas de papel comenzaron a atacarle. Se giró para devolver el ataque al causante, al mismo tiempo que su amigo gritó:
-¡Beilschmidt, deja a Feliks en paz!
Era él, otra vez. Feliks miró al nombrado. Un chico de aproximadamente su misma edad le observaba con una mirada llena de superioridad y de diversión, de cabellos albinos alborotados. En su respectiva mesa, habían papeles arrugados y alguna que otra bola mal hecha. Gilbert Beilschmidt. Cómo él solía definir, un ser egocéntrico, orgulloso e idiota. Completamente y excesivamente idiota. Desde que había entrado al instituto, no había dejado de ser el punto de mira de ese chico. No por nada especial, sencillamente porque le divertía molestar a la gente. Sobre todo a él…
Pues que siempre le llevaba la contraria. Era el único en todo el lugar.
Y como todos, sabía que eso jodía en su totalidad al albino de ojos rojos.
-Qué Beilschmidt ¿tan irresistible te soy que no puedes aguantar ni un momento en conseguir captar mi fantástica atención?
Como él esperaba, el albino frunció el ceño durante unos pequeños segundos, hasta que soltó una carcajada.
-Nein, pero quería despertarte de tus fantasías que probablemente sean sobre mí.
Feliks hizo una mueca de asco al escuchar tal frase, mientras que Toris parecía haberse levantado de su sitio, mirando mal al albino. Lo que se podía decir mal según Feliks, puesto que el castaño tampoco es que supiera mirar mal a la gente, a no ser que se cabreara, lo que era pocas veces. Pero en ese momento, parecía estarlo.
-¿Por qué no le dejas en paz?- por primera vez, el rubio de ojos verdes se impresionó por la seguridad en la voz de su amigo.-Vete a molestar a otro.
-¿Y qué si quiero molestarle a él?- indagó Gilbert con una sonrisa llena de sorna.
-Pues te las tendrás que ver conmigo.
Todos los alumnos de la clase se quedaron callados, atentos a la pelea que se cocía en el ala norte. Uno de los amigos de Gilbert, que pertenecían al BadTrío, de cabellos rubios y ojos azules, movió las cejas repetidamente hacia abajo y arriba, dándole un codazo a su compinche.
-Oh Mon Dieu.- murmuró en un perfecto francés.-Te acaban de retar, mon ami.
Era Francis Bonnefoy. Francés, supuestamente apuesto, y un pervertido de los de aquí te espero. Para Feliks, ese chico recibía el nombre de Elpervertido. Él se situaba a la izquierda del albino en esos momentos. A su derecha, permanecía un chico castaño de ojos verdes y piel morena, que mostraba una sonrisa bobalicona y que estaba impregnada de amabilidad.
-¿No era una petición de amistad?- preguntó el chico.
Gilbert le propinó una colleja para que se callara. Él se limitó a quejarse y a poner un rostro lloroso. Antonio Fernández Carriedo. Español, alegre, y un pedófilo.
Así, para Feliks eran, en vez de ese nombre ridículo de BadTrío…
El pervertido, el pedófilo y el egocéntrico.
-Toris, osea, déjalo ya.
El nombrado le miró, incrédulo.
-¿Qué lo deje?- negó con la cabeza.-Ni hablar. No para de molestarte desde parvulario, no puedo seguir permitiéndolo.
-Como que yo sé defenderme solo.- aseguró.-Aparte ¡no vale la pena poner mi atención en el marginado del instituto!
Fue bastante rápido. Sintió que le elevaban de la silla en la que había estado sentado, y toda su visión fue ocupada por unos ojos rojos que le observaban con una irritación que no era difícil de ignorar. Sabía que le había dado en el punto débil del albino. Pero no le importaba, se lo merecía. Con el paso de los años, conocía las palabras hirientes que le podían hacer efecto y las que no. Era así como su eterno rival. Habían estado desde pequeños en aquel lugar, y su relación siempre había funcionado así. Picándose, enfrentándose y retándose. Era una costumbre que nunca se rompería entre ellos. ¿Y por qué precisamente Feliks? Ni él mismo lo sabía. Aunque ni siquiera le molestaba. Incluso, le relajaba. Pero eso, él nunca lo admitiría en voz alta.
Y mucho menos, delante de aquel idiota.
-Quita tus zarpas de encima, te vas a cargar mi maravilloso uniforme.-inquirió el polaco.
-Ten fe si crees que voy a hacer eso.- Gilbert arrastraba las palabras. Daba la impresión que esta vez, Feliks si que había dado hondo.-¿Quién cojones te crees? Voy a quitarte ese valor que tienes conmigo.
-¿Te crees que me das miedo? Como que ni siquiera me haces temblar.- Feliks le mostró una sonrisa divertida.
Gilbert frunció aún más el ceño. Gritos de ¡Pelea! comenzaron a sonar en la clase, pero apenas les prestó su grandiosa atención. Definitivamente, borraría esa sonrisa que tanto solía retarle durante tantos años. Sin embargo, durante un instante pensó ¿y qué haría después si la hiciera desaparecer? Luego no encontraría a alguien que fuera capaz de contestarle de la misma forma que el polaco lo hacía. Le daba rabia darse cuenta de ese hecho. Dispuesto a hacer algo con él, escuchó que la puerta de la clase se abría. Los gritos se cortaron de inmediato. Apartó la vista de su objetivo. Era el profesor. Soltó de inmediato a Feliks, pero él ya lo había presenciado. El profesor se limitó a suspirar.
-Debí suponerlo.- se acomodó una chaqueta de tela negra, cuyas coderas se habían roto debido al uso empleado. -Beilschmidt y Lukasiewicz. El mismo dúo que todos los días tendrán como destino el despacho del director.
-¿Qué voy a hacer con ustedes?
El director, se trataba de un hombre cuyos cabellos rubios llegaban hasta su espalda. Sus ojos azules, fríos, encajaban con su rostro pálido y su expresión totalmente seria que siempre mantenía. Feliks, como usualmente hacía, fingía que le escuchaba, sentado en la silla que siempre le esperaba por culpa de Gilbert, cruzado de brazos y sin dejar de hacer pucheros. Mientras, el albino estaba de pie, toqueteando la bandera de Europa que estaba colocada al lado de la ventana. El director le dirigió una mirada amenazante, pero Gilbert apenas le estaba haciendo caso. Típico de él, pensó Feliks, mirándole de reojo. Maldita fue su suerte que el de ojos rojos captó su mirada, y se vio obligado a quitarla con rapidez. Fue el primero en hablar.
-Podría echarme de esta mierda de sitio y así viviría en paz.- ofreció Gilbert.
Feliks entornó los ojos.
-Por favor señor, no nos vuelva a poner otro castigo.- pidió.-Ya estoy súper harto de lo mismo, y ya ve que no soluciona nada.
-Los profesores no paran de quejárseme respecto a ustedes.- se tocó el puente de la nariz, cerrando los ojos.- Algo tendré que hacer.
-Yo ya dije una oferta…- comenzó a insinuar el albino.
-No, Beilschmidt, usted no se irá de aquí. Fuera del instituto no nos sirve.
-Alguien como yo podría valerse en la calle si me da la gana.- se dirigió a la puerta del despacho.-No podrá soportarme eternamente.
¿Acaso iba a irse?
Y así fue, dando un portazo. Feliks dirigió una mirada interrogante al director. Presentaba una apariencia de puro agotamiento, como si le hubiesen sometido a una dura prueba. Tenía los ojos cerrados y apoyaba las manos en su frente arrugada, puesto que la mantenía fruncida. Quiso decir cualquier cosa para poder irse de allí, pero viendo al propio director de esa manera, hizo que le provocara como una sensación de pena o compasión. Tenía que ser duro aguantar a alguien como Gilbert. Y más sabiendo, que era su propio nieto, y que el albino no tenía a nadie más.
-Lukasiewicz, puede retirarse.
Eso fue lo único que murmuró el director. Feliks iba a preguntar por su castigo, pero pensó que no era el momento adecuado, por lo que se limitó a marcharse.
El polaco no se había quitado de la cabeza la escena acontecida en el despacho. ¿Pero por qué el albino era tan desagradecido?
El instituto era un recinto como otro cualquiera. Sin embargo, a los alumnos que no tenían padres, se les enviaba a un sector que era casi como un internado. Él mismo, Feliks, estaba en él, junto con algunos alumnos más. Sus padres habían muerto cuando el apenas tenía casi dos o tres años, justo la edad en la que se podía enviar a un niño a aquel lugar, al parvulario, concretamente. Supuestamente una mujer, criada que servía a sus padres, se había encargado de cuidarle hasta entonces. Apenas podía recordarles mucho, pero siempre había guardado con cariño una foto, su único recuerdo. En un principio, no había considerado ese lugar como su casa. Sin embargo, allí comenzó a conocer a gente que parecía (o eso creía) que era importante para ellas. Toris siempre había sido su amigo, junto con Elizabeta y un chico que le caía bien, llamado Feliciano. Elizabeta era una chica castaña de ojos verdes un poco más claros que los suyos, cuyo carácter era bastante fuerte. Respecto a Feliciano, no se podía decir mucho de él. Amante de la pasta, las chicas, y un poco atolondrado, pero de buen corazón. Aunque, a pesar de que le gustaran las chicas, Feliks estaba segurísimo que entre él y Ludwig, había algo más que amistad.
Oh, se había olvidado de Ludwig. Era el hermano menor de Gilbert. Este último le tenía un gran aprecio, pero aunque fueran hermanos, realmente ninguno de los dos se parecían, ni físicamente ni psicológicamente. Pero ambos se aceptaban y daba la impresión de que se querían. A su manera, claro.
Con todos estos pensamientos rondándole en la mente, continuó su camino hacia el único lugar donde podría encontrar a su amiga castaña, y ese era un club bastante singular llamado Cat Eyes, un sitio que no estaba situado muy lejos del instituto, simplemente tenía que cruzar un par de calles, aunque tampoco lo tenía a diez pasos, había que caminar. Nunca llegó a comprender la razón de tal nombre para un club, pero todo lo que hiciera Elizabeta, le parecía mejor que mejor, tenía su gusto particular. Entró por la puerta trasera, a la cual siempre se le estaba permitido entrar, exclusivamente a él. Nada más cruzar un umbral, Elizabeta le recibió con una gran sonrisa.
-¡Hola Feliks!- saludó en su común tono jovial.- Veo que Toris al final te dio mi recado.
-Siento si llegué tarde, un idiota me entretuvo en el despacho del director.- dijo, exhalando seguidamente un suspiro de agotamiento, pasándose la mano por la frente.- Me agotan.
-Déjame adivinar ¿ha sido Gilbert?- preguntó la castaña, aunque tanto ella como el polaco eran conscientes de que no había necesidad de preguntar.- Creo que hasta que no os marchéis ambos del instituto, no te dejará en paz.
-Entre nosotros dos, como que siente una cierta atracción hacia mí- bromeó el rubio con deje burlón.- Si es que soy irresistible.
Los dos rieron por el comentario.
-Bueno- retomó el hilo de la conversación y la razón por la que había venido.- ¿De qué querías hablarme?
Nada más formular la pregunta, los ojos verdes de Elizabeta brillaron como nunca antes, y Feliks supo de inmediato que una idea se le cruzaba por esa mente de fujoshi. Una idea que le concernía a él. Ella no le contestó aún, sujetando su brazo y arrastrándole un poco más al interior del club. Cuando llegaron, lo que anteriormente había sido ocupado por una gran mesa, estanterías repletas de libros yaoi, y pósters, ahora se había convertido en una especie de cafetería, repleta de mesas elegantes, sillas y un ambiente adecuado para ello. Feliks no evitó parpadear varias veces. ¿Qué había pasado con el club? Elizabeta le miró de reojo, sonriendo pícaramente al igual que un niño al que le habían descubierto una travesura. Le soltó del brazo y se dirigió al centro de la estancia, girando sobre sí misma, alzando los brazos.
-¿Qué te parece?
-O sea, Eli ¿te ha dado la vena de reformista loca?
-Más o menos- respondió ella, guiñando un ojo con timidez.- ¡He decidido crear una cafetería para que todos puedan relajarse! Un club de Maids, por así decirlo.
-¿De Maids?- los ojos de Feliks se iluminaron, corriendo hacia su amiga y abrazándola.-¡Es una idea genial! Esos trajes me encantan, lo sabes. Estarás…
Pero entonces, se alejó de ella por un momento, señalándola con un dedo acusatorio. La joven simplemente sonrió, escondiendo las manos detrás de la espalda y riendo tontamente.
-Y-ya sé porqué querías hablar conmigo.
- Bingo. Por supuesto que sé que te encantan- ladeó la cabeza, acercándose a él mientras le cogía de ambas manos, poniendo ojos de cachorro.- ¿Lo harías por mí? Será divertido.
-Eli, te voy a espantar a los clientes…
-No digas tonterías.
-Soy un hombre- Feliks suspiró, cada vez que tenía que sacar a relucir ese tema, se exasperaba sin quererlo.-Si vienen chicos del instituto y me ven con un traje de Maid, me llamarán travesti y esas cosas. Paso.
-¿Y por qué tendrían que saber que eres un chico o no?
-¿Qué pretendes decir?
-No todos los chicos del instituto te conocen y la verdad es que nunca han venido por aquí, y sabes perfectamente que das el pego siendo una chica.
-Eli…
-¿Y si te pago?
Las facciones del chico de ojos verdes se tensaron, mirándola casi con estupefacción. ¿Intentaba comprarle con dinero o era que intentaba ayudarle? Tanto él como ella, eran conscientes de que quería independizarse del Instituto en cuanto le fuera posible. No quería depender del director, ni de los padres de Toris, que se habían preocupado muchas veces por él, o de cualquier otra persona. Quería tener un sitio para vivir una vez acabadas las clases y pasar a una Universidad. Y solo quedaba un curso para dicho objetivo. Y no tenía nada. Aún. Tenía que pensárselo detenidamente. Sucumbir a aquella especie de trato, podría suponer lo que había pensando desde un principio: ser comprado por dinero. Pero su amiga no lo haría con ese tipo de intenciones, y estaba segurísimo de ello. Por otra parte, disfrazarse de Maid no es que fuese un suplicio para él ¿No?
-Nie, no me pagues- finalmente, su conciencia había podido más que su objetivo.- Me sentiría como…no sé, me da mal rollo que una amiga me de dinero.
-Lo siento- desvió la mirada, cabizbaja, como si se hubiese avergonzado de lo que había dicho.- Pero puedo ofrecerte otra cosa, si quieres.
-No impor…
La frase quedó suelta en el aire y a medio terminar cuando fue interrumpido por un golpe seco. Parecía que era como el ruido que haría un cuerpo al caerse. Elizabeta enseguida corrió hacia lo que daba la impresión que era una despensa, un cuarto de poco espacio repleto de estanterías con cajas, cajas de comida, así como galletas y demás. Allí se encontraban dos chicas, una efectivamente en el suelo, y otra a su lado, regañándola.
-¡Jeanne, mira que eres patosa!
-¿Qué ha pasado, Emma?
Feliks supuso que Emma era la que regañaba a la que permanecía en el suelo, Jeanne. Las dos jóvenes eran muy diferentes en cuestión de físico. La que se hacía llamar Emma, poseía una altura considerable, al menos en comparación con la otra chica. Su cabello a la altura de los hombros, castaño de un tono bastante claro, casi tirando a rubio, concordaba con su tez pálida y sus ojos verdes. Mientras Jeanne daba la impresión de ser más delicada, de rostro afilado, cabellos rubios cortos y ojos claramente azules. Se fijó en un detalle: Jeanne, no quitaba la mano de su tobillo.
-Jeanne iba a coger la caja de las tazas- señaló una de ellas, situada en una estantería alta, había una escalera apoyada.-Pero en su intento, resbaló en la escalera y se dobló el tobillo.
-C-creo que lo tengo hinchado…-musitó Jeanne en voz baja.
Elizabeta se acercó de inmediato a ella. Efectivamente, aquel tobillo no tenía muy buena pinta, se dijo Feliks mientras las observaba, rojo y muy hinchado. Su amiga exhaló un suspiro mientras lo examinaba.
-Será mejor que Emma te acompañe a la enfermería del instituto, no está muy lejos- no era un consejo, casi más bien un deber por el tono que utilizó Elizabeta.-Así no podrás trabajar.
-¿Y qué hacemos con sus clientes?- preguntó Emma, alarmada.
-¿Sus clientes?- Feliks enarcó una ceja, participando en la conversación.
-Cada una de nosotras tiene una lista de clientes- respondió Elizabeta con una expresión arrepentida al no habérselo explicado antes.-Cada persona que entra aquí, elige a la Maid que quiere que le atienda. Y ellos pagan por sus servicios.
Feliks asintió, escuchando atentamente, y por un instante, se le ocurrió una idea. Una alocada, pero sugerente idea.
-¿Te duele mucho?- volvió a preguntar Emma a Jeanne, que se mordía el labio inferior, reprimiendo su dolor.- Elizabeta, ayúdame a levantarla para llevarla a la enfermería.
Ella asintió, y sin más preámbulos, levantaron entre las dos a la muchacha. Feliks iba dispuesto a ayudar, pero vio que las dos se las apañaban sin él. Sin embargo, a pesar de eso, se acercó a Jeanne.
-Eli, yo la ayudo- se colocó el brazo de Jeanne alrededor de los hombros, mientras que Emma hacía lo mismo con el otro.- Espero que no sea muy grave.
-Yo creo que hasta se ha roto el hueso…
Jeanne puso una cara de total horror. Elizabeta le propinó un codazo a su amiga Emma, entornando los ojos.
-No te preocupes, no será nada.
Salieron del Cat Eyes a paso lento, procurando ir a un ritmo que pudiera seguir la joven de ojos azules. Feliks comenzaba a pensar que Emma podría tener razón respecto a que podría haberse roto el hueso, ya que apenas podía apoyarlo en el suelo. A medida que avanzaban, miró a la chica de reojo. Podría sustituirla perfectamente y hacerse pasar por otra chica que ocupase su puesto. Nadie dijo una palabra más durante el trayecto. Sin embargo, cuando esperó por fuera de la enfermería y salió Elizabeta a su encuentro, le habló de sus meditaciones y de su respuesta definitiva.
-Cuenta conmigo.
Lo que no se esperó fue que su amiga pegara un gritito y se abalanzase sobre él. La abrazó, riéndose y considerando monísima esa reacción.
-¡Fantástico!- depositó un beso en su mejilla.-¡Muchas gracias Feliks, sabía que podría contar contigo!
-O sea ¿acaso no sabes con quién estás hablando?- se echó una mano al pelo, poniendo una pose típica de los anuncios de champú.-Si quieres una Maid, yo te daré una. Ah, y por cierto ¡quiero que mi vestido sea bonito!
-Faltaría más- Elizabeta estaba que no cabía en su propia felicidad. A saber qué de cosas se estaba imaginando.-¡Mañana estate a las tres después de comer!
-¡Dalo por hecho!
Miró su reloj y se dio cuenta de que se había entretenido un poco. Eran casi las seis de la tarde. Se despidió de su amiga con una sonrisa, pensando de camino a su habitación cómo podría organizarse. Solo tenía que asistir siempre después de comer, nada más acabar las clases. Quizás se le podría complicar las cosas cuando empezaran los exámenes, pero sabría llevarlo bien. ¡Él era Feliks! Caminó dando de vez en cuando un par de saltitos, todo eso al ritmo de una canción que tarareaba, aunque se detuvo un momento al distinguir a lo lejos del pasillo la figura de Toris. Se acercó sigilosamente a él, hasta llegar a su espalda y posar las manos en sus hombros, saltando hacia arriba.
-¡TOOOOOORIS!
El castaño de ojos azules emitió un gritito agudo y que resonó por los pasillos. Feliks no evitó estallar en carcajadas, posando una mano en su propio estómago mientras señalaba con el dedo índice al otro. Debía de admitir que le gustaba reírse de él. Toris le miró acusadoramente, exhalando un suspiro de alivio.
-Feliks, no me des esos sustos.
-Por favor Toris, te asustas por tan poco….-el rubio intentó relajarse, respirando con normalidad.-¿Sabes…?
Se calló al darse cuenta. ¿Qué estaba haciendo? Estuvo a punto de decirle sobre el trabajo que le había ofrecido Elizabeta. Era verdad que Toris seguía siendo un amigo de la infancia, pero sabía que si se lo contaba, le daría igual o le escandalizaría el hecho de que tuviese que vestirse de Maid. Odiaba esa parte de él. Además, pensó Feliks, empezando a reflexionar, si se lo cuento, otro alumno del instituto podría enterarse. Y eso, por supuesto, no le beneficiaría en nada. No soportaría la burla de los imbéciles de aquel lugar, y no necesitaba para nada la atención, interés o preocupación del castaño. Sabía valerse por sí solo. Toris aún permanecía frente a él, ladeando la cabeza con una expresión interrogante en el rostro, esperando a lo que quería decirle su amigo. Sin embargo, lo único que hizo Feliks fue darle una palmada muy fuerte en la espalda, mostrando una sonrisa encantadora.
-¡Que me tengo que duchar y no tengo tiempo para ti!- ignoró el quejido que salió de la boca del ojiazul, y se alejó de él, dando saltitos mientras agitaba la mano.-¡Soy alguien muy ocupado, chauzi!
Y dejando a Toris con las palabras en la boca, desapareció nada más cruzar la esquina.
Al día siguiente, Feliks se levantó con un extraordinario humor. No veía la hora en la que se acabaran las clases para después dirigirse hacia el Cat Eyes y probarse su traje de Maid nuevo. Probablemente, le quedaría perfecto. Aunque, a pesar de que ese día parecía sonreírle, no pudo evitar extrañarse de que, cuando el profesor pasó lista, el idiota de Beilschmidt no contestara. Y el caso fue, que no se había presentado en las clases durante todo el día. Por primera vez en muchísimo tiempo, reinaba la tranquilidad y no tenía a un egocéntrico amargado detrás de él y molestándole la mayoría del tiempo. Pero, nuevamente esa sensación de añoranza extraña floreció en su pecho. Nunca podría llegar a comprender porqué se había vuelto casi una necesidad el estar contestando continuamente al albino por las cosas que le solía hacer, y sonreír con satisfacción cada vez que le malhumoraba. Recordó los sucesos de ayer. Cómo el muchacho de ojos rojos se había marchado del despacho del director con cara de pocos amigos.
¿Y si se lo había tomado a pecho y se había largado del instituto para saberse valer por sí mismo?
No, no podía ser tan idiota. O sí.
Feliks sacudió la cabeza en cuanto sonó el timbre. Observó que todos los chicos de su clase salían despavoridos, ansiosos por descansar y olvidarse de la rutina. Alzó la cabeza, para mirar la hora. Dos de la tarde. Le quedaba exactamente una hora para ir a la nueva cafetería en la que iba a trabajar durante el resto del curso.
Llegó un poquito antes de lo planeado, quince minutos. Era totalmente consciente de que a su amiga Elizabeta ese detalle apenas le importaría, por lo que respiró hondo cuando estuvo frente a la puerta trasera del recinto, armándose de valor y abriendo la puerta. Nada más entrar, un grito de alegría le recibió.
-¡Ha venido nuestro nuevo compañero chicas!
La dueña del grito tendría aproximadamente dieciséis años, pensó Feliks mientras la miraba detenidamente. No pudo negar que la niña era monísima, la cual enseñó una radiante sonrisa. Vestía un traje de Maid negro con delantal blanco, uno traje bastante normal. Sin embargo, lo que destacaba en la joven era su singular color de piel, moreno, y sus dos lazos rojos que resaltaban también el color de su pelo y ojos, de un color castaño oscuro. Ella no le dio tiempo de reaccionar. Corrió hacia él y le abrazó por la cintura.
-¡Mi nombre es Michelle, encanta de conocerte!- su voz era suave y melosa.-¡La jefa me dijo que vendrías, estaba muy emocionada!
Feliks se quedó en silencio hasta que…
-¡QUÉ MONA ERES MICHI!- la estrujó contra sus brazos, sobando su mejilla con la de la niña.-¡Me llamo Feliks pero puedes llamarme como a ti te de la gana! ¿Puedo llamarte Michi, nie?
-¡Por supuesto!- Michelle le miraba con sus ojitos castaños, brillantes y emocionados.
Una risita les interrumpió. Feliks sonrió y se emocionó aún más en cuanto vio a Elizabeta. La ojiverde llevaba puesto un traje de maid, similar al de Michelle, solo que este tenía un corte por detrás que dejaba ver parte de su espalda. Feliks dio saltitos mientras Michelle hacía lo mismo, cosa que le hizo gracia y adoró de la nueva compañera que acababa de conocer. Elizabeta les guiñó un ojo a ambos y le señaló los vestuarios a su amigo.
-Aquí puedes cambiarte libremente, cada uno disponemos de un vestuario propio.- seguidamente, sus ojos se iluminaron.-¡Y allí te espera tu traje!
No esperó más. El rubio se dirigió a los vestuarios y mientras las chicas le esperaban expectantes, a los cinco o diez minutos, el joven apareció tras la cortina, algo tímido. Elizabeta se llevó ambas manos a la boca nada más verle, ahogando una exclamación.
-F-feliks…
-¿M-me queda bien?- apartó el resto de la cortina y salió, algo avergonzado, pero en parte, estaba feliz.
Su traje tenía unos cortes que dejaban descubierto completamente sus hombros, al igual que su falda que le llegaba por encima de las rodillas. No paraba de alisar del puro nerviosismo, los bajos del traje.
-¡Te queda perfecto!- opinó Michelle antes que Elizabeta, y agarró a Feliks del brazo, arrastrándole suavemente y con impaciencia hacia fuera, donde todos los clientes permanecían sentados en sus respectivas mesas.-¡Les encantarás a los clientes!
Feliks creyó que le resultaría un poco difícil integrarse. Pero estuvo equivocado. Los clientes, los cuales la mayoría eran hombres, no se percataron que, bajo aquellas apariencias, se escondía un alumno de instituto. Todos le llamaban y le decían sus pedidos, y lo único que hacía Feliks era traerlos. Cada vez que alguien llegaba, tenía que recibirlo diciendo las mismas palabras:
-¡Bienvenido sea, amo!
De vez en cuando, le resultaba incómodo tener tantas miradas sobre él. Pero, el hecho de no estar solo mientras hacía aquel trabajo, le hacía sentirse seguro. No conocía aún a todas sus compañeras, sin contar con Michelle y Elizabeta. La cafetería, en total, se componían por diez maid, y contando con él, eran siete. Sin embargo, no se preocupó por ese detalle, sabía que las iría conociendo a medida que transcurriera el tiempo. La tarde pasó deprisa y no se dio cuenta de que ya casi marcaban las seis. Algunas de las chicas empezaron a irse, despidiéndose y felicitando por el buen trabajo que habían hecho hoy entre todos. Feliks todavía no se quitó el traje, puesto que decidió ayudar a Elizabeta y a la chica llamada Emma, a recoger y limpiar. El chico se fijó en que Emma cargaba un cubo de basura que parecía ser bastante pesado. Él no es que fuese alguien con mucha fuerza, su anatomía era completamente delgada, sus brazos igual. Pero a pesar de eso quiso esforzarse, y se ofreció.
-Yo te ayudo.
Emma sonrió, aliviada al ver que iba a recibir ayuda.
-¿Estás seguro?
-¡Por supuesto!- le costó cargarlo, pero decidió ir un poco rápido hacia la entrada trasera, donde en el exterior, estaba la basura.-Esto no podrá conmigo, tranquila.
Aunque al rato, no estuvo tan seguro de sus palabras. Finalmente, acabó arrastrando el cubo en el suelo hasta fuera, jadeando por el aire perdido y apoyándose en la pared, sintiendo un poco de frío, puesto que comenzaba a anochecer.
-Feliks, nunca más hagas sufrir a tus lindos brazos.
Estuvo a punto de reírse por lo que él mismo había dicho, pero entonces, una vez alzó la mirada del suelo, su sorpresa fue encontrarse con otros ojos. Los reconocería en cualquier parte. Ojos rojos.
Gilbert Beilschmidt, sin tener puesto su uniforme escolar, no apartaba la mirada de encima de Feliks. El de ojos verdes sintió que le podría comer incluso con la mirada, ya que le miraba de arriba abajo, y muy detenidamente. Una sonrisa ladeada y llena de sorna apareció en los labios del albino.
-Oh, mira qué tenemos aquí, quién lo diría, tú con un vestido de Maid. ¿Qué dirían los del instituto si te vieran así?
Y ahí, comenzó su perdición.
