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Vampire Omega - Una historia de
X
Por Karura Varyin
Disclaimer: Por supuesto todos los personajes de
X NO son míos -aunque mataría por tener a Subaru-sama todo
para mi- , sino de ese agradable cuarteto de sádicas autoras llamado
CLAMP. Eso sí, todos los bonitos vampiritos que os encontraréis
son míos, míos míos ^^
Advertencias: Hay spoilers,
no estoy segura de para que tomos, pero los hay. Así que si no
estas por la labor de enterarte de cositas, mejor no sigas leyendo.
Notas de autor: Bueno, esto es lo que hay. Una
vez eliminada la anterior versión de Vampire, con Lestat y CIA.
correteando por sus páginas, he escrito esta nueva, donde TODOS
los vampiros son originales. Esperemos que os guste... *sigh*
Una cosita respecto al formato:
Los diálogos van entre " "
Los pensamientos van entre / /
y la telepatía entre los vampiros entre ** **
Sitio web de la historia: http://www.bilateralnight.net/2pir/fics/vampire/vampire.htm
Momento 000 - De malas noches, citas
rotas y nuevos conocidos.
Damien estaba aburrido.
Muy, muy, pero que muy aburrido.
Aún no tenía demasiado claro por qué no se había
opuesto más enérgicamente a este viaje a Japón cuando
Marcel se lo había comentado un par de semanas antes mientras estaban
cómodamente instalados en casa de la Toscana. Al joven rubio no
le gustaba demasiado Japón: demasiada gente, demasiada prisa, demasiado
impersonal. Siempre había preferido el carácter y la arquitectura
europea, especialmente las mediterráneas. Adoraba Italia y España,
con sus gentes tan amables y alegres, con sus noches llenas de vida y
diversiones... Nada que ver con la fría masa humana que poblaba
las calles de Tokyo.
Cuando dos semanas antes Marcel le había dicho que tenía
dos billetes de avión con destino Tokyo, Damien se había
negado en redondo. Estaba demasiado cómodo en Italia como para
irse entonces. Sabía que estaba siendo un cabezota, pero no le
apetecía en absoluto viajar a Japón. Si bien Marcel
era normalmente paciente con sus caprichos, cuando se le metía
algo en la cabeza era inamovible y Damien lo sabía, así
que le había sugerido que se fuera solo, que él le esperaría
tranquilamente en la Toscana. Pero la treta no había resultado,
pues -para su eterno pesar- los planes de Marcel le incluían a
él y había ignorado totalmente la sugerencia. Pero dado
que el joven moreno conocía perfectamente las debilidades de Damien,
usó contra él el arma definitiva para conseguir desbaratar
su testaruda oposición.
Le había hecho sentir culpable.
Le había recordado sutilmente que durante los últimos dos
años él no había puesto ni una sola pega cuando Damien
le había arrastrado por media Europa, ni cuando se había
empeñado en visitar USA, sabiendo muy bien que a él no le
gustaba demasiado Norteamérica. Todas estos pequeños recordatorios,
pronunciados con una voz sedosa y dulce habían causado estragos
a las defensas de Damien. El joven rubio se había sabido derrotado,
pero aún así todavía había intentado negarse,
aunque sin demasiada convicción. Después de todo Marcel
tenía razón, pero eso no lo iba a admitir tan fácilmente
en su presencia.
Pero por supuesto, Marcel aún le tenía reservado el golpe
de gracia. Lo que el sentimiento de culpa había comenzado, lo remató
su comportamiento especialmente cariñoso de esa noche. Damien
sabía que su compañero moreno lo estaba manipulando, pero
tras una hora en sus manos no había encontrado la presencia de
ánimo para seguir negándose. De hecho habían llegado
a un punto en el que hubiera estado dispuesto a irse al infierno en pleno
verano y con ropa de abrigo si hubiera hecho falta. Y es que Marcel sabía
ser muy persuasivo cuando quería.
El recuerdo de cómo su compañero le había convencido
hizo sonreír a Damien traviesamente.
Oh, bueno. Tenía que reconocer que cuando Marcel se ponía
así, Damien era incapaz de salirse con la suya. Jamás.
Suspirando, el joven rubio levantó la muñeca izquierda con
un gesto elegante y miró el reloj. Cuando habían abandonado
la habitación del hotel a primera hora de la noche, su compañero
le había dicho que tenía que solucionar una serie de asuntos
y le había citado en una céntrica cafetería de Tokyo
a medianoche. Por supuesto, tanto secretismo de su amigo no le había
hecho mucha gracia a Damien, pero puesto que era algo habitual en su moreno
compañero, se había limitado a asentir dócilmente
y luego se había ido a dar un paseo por las calles de la gran metrópoli,
para matar el tiempo.
A las once y media ya estaba en la cafetería, esperando que Marcel
terminara pronto y le diera por pasarse por allí antes de la hora
fijada. Pero ya eran las doce y veinte y no había rastro de su
compañero moreno.
Damien se hundió en su silla y lanzó un resoplido.
Odiaba Japón.
Miró ausentemente la taza de té que tenía en su mesa
desde hacía media hora, mientras repasaba mentalmente la lista
de torturas a las que pensaba someter a su -no tan querido en esos instantes
- compañero cuando un irritante bip-bip proveniente del bolsillo
de su chaqueta le sacó de sus vengativos pensamientos. Con desgana
sacó el pequeño teléfono móvil y se lo llevó
a la oreja.
"Diga" La palabra le salió cortante pero no estaba de
humor como para mostrarse educado. Menos aún cuando sabía
quién le estaba llamando.
"Sí, Marcel, ya sé que eres tú. Nadie más
por aquí tiene este número. Te llevo esperando cerca de
una hora. ¿Dónde demonios te has metido?" Damien cogió
la cucharilla junto a la taza de té con su mano libre y empezó
a juguetear con ella.
"¡¿Cómo?!" La subida en el tono de su pregunta
y el ruido que hizo la cucharilla al deslizarse de sus dedos y rebotar
contra la superficie de la mesa, hizo que varios clientes del café
lanzaran miradas curiosas en dirección del joven rubio. "¡¿Qué
quieres decir con que no puedes venir?!"
A esas alturas Damien ya había atraído la atención
de los camareros también.
"No me digas que me calme porque estoy perfectamente calmado, ¿ves?"
Con un gesto controlado, el joven rubio empujó con un dedo la cucharilla
hasta colocarla junto a la taza. "Entonces, ¿Dónde
quedamos? ... Sí, espera un momento que pido un bolígrafo"
Damien levantó una mano y llamó a un camarero para pedirle
un bolígrafo con el que apuntar lo que Marcel le decía por
teléfono. Con rapidez garabateó la dirección en una
servilleta de papel y le devolvió el bolígrafo al camarero.
"Sí, lo tengo. Nos vemos allí a las tres de la mañana.
Más te vale estar allí, Marcel. Lo digo en serio."
Con eso Damien pulsó el botón que finalizaba la llamada
y miró de mala manera al móvil durante unos segundos, considerando
la posibilidad de estrellarlo contra la pared que tenía enfrente.
Después de decidir que al personal del café no le haría
mucha gracia una lluvia de piezas electrónicas, lo volvió
a meter en el bolsillo de su chaqueta y se levantó de la silla.
Con movimientos bruscos que dejaban ver claramente su enfado, se dirigió
a la caja y pagó por su té y luego salió del café
en el que se había pasado cerca de una hora esperando por su amigo
y se sumergió en la marabunta de la noche de Tokyo.
Típico de Marcel fastidiar los planes en el último momento.
Pero lo peor es que ahora le quedaban mas de dos horas libres hasta la
hora de la segunda cita. Y con su típica suerte, ese día
era Sábado, con lo que las calles de Tokyo estaban abarrotadas
de grupos de jovencitos que aprovechaban la oportunidad para salir a pasárselo
bien. No era que tuviera nada en contra de que los demás lo pasaran
bien. Pero no cuando él se hallaba de pésimo humor.
Para colmo de males Marcel le había sugerido de una manera
bastante tajante que si decidía buscar algo de cena más
le valía ser discreto y procurar que siguiese con vida tras
haber terminado.
Damien emitió un nada delicado resoplido al recordar el tono autoritario
de su compañero al darle la orden. ¿Para qué demonios
sirve ser vampiro cuando tienes que andar con tanto cuidado cada vez que
te apetece un piscolabis? Lo de la discreción lo entendía,
pero ¿a qué venía tanta insistencia con lo de dejar
a las víctimas vivas? No era como si a Marcel le hubiera importado
eso con anterioridad...
El vampiro rubio decidió que Marcel podía coger sus sugerencias
y hacer con ellas lo que quisiera, porque él estaba hambriento,
enfadado e sintiéndose positivamente rebelde. Llevaban tres días
en Japón y aún no había tenido una comida
decente. Marcel podía echarle la bronca luego todo lo que quisiera,
pero ahora él iba a buscarse una bonita presa con la que entretenerse
y saciar su hambre.
Cuando ya tenía prácticamente decidido que iba a coger a
alguna de las extramaquilladas muchachitas que recorrían las calles
en busca de diversión, y chuparle hasta la última gota de
su sangre, Damien miró a su alrededor y notó para su eterna
consternación que su paseo sin rumbo le había alejado de
la zona bulliciosa de la ciudad y había acabado en las cercanías
de un parque infantil.
Donde no había ni un alma.
/Genial. Simplemente genial. Menuda noche llevo.../
Sólo a él le pasaban cosas con estas...
Hizo nota mental de no mencionar nada a Marcel del asunto o estaría
soportando los comentarios sarcásticos del vampiro moreno durante
semanas. Su querido compañero era un maestro en aprovechar el más
mínimo error por su parte para poder burlarse de él, lanzando
comentarios sarcásticamente inocentes y miraditas irónicas
todo el rato. Y ya tenía bastante teniendo que estar en Japón
como para tener que soportar el fino sentido del humor de Marcel.
Damien suspiró resignado, aceptando que aquella noche no era la
suya, y antes de que nada más le ocurriera prefería pasar
un rato tranquilo sentado en los columpios intentando olvidarse de las
últimas horas. Con la gracia de un felino, el vampiro saltó
la valla de metal que rodeaba el recinto de juegos y caminó sobre
la arena silenciosamente hacia el lugar donde se encontraban los columpios.
De repente, gracias a su poder sobrenatural, Damien percibió la
presencia de otra persona en aquel pequeño parque infantil. Con
su agudizado sentido auditivo, el ser oscuro pudo percibir el firme latido
de un corazón, y una sonrisa malévola alcanzó sus
labios por primera vez en la noche.
/La cena/
Pero primero se entretendría con su víctima un ratito. Había
tenido una noche desastrosa y bien se merecía pasárselo
bien, ¿no?. Ignorando las palabras de Marcel, Damien se dirigió
hacia donde provenía el sonido de aquel corazón humano.
Y halló a su propietario sentado indolentemente en uno de los columpios,
con su espalda girada hacia él.
El vampiro se detuvo a escasos dos metros de la figura sentada y entrecerrando
los ojos se dedicó a examinar a su presa. El chico era esbelto
y tenía el cabello corto y moreno. Alcanzaba a ver una de sus manos,
aferrada a la cadena del columpio, y ésta tenía largos dedos,
como los de un pianista. Vestía un suéter negro y unos pantalones
beige, de corte clásico, y sobre su regazo descansaba una larga
gabardina que arrastraba su bajo en la arena. Su voz era suave y bien
modulada...
/Un momento. ¿Su voz?/
Damien interrumpió su inspección al darse cuenta de que
el muchacho del columpio estaba hablando solo. Y una conversación
bastante fluida, por lo visto. El vampiro sintió una profunda oleada
de decepción.
/Con lo grande que es Tokyo y me voy a tener que topar con un loco.../
Y es que los locos le aburrían mucho. Prefería que sus víctimas
fueran conscientes de lo que les iba a pasar, dándoles poco a poco
pistas de lo que tenían delante y lo que les iba a pasar. Disfrutaba
con los pequeños cambios que las caras de sus presas experimentaban
al recibir la información: sorpresa, incredulidad, diversión,
incertidumbre, miedo... Ese miedo de los humanos le hacía sentir
tan maravillosamente bien, sabiéndose el que controlaba las situaciones,
el que tenía el poder sobre la vida y la muerte.
Le encantaba jugar a ser Dios.
Y Marcel continuamente le reprendía por ello. Pero era inútil.
A Damien le costaba ver a los seres humanos como algo distinto a simple
ganado. Sus dolorosas decepciones con los mortales al principio de su
vida inmortal le habían llevado a desligarse emocionalmente de
ellos y verlos solo como el medio de su supervivencia.
Suspirando decepcionado, decidió que el mejor curso de acción
sería terminar con el joven del columpio rápida y limpiamente
y luego irse a esperar por Marcel. Terminó de acortar la distancia
que le separaba de su presa con pasos silenciosos y fluidos, decidido
a acabar rápido y cuando apenas se encontraba a escasos dos metros
del chico este notó su presencia y se volvió hacia él.
Y entonces Damien se quedó sin respiración. Si es que un
ser que no respira puede hacer algo así, por supuesto.
Damien se encontró perdido en las dos profunda lagunas verdes que
eran los ojos del joven del columpio. La única idea coherente que
cruzó la mente del vampiro en aquel prolongado instante fue que
el otro chico era pura y simplemente hermoso.
Y una imagen de Marcel apareció en su mente. Se parecían
tanto... No era que su aspecto físico fuera idéntico, era
más bien algo más intangible. La intensidad de sus miradas,
la seriedad de sus rostros. Damien casi se atrevía a apostar que
el muchacho que tenía delante sonreía en escasas ocasiones...
El vampiro se revolvió nervioso bajo el escrutinio del moreno joven.
La manera en la que le estaba mirando le hacía sentir francamente
incómodo. Cuando Damien empezaba a preguntarse por qué era
él, el vampiro, el que estaba tan nervioso cuando debería
ser el chico, su víctima, el que se sintiera turbado, la suave
voz del moreno hizo que el pensamiento se disipara rápidamente.
"¿Quién es usted?" Durante un breve instante el
chico entrecerró los ojos y clavó su mirada duramente en
Damien. " Aunque creo que he equivocado mi pregunta. No debería
haber preguntado quién era, sino qué era."
Damien parpadeó. ¿Es que el chico sabía lo que era?
¿Y no demostraba el más mínimo miedo?
La idea hizo que al vampiro le recorriera una sensación de vértigo.
¿Cómo era posible que un simple mortal le reconociera tan
fácilmente y sabiendo que tenía a un depredador delante
ni siquiera diera una simple muestra de alarma? A Damien no le gustaba
aquella sensación. Le privaba del control que él siempre
poseía en sus encuentros con los mortales y eso le dejaba en una
posición vulnerable.
Durante unos instantes ambos se miraron en silencio, ojos verdes quemando
los azules del vampiro. El ser sobrenatural estaba cada vez más
y más nervioso por la calma que demostraba el otro muchacho. Y
cuando Damien estaba nervioso tendía a comportarse impetuosamente.
El vampiro decidió que la mejor manera de salir de tan incómoda
situación era seguir con el plan original y liquidar al irritantemente
tranquilo humano. Cuanto antes.
"Yo no lo intentaría." El joven moreno se levantó
del columpio, dejando el asiento balanceándose levemente, y se
situó de manera que quedaba cara a cara con el vampiro. "No
tengo nada contra usted, pero si me atacara me vería obligado a
defenderme."
Damien parpadeó de nuevo sorprendido, mientras notaba distraídamente
que era una reacción de la que estaba haciendo uso bastante esa
noche. ¿Le estaba amenazando? Por un instante el vampiro miró
al chico completamente anonadado.
Y luego se echó a reír.
Damien rió y rió hasta que los músculos de su estómago
comenzaron a dolerle mientras el humano le miraba con estupefacción.
Cuando el vampiro captó la expresión del muchacho las carcajadas
volvieron y con pasos vacilantes se dirigió hacia el columpio que
el otro chico había ocupado y se sentó.
"Ah, lo siento" Dijo el rubio entre risas. "Toda esta noche
es demasiado absurda"
El vampiro miró sonriente al joven humano que le seguía
observando con cara de asombro. La verdad es que cualquier intención
de matarle se había esfumado durante su violento ataque de risa.
Su hambre había sido reemplazada por un sentimiento igual de peligroso:
la curiosidad. Aquel humano era demasiado interesante para convertirse
en su cena.
Damien se levantó del columpio, haciendo una mueca cuando los músculos
de su estómago protestaron aún doloridos tras el ataque
de risa, y se acercó al muchacho, que mudó la sorpresa por
la precaución.
"Soy Damien Blanc"
El vampiro extendió una mano hacia el humano, que la miró
receloso. Damien soltó una risilla al ver cómo el joven
que no hacía diez minutos le había dado una sutil advertencia
se mostraba ahora tan cauteloso.
"Oh vamos, no muerde. Tan sólo estoy siendo educado y presentándome."
Damien hizo una breve pausa dramática."Pero yo si que muerdo.
Después de todo soy un vampiro..."
Si el chico moreno se sorprendió ante la nueva información
no dio ningún tipo de muestra de ello. Simplemente miró
la mano extendida y tras un instante de reflexión la estrechó
con la suya.
"Yo soy Subaru Sumeragi." El humano clavó sus ojos verdes
en los azules del vampiro y éste reprimió un escalofrío.
"Encantado de conocerle."
La educación mostrada por el joven moreno en esas circunstancias
hizo que la sonrisa de Damien se ampliara. Definitivamente interesante.
"Oh, no. El placer es todo mío, créeme..."
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