Ragdoll
La primera vez que le vio le pareció estar alucinando, un par de ojos destellaban en la obscuridad, el brillo ambarino que reflejaban sus pupilas atentas, atentas sobre su persona le aceleró el corazón, podía escuchar al órgano repicar ansioso contra sus oídos haciéndole doler el pecho. Aún sin definir su esplendor sabía descansaba sobre el alfeizar y le dejaba petrificado en el marco de la puerta de la cocina; el verle moverse por la habitación todavía a obscuras creó escalofríos por su espalda hasta que le escuchó maullar con dulzura. ¿Huh?
Jimin encendió la luz y se encogió sobre sí mismo al ver como el intruso se movía por el lugar, saltando de un estante al otro. Suspiró aliviado al cerciorarse solo se trataba de un gato perdido.
Se arrodilló quedando de cuclillas sobre el suelo y alzó una mano en su dirección, el mínimo le vio con atención, meneando la cola meticulosa, de cierta forma el verle tan parsimonioso le enervaba, escalando un pensamiento paranoico que buscaba alejarse de su subconsciente. El gato se fue acercando minucioso y tentativo, como si calculase cada movimiento hasta que estuvo frente al muchacho; Jimin le acarició con cuidado y le escuchó ronronear, tal hecho le hizo sonreír y tanteó la posibilidad de cargarle en brazos.
—¿Qué estás haciendo aquí, amiguito? —El gato alzó el rostro y le rozó con los bigotes, él rio gracias a la sensación cosquilluda que le embargó. Dejando la luz encendida, se encaminó a su habitación escuchando como el gato comenzaba a maullar contra su cuello; el animal mantenía la vista clavada en el suelo. Con ojos atentos seguía la figura uniforme que se desdibujaba sobre la superficie.
Una sombra ondulante que crecía lento, con cada paso que Jimin daba en dirección contraria, el gato siseó una vez que cruzaron el marco de la puerta entrando de lleno en la habitación del muchacho y la sombra se detuvo, le era imposible ya avanzar, no había luz que facilitase su camino y sonrió.
Una mueca amplia y curvada mostrando así una fila de dientes afilados.
