I.
Me desperté desorientada en medio de la noche. Frente a mí, la blanca cortina que cubría el ventanal bailaba al compás del viento, dejando entrar una fría brisa, incluso para ser finales de invierno. Había olvidado por qué estaba abierta pero no demoré mucho más en levantarme y cerrarla antes de enfermar. Eché un rápido vistazo a la calle. La ciudad estaba despertando, ya era de madrugada y en el edificio abandonado de la esquina un grupo de personas se reunía y observaba el lugar con variadas expresiones en el rostro.
Mi reloj de pulsera marcaba las tres de la madrugada de un martes cualquiera. Un escalofrío me recorrió el cuerpo antes de echar pestillo a la ventana, por lo que volví a mi cama dando saltitos para no tener que pisar el suelo frío.
Volví a despertar nuevamente dos horas más tarde. El gris perlado iluminaba ya mi habitación y un ruido ensordecedor intentaba colarse por las paredes de mi hogar. No quise volver a levantarme, el frío se había intensificado y quería intentar recuperar el sueño perdido.
Me di vueltas una y otra vez por la extensión de mi cama pero el sueño no regresó y el insistente y molestoso ruido no cesó. Parecía como si se hubieran puesto de acuerdo para mover, derrumbar y moler grandes masas de cemento. ¡Eran recién las cinco de la mañana! ¿Qué no estaban prohibidas las construcciones por la noche? ¡La gente aún estaba durmiendo!…me desperecé mientras seguía con mi batalla interna.
Aquella mañana debía recibir al hijo de un amigo de mi padre, que había decidido trasladarse y seguir sus estudios de derecho aquí, en la misma universidad que yo.
De él, además del nombre, poco sabía. Tenía vagos recuerdos de una niñez compartida pero la había olvidado como se olvidan las cosas que sabes no te marcaran jamás.
Como fuera, le esperaba. Y el camino al aeropuerto era largo y aburrido. Decidí levantarme a eso de las seis.
Al bajar, el grupo de gente que había visto reunida en la madrugada, seguía allí. Parecían conversar pero, aunque pasé al lado de ellos, no escuché ni el más leve sonido salir de sus bocas. Y no tenía nada que ver con el ruido que aún hacían las máquinas.
Pensé que llevar un cartelito con el nombre del pasajero al cual esperaba era una mala idea para provocar una buena primera impresión. Cruzaba los dedos porque él tuviera buena memoria y me reconociera en medio de la multitud. Yo no había cambiado tanto, siempre había llevado el cabello de la misma manera, largo, lacio y que me ocultara lo suficiente; era un poco más alta y mis formas más femeninas, pero eso era esperable tras el paso de los años.
Al parecer él tampoco me recordaba, el vuelo llevaba media hora de arribo y de él ni sus luces. Observé con detenimiento a cada uno de los personajes que aún quedaba dando vuelta en el andén de llegada. Esperaba a un joven moreno, tal vez alto, y de ojos grandes y oscuros pero lo único que yo veía era a un puñado de personas pálidas, de todos los tamaños, con gafas de sol.
Me acerqué a una de las encargadas que en ese momento firmaba una pila de papeles frente al mostrador de entrada. Levantó la vista y me ofreció la mejor de sus sonrisas de "aquí ofrecemos un buen servicio" cuando llegué a su lado.
—Quisiera comprobar la llegada de un pasajero—pedí.
— ¿Cuál es su nombre? —preguntó la mujer, abriendo los ojos.
—Jacob Black—me parecía.
Revisó la computadora con un movimiento ascendente y volvió a mirarme.
—Sí, el Sr. Jacob Black ha llegado esta mañana en el vuelo…—recitó.
El mismo que yo esperaba y que había aterrizado hacía más de media hora. Tras un último vistazo y algo enfadada porque no me hubiera avisado, decidí regresar a mi casa.
Apareció de improviso esa misma tarde cuando yo llegaba de la casa de una amiga. Lo encontré sentado en las escalerillas de entrada, en la calle, mirando fijamente en dirección a la nueva construcción que, al parecer, iba bastante avanzada. Del caserón que había estado abandonado por tantos años y que había servido de hogar para punkies y mascotas variadas como murciélagos y ratones, no quedaba mucho.
Lo reconocí al instante aunque nunca lo había visto. Levantó la mirada, agradable, en cuanto pasé a su lado.
— ¿Isabella Swan? —comprobó.
— ¿Jacob, no?
Asintió y se puso de pie para ofrecerme su mano. Era un muchacho alto, probablemente yo le llegaba al ombligo; de piel casi rojiza, de pómulos huesudos y prominentes y unos ojos oscuros que abarcaban todo lo que él se propusiera con un brillo cálido y desenfadado. Al estrechar su mano, el calor que desprendía su piel subió por mi mano, estremeciéndome como un escalofrío.
—Te esperé esta mañana—le informé.
—Lo siento—asintió apenado—tuve un problema con mis pertenencias.
— ¿Recuperaste tus cosas?
—Sí, todo quedó solucionado—sonrió.
Lo invité a subir conmigo a mi departamento.
— ¿Cuándo empezó la construcción? —preguntó mientras subíamos las escaleras para llegar a mi piso.
—Esta madrugada.
—Van muy avanzados—observó.
—Sí, espero que eso no signifique que trabajarán también por las noches.
— ¿Sabes qué harán con ese lugar? —preguntó más interesado.
Negué con la cabeza.
Me tocó asentir en silencio y sonreír cuando él se puso a recordar viejas anécdotas de nuestra niñez en Forks. Había vivido allí un año, mi primer año, junto con mi madre y luego, con el divorcio de mis padres, cada verano hasta que cumplí los quince cuando, aburrida de la rutina de mi padre, había preferido buscar trabajo para ocupar mi verano, alegando con esto, mi independencia. No había vuelto allí desde entonces pero podría asegurar que todo se encontraba completamente igual a lo que yo recordaba.
Finalmente, cayó en mi padre, quien recientemente se había vuelto a casar con la esposa de su mejor amigo, el cual había muerto hacía ya cinco años. La unión entre mi padre y la viuda de Harry, el amigo difunto de mi padre, era ventajosa para ambos; se harían mutua compañía y se librarían de la molestosa y melancólica soledad.
—Incluso se ve más joven—se reía Jacob al esbozar un retrato de mi padre en la actualidad.
—Lo sé—acepté adhiriéndome a su carcajada—se lo he dicho y me ha mandado a callar.
Había pasado ya un buen rato. Jacob se unió a mis pensamientos y dirigió una rápida mirada hacia la ventana, estaba atardeciendo.
— ¿Dónde te quedarás? —pregunté.
—En la estación de bomberos—comentó con una amplia y traviesa sonrisa en el rostro.
— ¿Eres bombero?
Asintió.
—Pertenecía a el allá en casa y espero poder ser parte del cuerpo de esta ciudad. Pedí asilo y me lo darán por un par de días, lo que demore en encontrar una habitación buena, bonita y barata.
No tardé mucho en pensármelo. Di una amplia mirada a mi departamento que, aunque pequeño, podría soportar a dos personas. El departamento tenía una habitación extra que no ocupaba, al lado de la cocina. Además, quedaba cerca de la universidad. Y, me vendría genial un ingreso extra.
Se lo mencioné, la sonrisa se ensanchó en su rostro mientras me daba las gracias.
—Me has salvado la vida, ¿sabes?
Me encogí de hombros.
— ¿Crees que podría venirme uno de estos días?
—Claro, ¿cuándo entras a clases?
—El próximo lunes.
Hice una mueca, yo también entraba el siguiente lunes.
Alargó su gruesa mano para cerrar el trato. Se la estreché con fuerza y confianza, riéndome internamente de su juvenil alegría.
Nueva historia, distintinta a lo que acostumbro escribir.
Deséenme suerte =) y gracias por pasarse y leer
