Galaxy of the Lost
o
Un comienzo, una galaxia
There are many things
That I would like to know
And there are many places
That I wish to go
But everything's depending
On the way the wind may blow
o
Desde que la conoció, pequeñas cosas que antes eran tediosas o vulgares adquirieron un brillo especial… es decir, si ella estaba cerca.
Como en ese instante, corriendo tomados de la mano hacia la parada de autobuses, cargados de libros en sus bolsos, golpeando a las personas y arriesgándose a romper sus gafas, deseando no perder el bus, esperando que la lluvia cesara, y tropezando con sus propios píes. Antes de Amy, esa carrera bajo la lluvia lo habría puesto de malhumor; ahora resultaba romántico y algo gracioso.
El autobús estaba a punto de marcharse, Amy soltó su mano y subió al vehículo atestado de personas, ignorando la molesta mirada del conductor. Así, goteando y con los anteojos empañados, se marcharon hacia su futuro.
Leonard tragó saliva, posicionándose protectoramente detrás de la espalda de Amy. Habían decidido no hacer un gran escándalo por el paso gigante que acababan de dar en su relación, de hecho, estaban tan ocupados en fingir desinterés hacia la situación, que la trataban como algo insignificante y para nada trascendental.
Sólo iban a vivir juntos, ¡vamos! No era importante.
Las conversaciones sobre su inminente convivencia habían sido esporádicas y cortas, como quien habla de un tema desagradable. Como las notas de un examen que salió desastrosamente mal, o los recordatorios sobre visitar a familiares enfermos. Trataban el tema con pinzas. Leonard sospechaba que no era una buena forma de comenzar.
Ignorando el hecho de que tener una conversación seria en medio de un autobús a punto de estallar, en una noche fría y con una tormenta afuera, podía resultar poco práctico, habló.
—¿En qué piensas? —preguntó, notando como unas gotitas de agua se deslizaban por el cabello castaño de su novia. Sonrió al escuchar el bufido marca registrada Fowler. Si había algo que Amy detestaba, eran las preguntas abiertas, obvias, o clichés.
—Ambos sabemos que no quieres preguntar eso realmente —respondió Amy, girando la cabeza y estrechando los ojos acusadoramente—… ¿Qué ronda por tu cerebro, Hofstadter? Conozco esa mirada… ¡Oh, no! ¿Acaso me llevarás a otra aburrida convención de cómics? Escucha… —empezó Amy, con una nota de pánico en la voz.
—¡No es eso! —negó Leonard, levantando las manos en rendición; lo que resultó ser una mala idea, ya que el autobús atravesó un gran bache que lo hizo saltar y perder el equilibrio— He estado pensando en… ya sabes… como nuestra convivencia puede significar un hito importante o decisivo en nuestra relación —confesó, después de estabilizarse.
Amy le dirigió esa mirada: una mezcla entre incredulidad y gracia. Se mordió el labio y finalmente rodó los ojos. Leonard aguantó la respiración.
—¿Realmente plantearás tus dudas cuando estamos dirigiéndonos alapartamento? Hubo cientos de buenos momentos Leonard, hoy a la mañana, por ejemplo —él conocía esos gestos en Amy. Cara inexpresiva y voz robótica: tenía miedo. A riesgo de volver a caerse, Leonard desprendió su mano de la barandilla del bus y rodeó su brazo en la cintura de Amy, atrayéndola más a él.
—No tengo dudas Amy —susurró suavemente—. Sé que quiero vivir contigo, sólo, ya sabes, la única conversación que tuvimos sobre esto fue sobre el color de las cortinas —Leonard apoyó su mejilla contra el cabello de Amy—. Por cierto, amo el verde Hulk de las cortinas de baño —añadió, ganándose una risita de parte de ella.
La conversación fue interrumpida por una avalancha de personas saliendo del bus. Se acomodaron en un asiento vacío y ordenaron sus pensamientos.
—¿Tienes miedo? —preguntó Amy al fin, fingiendo buscar algo en su bolso para ignorar su mirada.
—Sí —aceptó Leonard simplemente, limpiando sus gafas en la manga de su camisa—… no quiero que te canses de mí y me abandones —añadió, con esa típica inseguridad que parecía no desaparecer jamás.
—¡No seas idiota, Leonard Hofstadter! —lo regañó Amy, dejando su bolso de lado y apoyando la cabeza en el hombro de él—. También tengo miedo, ¿sabes? Todos dicen… "oye, eres tan joven" "oye, estás atándote a una relación pasajera" —Amy frunció el ceño—. Pero me gusta creer que no somos como todos los demás Leonard, nuestra relación no fracasará porque así lo digan unos ancianos amargados…
—Mi madre dijo eso —la interrumpió Leonard, intentando contener una sonrisa.
—¡A eso me refería! ¿Desde cuando Beverly es la Doctora Corazón? —Amy hizo una mueca— y, si por algún motivo vivir juntos nos desgasta, podemos volver a como estábamos antes. Lo prometo —Amy le dio un beso en la mejilla y agarró su mano, impulsándolo hacia arriba.
El viento estaba frío cuando salieron, la lluvia había parado, dejando un limpio cielo negro. Amy se aferró al brazo de Leonard en busca de calor, el aire frío se filtraba por el dobladillo de su falda, congelando sus pantorrillas y haciéndole castañear los dientes. El otoño estaba arrasando en ese año, siempre presente en el cabello seco, el viento, y las hojas esparcidas por el suelo. Amy se sentía particularmente atraída por esta estación, había algo confortante en ella. Otoño era una buena temporada para un nuevo comienzo.
Se tomaron de la mano al llegar al edificio. Parados en la acera, lo vieron cautelosamente. Era un complejo simple y de apartamentos baratos y diminutos: perfectos para universitarios desesperados. Sin más ceremonias, se adentraron en el edificio.
Podría bien haber sido el set de una película de terror, pensó Amy, mientras subían por el ascensor: un rectángulo diminuto con una horrenda luz fluorescente que titilaba, y paredes blancas. Era como estar dentro de un congelador. Al llegar al quinto piso, salieron.
Leonard tuvo otra vez la sensación de que Amy volvía maravillosa hasta la cosa más sosa del mundo, como la fea alfombra mostaza de su apartamento, o las grietas de la pared.
No era nada elegante, diablos; no podía ser menos elegante. Tenía una sala —Leonard esperaba que al despejarla de las cajas de cartón que se amontaban en ella, se volviera, mágicamente, algo más grande—, una habitación simple que sólo contaba con una cama individual, dos ventanas, una puerta, y un baño. Era básico, práctico; pero era de ellos. Eso lo volvía especial, en cierta forma.
Aunque deseaban una ducha caliente y luego dormir cual osos en plena hibernación, Leonard sabía que Amy no podría ignorar el desastre por mucho tiempo. Y efectivamente, ella ya estaba con el cabello sujeto en un moño y desembalando las cajas. Sabiendo que no estaría satisfecha hasta que todo quede en perfecto estado, se sentó en el suelo y comenzó a organizar los objetos.
La alfombra color mostaza quedó cubierta por la esencia de Leonard y Amy. Cómics y libros de física avanzada desparramados junto a novelas y libros de biología, CD's de Neil Diamond y Radiohead, un arpa y un chelo aplastados en un rincón. Algunos posters de Súper Girl que Amy amenazó con quemar, y montones de ropa.
Eran cerca de las tres de la madrugada cuando la última prenda fue apiñada en el armario, el último libro fue ordenado según su lugar en el alfabeto en un improvisado librero de madera y ladrillos; el pequeño sofá quedó libre de plástico y su única fotografía quedó simétricamente colgada en la pared.
Miraron su sala con un cariño recién descubierto, no estaba tan mal: tenían una mesa, un pequeño televisor, un anticuado equipo de música y una ventana. Pero aún más importante: se tenían a ellos mismos.
—No esperaba un problema así hasta una semana después de mudarnos… se supone que así es la regla, hermano: "espera hasta que se estabilicen en el lugar antes de cortar la calefacción, la electricidad, o el agua" —se quejó Leonard, después de pasar diez minutos revisando el termostato.
Negándose a morir de hipotermia, Amy fue en busca de cobijas. Regresó a la sala luciendo como un gran muñeco de lana.
Así pasaron su primera noche. Demasiado ocupados en hablar como para notar que sólo les quedaban tres horas de sueño, envueltos en un cálido nido de lana y algodón en el suelo de su sala; comiendo chocolate para entrar en calor y escuchando las cursis canciones que Amy había aprendido a amar gracias a Leonard, sólo iluminados por la débil luz naranja de una lámpara de escritorio.
Leonard abrazó a Amy, frunciendo la nariz por las cosquillas que le provocan su cabello. Minutos después, escuchó su calmante respiración de dormida, esa respiración que ya había escuchado tantas veces.
En ese momento sus otras preocupaciones fueron pulverizadas fuera de su cerebro. No pensó en la voz de madre diciendo "lo arruinarás", ni en el gesto amargo de su padre al decirle que "lo disfrute mientras dure". No pensó en los difíciles tiempos de estudio que se avecinaban, ni en la calefacción. Sólo eran él y Amy, y se amaban.
Y eso tenía que funcionar.
Se encogió de hombros y plantó un pequeño beso en la nuca de su novia, sentía que se avecinaban cambios, y estaba seguro de que todos serían buenos.
Lo que nadie sabía era que el cambio tenía nombre, apellido, y un colosal ego.
—
Nota de autora:
Aunque dije "no voy a comenzar otra historia hasta terminar la primera"… ¿qué puedo decir? Esta idea era demasiado irresistible.
Si les agrada, estoy completamente dispuesta (¡y emocionada!) Por volverla una historia de varios capítulos.
¿Críticas?
