La habitación estaba en penumbras. A través de la puerta entrecerrada se colaba un solitario haz de luz. Un joven de rubios cabellos estaba sentado en un rincón, las rodillas apretadas contra el pecho, la gris mirada perdida.
Una mosca que se paseaba por el lugar, dibujando extrañas curvas en el aire, sacó al muchacho de su ensimismamiento. Sus cansados ojos comenzaron a recorrer el recinto, intentando reconocerlo, mientras su mente trataba de recordar que estaba haciendo allí. Su mirada se posó distraídamente sobre un oscuro y derruido armario, visión que lo ubicó completamente en la realidad.
-¡Draco, no tienes tiempo para estúpidas ensoñaciones! Hay trabajo que hacer—se reprendió el chico como tantas otras veces, mientras cerraba bien la puerta. Este tipo de episodios se hacían cada vez más frecuentes y eso estaba comenzando a preocuparle.
Habían empezado como simples momentos de relax, momentos para desconectarse un poco del mundo, momentos para alivianar presiones. Pero poco a poco habían dejado de ser esos simples momentos de distensión y habían pasado a formar largos períodos en los que su mente se desconectaba completamente. Ya no eran ni siquiera voluntarios; en un instante podía estar concentradísimo en su tarea y al siguiente ¡zas!., volvía a sumirse en los infinitos abismos del vacío. La nada.
Y es que su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Primero, su padre en Azkaban; jamás pensó que eso pudiera realmente suceder, no podía suceder. Ese, sin dudas, había sido el golpe más duro de todos; el ver como la imagen de su padre rico, poderoso, influyente, caía estrepitosamente a la de un vulgar criminal únicamente digno de desprecio. Luego, el convertirse él mismo en mortífago ¡ahh, cuánto había ansiado ese momento!. ¡Su momento de gloria! El momento de probar que era digno hijo de Lucius Malfoy, el momento de honrar la pureza de su linaje. Y el momento llegó, dejándole solamente unas cuantas amenazas, temor en su corazón y un persistente dolor su antebrazo izquierdo. Definitivamente ya no era ese niño cuya vida estaba perfectamente planificada; todo su mundo yacía hecho pedazos.
