ACLARACIONES: Esta historia es una adaptación de la película "Jin-roh: The Wolf Brigade". Y con adaptación, me refiero a que tome base, diálogos y escenas de la película para la elaboración de este fic, PERO no adapte en su totalidad, ni fui cien por ciento fiel al formato original; esto, para aclarar. Los personajes, está de más decir que no son míos, son del mangaka "Masashi Kishimoto".
ADVERTENCIAS: Universo Alterno. Sutil romance. Posible OoC.
¡Disfruta de la lectura!
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I
El lobo y la niña
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Es como un lobo;
Es un lobo,
Por eso ha sido desterrado.
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Ese día, nos habían ordenado matar a todos los civiles rebeldes; y, no sólo a ellos, a todos los que estuvieran allí.
Yo era miembro que formaba parte de las fuerzas especiales; fuerzas, creadas por el gobierno para mantener el orden público, llamados: La brigada lobo.
Las organizaciones anti gubernamentales habían hecho un caos en la capital. Eran tiempos después de la guerra de diez años, así que, ese tipo de problemas eran los más comunes.
Aquella tarde, las cosas se habían salido de control. Nos dieron órdenes directas de llegar al centro de la capital y encargarnos del problema. Como siempre, solamente nos delimitábamos a obedecerlas. Nos colocamos las armaduras que nos asignaron exclusivamente a nosotros. Las pesadas y toscas botas negras; las partes que cubrían espinillas, rodillas y muslos; el pechero negro; a prueba de balas, fuego y agua; la parte de los hombros, brazos y manos; por último, estaba la cabeza, cubierta completamente por una máscara parecida a las de gas, cuyas hendiduras que marcaban los ojos eran sino más que faros especiales que relumbraban de rojo.
Había matado a varias personas desde que había iniciado, todavía era joven en aquella época y la gente que por el momento elimine, era en su mayoría sublevados que en ningún momento e instante dude en dispararles con aquellas enormes armas que se nos habían encomendado. Estuve en la militar, entrene para eso…Para matar y servir a mi "patria", a mis superiores; eso era ser un soldado, al fin y al cabo.
Todo parecía ir normal, eran las mismas personas violentas y agresivas que combatíamos desde hace meses. Hombres aventando bobas lacrimógenas, bombas improvisadas de nitrógeno, armados con pistolas, rifles, bates, botellas de vidrio; cualquier cosa era útil, verdaderamente.
Acabe fácilmente con diez de ellos. La lluvia que caía en esos instantes, apaciguaba el olor a plomo, pólvora; el agua se combinaba con la sangre, llevándosela por los desagües.
Alejado de mis compañeros , quienes se habían ido tras un grupo que logró escapar, montaba guardia en el perímetro, por lo mientras, tal como se me indicó hacer. Para entrada de la noche, ya casi estábamos por terminar el trabajo; las calles estaban desoladas, sólo los cuerpos sin vida era los que me hacían alguna compañía.
—Cabo, su ubicación —habló mi superior, por el radio que teníamos insertados en las máscaras.
Presioné el botón ubicado en la oreja derecha del aparato para poder responder.
—Al sur, a unos diez metros del punto de ejecución.
—Atento, se nos informa que un blanco va hacia su dirección —notificó—, no sabemos qué tipo de sujeto sea, sólo se nos avisó que carga un paquete sospechoso. Tiene una chamarra y capucha roja, mediana estatura, al parecer puede ser una mujer.
— Bien, me encargaré —corté la transmisión.
Llevé ambas manos para asir mi arma con firmeza.
No acostumbraba a asesinar mujeres, no me gustaba y no prefería hacerlo; pero a veces, tenía la obligación y deber de ejecutarlo. No había más.
Me quede estático en mi sitio y presté especial atención a los sonidos e imágenes a mi alrededor.
Escuché el correr de unos pasos. Se oían desesperados, aterrorizados. Los charcos de agua que se formaron debido a las lluvia delataban a casi cualquiera.
Logré identificar, a lo lejos, la chamarra y capucha. Noté fugazmente como se iba hacia uno de los callejones.
Como buen soldado, conocía perfectamente el área, sabía a dónde conducía aquella callejuela y que camino debía tomar para interceptar al sospechoso o sospechosa.
Me apresuré y corrí.
En cuanto volví a divisar el objetivo, entoné mis pisadas para confundirlas con el agua que caía y, con ello, poder acercarme lo suficiente a la persona que se escondía a un lateral de un enrome contener de basura.
Tenía la cara oculta debajo de aquella capucha. Portaba una falda, unas calcetas y zapatos escolares. Piernas menudas que tiritaban debido al frío, la neblina y la precipitación. En definitiva, era una chica.
Se abrazó al paquete que cargaba, lo contrajo con fuerza. Permaneció gacha unos minutos, vigilando del lado contrario donde yo me hallaba. Segura de que no venía nadie tras ella, se giro rápidamente llevándose una no grata sorpresa.
Yo me había posicionado tras ella, de encubierto. No se percató de mí, sino hasta que estábamos frente a frente.
Estaba horrorizada, su mirada y muecas la delataban.
Me quede inmóvil por unos segundos, mirando su cara con atención.
Era muy joven, casi una niña. Sus verdes ojos me miraban atemorizados, perdidos y turbados. Apunté con mi arma. Esta abrazó la bolsa que traía consigo, no dejó de mirarme con pánico. Negó varias veces con la cabeza. No sé cuánto tiempo fue el que me quedé contemplando la escena de aquella chica atemorizada. Gotas de agua resbalan por su cara, no supe distinguir si eran lágrimas, la lluvia o quizá ambas. Su piel blanca contrastaba con su chamarra roja, y sus labios y piernas temblaban al unisonó.
No sé cómo pude distinguir todos esos colores , los infrarrojos que poseía la máscara hacían que los colores fueran difíciles de discernir, y aún así, tuve la sensación de poder ver aquellas tonalidades con detalle. Tal vez fueron imaginaciones mías, no lo sé.
Tenía la orden de matar a todo civil, incluyéndola a ella. ¿Qué paso en ese momento, que no pude jalar del gatillo? Probablemente, aquella niña, aquella joven oscilante, pudo incitarme a mí lado más humano. Le tuve compasión.
— ¿Qué traes en la bolsa? —inquirí, apuntado el objeto con el cañón de la ametralladora.
Volvió a negar con la cabeza.
—Si no me dices, tendré que disparar—advertí, directo.
Su pecho ascendía y descendía diligente.
Normalmente, solían utilizar mujeres o niños para mensajeros o transportadores de armas o bombas; Creían que por ser ese tipo de personas no levantarían sospechas por lo que, me hacía la idea que probablemente ella sería una de ellas, que trabajaban para las sectas anti gubernamentales.
—Sí dejas el paquete en el suelo, te dejaré ir.
Volvió a estrujar la bolsa, con las más obvias intenciones de no hacer lo que le pedía.
"¿Por qué? ¿Por qué eres necia? ¡Intento salvarte el cuello!"
No era su culpa, ni la de ellos ni quizá tampoco la de nosotros como soldados. Dos bandos en conflicto que usan a sus peones a matarse entre ellos. No creía estar lado de los buenos o de los malos, sólo estaba en un bando que tenía una ideología diferente al contrario. Entonces, sólo hacía mi trabajo.
Aquella chica sería también un peón, sus razones solamente ellas las sabía, del porqué hacía lo que hacía; probablemente siguiendo órdenes al igual que yo. Pero, lo veía y lo intuía, ¡Era casi una niña! No era más que un ser humano inocente siendo utilizado.
—Vamos, decide rápido—apresuré agobiado —. Ellos vendrán pronto y yo ya no podré hacer nada para salvarte.
Le amonesté, alzando el tono de mi voz. Ella cerró los ojos con fuerza.
— ¡N-no puedo! No puedo dejar esta bolsa, ¡Tengo que entregarlo! ¡Tengo que llevarlo! —Exclamó con pesar. noté su nudo en la garganta—. No es una bomba y tampoco son armas lo que llevo en la bolsa. ¡Créame!
Las pisadas de los soldados se escuchaban venir a lo lejos. Conocía esos sendos pasos golpear el asfalto con firmeza. La brigada estaba cerca.
Me giré a ver a la chica nuevamente. El horror en su rostro volvía aparecer con más desesperación. No iba a hacerme caso, la veía con todas las de morir junto a su paquete. No me quedo otra elección.
La tomé por el brazo con brusquedad y le quite por la fuerza la bolsa que resguardaba con tanto afán. Pegó un gritillo e inició a suplicarme que le devolviera lo arrebatado.
Mis compañeros estarían allí en cualquier momento, si me veían con ella, era seguro que la matarían y a mí me degradarían. La fuerza de ella no era nada a comparación con la mía, tampoco le ayudaba el hecho de que yo tuviera armadura y una enorme metralleta. Arrojé el paquete lo más lejos que pude, quedando fuera de su y mi alcance. Intentó ir detrás de él, pero la detuve levantándola del suelo y cargándola a cuestas de sus patadas y resistencias. Le tapé la boca con la mano, abrí el contenedor de basura y la eché dentro sin dudarlo.
—Cállate. Si no quieres morir, cállate —espeté.
Me hecho unos ojos suplicantes.
—Por favor, la bolsa…Es importante para mí.
—Te la devolveré luego —aseguré, tomando la tapa del contenedor para cerrarlo en cualquier momento.
— ¿Cuándo? —preguntó con expresión y voz preocupada.
—Mañana—respondí aprisa— Sí no es nada de armas, bombas o algún mensaje, entonces ve a la estación Narita mañana por la tarde. No salgas hasta después de una hora.
Cerré el depósito de golpe, quedándome con una imagen atemorizada de la cara de aquella niña. No paso mucho, cuando uno de mis compañeros llegó a mí posición. Cargando la misma armadura, las mismas armas y la misma pose en guardia que yo hacía, me había dicho:
— ¿Has tenido suerte en localizar al objetivo?
— No—contesté a secas —. Todo indica que ha escapado. He revisado hasta el último cubículo, esquina , callejón y calle, y no me he topado con nada.
Mi camarada hecho un rápido vistazo a los alrededores con la mirada.
— Ya veo — profirió, volviéndose a dirigir a mí—. Bueno, no importa ahora, ya hemos terminado con la labor de hoy. Será mejor que nos vayamos.
—Adelántate, yo daré un último vistazo por acá —lo dije con segundas intenciones, que por supuesto, no fueron descubiertas por mi compañero.
—Vaya, tú siempre tan precavido. No me sorprende que seas uno de los soldados más sobresalientes de la unidad—alagó, intentando ser amable —De acuerdo, haz lo que debas, pero no tardes o el sargento se pondrá como perro.
Asentí y esperé a que se alejara lo suficiente.
Había dicho aquello, para recoger el paquete que minutos atrás, había lanzando lejos. Por suerte, no fue difícil de localizar. Se hallaba, en un rincón de la callejuela, cerca de un charco de agua. Era un morral de café oscuro; sucio y mojado, lo alcé y escondí en mi propio zurrón, allí donde resguardaba balas, armas y material de primeros auxilios.
Me encaminé hasta la salida del callejón. Pasé a un lado del contenedor de basura, le di una fugaz mirada antes de alejarme y dejar el oscuro lugar bajo la incontenible lluvia.
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